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10
16 de febrero de 2016
16 de febrero de 2016
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Matrix se ha convertido en mi trilogía favorita, y me fastidia lo infravaloradas que están Reloaded y Revolutions. Es cierto que pueden verse como "estirar el chicle" y abusar de efectos, pero si vamos al fondo de la historia, también es cierto que la primera era sólo un prólogo: ¿qué pasará con Sión? Si Neo es el Elegido, ¿cuál va a ser su misión final? Porque con el final de la primera no basta: es sólo el principio, es sólo decir: "será verdad que Neo es el Elegido; más adelante veremos cómo termina".
Es cierto que en esta película quizás no importan tanto los "personajes" en concreto (excepto Neo y alguno más) como el destino del pueblo de Sión o el final de la terrible guerra. Igual que en El Señor de los Anillos III cobra especial interés "qué pasará con el anillo". En el fondo, Matrix y ESDLA beben mucho más de lo mismo de lo que pueda parecer, ya que si algo me fascina de Matrix es hasta qué punto ha conseguido comprender y asimilar el mensaje del Cristianismo y trasladarlo a un escenario de fantasía, acción y suburbios. Y el final de Matrix Revolutions es una preciosidad, es pura poesía. Pero para eso sigo en spoiler.
Creo que caemos con demasiada facilidad en criticar por criticar, en sacarle punta a las cosas de forma irónica, y con ello nos perdemos el gran placer del espectador de ser engañado por el cuenta-historias hasta el punto de, paradójicamente, acercarnos un poco más a la verdad. Si el criterio para criticar "Matrix" son los efectos especiales (ya pequen de excesivos o de escasos), su similitud con otras películas, sus "sacadas de la manga" de personajes y conceptos, sus frases, etc etc, pues va a ser una mierda. Tanto esta película como cualquier otra. Si no nos medimos en primera persona con la misión, la vocación del protagonista, y sólo esperamos que nos den espectáculo para encima rajar de él, el trabajo de quien cuenta una historia no tendría ningún tipo de sentido.
Dicho esto, la Trilogía de Matrix, en su totalidad, me parece una de las mejores que se han hecho. Porque consigue esconder, detrás de un mundo 'fantástico' de máquinas y artes marciales, la antigua verdad de siempre. Muchas gracias, Wachowskis.
Es cierto que en esta película quizás no importan tanto los "personajes" en concreto (excepto Neo y alguno más) como el destino del pueblo de Sión o el final de la terrible guerra. Igual que en El Señor de los Anillos III cobra especial interés "qué pasará con el anillo". En el fondo, Matrix y ESDLA beben mucho más de lo mismo de lo que pueda parecer, ya que si algo me fascina de Matrix es hasta qué punto ha conseguido comprender y asimilar el mensaje del Cristianismo y trasladarlo a un escenario de fantasía, acción y suburbios. Y el final de Matrix Revolutions es una preciosidad, es pura poesía. Pero para eso sigo en spoiler.
Creo que caemos con demasiada facilidad en criticar por criticar, en sacarle punta a las cosas de forma irónica, y con ello nos perdemos el gran placer del espectador de ser engañado por el cuenta-historias hasta el punto de, paradójicamente, acercarnos un poco más a la verdad. Si el criterio para criticar "Matrix" son los efectos especiales (ya pequen de excesivos o de escasos), su similitud con otras películas, sus "sacadas de la manga" de personajes y conceptos, sus frases, etc etc, pues va a ser una mierda. Tanto esta película como cualquier otra. Si no nos medimos en primera persona con la misión, la vocación del protagonista, y sólo esperamos que nos den espectáculo para encima rajar de él, el trabajo de quien cuenta una historia no tendría ningún tipo de sentido.
Dicho esto, la Trilogía de Matrix, en su totalidad, me parece una de las mejores que se han hecho. Porque consigue esconder, detrás de un mundo 'fantástico' de máquinas y artes marciales, la antigua verdad de siempre. Muchas gracias, Wachowskis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Respecto a lo del final, pocas películas han sabido, sin salirse de la ficción, mostrar así el hecho del Cristianismo que celebramos en Viernes Santo y en Pascua (la entrega, muerte y resurrección de Jesús). Uno puede tener las creencias que tenga, pero no creo que por ello esta analogía deba dejar de ser interesante.
