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5.8
12,814
7
25 de julio de 2016
25 de julio de 2016
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perfecto ejemplo de cine comercial bien hecho. Su principal objetivo es entretener y pese a desarrollarse casi en un único escenario (un plató de televisión durante la emisión de un programa de éxito), resulta una propuesta potente y dinámica, donde uno no repara en los fallos e incongruencias de la trama hasta que ha concluido la avasalladora proyección. Tomando como marco de referencia las corruptelas financieras que nos asolan, hace también una jocosa y mordaz crítica de la televisión como espectáculo, donde la ausencia de un periodismo crítico digno de tal nombre y carente de cualquier principio éticos o siquiera un mínimo código deontológico que aplicar, no hace sino acentuar la indefensión total del ciudadano ante los desmanes de los codiciosos potentados de turno.
No plantea nada nuevo ni se detiene en bucear en profundidades trascendentales sobre el origen o en la asignación de las culpas, como tampoco se detiene a elucubrar sobre las consecuencias de las abundantes infracciones éticas o legales – más allá lo previsible y acomodaticio – sino que todo ello queda dentro de un consenso tan inofensivo como inocuo. Sabemos que hay malos pero no se debieran de realizar extrapolaciones inmediatas ni masivas. Quizás el cine europeo se hubiese atrevido a señalar con los dedos a los responsables únicos y además hubiese proclamado una teoría política y social a los cuatro vientos sobre el fin del capitalismo y el advenimiento de otra política es necesaria y posible. Pero el cine yanqui vive del empirismo científico: es decir, no basta un botón de muestra para construir una teoría totalitaria o totalizante. Sino que hay que denunciar cada episodio censurable, ¡sí!, pero al mismo tiempo seguir atento sobre las demás alternativas.
Esta característica es la que convierte esta cinta en un típico producto hollywoodiense, ya que su honesto afán de denuncia va en contra de elementos, personas y situaciones concretas y específicas, sin dejarse por ello llevar – aunque lo insinúe y se pueda inferir del contexto – por erigirse en una proclama política o verdad suprema, como si no hubieran otras posibilidades u otro ejemplos diferentes que podrían cuestionar semejante arenga ideológica totalitaria.
El espectáculo debe de continuar. Por ello la cinta es un ágil compendio de cómo hacer funcionar – de forma dinámica y absorbente – una situación tensa y abocada a la tragedia de forma diáfana y diferenciada, donde cada personaje es un arquetipo pero, sin embargo, resulta creíble y convincente. Hay héroes (que quizás fueron villanos) y hay malos que albergaban una brizna de sangre en su corazón y tal vez lleguen a redimirse. Bienintencionada conclusión de este suflé intrascendente que cumple su cometido. Eficaz Distracción.
No plantea nada nuevo ni se detiene en bucear en profundidades trascendentales sobre el origen o en la asignación de las culpas, como tampoco se detiene a elucubrar sobre las consecuencias de las abundantes infracciones éticas o legales – más allá lo previsible y acomodaticio – sino que todo ello queda dentro de un consenso tan inofensivo como inocuo. Sabemos que hay malos pero no se debieran de realizar extrapolaciones inmediatas ni masivas. Quizás el cine europeo se hubiese atrevido a señalar con los dedos a los responsables únicos y además hubiese proclamado una teoría política y social a los cuatro vientos sobre el fin del capitalismo y el advenimiento de otra política es necesaria y posible. Pero el cine yanqui vive del empirismo científico: es decir, no basta un botón de muestra para construir una teoría totalitaria o totalizante. Sino que hay que denunciar cada episodio censurable, ¡sí!, pero al mismo tiempo seguir atento sobre las demás alternativas.
Esta característica es la que convierte esta cinta en un típico producto hollywoodiense, ya que su honesto afán de denuncia va en contra de elementos, personas y situaciones concretas y específicas, sin dejarse por ello llevar – aunque lo insinúe y se pueda inferir del contexto – por erigirse en una proclama política o verdad suprema, como si no hubieran otras posibilidades u otro ejemplos diferentes que podrían cuestionar semejante arenga ideológica totalitaria.
