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7
9 de enero de 2022
9 de enero de 2022
29 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Hugh Legat y Paul von Hartmann, antiguos compañeros de universidad en Oxford, ocupan en 1938 cargos de confianza en los entornos del primer ministro británico, Neville Chamberlain, y el fuhrer alemán Adolf Hitler. Cuando ambos mandatarios se citan en la conferencia de Munich, convocada para dirimir el asunto de los sudetes checoslovacos, los destinos de Hugh y Paul vuelven a cruzarse tras un tiempo de distanciamiento por discrepancias ideológicas.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Acudía a ver la película con una mezcla de esperanzadas expectativas y enconados temores. Las primeras, más allá del ya citado interés en la trama histórica, se fundamentaban en un trailer que parecía preludiar un relato interesante, no del todo trillado, y en unas críticas que, sin entregarse con piernas abiertas, sí avalaban la posibilidad de entregarle dos horas de mi vida a este Christian Schwochow que recientemente me dejó buen sabor de boca con ‘Una lección de alemán’. Los miedos, por su parte, se debían al recelo con que siempre me acerco a todo lo que provenga de Netflix, a la que tengo catalogada como una especie de granja que factura productos de consumo mainstream de forma intensiva, y también a que mi primer topetazo con este director, con su procelosa ‘Al otro lado del muro’, no fue tan satisfactorio como el reciente.
Una vez vista, he de decir que se han demostrado más acertadas las ilusiones que los congojos, y que la balanza con el señor Schwochow va decantándose del lado favorable, sin que ello signifique que le haga hueco en mi nómina de cineastas de obligado visionado.
La trama arranca en 1932, en una alcoholizada celebración en el campus de Oxford, donde encontramos a los dos protagonistas ya dejando entrever sus diferentes enfoques sociopolíticos. Pronto saltamos al momento en que va a desarrollarse la historia, seis años más tarde, cuando Hitler no para de lanzar bravuconadas, y las democracias occidentales están inmersas en aquella actitud de apaciguamiento que ya sabemos que no funcionó. He ahí, precisamente, uno de los puntos interesantes que le reconozco a la película: nos contextualiza bastante bien situaciones que se dieron en aquellos momentos previos a la Segunda Guerra Mundial. Vemos, por ejemplo, cómo el primer ministro británico no era considerado por la sociedad como un parias acongojado ante el insolente fuhrer, y culpable por tanto de que éste se creyera con derecho a conquistar lo que le diera la gana. Antes al contrario, el pueblo le agradecía a Chamberlain su actitud pacifista, y él se vanagloriaba en sus discursos de sus obstinados esfuerzos por evitar un conflicto que causaría muerte y sufrimiento. En la misma línea, hay escenas de la película que nos recuerdan de forma directa, sin sutilezas, dos realidades de aquel tiempo que no conviene olvidar: una, que el antisemitismo estaba muy extendido entre gran parte de la población europea, no solo entre quienes militaban en movimientos fascistoides (la secuencia en la que unos judíos son obligados a fregar la vía pública ante el alborozo generalizado es muy clarificadora al respecto); y la otra, que Hitler no llegó al poder en Alemania a través de un golpe de estado, como hicieron otros…, sino que ganó unas elecciones, es decir que contaba con el apoyo y la simpatía de una mayoría de alemanes (el flashback que nos cuenta la pelea que mantenía enfadados a los protagonistas transcurre en un bar donde la mayor parte de los parroquianos sustentan las tesis de Paul de que el ideario nacional socialista iba a devolver la confianza y el orgullo al pueblo alemán, aún humillado por la resolución de la Primera Guerra Mundial).
Volviendo a la narración que aborda Schwochow, que me voy por los cerros de Úbeda, reencontramos a los antiguos compañeros universitarios ya más creciditos, y protagonistas ambos de fulgurantes carreras que les han acercado a los centros de poder en sus respectivos países. Eso nos permite colarnos en Downing Street y en dependencias privadas de Hitler, y vivir de cerca cómo Reino Unido trataba de apaciguar las invectivas del fuhrer para evitar una nueva guerra europea. Concretamente, en el momento de la narración está en el candelero la ambición alemana sobre los sudetes checoslovacos, que sabemos que fue el último órdago que las democracias consintieron al Reich. Lo hicieron en la Conferencia de Munich, que ha pasado a la historia como un episodio aciago de la diplomacia, una irresponsabilidad de Chamberlain y Daladier. Y la película nos permite vivir desde dentro aquella reunión, lo cual es un deleite para mi alma historicista, que en ese momento no paraba de decir aquello de “ves cómo había que venir a esta, y no a la rareza georgiana”. Mi yo cinéfilo callaba, qué remedio…
El guión se condimenta con un elemento de intriga, en plan thriller, debido a que Paul se hace con un documento que pone negro sobre blanco las verdaderas intenciones de Hitler en Europa, su decidida intención de ampliar el espacio vital alemán. Se ha desengañado de su antigua filiación nazi, y con el objetivo de que las democracias occidentales no alcancen ningún acuerdo con el fuhrer en Munich, se dispone a hacerles llegar ese clarificador documento, para lo que recurre a su viejo amigo Hugh, estrecho colaborador de Chamberlain. Con ese matiz de suspense, Robert Harris capta lectores para su novela más allá de quienes se interesan por la historiografía del siglo XX (el guión es una adaptación de dicha novela, ‘Munich’), y por tanto la película suma público a las salas incluso entre quienes no tienen ni idea de qué fue aquella conferencia.
Hugh Legat y Paul von Hartmann, antiguos compañeros de universidad en Oxford, ocupan en 1938 cargos de confianza en los entornos del primer ministro británico, Neville Chamberlain, y el fuhrer alemán Adolf Hitler. Cuando ambos mandatarios se citan en la conferencia de Munich, convocada para dirimir el asunto de los sudetes checoslovacos, los destinos de Hugh y Paul vuelven a cruzarse tras un tiempo de distanciamiento por discrepancias ideológicas.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Acudía a ver la película con una mezcla de esperanzadas expectativas y enconados temores. Las primeras, más allá del ya citado interés en la trama histórica, se fundamentaban en un trailer que parecía preludiar un relato interesante, no del todo trillado, y en unas críticas que, sin entregarse con piernas abiertas, sí avalaban la posibilidad de entregarle dos horas de mi vida a este Christian Schwochow que recientemente me dejó buen sabor de boca con ‘Una lección de alemán’. Los miedos, por su parte, se debían al recelo con que siempre me acerco a todo lo que provenga de Netflix, a la que tengo catalogada como una especie de granja que factura productos de consumo mainstream de forma intensiva, y también a que mi primer topetazo con este director, con su procelosa ‘Al otro lado del muro’, no fue tan satisfactorio como el reciente.