Neo se embarca en lo que intuye que debe ser su Destino final, despidiéndose solemnemente de los suyos (Morfeo y el resto de la tripulación). Trinity decide correr la misma suerte que él, como hiciera Sam con Frodo. Neo consigue llegar a la Ciudad de las Máquinas, el Monte del Destino, el Calvario, desvalido y físicamente incapaz, aunque su verdadera fuerza reside en el interior (el nivel espiritual, que aquí se corresponde con el mundo mental de Matrix). Incluso Trinity cumple su misión en la vida: acercar al Elegido a este lugar, que será la salvación de toda la raza humana. Este sentido de la vocación, que también encontramos de modo manifiesto en el Creador de Llaves, es una de las grandes perlas, por desgracia a menudo desapercibida, de Matrix: cada uno tiene una misión en esta vida: aunque pueda parecer simple, es imprescindible. ¿No sería increíble vivir con esta conciencia todos los desafíos del día a día?
Neo, así pues, muere por todos. Al principio cree que esa victoria debe ser a base de puñetazos, pero se da cuenta que el problema es de otro nivel. Por eso le tiende esa trampa al Maligno (a Smith), haciéndole pensar que la muerte física acabaría con él. Y Smith, claro, encantado de la vida de quitárselo de enmedio. Pero cae en la trampa, y después de "morir", Neo resucita con gloria, haciendo estallar al Maligno en pedazos, dando por concluída la guerra y abriendo la puerta a que "los que quieran quedar libres, quedarán libres".
Decía que el final es poético (sólo para una mente simple es "inconcluso") porque, más allá de lo mucho o poco que se entienda el diálogo final Oráculo-Arquitecto, la verdad latente es la misma: la lógica del Amor ha vencido a la lógica de la máquina. Ha roto sus esquemas: ¿una máquina se entregaría por salvar a su pueblo? Inconcebible. ¿Y ahora qué pasa con Neo? Esa es la parte poética. "¿Volveremos a verle?" "Algún día, seguro que sí". ¿Quién no ha experimentado esto en primera persona ante la muerte de alguien querido?
Neo se embarca en lo que intuye que debe ser su Destino final, despidiéndose solemnemente de los suyos (Morfeo y el resto de la tripulación). Trinity decide correr la misma suerte que él, como hiciera Sam con Frodo. Neo consigue llegar a la Ciudad de las Máquinas, el Monte del Destino, el Calvario, desvalido y físicamente incapaz, aunque su verdadera fuerza reside en el interior (el nivel espiritual, que aquí se corresponde con el mundo mental de Matrix). Incluso Trinity cumple su misión en la vida: acercar al Elegido a este lugar, que será la salvación de toda la raza humana. Este sentido de la vocación, que también encontramos de modo manifiesto en el Creador de Llaves, es una de las grandes perlas, por desgracia a menudo desapercibida, de Matrix: cada uno tiene una misión en esta vida: aunque pueda parecer simple, es imprescindible. ¿No sería increíble vivir con esta conciencia todos los desafíos del día a día?
Neo, así pues, muere por todos. Al principio cree que esa victoria debe ser a base de puñetazos, pero se da cuenta que el problema es de otro nivel. Por eso le tiende esa trampa al Maligno (a Smith), haciéndole pensar que la muerte física acabaría con él. Y Smith, claro, encantado de la vida de quitárselo de enmedio. Pero cae en la trampa, y después de "morir", Neo resucita con gloria, haciendo estallar al Maligno en pedazos, dando por concluída la guerra y abriendo la puerta a que "los que quieran quedar libres, quedarán libres".
Decía que el final es poético (sólo para una mente simple es "inconcluso") porque, más allá de lo mucho o poco que se entienda el diálogo final Oráculo-Arquitecto, la verdad latente es la misma: la lógica del Amor ha vencido a la lógica de la máquina. Ha roto sus esquemas: ¿una máquina se entregaría por salvar a su pueblo? Inconcebible. ¿Y ahora qué pasa con Neo? Esa es la parte poética. "¿Volveremos a verle?" "Algún día, seguro que sí". ¿Quién no ha experimentado esto en primera persona ante la muerte de alguien querido?