El espectáculo debe de continuar. Por ello la cinta es un ágil compendio de cómo hacer funcionar – de forma dinámica y absorbente – una situación tensa y abocada a la tragedia de forma diáfana y diferenciada, donde cada personaje es un arquetipo pero, sin embargo, resulta creíble y convincente. Hay héroes (que quizás fueron villanos) y hay malos que albergaban una brizna de sangre en su corazón y tal vez lleguen a redimirse. Bienintencionada conclusión de este suflé intrascendente que cumple su cometido. Eficaz Distracción.

6.6
1,035
8
4 de diciembre de 2018
4 de diciembre de 2018
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perseverar no es sinónimo de vencer, pero al menos permite desentrañar todo aquello que el discurso oficial – ya sea político o religioso – mantiene al margen, tratándolo de acallar, censurar y reprimir. El inmovilismo empecinado es un vicio recurrente de las ideologías más rancias y caducas, más acostumbradas a prohibir, denunciar y condenar que a permitir que las personas se emancipen y hagan uso de su libre albedrío y se responsabilicen por sí mismas de sus éxitos y fracasos, alejadas de las convenciones y los atavismos recalcitrantes. Pero cuando se cree tener la exclusiva de la VERDAD – ya sea revelada o doctrinaria – resulta tentador obligar a todos a seguir la única senda posible: o sometido o apestado.
Por eso se agradece tanto la mirada lúcida del iraní Jafar Panahi, ya que explora la vida cotidiana bajo la teocracia de los ayatolás con su acostumbrado tono mordaz y humilde elaboración técnica, entre el falso documental costumbrista y la afilada comedia rural. Todo queda reflejado como si estuviéramos asistiendo a una clase de antropología, dando voz a todos sus personajes, lo cual hace innecesario cualquier subrayado maniqueo o la tentación de poner una voz en off que comente lo que estamos viendo. Por la boca muere el pez… y no hay nada mejor que darle cuerda a la gente, con la que se acabarán colgando. Tras un acabado pobretón, realizado sin apenas recursos, late agazapado la más corrosiva de las denuncias: la realidad.
Estamos ante una propuesta que, en lo formal, está alejada del pulcro acabado al que el cine industrial nos tiene acostumbrado. Pero si entramos en este precario juego de privaciones, nos encontramos con una paulatina y sabrosa radiografía que nos desvela, a través de lo percibido, de la sugerencia, de lo que completamos con nuestra intuición, un mundo cerril y angosto, aislado por la terquedad rústica, oprimido por el sometimiento esclavo de la mujer y asfixiado por el devoto bucolismo labriego: ser mujer y tener voluntad propia es anatema. La historia no es sólo lo que presenciamos, sino también todo aquello que estamos invitados a concluir gracias a los comentarios y sobreentendidos de todos los personajes masculinos (ya que las féminas permanecen, serviles y sumisas, en un frugal y humillado segundo plano).
Por lo tanto, Jafar Panahi nos invita a sacar nuestras propias conclusiones sin esperar a que nos comente o explique los pormenores que se escapan a la vista. Así denuncia un mal universal: la hipocresía. Se adora a las actrices de los culebrones, pero se condena, por frívola, a una adolescente que quiere huir del pueblo para estudiar en Teherán y convertirse en artista. No hay nada más subversivo que dar voz a lo real.
Por eso se agradece tanto la mirada lúcida del iraní Jafar Panahi, ya que explora la vida cotidiana bajo la teocracia de los ayatolás con su acostumbrado tono mordaz y humilde elaboración técnica, entre el falso documental costumbrista y la afilada comedia rural. Todo queda reflejado como si estuviéramos asistiendo a una clase de antropología, dando voz a todos sus personajes, lo cual hace innecesario cualquier subrayado maniqueo o la tentación de poner una voz en off que comente lo que estamos viendo. Por la boca muere el pez… y no hay nada mejor que darle cuerda a la gente, con la que se acabarán colgando. Tras un acabado pobretón, realizado sin apenas recursos, late agazapado la más corrosiva de las denuncias: la realidad.
Estamos ante una propuesta que, en lo formal, está alejada del pulcro acabado al que el cine industrial nos tiene acostumbrado. Pero si entramos en este precario juego de privaciones, nos encontramos con una paulatina y sabrosa radiografía que nos desvela, a través de lo percibido, de la sugerencia, de lo que completamos con nuestra intuición, un mundo cerril y angosto, aislado por la terquedad rústica, oprimido por el sometimiento esclavo de la mujer y asfixiado por el devoto bucolismo labriego: ser mujer y tener voluntad propia es anatema. La historia no es sólo lo que presenciamos, sino también todo aquello que estamos invitados a concluir gracias a los comentarios y sobreentendidos de todos los personajes masculinos (ya que las féminas permanecen, serviles y sumisas, en un frugal y humillado segundo plano).