Una vez vista, he de decir que se han demostrado más acertadas las ilusiones que los congojos, y que la balanza con el señor Schwochow va decantándose del lado favorable, sin que ello signifique que le haga hueco en mi nómina de cineastas de obligado visionado.
La trama arranca en 1932, en una alcoholizada celebración en el campus de Oxford, donde encontramos a los dos protagonistas ya dejando entrever sus diferentes enfoques sociopolíticos. Pronto saltamos al momento en que va a desarrollarse la historia, seis años más tarde, cuando Hitler no para de lanzar bravuconadas, y las democracias occidentales están inmersas en aquella actitud de apaciguamiento que ya sabemos que no funcionó. He ahí, precisamente, uno de los puntos interesantes que le reconozco a la película: nos contextualiza bastante bien situaciones que se dieron en aquellos momentos previos a la Segunda Guerra Mundial. Vemos, por ejemplo, cómo el primer ministro británico no era considerado por la sociedad como un parias acongojado ante el insolente fuhrer, y culpable por tanto de que éste se creyera con derecho a conquistar lo que le diera la gana. Antes al contrario, el pueblo le agradecía a Chamberlain su actitud pacifista, y él se vanagloriaba en sus discursos de sus obstinados esfuerzos por evitar un conflicto que causaría muerte y sufrimiento. En la misma línea, hay escenas de la película que nos recuerdan de forma directa, sin sutilezas, dos realidades de aquel tiempo que no conviene olvidar: una, que el antisemitismo estaba muy extendido entre gran parte de la población europea, no solo entre quienes militaban en movimientos fascistoides (la secuencia en la que unos judíos son obligados a fregar la vía pública ante el alborozo generalizado es muy clarificadora al respecto); y la otra, que Hitler no llegó al poder en Alemania a través de un golpe de estado, como hicieron otros…, sino que ganó unas elecciones, es decir que contaba con el apoyo y la simpatía de una mayoría de alemanes (el flashback que nos cuenta la pelea que mantenía enfadados a los protagonistas transcurre en un bar donde la mayor parte de los parroquianos sustentan las tesis de Paul de que el ideario nacional socialista iba a devolver la confianza y el orgullo al pueblo alemán, aún humillado por la resolución de la Primera Guerra Mundial).
Volviendo a la narración que aborda Schwochow, que me voy por los cerros de Úbeda, reencontramos a los antiguos compañeros universitarios ya más creciditos, y protagonistas ambos de fulgurantes carreras que les han acercado a los centros de poder en sus respectivos países. Eso nos permite colarnos en Downing Street y en dependencias privadas de Hitler, y vivir de cerca cómo Reino Unido trataba de apaciguar las invectivas del fuhrer para evitar una nueva guerra europea. Concretamente, en el momento de la narración está en el candelero la ambición alemana sobre los sudetes checoslovacos, que sabemos que fue el último órdago que las democracias consintieron al Reich. Lo hicieron en la Conferencia de Munich, que ha pasado a la historia como un episodio aciago de la diplomacia, una irresponsabilidad de Chamberlain y Daladier. Y la película nos permite vivir desde dentro aquella reunión, lo cual es un deleite para mi alma historicista, que en ese momento no paraba de decir aquello de “ves cómo había que venir a esta, y no a la rareza georgiana”. Mi yo cinéfilo callaba, qué remedio…
El guión se condimenta con un elemento de intriga, en plan thriller, debido a que Paul se hace con un documento que pone negro sobre blanco las verdaderas intenciones de Hitler en Europa, su decidida intención de ampliar el espacio vital alemán. Se ha desengañado de su antigua filiación nazi, y con el objetivo de que las democracias occidentales no alcancen ningún acuerdo con el fuhrer en Munich, se dispone a hacerles llegar ese clarificador documento, para lo que recurre a su viejo amigo Hugh, estrecho colaborador de Chamberlain. Con ese matiz de suspense, Robert Harris capta lectores para su novela más allá de quienes se interesan por la historiografía del siglo XX (el guión es una adaptación de dicha novela, ‘Munich’), y por tanto la película suma público a las salas incluso entre quienes no tienen ni idea de qué fue aquella conferencia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sin duda, es mayor mi disfrute por todo lo que tiene que ver con lo histórico que con lo puramente cinematográfico. Nunca me aburro, creo que la historia está contada de manera eficaz, que la ambientación está lograda, y que las dosis de intriga están hábilmente distribuidas. Pero vamos, no es un producto audiovisual de ésos que me elevan en la butaca, que me llegan dentro, que me emocionan. Mi yo cinéfilo hacía “ejem, ejem” de vez en cuando… Por ejemplo, con el repetidísimo lugar común de la esposa sufriente que reprocha al marido inmerso en una gran historia que no se preocupe más por su familia; o con la inclusión de una heroína anónima, a la que apenas se dedica espacio en la película, pero que sirve para cubrir la cuota de protagonismo femenino políticamente recomendable en estos tiempos; o ante decisiones del director como mover la cámara en varias escenas como si el operador sufriera de parkinson, o acelerar el montaje en ciertos momentos, todo ello tan característico de la producción granjera de Netflix, que necesita agitar al espectador para que no se aburra y busque otro producto en el algoritmo.
Incluso mi lado historicista termina rebrincándose en los últimos instantes del metraje, cuando el guión lleva a cabo un viraje para transformar la actitud apaciguante de Chamberlain en una exitosa estratagema que dio gloriosos resultado en 1945. Me resulta moralizante y simplista, y me vuelve a recordar que estoy ante una película mainstream, con las concesiones que siempre se derivan de ello.