7.8
36,940
9
26 de septiembre de 2012
26 de septiembre de 2012
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos horas y veinte en las que apenas hay acción. Ritmo pausado. No hay escenas frenéticas ni música adrenalínica. Muchos han criticado esta película por el aburrimiento que, dicen, provoca en el espectador.
Esto pasa cuando no sabemos encajar el golpe de una película de 1984 contra una cabeza acostumbrada al cine del siglo XXI. Es una película sublime, pero exigente. Del mismo modo que hay cuadros que exigen ser observados con atención para captar su belleza y su significado por completo, París, Texas necesita que nos sumerjamos en la historia desde el primer minuto, desde esas escenas desconcertantes de un moribundo al que juzgamos a simple vista como un misterioso caso perdido.
El principal logro de París, Texas radica en el arco de transformación que sufre Travis (Harry Dean), desde el comienzo hasta el final, que se nos va revelando con detalles y con pequeñas decisiones del protagonista. Se trata, prácticamente, de una redención, o incluso una reconversión personal.
Al principio de todo, en efecto, Travis es un caso perdido, tan avergonzado de su propio destino que no se atreve a abrir la boca. Lo poco que tiene es una parcela comprada en París (Texas), una especie de intento de recuperar el paraíso perdido, donde sus padres hicieron el amor por primera vez y donde él hubiera querido ir a vivir con su antigua mujer, Jane, y su hijo. Es sugerente que esa foto de su parcela sea prácticamente lo único que tiene al principio de la película, como si fuera la ilusión de lo que podría haber sido su vida.
Después de varias horas, decide confiar en su hermano, Walt. Gracias a él va a reencontrarse con Hunter, su hijo al que no ve desde hace cuatro años. Él es lo único “real” que tiene por el momento de su oscuro pasado, y le costará un poco ganarse su confianza. De hecho, Hunter le evita a toda costa hasta que hacen un repaso a fotografías y películas de años atrás, en las que salen padre e hijo viviendo momentos tiernos. Este pequeño ejercicio de memoria, de volver a hacer presente aquello que quedó atrás, hace que Travis y su hijo retomen con fuerza su relación, descubriendo que, entre las muchas cosas que tienen en común, hay una que clama especial atención: el deseo de recuperar a Jane, la pieza perdida de esta peculiar familia.
Aquí, con total improvisación, Hunter decide acompañar a Travis a la búsqueda de Jane, con una incertidumbre que queda perfectamente reflejada cuando se encuentran en un desvío en el que dos coches rojos (en los que podría ir Jane) se han separado: es la intuición del pequeño la que decide cuál tomar. Y acierta. Hay que señalar que ni siquiera se han despedido bien de Walt y de Anne… Quizás hubiera faltado que Travis, un tanto más consciente de la crudeza de la situación, facilitara una despedida un poco más digna de sus segundos padres. Esta parte es la que queda un poco más “descolgada”, pero jamás se presenta como algo irreversible.
La transformación de Travis sigue desarrollándose hasta el final, en el que, por fin, puede volver a afirmarse como padre y esposo, aunque las cosas no vuelvan a ser como en los tiempos felices. En esto consiste su transformación: volverse a encontrar buscando en el presente lo que olvidó en el pasado.
Pero no termina aquí, porque al final presenciamos otra redención, que nos conmueve igual aunque no la hayamos seguido del mismo modo: la de Jane (Nastassja Kinski), una mujer que ahora vivía en el existencialismo emancipado más triste que uno puede imaginar. Aparece inesperadamente Travis tendiéndole la mano, ofreciéndole la custodia del hijo que perdió tanto tiempo atrás. Esa escena de vibrante diálogo a través de un cristal -que no ha sido pensado para fines tan honrados- merece ser clasificada como escena memorable de la historia del cine. Un total de unos veinte minutos sumando las dos visitas de Travis: en la primera, Jane viste de rojo, bastante acorde con su nuevo oficio, sugiriendo pasión, atrevimiento y desenfreno. En la segunda visita, en cambio, Jane viste de significativo negro: pasividad, penitencia, disposición a escuchar y, sobre todo, duelo, heridas censuradas que vuelven a la memoria. En esta escena, los silencios funcionan al milímetro, así como el juego de reflejos con el cristal que les separa en todo momento y que hace que, paradójicamente, no vuelvan a besarse, ni siquiera a tocarse. Es el momento de la súbita transformación de Jane, también gracias a un ejercicio justo de la memoria. Así, acepta hacerse cargo de su hijo, y también respeta la decisión de Travis de no ir a vivir con ellos. Ni siquiera se despide calurosamente de su hijo, sino que le deja una grabación en la que se estampa a la perfección cómo se ha producido ese cambio: “Fui yo quien os separó y es algo que os debo; debo reuniros de nuevo, pero no puedo quedarme con vosotros”.