Por lo tanto, Jafar Panahi nos invita a sacar nuestras propias conclusiones sin esperar a que nos comente o explique los pormenores que se escapan a la vista. Así denuncia un mal universal: la hipocresía. Se adora a las actrices de los culebrones, pero se condena, por frívola, a una adolescente que quiere huir del pueblo para estudiar en Teherán y convertirse en artista. No hay nada más subversivo que dar voz a lo real.

6.5
1,138
7
26 de junio de 2018
26 de junio de 2018
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una poco conocida directora y guionista alemana, Valeska Grisebach, nos ofrece un insólito e inesperado relato sobre las relaciones humanas – de buena y mala vecindad – en los confines de la ‘opulenta’ Europa actual (a la que, por otra parte, riadas de personas, sobre todo provenientes de África o de Asia, tratan de llegar a cualquier precio y con notorio peligro para sus vidas, como si se tratara del anhelado edén terrenal o de la soñada El Dorado del siglo XXI). Aquí no hay brillos ni oropeles, no hay tesoros ni riquezas, tan sólo un duro y polvoriento quehacer diario, aderezado con enfrentamientos entre connacionales extranjeros y oriundos recelosos por la presencia de esos trabajadores provenientes de la acaudalada Alemania, que tratan de realizar su trabajo sin saber muy bien el porqué de tanta suspicacia y tanto rechazo. Por lo tanto, nos habla de la arraigada dificultad universal de comunicarse entre las personas cuando existe el aparente obstáculo de un idioma que les separa y de una situación sobrevenida que les incomoda, lo cual se refleja en un rechazo instintivo y vehemente que complica cualquier aproximación.
Aunque más allá de la división cultural o étnica se van abriendo espacios de comunicación y entendimiento entre algunas personas, entre aquellos que realmente buscan confraternizar, comprender y convivir, es decir, entre aquellos que no se fijan en tabúes divisorios sino que se centran en relacionarse como personas y no como una etiqueta o colectivo receloso, sino que busca entender, descifrar el lado humano de sus semejantes, acercándose a ellos sin la mirada turbia ni el comportamiento intoxicado por los prejuicios y la sinrazón. Sólo cuando se tiene el corazón limpio y la mente despejada queda espacio para la comprensión y la camaradería, más allá de diferencias idiomáticas o culturales, más allá de lindes artificiosos que han socavado la convivencia y sembrado de cadáveres los vetustos eriales de nuestra historia. Nada nuevo pero siempre necesario y reparador: entenderse nace de la voluntad de discernir y no del afán de hegemonía o de llevar la razón.
Visionar la película no resulta ni gratificante ni conciliador, requiere más bien un esfuerzo áspero y espinoso como los inhóspitos y pedregosos parajes que habitan sus protagonistas. La violencia late soterrada a cada paso y el peligro parece empañar cualquier acto, por inocente o trivial que pudiera parecer. Pero al mismo tiempo somos testigos de cómo, poco a poco, se abren las compuertas al intercambio de afectos y la construcción de unos lazos de hermandad que parecían imposibles al principio. Pero sólo para aquellos que han tratado desde el inicio a construir puentes y cimentar apegos.
Poco recomendable para los talibanes de la pureza de sangre o para vocingleros del nacionalismo.
Aunque más allá de la división cultural o étnica se van abriendo espacios de comunicación y entendimiento entre algunas personas, entre aquellos que realmente buscan confraternizar, comprender y convivir, es decir, entre aquellos que no se fijan en tabúes divisorios sino que se centran en relacionarse como personas y no como una etiqueta o colectivo receloso, sino que busca entender, descifrar el lado humano de sus semejantes, acercándose a ellos sin la mirada turbia ni el comportamiento intoxicado por los prejuicios y la sinrazón. Sólo cuando se tiene el corazón limpio y la mente despejada queda espacio para la comprensión y la camaradería, más allá de diferencias idiomáticas o culturales, más allá de lindes artificiosos que han socavado la convivencia y sembrado de cadáveres los vetustos eriales de nuestra historia. Nada nuevo pero siempre necesario y reparador: entenderse nace de la voluntad de discernir y no del afán de hegemonía o de llevar la razón.