Llegamos así al final de una experiencia cinematográfica que, pese a los diversos peros expresados, puedo considerar satisfactoria. Hubo pasajes que disfruté, en todo momento mantuve el interés en cuotas álgidas, y me sumergí durante dos horas en un momento de la historia que me apasiona… siempre y cuando sea simplemente eso: historia, pasado, lecciones que estudiar. El problema es que a menudo encuentro paralelismos entre aquellos años de entreguerras y determinados aspectos de nuestro día a día. Principalmente, veo con preocupación cómo se evaporado cualquier rubor ante el hecho de sentir pulsiones propias de los regímenes fascistas. Quienes sienten superioridad por su cuna respecto de quienes nacieron lejos y vienen a buscar una vida mejor no solo no tratan de disimularlo, sino que hacen envalentonado proselitismo, casi siempre en forma de bulos y teorías conspiranoides como la de ‘el gran reemplazo’. Las apelaciones a la violencia, física o verbal, cada vez espantan menos, se normalizan incluso en medios de comunicación o parlamentos. Ganar protagonismo en las nuevas ágoras, las redes sociales, exige métodos que llamen la atención, y la reflexión sesuda, la empatía hacia los postulados discrepantes, la moderación en tonos y propuestas… generan muy pocos likes. Los grandes terremotos sociopolíticos necesitan un combustible que vaya larvándose, buenas paletadas de nacionalismo desacomplejado en distintas trincheras, y una mecha en forma de crisis económica que agudice sufrimientos e injusticias. Durante los últimos diez años hemos tenido un poco de todo eso, y ahora están de moda mandatarios que destaquen por sus exabruptos y extravagancias. Me esfuerzo por no sacar las cosas de quicio, y me siento víctima de la tendencia a la paranoya que también define a nuestro mundo. Pero no puedo evitar sentir cierto congojo cuando, merced a ver una película ambientada en los años 30 como ‘Munich en vísperas de una guerra’, me pongo a pensar…
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/01/08/critica-de-cine-munich-en-visperas-de-una-guerra/
Incluso mi lado historicista termina rebrincándose en los últimos instantes del metraje, cuando el guión lleva a cabo un viraje para transformar la actitud apaciguante de Chamberlain en una exitosa estratagema que dio gloriosos resultado en 1945. Me resulta moralizante y simplista, y me vuelve a recordar que estoy ante una película mainstream, con las concesiones que siempre se derivan de ello.
Llegamos así al final de una experiencia cinematográfica que, pese a los diversos peros expresados, puedo considerar satisfactoria. Hubo pasajes que disfruté, en todo momento mantuve el interés en cuotas álgidas, y me sumergí durante dos horas en un momento de la historia que me apasiona… siempre y cuando sea simplemente eso: historia, pasado, lecciones que estudiar. El problema es que a menudo encuentro paralelismos entre aquellos años de entreguerras y determinados aspectos de nuestro día a día. Principalmente, veo con preocupación cómo se evaporado cualquier rubor ante el hecho de sentir pulsiones propias de los regímenes fascistas. Quienes sienten superioridad por su cuna respecto de quienes nacieron lejos y vienen a buscar una vida mejor no solo no tratan de disimularlo, sino que hacen envalentonado proselitismo, casi siempre en forma de bulos y teorías conspiranoides como la de ‘el gran reemplazo’. Las apelaciones a la violencia, física o verbal, cada vez espantan menos, se normalizan incluso en medios de comunicación o parlamentos. Ganar protagonismo en las nuevas ágoras, las redes sociales, exige métodos que llamen la atención, y la reflexión sesuda, la empatía hacia los postulados discrepantes, la moderación en tonos y propuestas… generan muy pocos likes. Los grandes terremotos sociopolíticos necesitan un combustible que vaya larvándose, buenas paletadas de nacionalismo desacomplejado en distintas trincheras, y una mecha en forma de crisis económica que agudice sufrimientos e injusticias. Durante los últimos diez años hemos tenido un poco de todo eso, y ahora están de moda mandatarios que destaquen por sus exabruptos y extravagancias. Me esfuerzo por no sacar las cosas de quicio, y me siento víctima de la tendencia a la paranoya que también define a nuestro mundo. Pero no puedo evitar sentir cierto congojo cuando, merced a ver una película ambientada en los años 30 como ‘Munich en vísperas de una guerra’, me pongo a pensar…
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/01/08/critica-de-cine-munich-en-visperas-de-una-guerra/
23 de junio de 2019
23 de junio de 2019
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maria Linde emigró de su Varsovia natal a la Toscana italiana por motivos políticos, cuando a principios de los 80 las autoridades soviéticas decretaron la ley marcial en Polonia. Décadas después, es una poetisa galardonada con el premio Nobel que vive libérrima, feliz y perfectamente aceptada en Volterra, un precioso pueblecito próximo a Pisa y al Mediterráneo. Pero un impactante suceso acaecido en Roma va a sacar su vena contestataria, con múltiples consecuencias…
No lo parece al principio, pero estamos ante una política profundamente política, con ramificaciones de muy variada procedencia: el pasado familiar de la protagonista, judíos supervivientes al Holocausto; la orbitante presencia de una jaula ideada en recuerdo de la que mantuvo encerrado al poeta fascista Ezra Pound; la llegada de refugiados a Europa a través del Mediterráneo, recibidos de forma muy diferente a como fue acogida la propia protagonista cuando huyó del comunismo; la incidencia de la seguridad como un mantra en el primer mundo, máxime cuando se producen ataques contra símbolos de la civilización occidental… Difícil sospechar durante los primeros minutos de metraje, bucólicos y relajantes, la densidad sociológica que rodea a la historia que vamos a contemplar.
Y, personalmente, empatizo enormemente con la poetisa cuyas andanzas sigue Jacek Borcuch, director y guionista de la película. Incluso si mi sensibilidad ideológica estuviera alejada de la que expresa la premio Nobel Maria Linde, valoraría su valentía, su toma de partido contra viento y marea. Pero es que, además, firmo debajo de varios de sus postulados, como el referido a la hipocresía europea del postureo humanitario mientras se refuerzan las fronteras, o el que denuncia lo útil que resulta acojonar a la población para unas autoridades que a partir de ahí pueden hacer y deshacer a su antojo en nombre de la seguridad colectiva. Igualmente, me encanta su reflexión durante la entrevista primero rehusada, y después interrupta, cuando protesta con toda justicia ante el papel de guía moral que quieren endosarle, y del que se desembaraza con ese canto a la inmoralidad que tanto bien haría si se extendiera por la sociedad cuadriculada en que vivimos, por mucho que la queramos pintar de evolucionada.
