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España España · san sebastian
Críticas de jerl
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
2
17 de septiembre de 2023
29 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película me ha resultado aburrida, enfática, errática y poco convincente. Nanni Moretti vuelve a encarnarse a sí mismo como director de una extraña película ambientada en 1956, cuando la URSS invade Hungría para reprimir un levantamiento popular. La película cuenta como un circo húngaro recala en un barrio obrero, donde un dirigente comunista lleva con mano de hierro la sede social. El conflicto surge cuando el PCI se niega a condenar la invasión. Por el medio vemos al propio Nanni Moretti perdido en la modernidad, sin saber que hacer con su vida, actuando de manera despótica con los actores y técnicos de su película. Su mujer no le aguanta, su hija se aburre con sus manías y él se encuentra satisfechísimo consigo mismo. Puro egocentrismo. El personaje de Nanni Moretti resulta enfático y poco creible, recita los diálogos con escaso convencimiento y de manera enfática, como si estuviera leyendolos en un auto-cue. El resultado de todo ello es una película plúmbea, dificilmente comprensible por las nuevas generaciones y excesivamente orientada a un público especialmente proclive a compartir sus ideas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
jerl
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10
13 de febrero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas más bellas y tiernas que he visto nunca. La encontré por casualidad en internet y no pude dejar de asombrarme a cada paso. La historia, terriblemente emocionante y triste, los actores, sublimes, el retrato del ambiente en Japón a inicios del siglo XX, inmejorable.
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jerl
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9
29 de octubre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre va en un vagón de metro abarrotado; viste una gabardina “raincoat” de estilo inglés, de cuello alto. Es alto y apuesto, es Yves Montand. De repente alguien lo observa de manera insistente. Es un tipo con pinta de pordiosero, pero su mirada es desafiante, dura. El desconocido se acerca y le pregunta: “¿Usted se baja en la próxima?”. Yves lo mira con un encogimiento de hombros. “Sí”, dice, y le da la espalda.

Yves Montad ya tiene una cierta fama en esta época. Es un “chansonier” y acaba de alcanzar el éxito con “Les feuilles mortes” de Jacques Prevert. Hace un año escasamente fue amante de Edith Piaf, que lo lanzó a la fama, y acaba de comenzar su carrera. Unos años después se casará con Simone Signoret, la diva del cine francés, y tendrá también un sonado romance con Marilyn Monroe. Tirando hacia lo alto, siempre.

Finalmente se baja en la estación de “Barbès-Rochechouart”, cerca de la “Gare du Nord”. Allí desciende también el misterioso vagabundo, al que no volverá a ver hasta unos instantes después, en un bar de barrio próximo a las vías del ferrocarril, próximo también al “Bassin de la Villette”, un canal por aquel entonces maloliente y sucio.

Yves Montand interpreta a Jean Diego, un militante de la resistencia, un antifascista de libro, que se dirige al hogar de una pobre mujer para darle la noticia de que su marido ha muerto a manos de la policía alemana. Sin embargo, al llegar se encuentra con una escena familiar: el hijo juega con los vecinos, la mujer está planchando y el marido aparece por sorpresa unos momentos después. Todo ha sido un malentendido.

La película está ambientada en febrero del 45, poco después de la liberación. El París que observamos es, por tanto, una ciudad recién salida de la ocupación, con su pobreza, su oscuridad y su desconcierto. París se ha salvado de los bombardeos alemanes por decisión personal del Fhurer: “Qué no arda París”, había dicho.

Para celebrarlo salen a cenar a uno de esos bares de barrio, donde se encuentran con el misterioso vagabundo, que toca con una armónica la tonada de “Les feuilles mortes”, un guiño al protagonista.