La escena final cierra la película con una coherencia bellísima. París, Texas había comenzado con un hombre perdido caminando vagamente por una especie de desierto, sin procedencia ni destino nítido. Y termina con Travis abandonando Huston en coche, solitario y pensativo, pero con el corazón reconvertido, con la certeza de que ha obrado correctamente dejando a su amada y a su hijo en ese silencioso abrazo que habla más que cualquier música sentimental que se hubiera querido añadir.
Esto pasa cuando no sabemos encajar el golpe de una película de 1984 contra una cabeza acostumbrada al cine del siglo XXI. Es una película sublime, pero exigente. Del mismo modo que hay cuadros que exigen ser observados con atención para captar su belleza y su significado por completo, París, Texas necesita que nos sumerjamos en la historia desde el primer minuto, desde esas escenas desconcertantes de un moribundo al que juzgamos a simple vista como un misterioso caso perdido.
El principal logro de París, Texas radica en el arco de transformación que sufre Travis (Harry Dean), desde el comienzo hasta el final, que se nos va revelando con detalles y con pequeñas decisiones del protagonista. Se trata, prácticamente, de una redención, o incluso una reconversión personal.
Al principio de todo, en efecto, Travis es un caso perdido, tan avergonzado de su propio destino que no se atreve a abrir la boca. Lo poco que tiene es una parcela comprada en París (Texas), una especie de intento de recuperar el paraíso perdido, donde sus padres hicieron el amor por primera vez y donde él hubiera querido ir a vivir con su antigua mujer, Jane, y su hijo. Es sugerente que esa foto de su parcela sea prácticamente lo único que tiene al principio de la película, como si fuera la ilusión de lo que podría haber sido su vida.
Después de varias horas, decide confiar en su hermano, Walt. Gracias a él va a reencontrarse con Hunter, su hijo al que no ve desde hace cuatro años. Él es lo único “real” que tiene por el momento de su oscuro pasado, y le costará un poco ganarse su confianza. De hecho, Hunter le evita a toda costa hasta que hacen un repaso a fotografías y películas de años atrás, en las que salen padre e hijo viviendo momentos tiernos. Este pequeño ejercicio de memoria, de volver a hacer presente aquello que quedó atrás, hace que Travis y su hijo retomen con fuerza su relación, descubriendo que, entre las muchas cosas que tienen en común, hay una que clama especial atención: el deseo de recuperar a Jane, la pieza perdida de esta peculiar familia.
Aquí, con total improvisación, Hunter decide acompañar a Travis a la búsqueda de Jane, con una incertidumbre que queda perfectamente reflejada cuando se encuentran en un desvío en el que dos coches rojos (en los que podría ir Jane) se han separado: es la intuición del pequeño la que decide cuál tomar. Y acierta. Hay que señalar que ni siquiera se han despedido bien de Walt y de Anne… Quizás hubiera faltado que Travis, un tanto más consciente de la crudeza de la situación, facilitara una despedida un poco más digna de sus segundos padres. Esta parte es la que queda un poco más “descolgada”, pero jamás se presenta como algo irreversible.
La transformación de Travis sigue desarrollándose hasta el final, en el que, por fin, puede volver a afirmarse como padre y esposo, aunque las cosas no vuelvan a ser como en los tiempos felices. En esto consiste su transformación: volverse a encontrar buscando en el presente lo que olvidó en el pasado.