Visionar la película no resulta ni gratificante ni conciliador, requiere más bien un esfuerzo áspero y espinoso como los inhóspitos y pedregosos parajes que habitan sus protagonistas. La violencia late soterrada a cada paso y el peligro parece empañar cualquier acto, por inocente o trivial que pudiera parecer. Pero al mismo tiempo somos testigos de cómo, poco a poco, se abren las compuertas al intercambio de afectos y la construcción de unos lazos de hermandad que parecían imposibles al principio. Pero sólo para aquellos que han tratado desde el inicio a construir puentes y cimentar apegos.
Poco recomendable para los talibanes de la pureza de sangre o para vocingleros del nacionalismo.
3
28 de diciembre de 2013
28 de diciembre de 2013
29 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay al menos algo logrado en esta cinta: el retrato de la Alemania de los días anteriores y meses posteriores a la muerte de Hitler y el fin de la II Guerra Mundial (todo es hambre, locura, descontrol, arbitrariedad, mercado negro e ineficaz reajuste a los nuevos tiempos que nadie sabe cómo van a devenir), pero este poderoso marco de referencia – que vertebra todo el relato – apenas consigue el propósito para el que fue creado: servir de soporte a una historia que vaya más allá del mero reflejo y evocación de una época difícil. Porque el problema central de la película es que no hay relato propiamente dicho, sino una sucesión arbitraria de comportamientos injustificados e inoportunos de su adolescente protagonista.
El peso del relato lo lleva esa atolondrada protagonista, niña apenas entrada en la adolescencia, que con su conducta entre bruta, brusca, hosca y encopetada va dando traspiés y trompicones por una historia que apenas interesa al espectador, que aburre soberanamente al personal y bordea el tedio y la fatiga en todo momento. Produce desaliente contemplar lo perdida que está la protagonista, toda ademán, displicencia, superioridad quebradiza, soberbia y holgazanería de clase dirigente venida a menos. Pero tanto quiebro narrativo sin cabeza, tantos saltos en la lógica psicológica de los personajes, tantos silencios espesos y desmedidos, producen un profundo sopor y pesadez en el espectador resignado.
¿Adónde nos lleva la película? Al final concluimos que todos esos cientos de estériles kilómetros recorridos entre penurias, barrizales, crímenes y gazuza han hecho crecer a la protagonista, que rompe con su pasado, con su fidelidad infantil nazi (las escuelas son muy nocivas, véanse veleidades integristas o esencialismos históricos o historicistas actuales), con su regurgitar consignas obtusas y obsoletas. Pero para entonces, tras casi dos horas de metraje, esos minutos de clarividencia, carecen de todo interés para el espectador, que hace tiempo que estaba suplicando porque terminara la tortura de esta película espesa, indigesta, plomiza e hinchada.
Pura baratija de saldo, sin interés, sin arte, sin ser digna del dinero pagado por la entrada. Prescindible, tan innecesaria como pretenciosa, totalmente fallida: ahórrensela.
El peso del relato lo lleva esa atolondrada protagonista, niña apenas entrada en la adolescencia, que con su conducta entre bruta, brusca, hosca y encopetada va dando traspiés y trompicones por una historia que apenas interesa al espectador, que aburre soberanamente al personal y bordea el tedio y la fatiga en todo momento. Produce desaliente contemplar lo perdida que está la protagonista, toda ademán, displicencia, superioridad quebradiza, soberbia y holgazanería de clase dirigente venida a menos. Pero tanto quiebro narrativo sin cabeza, tantos saltos en la lógica psicológica de los personajes, tantos silencios espesos y desmedidos, producen un profundo sopor y pesadez en el espectador resignado.
¿Adónde nos lleva la película? Al final concluimos que todos esos cientos de estériles kilómetros recorridos entre penurias, barrizales, crímenes y gazuza han hecho crecer a la protagonista, que rompe con su pasado, con su fidelidad infantil nazi (las escuelas son muy nocivas, véanse veleidades integristas o esencialismos históricos o historicistas actuales), con su regurgitar consignas obtusas y obsoletas. Pero para entonces, tras casi dos horas de metraje, esos minutos de clarividencia, carecen de todo interés para el espectador, que hace tiempo que estaba suplicando porque terminara la tortura de esta película espesa, indigesta, plomiza e hinchada.