Jean Diego hace dibujos sobre una servilleta para entretener al pequeño “Cri-cri”, el hijo de la pareja. Le cuenta sus viajes por los mares del sur, por América, por la isla de Pascua. Y es aquí donde el carrusel de las casualidades emprende su loca carrera a través de la noche. Poco después, por intermediación de “Cri-cri”, se encuentra con una mujer sofisticada, Malou, a la que seduce con un hipnótico vals en medio de un almacén de antigüedades, plagado de viejas e imperturbables estatuas.

Entre ellos surge una inevitable atracción. Ambos se han encontrado y separado en diversas partes del mundo. Aquella magnética canción les une también y aunque el resultado resulta un tanto increíble la culpa, inevitablemente, es del Destino, que ha hecho todo lo posible para que se encontrasen en aquel rincón anodino del viejo París. El Destino les acompaña a lo largo de la noche, por las callejuelas oscuras, hasta que de pronto se encuentran con el marido de ella, un tipo celoso y atormentado. Es el marido el que finalmente provoca la tragedia, disparando sobre ella en una de aquellas callejuelas.

Entre tanto los demás personajes bailan también alrededor de sus propias tragedias. La hija del buhonero se enamora de un trabajador al que conoce en la misma estación; el hermano de Malou, un colaboracionista magníficamente interpretado por Serge Reggiani, sucumbe ante sus propios fantasmas; Monsieur Quinquina, el buhonero filósofo transita la noche en busca de su hija; la gitana del bar encuentra la muerte en el canal de “la Villette”; monsieur Senechal, el empresario acaparador vive su propia tragedia familiar en carne de sus hijos: Malou y Guy, el colaboracionista.

