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Críticas 314
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
31 de marzo de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Columbo goes lo the guillotine (Colombo va a la guillotina) (1989) es el primer telefilm de la octava temporada y cuarenta y seis de la serie, pilotos incluidos, dirigido por Leo Penn (anteriormente había dirigido Cualquier viejo puerto para una tormenta (1973) y Los conspiradores (1978). Múltiples son las formas de sobrevivir a un oculto y oscuro pasado, para nuestros protagonistas, la telepatía, la magia, y la percepción extrasensorial se acomodan imperceptiblemente en las vidas de los personajes que difícilmente, a los ojos de los demás…incrédulos, jamás podrán percibir los grados de fiabilidad que se les presenta ante sus sentidos.

Envuelto en escenario interior, semioscuro, tenue iluminación completado con planos de implicación entre los cuales: picados y algunos planos detalle, el realizador nos introduce en el enigmático terreno de las pruebas a posibles videntes con, al parecer, asombrosos poderes mentales en la percepción extrasensorial, contrastando con escenarios urbanos, equilibrando así la inicial estética visual hacia los misterios de la mente y su entorno, que ocasionalmente se convierten en recalcitrantes claroscuros y algunos primeros planos iluminados en contrapicado, dando puntualmente al mismísimo Colombo (Peter Falk) la imagen propia de quien posee algún poder de videncia.

El vanidoso y supuesto telepata Elliot Blake (Anthony Andrews) es uno de esos seres paranormales puesto a prueba pero no está solo, en su ‘espectáculo’ figuran la maleable doctora Paula Hall (Karen Austin) doctora en parapsicología, y el desconfiado mentalista Max Dyson (Anthony Zerbe), grupo al que debemos de añadir puntualmente al escéptico y respetuoso Colombo, enfrascado con la percepción extrasensorial, hallándose más cerca de la tierra que de las (al parecer) paranormales acciones producidas a distancia con la fuerza de la mente.

El telefilm utiliza con generosidad planos apropiados para los momentos límites basados en la duda y en la desconfianza: picados, detalle, primerísimos planos de rostros inundados de premonitorias iluminaciones desde inhabituales ángulos impregnando la imagen de angustia, inseguridad, terror contenido y duda, convirtiéndolo todo en una carrera hacia la falsedad disimulada como algo excepcional en el uso de los poderes mentales de nuestros protagonistas, a lo que contribuyen, entre otros, el mago y comerciante Bert Spindler (James Greene), la espectacular y algo cansada de tanto misterio Diri (Dana Andersen), los circunspectos observadores en seguridad Harrow (Alan Fudge) y el coronel Eckherdt (Charles Howerton).

No debemos olvidarnos del joven ilusionista Tommy (Michael Bacall) dispuesto a desentrañar para el detective algún truco de magia a cambio de alguna módica y curiosa tarifa a lo que Colombo ha de ceder si quiere solucionar el caso que le ocupa; tras lo cual, el espectáculo final envuelto desde el contraste escénico con iluminación y planos apropiados, nuestro ocasional mago hará el truco definitivo que pueda atrapar entre primerísimos planos y diferente angulación de cámara, al malvado sospechoso, con riesgo de su propia seguridad, confiando más en los recursos materiales y terrenales que en el dudoso sexto sentido del propio Colombo.

Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en cuatro ocasiones.
23 de marzo de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Make me a perfect murder (Hazme un asesinato perfecto) (1978), dirigido por James Frawley es el tercer telefilm de la séptima temporada y cuarenta y tres de la serie. Un plano general de seguimiento junto a primeros planos intercalados nos muestra el irregular arranque del telefilm completado con algún plano detalle, una secuencia inicial con poco o nulo sentido argumental si no es otro que el de contrariar los tradicionales comienzos en la serie. Toda la parafernalia de la secuencia inicial no tiene otra aparente intención que la de presentar a nuestro querido Colombo entre situaciones rayano lo cómico y algún incidente menor, nada excepcional.