Me gusta mucho de la película cómo entrelaza el contenido político con un desarrollo argumental que no saturará las sensibilidades de quien desee evadirse de reflexiones sociales y éticas durante la hora y media que va a pasar en la sala. Para ello, entreteje tramas coetáneas de índole familiar, literario o sentimental; y añade elementos muy disfrutables, como la estupenda banda sonora (que estoy escuchando mientras escribo) o la belleza de las imágenes del entorno de la casa de la protagonista, del valle donde se enmarca Valterra, o del propio pueblo medieval. A los dos minutos de metraje, con algo tan simple como una compra de pescado o unos preparativos para una fiesta de cumpleaños, el autor ya me tenía dentro de su historia, y la protagonista ya contaba con mi simpatía. Pura cuestión de atmósfera, de feeling, de gusto…
Aparte del desarrollo de la trama, que avanza por derroteros siempre interesantes y con un ritmo muy bien manejado desde el guión, hay varias veces a lo largo de la película en que sentí puntazos, esos espasmos de placer de butaca de cine que tan buen sabor de boca me dejan cuando se producen. Algunos de ellos tuvieron que ver con el efecto que produce la combinación de música y escenas muy sugerentes visualmente, y es que se agradece que los cineastas utilicen todo el caudal de posibilidades que les ofrece este arte, y no solo seduzcan a través de lo puramente narrativo. Hubo otras sacudidas de gusto que recuerdo: el discurso de Maria ante su asombrada audiencia municipal, con el suceso de Roma recién acaecido, me hizo incorporarme en la butaca, y no es una forma de hablar, sino una descripción verídica de cómo me eché hacia adelante como acto reflejo para intentar acercarme más a la emisora de aquellas estimulantes palabras, por chocantes, por afiladas y por cómo ponen el dedo en la llaga (si hubiera visto la película en casa, habría estallado en vítores y aplausos); la carta que escribe la esposa dirigida al marido y leída por la hija me pareció brillante, mucho más divertida que el gag más celebrado de cualquier comedia loca megataquillera de ésas que duran semanas, meses incluso, acaparando la cartelera; varias de las apariciones del egipcio guapete suponen momentos muy potentes, como la estrofa que se inventa sobre el significado del canto del gallo, el sensorialmente estimulante viaje a las profundidades de su antro, o la poderosa escena de la ruptura, expresada sin palabras explícitas, y rematada con ese zoom final muy logrado…
No lo parece al principio, pero estamos ante una política profundamente política, con ramificaciones de muy variada procedencia: el pasado familiar de la protagonista, judíos supervivientes al Holocausto; la orbitante presencia de una jaula ideada en recuerdo de la que mantuvo encerrado al poeta fascista Ezra Pound; la llegada de refugiados a Europa a través del Mediterráneo, recibidos de forma muy diferente a como fue acogida la propia protagonista cuando huyó del comunismo; la incidencia de la seguridad como un mantra en el primer mundo, máxime cuando se producen ataques contra símbolos de la civilización occidental… Difícil sospechar durante los primeros minutos de metraje, bucólicos y relajantes, la densidad sociológica que rodea a la historia que vamos a contemplar.
Y, personalmente, empatizo enormemente con la poetisa cuyas andanzas sigue Jacek Borcuch, director y guionista de la película. Incluso si mi sensibilidad ideológica estuviera alejada de la que expresa la premio Nobel Maria Linde, valoraría su valentía, su toma de partido contra viento y marea. Pero es que, además, firmo debajo de varios de sus postulados, como el referido a la hipocresía europea del postureo humanitario mientras se refuerzan las fronteras, o el que denuncia lo útil que resulta acojonar a la población para unas autoridades que a partir de ahí pueden hacer y deshacer a su antojo en nombre de la seguridad colectiva. Igualmente, me encanta su reflexión durante la entrevista primero rehusada, y después interrupta, cuando protesta con toda justicia ante el papel de guía moral que quieren endosarle, y del que se desembaraza con ese canto a la inmoralidad que tanto bien haría si se extendiera por la sociedad cuadriculada en que vivimos, por mucho que la queramos pintar de evolucionada.
Me gusta mucho de la película cómo entrelaza el contenido político con un desarrollo argumental que no saturará las sensibilidades de quien desee evadirse de reflexiones sociales y éticas durante la hora y media que va a pasar en la sala. Para ello, entreteje tramas coetáneas de índole familiar, literario o sentimental; y añade elementos muy disfrutables, como la estupenda banda sonora (que estoy escuchando mientras escribo) o la belleza de las imágenes del entorno de la casa de la protagonista, del valle donde se enmarca Valterra, o del propio pueblo medieval. A los dos minutos de metraje, con algo tan simple como una compra de pescado o unos preparativos para una fiesta de cumpleaños, el autor ya me tenía dentro de su historia, y la protagonista ya contaba con mi simpatía. Pura cuestión de atmósfera, de feeling, de gusto…
Aparte del desarrollo de la trama, que avanza por derroteros siempre interesantes y con un ritmo muy bien manejado desde el guión, hay varias veces a lo largo de la película en que sentí puntazos, esos espasmos de placer de butaca de cine que tan buen sabor de boca me dejan cuando se producen. Algunos de ellos tuvieron que ver con el efecto que produce la combinación de música y escenas muy sugerentes visualmente, y es que se agradece que los cineastas utilicen todo el caudal de posibilidades que les ofrece este arte, y no solo seduzcan a través de lo puramente narrativo. Hubo otras sacudidas de gusto que recuerdo: el discurso de Maria ante su asombrada audiencia municipal, con el suceso de Roma recién acaecido, me hizo incorporarme en la butaca, y no es una forma de hablar, sino una descripción verídica de cómo me eché hacia adelante como acto reflejo para intentar acercarme más a la emisora de aquellas estimulantes palabras, por chocantes, por afiladas y por cómo ponen el dedo en la llaga (si hubiera visto la película en casa, habría estallado en vítores y aplausos); la carta que escribe la esposa dirigida al marido y leída por la hija me pareció brillante, mucho más divertida que el gag más celebrado de cualquier comedia loca megataquillera de ésas que duran semanas, meses incluso, acaparando la cartelera; varias de las apariciones del egipcio guapete suponen momentos muy potentes, como la estrofa que se inventa sobre el significado del canto del gallo, el sensorialmente estimulante viaje a las profundidades de su antro, o la poderosa escena de la ruptura, expresada sin palabras explícitas, y rematada con ese zoom final muy logrado…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cuanto al final, entre rejas, lo puedo leer desde distintos enfoques: que tres cuartos de siglo después de Ezra Pound y de las francesas rapadas por la turba, nuestra sociedad no ha avanzado tanto como queremos creer; que los resortes de poder siguen en manos del más ignorante de cada casa, sea cual sea su origen; que a menudo encerramos no a quien se lo merece, sino a quien nos asusta por ser diferente; que nuestra solidaridad con el prójimo sufriente es más de redes sociales que de actos concretos (la indiferencia de quienes caminan por la plaza de Volterra es equiparable a nuestra actitud ante múltiples situaciones leoninas)… Soy incapaz de elegir una, y quizá hago bien, ya que la suma de todas puede suponer una perfecta firma para “Un atardecer en la Toscana”, una de las mejores películas que he visto en lo que va de año.