Pura baratija de saldo, sin interés, sin arte, sin ser digna del dinero pagado por la entrada. Prescindible, tan innecesaria como pretenciosa, totalmente fallida: ahórrensela.

6.5
11,865
5
14 de junio de 2014
14 de junio de 2014
28 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay chistes privados que quizás puedan resultar ingeniosos para un grupillo de iniciados, pero fuera de ese selecto círculo de ungidos carecen de todo chispa, atractivo o interés. Igual con este cansina peliculilla con aires de grandeza y logros anémicos cuyo planteamiento no carece de interés pero cuyo desarrollo es premioso, cansino y exangüe, como contagiada por el devenir mórbido de sus protagonistas.
Quizás sea una cinta para adeptos o practicantes de algún obscuro rito nigromante, o de una cinefilia entendida como secta abúlica, propensa a las listas de nombres ilustres (se citan a Shakespeare, Cervantes o Einstein entre una pléyade de referencias ostentosas), ensimismada en los ombligos aparatosos y con relumbrón, donde la afectación estilística resalta la falta de ideas novedosas y todo acabe sepultado bajo un aire enrarecido, viscoso, denso y asfixiante que parece reclamar del espectador una rendida complicidad que no merece.
Hablar sobre la película – o comentar las muchas ideas y chascarrillos que la pueblan – es más interesante que haber padecido su visionado. La lentitud, la casi total falta de acción (y los pocos hechos de cierto interés ocurren fuera de cámara), los largos e insustanciales diálogos, su atmósfera nocturna y lúgubre, su estética de gacetilla de vanguardia menesterosa pero altivamente orgullosa de ser de bajo presupuesto, su vademécum de diseño cutre, abigarrado y falaz, su asfixiante afectación… todo ello es buscado y consciente, pero eso no exonera del aburrimiento mortal y del letargo supino que invade al espectador.
Hay que alabar que la película logre ser – con casi total seguridad – lo que se ha propuesto su director y guionista que sea. Pero parece más bien un ceremonioso y recargado regalo a su pandilla de amigos o fieles incondicionales, más que una cinta destinada al público general. Pero claro, quizás yo no sea uno de los elegidos ni esté en la honda propicia. Hubo una época en que Jim Jarmusch fue novedoso e interesante, pero cuando ya tienes sesenta años y sigues haciendo – por enésima vez – tu inflado proyecto de fin de carrera, es señal inequívoca de que te has quedado estancado. Y el agua estancada se pudre y hiede. Allá cada cual.
Quizás sea una cinta para adeptos o practicantes de algún obscuro rito nigromante, o de una cinefilia entendida como secta abúlica, propensa a las listas de nombres ilustres (se citan a Shakespeare, Cervantes o Einstein entre una pléyade de referencias ostentosas), ensimismada en los ombligos aparatosos y con relumbrón, donde la afectación estilística resalta la falta de ideas novedosas y todo acabe sepultado bajo un aire enrarecido, viscoso, denso y asfixiante que parece reclamar del espectador una rendida complicidad que no merece.
Hablar sobre la película – o comentar las muchas ideas y chascarrillos que la pueblan – es más interesante que haber padecido su visionado. La lentitud, la casi total falta de acción (y los pocos hechos de cierto interés ocurren fuera de cámara), los largos e insustanciales diálogos, su atmósfera nocturna y lúgubre, su estética de gacetilla de vanguardia menesterosa pero altivamente orgullosa de ser de bajo presupuesto, su vademécum de diseño cutre, abigarrado y falaz, su asfixiante afectación… todo ello es buscado y consciente, pero eso no exonera del aburrimiento mortal y del letargo supino que invade al espectador.
Hay que alabar que la película logre ser – con casi total seguridad – lo que se ha propuesto su director y guionista que sea. Pero parece más bien un ceremonioso y recargado regalo a su pandilla de amigos o fieles incondicionales, más que una cinta destinada al público general. Pero claro, quizás yo no sea uno de los elegidos ni esté en la honda propicia. Hubo una época en que Jim Jarmusch fue novedoso e interesante, pero cuando ya tienes sesenta años y sigues haciendo – por enésima vez – tu inflado proyecto de fin de carrera, es señal inequívoca de que te has quedado estancado. Y el agua estancada se pudre y hiede. Allá cada cual.
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