Pero no termina aquí, porque al final presenciamos otra redención, que nos conmueve igual aunque no la hayamos seguido del mismo modo: la de Jane (Nastassja Kinski), una mujer que ahora vivía en el existencialismo emancipado más triste que uno puede imaginar. Aparece inesperadamente Travis tendiéndole la mano, ofreciéndole la custodia del hijo que perdió tanto tiempo atrás. Esa escena de vibrante diálogo a través de un cristal -que no ha sido pensado para fines tan honrados- merece ser clasificada como escena memorable de la historia del cine. Un total de unos veinte minutos sumando las dos visitas de Travis: en la primera, Jane viste de rojo, bastante acorde con su nuevo oficio, sugiriendo pasión, atrevimiento y desenfreno. En la segunda visita, en cambio, Jane viste de significativo negro: pasividad, penitencia, disposición a escuchar y, sobre todo, duelo, heridas censuradas que vuelven a la memoria. En esta escena, los silencios funcionan al milímetro, así como el juego de reflejos con el cristal que les separa en todo momento y que hace que, paradójicamente, no vuelvan a besarse, ni siquiera a tocarse. Es el momento de la súbita transformación de Jane, también gracias a un ejercicio justo de la memoria. Así, acepta hacerse cargo de su hijo, y también respeta la decisión de Travis de no ir a vivir con ellos. Ni siquiera se despide calurosamente de su hijo, sino que le deja una grabación en la que se estampa a la perfección cómo se ha producido ese cambio: “Fui yo quien os separó y es algo que os debo; debo reuniros de nuevo, pero no puedo quedarme con vosotros”.
La escena final cierra la película con una coherencia bellísima. París, Texas había comenzado con un hombre perdido caminando vagamente por una especie de desierto, sin procedencia ni destino nítido. Y termina con Travis abandonando Huston en coche, solitario y pensativo, pero con el corazón reconvertido, con la certeza de que ha obrado correctamente dejando a su amada y a su hijo en ese silencioso abrazo que habla más que cualquier música sentimental que se hubiera querido añadir.
22 de mayo de 2012
22 de mayo de 2012
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mala a matar, pero con toques cómicos, como la previsibilidad de que siempre aparecerá el Capitán Pescanova por las espaldas, al son de la música, como si un hombre de su edad no tuviera otra cosa que hacer.
En fin, si lo habéis visto ya sabéis: un filme que derrocha sorpresa a la par que verosimilitud. Atreverse a hacer la tercera secuela (aún peor, por lo que decís) me parece una gesta digna de figurar en los libros de Historia.
En fin, si lo habéis visto ya sabéis: un filme que derrocha sorpresa a la par que verosimilitud. Atreverse a hacer la tercera secuela (aún peor, por lo que decís) me parece una gesta digna de figurar en los libros de Historia.

7.0
20,118
8
18 de febrero de 2025
18 de febrero de 2025
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fuimos a verla un grupo de católicos de una parroquia de Barcelona, con la idea de ver qué imagen se da en la peli de lo que es un cónclave, de la Iglesia, etc, y posteriormente hacer un debate al respecto. Lo del pensamiento crítico que tan de moda está, vamos. Pensar un poco antes de tragarse cualquier porquería.
Sobre decir que la película, en cuanto a producción y valor narrativo y visual, es brutal. No me explayaré al respecto, que para eso la crítica está siendo bastante unánime. Te mantiene atrapado y está todo muy bien llevado, desde los actores, los encuadres, los silencios, las miradas, etc.
Voy a utilizar varios fragmentos de la entrevista a Edward Berger, el director, concedida al diario Público (uno de los medios que con más alegría se lanzan sobre cualquier producto anti-clerical).
Dice el director: "Para mí, el cónclave o la iglesia son solo el envoltorio exterior. Se trata de conocer a un grupo de hombres que sucumbe a la seducción de la ambición. Son hombres que quieren esa posición poderosa. Eso es interesante porque es universal. Podría tener lugar en muchos sitios". Eso hay que tenerlo en cuenta, ya que es una película de base hipotética, no basada en hechos reales que hayan tenido lugar en un cónclave de verdad.