6.7
1,969
9
12 de junio de 2022
12 de junio de 2022
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Rakel es un puto desastre. Su casa es una leonera, no nada precisamente en la abundancia, encadenando proyectos que nunca culmina, y la noche le confunde. Pero bueno, al fin y al cabo tiene 23 años, está en la edad de ser tan caótica como le dé la gana. A no ser que los seis meses que lleva sin que le baje la regla no se deban a que toma la píldora…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
No fue por afinidad con el momento vital de la protagonista, ni por un eventual interés en descubrir cómo afronta ella cuitas personales que puedan traerme recuerdos, o anticiparme perspectivas futuras. Tampoco por un efecto llamada logrado por los numerosos premios que la película ha ido cosechando, desde el de ‘Mejor comedia’ en los Premios del Cine Europeo hasta el ‘Premio del público’ en el reciente D’A Film Festival de Barcelona (me enteré de tales galardones en la sala, al ver los títulos de crédito iniciales). Ni, evidentemente, por apego hacia una directora cuyo único largometraje anterior ni siquiera tiene el título traducido al castellano. Simplemente, durante mi repaso semanal a todos los estrenos de la cartelera, tuve la corazonada de que ésta podía ser mi mejor baza, si es que algún cine en 200 kilómetros a la redonda, entre dinosaurio y dinosaurio, la programaba en versión original. Encontré una, y me fui para allí.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
En ocasiones así, me merezco un aplauso. Desgraciadamente, a menudo hago apuestas cinéfilas con mayor convicción, y me estrello con todo el equipo. Pero cuando tengo el pálpito de que una película rarita me va a gustar, y resulta que doy en la diana, siento un íntimo orgullo que incluso multiplica el placer espectador. En este caso, desde luego, no pude compartir la experiencia, ya que dispuse de la sala enterita para mí… ¡Qué pena!
La directora me presenta a Rakel, mi heroína de la velada, de forma muy eficaz: hace esperar a su amiga porque no se acordaba de que habían quedado en ir a hacer deporte, y porque en ese despacho-habitación en que vive y trabaja resulta complicado encontrar hasta la ropa con que vestirse. En la segunda secuencia, como bien apuntará Mos más tarde, también descubro que nuestra protagonista tiene mente abierta, y que está dispuesta a hacer aikido si su compañera de piso se lo propone. Lo que no esperaba Rakel era que el profesor de esa mezcla entre arte marcial y yoga fuera un tío al que se folló recientemente ”porque olía a mantequilla”.
Tras un estreñido paso por el WC, nuestras chicas vuelven a casa, y atando cabos descubren que el mantequilloso tiene esperma con superpoderes, ya que ese polvo derivó en embarazo pese a que él se puso condón y ella tomaba la píldora. Que el muchacho aparezca justo entonces para invitar a Rakel a un café nos proporciona una escena realmente hilarante. De ahí nos vamos al hospital, para descubrir que lo que creíamos un embarazo incipiente es, en realidad, un bombo de seis meses, lo que significa que el aborto ha dejado de ser una posibilidad… y que el aromático no puede ser el padre. El nuevo candidato es el ‘Jesús de las pollas’, con quien nuestra chica copuló durante su ’pascua de zorreo’. Es tal el desasosiego que impregna a Rakel que nos sacude con un enfervorecido apoyo a la causa de una mormona de someter a todos los niños varones de 12 años a vasectomías preventivas.
Transcurridos 20 minutos de metraje, en fin, la trama ha proporcionado varias sacudidas de alto voltaje, y me estoy divirtiendo mucho tanto con la historia como con el tono del guión, muy bien transmitido por la mamá pro-esterilización universal y su círculo de convivientes. Desde ese momento, un nuevo personaje entra en escena, en forma de monigote surgido de la imaginación de Rakel: el ninjababy que, tras no dar ni señales de vida ni patadas durante seis meses, pasa a compartir jugosas conversaciones con su enajenada mamá. No soy especialmente fan de transgresiones narrativas que desvirtúen el hilo argumental, pero en este caso el feto parlante me resulta muy divertido, y advierto en él un pepito grillo muy punky, pero capaz de ir transformando poco a poco la mentalidad de su inminente progenitora. Incluso, por lo visto, de causarle una revelación boscosa a su superdotado papá…
Esa evolución de Rakel, que desde su punto de partida anárquico y libérrimo va migrando hacia postulados más civilizados, provoca que suene una alarma en mi siempre escéptica posición observadora. Por momentos, temo que todo el planteamiento heteronormativo que la directora había erigido no haya sido más que un castillo de naipes que va a derribar sin desdoro para llevarnos hacia una reintroducción de la oveja descarriada en el cálido seno del rebaño. En mi opinión, sí que quizá se le va un poco la mano en algunas escenas demasiado moñas, pero no termina de desbarrar del todo, y además evita caer en el precipicio de culminar el viraje hasta presentarnos a Rakel como una madre abnegada. Ni siquiera la traumática desventura de la incubadora fusila la determinación independiente de esta Rakel que elevo así a los altares de mis personajes femeninos. Ya me había recordado en los primeros compases a una de mis protagonistas favoritas, la Frances Ha de Noah Baumbach. Y aunque luego sus peripecias vitales las separan, sé que esta mamá de ’Ninjababy’ se sube al carro de heroínas sui generis cuyo recuerdo me provocará siempre una mueca de satisfacción.