jerl, “chemin a l’enfer”.
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jerl
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3
1 de marzo de 2014
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es decepcionante, no solo en su planteamiento sino también en su concepción estética. La película comienza con una fiesta desconcertante, en la que no se sabe quien es el protagonista. Cuando este al fin se manifiesta su intervención resulta forzada y un tanto teatral para una película que pretende mostrar la vida real de un dandy decadente. El retrato se queda en caricatura, pero la película va tomando vuelo independientemente de su protagonista y nos encontramos con que muchos de sus amigos son más fascinantes que él mismo. Los escenarios también son magníficos, pero eso no es ningún mérito del director.
Se queda a medio camino entre el Fellini, de la dolce Vita, la Luna de Bertolucci y hasta Caro diario de Nani Moretti. No vale la pena perder el tiempo con este director. "Juventud" es aun peor.
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jerl
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9
7 de enero de 2024
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La mujer francesa no es una mujer liberada, es una mujer vapuleada por la realidad, por la lucha de clases y por la historia.
Quizá todo fue culpa de Enrique IV, un Bourbon, tal vez de Luis XIV o muy posiblemente de Jo-sephine y del Marquís de Sade, pero lo cierto es que la mujer francesa ha sido históricamente mucho más manoseada que la de cualquier otro país europeo.
Pero la mujer francesa no tardó en darse cuenta de que aquella situación la servía no solo para su ascenso social (La Pompadour, Madame de Maintenon, etc.) sino también para tener un cierto control sobre los hombres.
Y fue así como se llegó al mayo francés, a Simone de Beauvoir, a la píldora y al sexo sin barreras. Los norteamericanos lo aprovecharon para crear la cultura hippie, los franceses la gauche divine.
Es en este contexto donde surge la idea de la mujer como clase social, opuesta al hombre y de-fensora de sus propios intereses. No se sabe si fue Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre o algún otro intelectual maoista, pero lo cierto es que Alexandre, el protagonista, se aplica a llevar a cabo estas ideas con verdadero ahínco.
Alexandre (Jean-Pierre Léaud) es un joven como otro cualquiera, ni demasiado feo ni demasiado atractivo. Más cerca de los veinte que de los treinta, no estudia, no trabaja, vive con Marie (Ber-nardette Lafon) en un apartamento cutre del Quartier latin, conduce un 4L prestado y pasea por el Boulevard Saint Germain con la sana despreocupación de quien no teme al futuro.
Pero un día siente una vaga inquietud, se levanta temprano y sale con la intención de encontrar a Gilberte (Isabelle Weingarten), un antiguo amor. Gilberte es alta y espigada (se casará con Wim Wenders en la vida real), viste un jersey ajustado y asiste a clase en un caserón antiguo. Alexan-dre la aborda en la acera y le propone de manera abrupta que se case con él. La chica reacciona con dulzura, van a tomar un café, escucha impávida el insustancial monólogo de Alexandre. Hay una cierta complicidad, un cariño manifiesto en sus miradas.
Tras este intento se dirige al Café de Flore, se encuentra con su amigo Philip, (Jacques Renard) e inicia uno de sus interminables monólogos. Sorprendentemente Eustache graba la conversación con escrupulosa minuciosidad, en plano medio, sin alardes técnicos.
Al salir se encuentra con una chica sentada en una mesa. Pasa por delante, se miran, él continúa, duda y cuando se vuelve ella ya no está. La ve alejarse, la sigue, la aborda y consigue su teléfono.
Ella es Veronike (Françoise Lebrun, novia de Eustache en la vida real), una enfermera ninfómana que se acuesta con los hombres por puro placer.
Alexandre se encapricha de Veronike y Maria lo consiente. Al final hacen un trío en su casa y se lo pasan de miedo.
De café en café, de catre en catre la película avanza, pero no parece llegar a ningún sitio, la his-toria se estanca. Lo que sucede al final es que Alexandre está en guerra permanente con la reali-dad.
En una conversación con otra amiga que regresa de Nueva York y que tiene la mano vendada, le pregunta:
—¿Qué ha sido de esa gente a la que veíamos hace unos años? Ya no hay nadie, todos han desa-parecido. Sin embargo yo no me he movido, sigo aquí.
Jean-Pierre Léaud no es un actor de método. Él solo puede interpretarse a sí mismo, y lo hace con enorme convicción y con cierto estilo. La película dura 215 minutos (3 horas y media), que se harían interminables con cualquier otro, pero que con Jean-Pierre Léaud tiene chispa, hace reír y provoca una evidente ternura en las mujeres.
La película acaba siendo un inmenso retrato de la época, con todas sus contradicciones y sus hallazgos: Sartre, Edith Piaf, Belmondo son mencionados alternativamente a lo largo del metraje. Las mujeres se muestran como son, abiertas, libres, contradictorias.
Un día, con su amigo Philip descubre en France soir que la chica de la mano vendada ha asesinado a un hombre en Viena. Hablan de ella brevemente. Finalmente le presenta a Veronike.
—Me apetece ir a Hamburgo, como en la canción de Edith Piaf —dice Philip.
Después señala otra mesa y añade:
—¿Has visto? El borracho está ahí, bebe como un cosaco.
Se refieren a Jean Paul Sartre, que sin embargo no aparece en el plano.
Todo ello forma parte del juego de espejos deformados, el callejón del gato que diría don Ramón María.
La película fue producida por Pierre Cottrell para Les films du Losange con un presupuesto muy bajo, siguiendo las directrices de lo que ya entonces era un movimiento casi en decadencia: La Nouvelle vague.
Desde el punto de vista técnico la película es limpia, clara, con un magnífico guión, que fue seguido escrupulosamente por los actores y que demuestra que el resultado no es fruto de la improvisación. Muchos opinan que tal vez fue una de las mejores películas de la Nouvelle vague, otros la elevan a una de las mejores películas francesas. Yo estoy con estos últimos.
Cuando en otra ocasión Alexandre discute con Veronike ella le dice:
— ¿Sabes? Me encanta follar con inmigrantes y además disfruto.
—Pero entonces ¿qué haces conmigo? —le pregunta Alexandre.
—No lo sé, una tontería, sin duda —responde ella.
Et ça c’est tout.


BG, en modo existencialista.
jerl
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