Un apunte sobre dicha entrevista. Ojo con el morbo infantil del supuesto poder temporal del Papa (en oposición al "poder espiritual", por hacer la distinción clásica). Dice el director de la entrevista que se trata de "la elección más secreta de la persona más poderosa del mundo". Vamos a ver. "La persona más poderosa del mundo" podría haber sido el Papa, aun con reservas, en ciertos momentos de la Edad Media, cuando el Pontífice estaba a cargo de un imperio y era un estratega más en el mapa geopolítico europeo. Son episodios poco luminosos en este sentido, pero nada más lejos de la realidad del siglo XXI. ¿Alguien puede afirmar, sin hacer el ridículo más absoluto, que el Papa Francisco tiene más "poder" que Trump, Jinping, Putin, Musk, o cualquier presidente del gobierno de un país desarrollado, o de una multinacional, o de un conglomerado de comunicación? Por favor. Ojalá fuera así, también te digo, porque el Papa no hace más que pedir que se terminen las guerras y las injusticias sociales, y ya vemos cómo está el panorama. No dejes que te tomen el pelo, hazte ese favor.
ASPECTOS CONSTRUCTIVOS DE LA PELÍCULA (también para un católico):
- La batalla espiritual se libra, en primer lugar, en el corazón de todo hombre. Esto se percibe, sobre todo, en el personaje protagonista del Cardenal Lawrence, quien en todo momento intenta hacer "lo correcto" según le indica su conciencia.
- El ser humano, herido por el pecado, puede ser profundamente mezquino, de ahí la necesidad de ser salvados y redimidos por la sangre de Jesucristo.
- Todos, absolutamente todos, hasta el más "santo y virtuoso", somos capaces de corrompernos y caer en las actitudes que se reflejan en la película, dejarnos seducir por la avaricia o cualquier otro pecado capital.
- La Iglesia, en su dimensión de "organización humana" (sin dejar de lado la guía del Espíritu Santo), puede ser (y por desgracia ha sido muchas veces, y seguirá siendo en la medida en que los hombres somos pecadores) escenario de situaciones penosas, como las retratadas en la película. Dicho lo cual, es más interesante tratar de construirla humilde y activamente, y rezar por ella y por el Papa, que limitarse a apuntar dichas debilidades (que es, por otro lado, el recurso fácil).
FACTORES QUE, TRISTEMENTE, LA PELÍCULA NO TE CUENTA
- Al Espíritu Santo apenas se le nombra, y es el propio Espíritu de Dios, al que los cardenales se acogen y que, de una forma misteriosa y que nunca alcanzaremos a entender del todo, asiste a la Iglesia incluso en los momentos más oscuros, también en la elección de un Pontífice, sirviéndose de las distintas libertades de los hombres implicados en ello. Baste ver que la Iglesia siga viva y llena de obras buenas 2.000 años después de que Jesús pisara esta tierra, con todo lo que ha llovido desde entonces (si lo de "obras buenas" te ha arrancado una sonrisa sarcástica y descreída, busca en Youtube la serie "Hagan Lío" o cualquier web o documental sobre la obra social de la Iglesia actualmente).
- El famoso sermón de Lawrence, afirmando que "la certeza es el mayor enemigo de la tolerancia, porque incluso Cristo dudó en la cruz". Ante todo, aclaremos que el citado "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" corresponde al Salmo 22, y Jesucristo lo pronuncia en la Cruz para "cumplir las escrituras", en un momento en que está sufriendo lo indecible, pero en ningún caso duda de la voluntad de Dios Padre. Dicho esto, cuidado con la falacia y el relativismo resultantes de rechazar cualquier posible certeza. Una cosa es tener una actitud de acogida y misericordia con el que piensa o actúa diferente (nada más cristiano que eso), pero dar un salto mortal y decir que "cualquier opción es igualmente válida" es una soberana estupidez (y ni siquiera la gente más progre te lo compra, ¿en qué consiste, sino, el feminismo o la oposición unánime a los famosos "discursos del odio"?). Cristo dijo de sí mismo que es "EL Camino, LA Verdad y LA Vida", no "un camino tan bueno como cualquier otro, una verdad que está bien si encaja en tu modo de vida, etc". Cristo abrazaba y miraba con ternura y perdón hasta al más pecador, pero siempre animándole a dejar atrás todo pecado que le separase de Él, no validándolo. No existe, por tanto, la oposición entre "certeza y tolerancia", sí la existe entre "intolerancia" y "tolerancia", como las propias palabras indican. De nuevo; una herramienta efectista a nivel de guion, pero intrínsecamente engañosa.