Rakel es un puto desastre. Su casa es una leonera, no nada precisamente en la abundancia, encadenando proyectos que nunca culmina, y la noche le confunde. Pero bueno, al fin y al cabo tiene 23 años, está en la edad de ser tan caótica como le dé la gana. A no ser que los seis meses que lleva sin que le baje la regla no se deban a que toma la píldora…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
No fue por afinidad con el momento vital de la protagonista, ni por un eventual interés en descubrir cómo afronta ella cuitas personales que puedan traerme recuerdos, o anticiparme perspectivas futuras. Tampoco por un efecto llamada logrado por los numerosos premios que la película ha ido cosechando, desde el de ‘Mejor comedia’ en los Premios del Cine Europeo hasta el ‘Premio del público’ en el reciente D’A Film Festival de Barcelona (me enteré de tales galardones en la sala, al ver los títulos de crédito iniciales). Ni, evidentemente, por apego hacia una directora cuyo único largometraje anterior ni siquiera tiene el título traducido al castellano. Simplemente, durante mi repaso semanal a todos los estrenos de la cartelera, tuve la corazonada de que ésta podía ser mi mejor baza, si es que algún cine en 200 kilómetros a la redonda, entre dinosaurio y dinosaurio, la programaba en versión original. Encontré una, y me fui para allí.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
En ocasiones así, me merezco un aplauso. Desgraciadamente, a menudo hago apuestas cinéfilas con mayor convicción, y me estrello con todo el equipo. Pero cuando tengo el pálpito de que una película rarita me va a gustar, y resulta que doy en la diana, siento un íntimo orgullo que incluso multiplica el placer espectador. En este caso, desde luego, no pude compartir la experiencia, ya que dispuse de la sala enterita para mí… ¡Qué pena!
La directora me presenta a Rakel, mi heroína de la velada, de forma muy eficaz: hace esperar a su amiga porque no se acordaba de que habían quedado en ir a hacer deporte, y porque en ese despacho-habitación en que vive y trabaja resulta complicado encontrar hasta la ropa con que vestirse. En la segunda secuencia, como bien apuntará Mos más tarde, también descubro que nuestra protagonista tiene mente abierta, y que está dispuesta a hacer aikido si su compañera de piso se lo propone. Lo que no esperaba Rakel era que el profesor de esa mezcla entre arte marcial y yoga fuera un tío al que se folló recientemente ”porque olía a mantequilla”.
Tras un estreñido paso por el WC, nuestras chicas vuelven a casa, y atando cabos descubren que el mantequilloso tiene esperma con superpoderes, ya que ese polvo derivó en embarazo pese a que él se puso condón y ella tomaba la píldora. Que el muchacho aparezca justo entonces para invitar a Rakel a un café nos proporciona una escena realmente hilarante. De ahí nos vamos al hospital, para descubrir que lo que creíamos un embarazo incipiente es, en realidad, un bombo de seis meses, lo que significa que el aborto ha dejado de ser una posibilidad… y que el aromático no puede ser el padre. El nuevo candidato es el ‘Jesús de las pollas’, con quien nuestra chica copuló durante su ’pascua de zorreo’. Es tal el desasosiego que impregna a Rakel que nos sacude con un enfervorecido apoyo a la causa de una mormona de someter a todos los niños varones de 12 años a vasectomías preventivas.
Transcurridos 20 minutos de metraje, en fin, la trama ha proporcionado varias sacudidas de alto voltaje, y me estoy divirtiendo mucho tanto con la historia como con el tono del guión, muy bien transmitido por la mamá pro-esterilización universal y su círculo de convivientes. Desde ese momento, un nuevo personaje entra en escena, en forma de monigote surgido de la imaginación de Rakel: el ninjababy que, tras no dar ni señales de vida ni patadas durante seis meses, pasa a compartir jugosas conversaciones con su enajenada mamá. No soy especialmente fan de transgresiones narrativas que desvirtúen el hilo argumental, pero en este caso el feto parlante me resulta muy divertido, y advierto en él un pepito grillo muy punky, pero capaz de ir transformando poco a poco la mentalidad de su inminente progenitora. Incluso, por lo visto, de causarle una revelación boscosa a su superdotado papá…
Esa evolución de Rakel, que desde su punto de partida anárquico y libérrimo va migrando hacia postulados más civilizados, provoca que suene una alarma en mi siempre escéptica posición observadora. Por momentos, temo que todo el planteamiento heteronormativo que la directora había erigido no haya sido más que un castillo de naipes que va a derribar sin desdoro para llevarnos hacia una reintroducción de la oveja descarriada en el cálido seno del rebaño. En mi opinión, sí que quizá se le va un poco la mano en algunas escenas demasiado moñas, pero no termina de desbarrar del todo, y además evita caer en el precipicio de culminar el viraje hasta presentarnos a Rakel como una madre abnegada. Ni siquiera la traumática desventura de la incubadora fusila la determinación independiente de esta Rakel que elevo así a los altares de mis personajes femeninos. Ya me había recordado en los primeros compases a una de mis protagonistas favoritas, la Frances Ha de Noah Baumbach. Y aunque luego sus peripecias vitales las separan, sé que esta mamá de ’Ninjababy’ se sube al carro de heroínas sui generis cuyo recuerdo me provocará siempre una mueca de satisfacción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como quiera que, además de agasajarme con un muy placentero trayecto con su película, Yngvild Sve Flikke logra seducirme también con el desenlace, incluida la última escena (que Mos no sea el copiloto del viaje final de Rakel termina de demostrarme que no estamos ante una cineasta de atajos resultones), apunto su nombre por si en un futuro próximo vuelva a llegar a las carteleras. Me lo he pasado pipa gracias a ella, y encima el rotundo acierto de mi apuesta ha elevado mi ego. ¿Cómo no mostrarle total agradecimiento?