Después de la gratuita traca inicial, el realizador nos lleva hasta los entresijos en las historias de poder y ascensos en la cadena CNC entre sus responsables creativos y de dirección. Es el caso de una de sus responsables, un deseo largo tiempo anhelado apoyándose en su socio. Por otro lado y desde su posición, Frank Flanagan (Patrick O’Neal), directivo de la cadena nos proporciona en plano medio y algún primer plano intercalado, los elementos necesarios que dan pie a la sorpresa envuelta en forma de inesperada buena noticia para uno y dura realidad para otra, dotando así a la trama los elementos necesarios que desencadenarán los inesperados desencuentros entre Kay Freestone (Trish Van Devere) y Mark McAndrews (Laurence Luckinbill.

Las cosas no siempre salen como se desean, presentándose la realidad ante la ambiciosa y desencantada Kay, a la que solo le cabe una respuesta, cuyo resultado hará entrar en acción al teniente Colombo (Peter Falk) quien en el esquivo juego de los despistes entre las dos partes, acapara los hechos y sus iniciales pruebas que darán pie a conocer las interioridades de la CNC que, como toda cadena del ramo, se mueve por los porcentajes de las audiencias y sus resultados en cualquier sentido, así, con todo el peso mediático, el esquivo juego de la protagonista por evitar al omnipresente Colombo resulta poco menos que inocuo para las investigaciones de este, tomados en largos plano secuencia a base de pequeños fragmentos a modo de continuidad argumental.

Después de su turbulenta relación con Mark, Kay da por hecho su ascenso en la escala directiva, que le planteará discretamente a Frank Flanagan, convirtiéndose así su deseo en un complicado camino de obstáculos para sus ambiciones, agravándose con la turbulenta relación mantenida junto a la desafortunada actriz Valerie Kirk (Lainie Kazan) en un sobreactuado rol poco convincente, a lo que debemos añadir, en un alarde de sagacidad a la que nos tiene acostumbrados, la exasperante presencia de Colombo en vida ajena, los resultados de una trampa cebo a la principal sospechosa que le hace ver la realidad, tras haber llegado al límite de la simulación, del silencio, de la venganza por haberse sentido apartada en un proyecto de previsible incumplimiento.

Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en cinco ocasiones, otro personaje lo hace en una ocasión. Además, Colombo cita también en una ocasión a un hermano suyo, a un sobrino en dos ocasiones, otro personaje lo cita (al sobrino) en una ocasión y, finalmente, Colombo cita en una ocasión a sus cinco hermanos y una hermana.
18 de diciembre de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lady in waiting (Una mujer espera) (1971) es el quinto episodio de la serie donde se trata el tema de la minusvaloración entre los miembros de la familia Chadwick. En los hechos premeditados de la desencadenante tragedia, su director Norman Lloyd nos muestra previamente la escenificación soñada y los pormenores de lo que convendríamos en llamar el parricidio perfecto con la perfecta coartada para eliminar al posesivo y dominante hermano Bryce Chadwick (Richard Anderson) que quiere regir los destinos del negocio familiar y (a su parecer) los de su irresponsable hermana Beth Chadwick (Susan Clark).

La realidad jamás fue como se la imaginó Beth, una serie de contratiempos, sobre el calculado modo de hacer desaparecer a su hermano, la obligan a improvisar y cambiar los planes del asesinato, dejando pistas, pequeñas pistas que ayudarán posteriormente al esclarecimiento del caso que nos ocupa, siendo la causa y el motivo para la intervención del sospechoso (en apariencia) y desaliñado teniente, apareciendo en escena haciendo labores que no le corresponden a su cargo, cosa que no le disgusta, para Colombo, toda situación, indicio y acción puede ser susceptible de llevarlo a alguna pista, dejándose llevar por el momento que a su vez le guía a introducirse en la vida personal de los Chadwick.

Esclarecidos y juzgados los hechos del ‘accidentado incidente’ y con vencido su prometido Peter Hamilton (Leslie Nielsen) sobre la muerte de Bryce Chadwick, la madre pretende regir los negocios de la familia, a lo que se opone firmemente su hija por los diferentes motivos que le recrimina sin el menor atisbo de delicadeza, extrañándose Peter por la desconocida forma de actuar de su prometida, a lo que Colombo asiste con disimulada discreción como elemento activo en sus pesquisas.