Sobre decir que la película, en cuanto a producción y valor narrativo y visual, es brutal. No me explayaré al respecto, que para eso la crítica está siendo bastante unánime. Te mantiene atrapado y está todo muy bien llevado, desde los actores, los encuadres, los silencios, las miradas, etc.
Voy a utilizar varios fragmentos de la entrevista a Edward Berger, el director, concedida al diario Público (uno de los medios que con más alegría se lanzan sobre cualquier producto anti-clerical).
Dice el director: "Para mí, el cónclave o la iglesia son solo el envoltorio exterior. Se trata de conocer a un grupo de hombres que sucumbe a la seducción de la ambición. Son hombres que quieren esa posición poderosa. Eso es interesante porque es universal. Podría tener lugar en muchos sitios". Eso hay que tenerlo en cuenta, ya que es una película de base hipotética, no basada en hechos reales que hayan tenido lugar en un cónclave de verdad.
Un apunte sobre dicha entrevista. Ojo con el morbo infantil del supuesto poder temporal del Papa (en oposición al "poder espiritual", por hacer la distinción clásica). Dice el director de la entrevista que se trata de "la elección más secreta de la persona más poderosa del mundo". Vamos a ver. "La persona más poderosa del mundo" podría haber sido el Papa, aun con reservas, en ciertos momentos de la Edad Media, cuando el Pontífice estaba a cargo de un imperio y era un estratega más en el mapa geopolítico europeo. Son episodios poco luminosos en este sentido, pero nada más lejos de la realidad del siglo XXI. ¿Alguien puede afirmar, sin hacer el ridículo más absoluto, que el Papa Francisco tiene más "poder" que Trump, Jinping, Putin, Musk, o cualquier presidente del gobierno de un país desarrollado, o de una multinacional, o de un conglomerado de comunicación? Por favor. Ojalá fuera así, también te digo, porque el Papa no hace más que pedir que se terminen las guerras y las injusticias sociales, y ya vemos cómo está el panorama. No dejes que te tomen el pelo, hazte ese favor.
ASPECTOS CONSTRUCTIVOS DE LA PELÍCULA (también para un católico):
- La batalla espiritual se libra, en primer lugar, en el corazón de todo hombre. Esto se percibe, sobre todo, en el personaje protagonista del Cardenal Lawrence, quien en todo momento intenta hacer "lo correcto" según le indica su conciencia.
- El ser humano, herido por el pecado, puede ser profundamente mezquino, de ahí la necesidad de ser salvados y redimidos por la sangre de Jesucristo.
- Todos, absolutamente todos, hasta el más "santo y virtuoso", somos capaces de corrompernos y caer en las actitudes que se reflejan en la película, dejarnos seducir por la avaricia o cualquier otro pecado capital.
- La Iglesia, en su dimensión de "organización humana" (sin dejar de lado la guía del Espíritu Santo), puede ser (y por desgracia ha sido muchas veces, y seguirá siendo en la medida en que los hombres somos pecadores) escenario de situaciones penosas, como las retratadas en la película. Dicho lo cual, es más interesante tratar de construirla humilde y activamente, y rezar por ella y por el Papa, que limitarse a apuntar dichas debilidades (que es, por otro lado, el recurso fácil).
FACTORES QUE, TRISTEMENTE, LA PELÍCULA NO TE CUENTA
- Al Espíritu Santo apenas se le nombra, y es el propio Espíritu de Dios, al que los cardenales se acogen y que, de una forma misteriosa y que nunca alcanzaremos a entender del todo, asiste a la Iglesia incluso en los momentos más oscuros, también en la elección de un Pontífice, sirviéndose de las distintas libertades de los hombres implicados en ello. Baste ver que la Iglesia siga viva y llena de obras buenas 2.000 años después de que Jesús pisara esta tierra, con todo lo que ha llovido desde entonces (si lo de "obras buenas" te ha arrancado una sonrisa sarcástica y descreída, busca en Youtube la serie "Hagan Lío" o cualquier web o documental sobre la obra social de la Iglesia actualmente).