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/06/12/critica-de-cine-ninjababy/
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6.2
1,225
8
31 de julio de 2021
31 de julio de 2021
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cartelera no atraviesa sus mejores momentos, con pocos estrenos que no sean fast food. Seguramente, sin ese contexto no me habría animado a ver una película cuyo título y cuyo cartel me hacían pensar en una comedieta gruesa, caca, culo, pedo, pis. Sin embargo, las críticas eran coincidentemente favorables, y un vistazo al trailer me dio la impresión de que podía merecer una oportunidad, aunque no confiara mucho en que fuera verdad eso del aroma rohmeriano…
Una vez vista, he de decir que fue un acierto total verla, y que seguiré los pasos de Monsieur Brac. ’Al abordaje’ es una historia pequeña, modesta, sin ínfulas. Pero muy agradable, entretenida y bien contada. Es una comedia, sí, pero no busca la risotada, ni se explaya en gags constantes. Tiene sus momentos (en el blablacar, en la ascensión ciclista…), pero el goce no me llegó desde la carcajada, sino desde la continuidad de la narración, y los personajes bien perfilados.
Básicamente, acompañamos a un parisino colado por una chica que se ha ido de vacaciones al sur de Francia. Además de quienes vemos la película, le acompañan también un amigote y un pobre diablo que se encuentra en medio sin desearlo. Y además de la chica que buscaban, topan en el destino vacacional con su hermana, con una mamá de Rodríguez a su pesar, con un socorrista provocador… La descripción de los elementos dejan claro que no estamos ante un sesudo ensayo cinematográfico… pero lo pasamos bien en todo momento, la fotografía y la música están bien cuidadas, acomopañan las interpretaciones del desconocido elenco… Es ligera, sí, pero no desde un enfoque peyorativo.
Difícil arrepentirse de dedicarle una hora y media de verano a esta película.
Una vez vista, he de decir que fue un acierto total verla, y que seguiré los pasos de Monsieur Brac. ’Al abordaje’ es una historia pequeña, modesta, sin ínfulas. Pero muy agradable, entretenida y bien contada. Es una comedia, sí, pero no busca la risotada, ni se explaya en gags constantes. Tiene sus momentos (en el blablacar, en la ascensión ciclista…), pero el goce no me llegó desde la carcajada, sino desde la continuidad de la narración, y los personajes bien perfilados.
Básicamente, acompañamos a un parisino colado por una chica que se ha ido de vacaciones al sur de Francia. Además de quienes vemos la película, le acompañan también un amigote y un pobre diablo que se encuentra en medio sin desearlo. Y además de la chica que buscaban, topan en el destino vacacional con su hermana, con una mamá de Rodríguez a su pesar, con un socorrista provocador… La descripción de los elementos dejan claro que no estamos ante un sesudo ensayo cinematográfico… pero lo pasamos bien en todo momento, la fotografía y la música están bien cuidadas, acomopañan las interpretaciones del desconocido elenco… Es ligera, sí, pero no desde un enfoque peyorativo.
Difícil arrepentirse de dedicarle una hora y media de verano a esta película.

6.7
1,366
9
17 de abril de 2023
17 de abril de 2023
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Tras combatir en la Primera Guerra Mundial, Raphael regresa a su pequeño pueblo, en la Normandía profunda. Vuelve maltrecho en lo físico, pero aún más malherido en lo anímico, porque mientras él sobrevivía a las trincheras, le llegaba la noticia de que su mujer había muerto… poco después de dar a luz a Juliette. Raphael, valiéndose de sus talentosas manos en el manejo de la madera, va a desvivirse en adelante por criar a esa niña.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Tener un domingo de mierda, y darte cuenta a las siete de la tarde de que no puedes meterte en casa a mascar tus sinsabores; echar un vistazo a la cartelera, confiando en que el cine venga al rescarte para limpiarte un poco la cabeza; apostar por una película lírica, pese a que quizá sería más recomendable, en busca de evasión alguna propuesta más dada a la testosterona y menos a la neurona; sentir pronto que la película te acuna, te sana, te envuelve; disfrutarla de esa manera serena en que se saborea el buen cine de autor; salir de la sala buscando desesperadamente la banda sonora para que te acompañe de camino a casa; recordar, en fin, por qué sigues adorando ese maravillo arte.
De las anteriores obras de Pietro Marcello, solo había visto ‘Martin Eden’, a la que entré con grandes expectativas merced tanto al trailer como a las críticas, pero que me causó una cierta decepción. Valoré los elementos que se me mostraban, pero el conjunto no me penetró. Contra toda lógica, ese gatillazo fue clave para que ahora decidiera entrar a ver ‘Scarlet’ precisamente como colofón a un mal día; si hubiera albergado grandes ilusiones, me la habría reservado para otra ocasión más propicia, en que pudiera entregarme a ella sin desdoro.
Pero hete aquí que arranca la proyección, y los primeros fotogramas ya me hacen ojitos, con esa estética añeja que retrata a las tropas que vuelven a casa tras la Gran Guerra. De lo general pasamos a lo particular, y conocemos a este Raphael en cuya vida nos vamos a involucrar: un ser magullado, derrotado, que más que regresar ufano a su hogar lo que hace es dejar caer su deforme corpachón en el único rincón donde va a ser acogido. Ya no por su fallecida esposa, de quien sigue tan enamorado como el primer día, pero sí por esa vecina tan grandota como él, que le brinda un techo y le presenta a su hija. Raphael no es un dechado de expresividad, y apenas le cambia el rictus cuando conoce a la pequeña Juliette. Pero sabemos la hondura de su sentimiento con su gesto de ofrecerle su dedazo a la criatura. Es así, de manera sutil y contenida, como Marcello nos va a ir dosificando la información.
A partir de ahí, iremos viendo crecer a Juliette, desde su más tierna infancia hasta una lozana juventud. Y seremos cómplices de su curiosidad infantil, de que sigue creyendo en la magia por mucho que madure, de cómo ha heredado el gusto por la música de su padre, del desprecio a que le someten sus vecinos por ser integrante del “huerto de los milagros”… Por amor a su padre renunciará a una educación de calidad en la ciudad, y asistiremos al duelo que tiene lugar en su interior entre sus anhelos románticos (simbolizados en esas velas escarlatas que han de surcar los cielos) y su fidelidad al hogar. Cuando Raphael cumpla con su último encargo, y se asegure de que su amada esposa pueda recorrer los océanos, se le abrirá por fin a Juliette una puerta hacia un futuro lejos de Normandía. Queremos que la cruce, pero agradecemos que Marcello tiña de rojo la pantalla sin ser explícito.