Los cabos sueltos de Colombo como una bombilla, un arrugado y mal doblado periódico, un llavero, la verde hierba del jardín o la discreta información ofrecida por el servicio de la casa: Charles (Joel Fluellen) y Hilda (Frances E. Nealy) entre algunos detalles ‘insignificantes’, ayudarán al persistente detective a esclarecer los hechos sobre la sospechosa desde el momento en el que Colombo atiende el caso, llamando poderosamente la atención a Peter, al teniente y a la Sra. Chadwick el cambio de actitud dominante, algo represiva y dominadora en Beth, elementos humanos y materiales perfectamente analizados desde la distraída actitud de Colombo para llegar a la solución del caso, que, como es costumbre en la serie, los espectadores conocen los motivos y las causas que desde el inicio derivarán en la solución de la perspicaz y minuciosa investigación en manos de Colombo.

Complemento genealógico: en una conversación coloquial Colombo se refiere a su familia como ‘numerosa’; en dos ocasiones cita a su mujer y en una a su madre.
5 de noviembre de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cara de acelga (1986) es el segundo largometraje del director José Sacristán donde nos presenta una película indomable por lo que representa: libertad sin ataduras a nada ni a nadie, sujetado solo a su pasado por un mechero, el recuerdo de su cantarina infancia y una compañía ambulante dispuesta a actuar donde le quisieran escuchar.

El director nos propone el viaje del trotamundos sin rumbo Antonio (José Sacristán), lo que se refleja en la primera escena al probar suerte en ambos lados de la carretera, mostrando así su inapetente elección por camino y destino, no idealizando, lo que le dará el suficiente margen para embarcarse en una serie de acontecimientos originados por los personajes, deseados o no, con los que se va encontrando en el camino dejándose llevar así por el devenir de los múltiples acontecimientos emocionales en su andadura viajera.

Agustín (Raul Sender), un conducto entre tantos, recoge a Antonio, proponiéndole conducir su coche aprovechando así para desfogarse de las neuras que lleva encima. Poco más ha de durar su compañía, despidiéndose ambos en un bar restaurante de carretera regentado por el Camarero y su esposa María ((José Segura y Maria Isbert) y un Cocinero melómano (Francisco Algora), impresionado por las evocadoras y absorbentes armonías de Brahms sonando continuamente en sus cascos, a los que en un arranque de solidaridad, nuestro trotamundos ayudará a las tareas del concurrido restaurante.

De vuelta en el camino y a bordo de un camión donde se celebra una boda de recién casados, todo es alegría y canto, llegando hasta un pueblo donde el destino coloca a Antonio en el lugar por donde años atrás, como en tantos otros lugares, actuó en el Teatro Circo Castañeda como ‘Castañita’ presentado como el “As infantil del cante”, produciéndose los momentos más emotivos y cinematográficos que por sí solos bastarían para recordar con desatada melancolía el recuerdo del lugar y de su ambulante pasado, suficiente para guionizar otra historia, junto a los personajes de los hermanos Acacia y Eusebio (Amparo Soler Leal y Emilio Gutiérrez Caba) encargados de llevar al pueblo la ilusión del cine. Unas horas más tarde Antonio se despide de Acacia, en el ambiente flota la melancolía del recuerdo, la despedida no deseada, los callados silencios entre las prisas del tiempo y la complicidad compartida por algo que se quedó en el pasado.

Sacristán hace un equilibrado cambio en el registro emocional al estilo de la más pura tragicomedia de la mano del impenitente Madariaga (Fernando Fernán Gómez), quien a poco convence a Antonio para participar en una transacción artística de poco fiar, momento en el que otro grupo de grandes actores completan el pasaje “artístico” del momento representando a Olga (Marisa Paredes) aficionada a la pintura y desmotivada esposa de Madariaga, Loles (Amparo Baro) al servicio de Madariaga y hermana del gorrón y extorsionador Paquito (Miguel Rellán), perfecto prototipo del gandul aprovechado en su máxima expresión.