- El famoso sermón de Lawrence, afirmando que "la certeza es el mayor enemigo de la tolerancia, porque incluso Cristo dudó en la cruz". Ante todo, aclaremos que el citado "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" corresponde al Salmo 22, y Jesucristo lo pronuncia en la Cruz para "cumplir las escrituras", en un momento en que está sufriendo lo indecible, pero en ningún caso duda de la voluntad de Dios Padre. Dicho esto, cuidado con la falacia y el relativismo resultantes de rechazar cualquier posible certeza. Una cosa es tener una actitud de acogida y misericordia con el que piensa o actúa diferente (nada más cristiano que eso), pero dar un salto mortal y decir que "cualquier opción es igualmente válida" es una soberana estupidez (y ni siquiera la gente más progre te lo compra, ¿en qué consiste, sino, el feminismo o la oposición unánime a los famosos "discursos del odio"?). Cristo dijo de sí mismo que es "EL Camino, LA Verdad y LA Vida", no "un camino tan bueno como cualquier otro, una verdad que está bien si encaja en tu modo de vida, etc". Cristo abrazaba y miraba con ternura y perdón hasta al más pecador, pero siempre animándole a dejar atrás todo pecado que le separase de Él, no validándolo. No existe, por tanto, la oposición entre "certeza y tolerancia", sí la existe entre "intolerancia" y "tolerancia", como las propias palabras indican. De nuevo; una herramienta efectista a nivel de guion, pero intrínsecamente engañosa.

8.3
35,925
8
22 de septiembre de 2012
22 de septiembre de 2012
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
James Stewart encarna a Stoddard, un senador estadounidense. Todo el filme es un flashback que justifica su asistencia al funeral de su amigo Tom Doniphon (John Wayne). Además, explica que él llegó a ser senador por su fama como el hombre que mató a Liberty Valance, un temido delincuente.
La fuerza de este clásico del western radica en el elenco artístico (Ford, Stewart, Wayne, etc.) y, sobre todo, en el guion y la interpretación (que a ojos nuestros puede ser muy teatralizada, pero resulta bastante cómica y, además, se ahorran muchísimos planos cerrados que llegarían a ser agobiantes). También es importante el título: se empieza la película con la expectativa de que Liberty Valance va a morir. Quizás por eso apenas asusta la escena del “duelo” con Stoddard: sabemos que vencerá éste, porque sino no tendría todo el protagonismo. Como veremos al final, no ha sido él, y eso le hace caer en la cuenta de que todo el mundo le quiere por algo que él no ha hecho. Sin embargo, Tom le dice que tiene que seguir adelante, pues es un hombre justo y muy válido para la política.
Es interesante la paradoja que ha engendrado a algunos personajes y situaciones: el comisario, que debería ser el temor de los delincuentes, es un miedica. O la simple llegada de Stoddard, un hombre licenciado en leyes llega a un lugar donde éstas brillan por su nula autoridad. El motor de Stoddard es, en todo momento, el sentido de la justicia, que le hace cortar con situaciones tan absurdas como la del bistec y querer evitar a toda costa empuñar un revólver. Por este motivo es fácil empatizar con él, y no hace falta que sea estrictamente el hombre que mató a Liberty Valance.
La fuerza de este clásico del western radica en el elenco artístico (Ford, Stewart, Wayne, etc.) y, sobre todo, en el guion y la interpretación (que a ojos nuestros puede ser muy teatralizada, pero resulta bastante cómica y, además, se ahorran muchísimos planos cerrados que llegarían a ser agobiantes). También es importante el título: se empieza la película con la expectativa de que Liberty Valance va a morir. Quizás por eso apenas asusta la escena del “duelo” con Stoddard: sabemos que vencerá éste, porque sino no tendría todo el protagonismo. Como veremos al final, no ha sido él, y eso le hace caer en la cuenta de que todo el mundo le quiere por algo que él no ha hecho. Sin embargo, Tom le dice que tiene que seguir adelante, pues es un hombre justo y muy válido para la política.
Es interesante la paradoja que ha engendrado a algunos personajes y situaciones: el comisario, que debería ser el temor de los delincuentes, es un miedica. O la simple llegada de Stoddard, un hombre licenciado en leyes llega a un lugar donde éstas brillan por su nula autoridad. El motor de Stoddard es, en todo momento, el sentido de la justicia, que le hace cortar con situaciones tan absurdas como la del bistec y querer evitar a toda costa empuñar un revólver. Por este motivo es fácil empatizar con él, y no hace falta que sea estrictamente el hombre que mató a Liberty Valance.
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