La trama, en definitiva, me interpela, me conmueve, me ata a la pantalla. Pero si salgo del cine habiendo desplazado de mi cabeza mis cuitas personales, y flotando en una nube de bienestar, no es solo por lo argumental. De hecho, es principalmente por el envoltorio. Es, por ejemplo, por esa banda sonora de Gabriel Yared que ya se ha convertido en una playlist de las que no se borran (veo que estamos ante un compositor de larguísima trayectoria, cuya música ya había escuchado en ‘La vida de los otros’, ‘Van Gogh (Vincent y Theo)’o ‘En tierra de sangre y miel’). Es, también, por haber disfrutado gozosamente de Juliette cantando en el río, en unos minutos de exhibición cinematrográfica en los que se alían la fotografía, la canción, la belleza de la actriz, la atmósfera del momento… Es, sin duda, por los reiterados espasmos a que se ven sometidas mis pupilas con esporádicos planos de ésos cuya belleza corta la respiración, pese a que la iluminación siempre es tan tenue como requiere el contexto, y a pesar también de que el granulado parezca ser lo opuesto a las actuales posibilidades del cine hiper-tecnológico.
Recordaré este domingo de otra manera, en definitiva, gracias a ‘Scarlet’. Cómo me compadezco de la gente a la que no le emociona el cine…
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/04/16/critica-de-cine-scarlet/
Tras combatir en la Primera Guerra Mundial, Raphael regresa a su pequeño pueblo, en la Normandía profunda. Vuelve maltrecho en lo físico, pero aún más malherido en lo anímico, porque mientras él sobrevivía a las trincheras, le llegaba la noticia de que su mujer había muerto… poco después de dar a luz a Juliette. Raphael, valiéndose de sus talentosas manos en el manejo de la madera, va a desvivirse en adelante por criar a esa niña.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Tener un domingo de mierda, y darte cuenta a las siete de la tarde de que no puedes meterte en casa a mascar tus sinsabores; echar un vistazo a la cartelera, confiando en que el cine venga al rescarte para limpiarte un poco la cabeza; apostar por una película lírica, pese a que quizá sería más recomendable, en busca de evasión alguna propuesta más dada a la testosterona y menos a la neurona; sentir pronto que la película te acuna, te sana, te envuelve; disfrutarla de esa manera serena en que se saborea el buen cine de autor; salir de la sala buscando desesperadamente la banda sonora para que te acompañe de camino a casa; recordar, en fin, por qué sigues adorando ese maravillo arte.
De las anteriores obras de Pietro Marcello, solo había visto ‘Martin Eden’, a la que entré con grandes expectativas merced tanto al trailer como a las críticas, pero que me causó una cierta decepción. Valoré los elementos que se me mostraban, pero el conjunto no me penetró. Contra toda lógica, ese gatillazo fue clave para que ahora decidiera entrar a ver ‘Scarlet’ precisamente como colofón a un mal día; si hubiera albergado grandes ilusiones, me la habría reservado para otra ocasión más propicia, en que pudiera entregarme a ella sin desdoro.
Pero hete aquí que arranca la proyección, y los primeros fotogramas ya me hacen ojitos, con esa estética añeja que retrata a las tropas que vuelven a casa tras la Gran Guerra. De lo general pasamos a lo particular, y conocemos a este Raphael en cuya vida nos vamos a involucrar: un ser magullado, derrotado, que más que regresar ufano a su hogar lo que hace es dejar caer su deforme corpachón en el único rincón donde va a ser acogido. Ya no por su fallecida esposa, de quien sigue tan enamorado como el primer día, pero sí por esa vecina tan grandota como él, que le brinda un techo y le presenta a su hija. Raphael no es un dechado de expresividad, y apenas le cambia el rictus cuando conoce a la pequeña Juliette. Pero sabemos la hondura de su sentimiento con su gesto de ofrecerle su dedazo a la criatura. Es así, de manera sutil y contenida, como Marcello nos va a ir dosificando la información.
A partir de ahí, iremos viendo crecer a Juliette, desde su más tierna infancia hasta una lozana juventud. Y seremos cómplices de su curiosidad infantil, de que sigue creyendo en la magia por mucho que madure, de cómo ha heredado el gusto por la música de su padre, del desprecio a que le someten sus vecinos por ser integrante del “huerto de los milagros”… Por amor a su padre renunciará a una educación de calidad en la ciudad, y asistiremos al duelo que tiene lugar en su interior entre sus anhelos románticos (simbolizados en esas velas escarlatas que han de surcar los cielos) y su fidelidad al hogar. Cuando Raphael cumpla con su último encargo, y se asegure de que su amada esposa pueda recorrer los océanos, se le abrirá por fin a Juliette una puerta hacia un futuro lejos de Normandía. Queremos que la cruce, pero agradecemos que Marcello tiña de rojo la pantalla sin ser explícito.
La trama, en definitiva, me interpela, me conmueve, me ata a la pantalla. Pero si salgo del cine habiendo desplazado de mi cabeza mis cuitas personales, y flotando en una nube de bienestar, no es solo por lo argumental. De hecho, es principalmente por el envoltorio. Es, por ejemplo, por esa banda sonora de Gabriel Yared que ya se ha convertido en una playlist de las que no se borran (veo que estamos ante un compositor de larguísima trayectoria, cuya música ya había escuchado en ‘La vida de los otros’, ‘Van Gogh (Vincent y Theo)’o ‘En tierra de sangre y miel’). Es, también, por haber disfrutado gozosamente de Juliette cantando en el río, en unos minutos de exhibición cinematrográfica en los que se alían la fotografía, la canción, la belleza de la actriz, la atmósfera del momento… Es, sin duda, por los reiterados espasmos a que se ven sometidas mis pupilas con esporádicos planos de ésos cuya belleza corta la respiración, pese a que la iluminación siempre es tan tenue como requiere el contexto, y a pesar también de que el granulado parezca ser lo opuesto a las actuales posibilidades del cine hiper-tecnológico.
Recordaré este domingo de otra manera, en definitiva, gracias a ‘Scarlet’. Cómo me compadezco de la gente a la que no le emociona el cine…
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/04/16/critica-de-cine-scarlet/
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