Preciosa película con marcado reguero de sabiduría social de proximidad, sin exagerados abalorios, con buenos, malos, aprovechados vagos sacacuartos sin escrúpulos, confiadas monjitas, infidelidad del viajero, ‘arte volátil’ y libertad para el camino, además de otros tantos personajes que complementan más que un curioso e interesante metraje del gran actor de tantas y emotivas películas, José Sacristán; experiencia revertida como director, además de coguionista junto a Carlos Pérez Merino en Cara de acelga. Otros metrajes dirigidos en su día como Soldados de plomo (1983) y Yo me bajo en la próxima ¿y usted? (1992), nos da la imagen de un creador de atmósferas próximas, reconocibles y creíbles.

Quién sabe si en cualquier momento y llevados por la magia del cine, volvamos a ver al renacido niño cantante Castañita, que tuvo tanto que decir, tanto que cantar y tanto por demostrar, en un personaje de copla, que por afición, se refleja en el actor, director, guionista y entrañable coplero José Sacristán.
22 de marzo de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Murder under glass (Asesinato bajo cristal) (1978) es un telefilm dirigido por Johathan Demme, se trata del segundo telefilm de la séptima temporada y, cuarenta y dos de la serie, donde se narra entre deliciosos manjares creados por los grandes chefs del momento, una misteriosa muerte envuelta en inexplicables circunstancias que van más allá de toda lógica. Tres son los principales protagonistas en sus ámbitos profesionales: entre impresionantes platos Vittorio Rossi (Michael V. Gazzo), y su famosa cocina, entre micrófonos y pantallas de tv el periodista gastronómico Paul Gerarld (Louis Jordan) y, entre necesarias injerencias en la vida de los demás, enfundado en su sempiterna gabardina el teniente de policía Colombo (Peter Falk).

La gastronomía y su mundo en constante renovación, se mueve al son que marca el influenciable Paul Gerarld, para la cocina de Vittorio, el final de la contaminada dependencia parece que toca a su fin. Con un breve plano secuencia en plano medio, el realizador nos presenta a Eve Plummer (Shera Danese), colaboradora nada convencida en su rol como contable (y otras menudencias) del famoso periodista, enlazando con la escena en primerísimos planos y planos detalle donde (como es de rigor en la serie) Demme nos traslada al momento exclusivo para el espectador donde se nos muestra en generosos planos detalle, los macabros preparativos que cambiará la vida la de la rosticería Vittorio.

Demme utiliza varias escenas con diferentes planos, entre los cuales general, americano y medio, llevándonos hasta el escenario donde tras un duro enfrentamiento verbal entre comensales de insalvables consecuencias, asistimos (fuera de toda lógica aparente), al envenenamiento de Vittorio sin signos de violencia bajo la perpleja y asustadiza mirada de su sobrino Mario DeLuca (Anthony Alda) en una apropiada ambientación escenográfica que hace más creíble si cabe el trágico momento.

En el largo recorrido que le espera a Colombo en sus investigaciones en diferentes secuencias de exteriores, siempre estará arropado (en recuerdo del amigo fallecido por los amigos del difunto y sus manjares: galantina, champiñón relleno, caviar, salmón ahumado, o la exquisitez de algún selecto y noble (aunque peligroso) pez entre las interminables sugerencias al paladar del teniente de policía. El cerco al principal sospechoso se estrecha, las cada vez más convincentes pruebas en su contra, determinan la acción de Colombo con las importantes colaboraciones de los restauradores entre los cuales Albert (Larry D. Mann) Chez Vittorio, Max Duval (Richard Dysant) Chez Duvall, o Miss Choy (France Nuyen).

El gastronómico paseo por las cocinas del momento, concluye mediante el encuentro en el escenario inicial con dos comensales y algún cambio, para aclarar asuntos pendientes entre scaloppine de ternera con Colombo y Paul Gerarld, deliciosa y agradecida receta paterna del teniente, aderezado al gusto, bañado en espirituoso tinto donde se destaparán finalmente las malas artes de un sospechoso de asesinato, que no cejará hasta el último momento en ponerlas en práctica. De esta manera asistimos al final del colorido curso sobre gastronomía guiados por el guión de Robert Van Scoyk y la dirección de Johathan Demme: ¡bon appétit!

Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en cuatro ocasiones, otro personaje lo hace en una ocasión; además, Colombo cita a su padre en tres ocasiones y a su madre en una ocasión.
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