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8
18 de febrero de 2020
18 de febrero de 2020
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orphée (Orfeo) es una película de Jean Cocteau del año 1950, autor además del guión, con una brillante banda sonora del gran Georges Auric y la fotografía de Nicolas Hayer. Ambientada en el París contemporáneo, la historia de la película es una variación del clásico mito griego de Orfeo. Si en La sangre de un poeta (1932) Cocteau organiza su película en diferentes apartados donde se implican el sobresalto del artista, la comunicación entre estatua, la inquietud, la poderosa influencia del simbolismo del espejo, las algarabías de jóvenes estudiantes, las acciones de tramposos jugadores, la presencia de la muerte como elemento de transito, y la presencia de público espectador indoloramente ajeno a los acontecimientos; en Orfeo, el realizador trata el tema a partir de tres elementos básicos: muerte, inmortalidad y espejos, que en mayor o menor medida se convierten en los nexos de unión en la trilogía órfica inseparable de la figura del poeta en su integridad.
Cocteau adopta necesariamente su propia visión del mito griego desde el sufrimiento de los diferentes estadios por los que ha de pasar Orfeo (Jean Marais) para transformarse en el nuevo poeta (según el realizador) conseguido a través de alguna acción específica para revocar su destino según la mitología griega visto a través del único y tortuoso sendero a través del cual Orfeo ha de enfrentarse a las diferentes contrariedades que le llevarán a descender hasta el hades.
El singular giro que el realizador aplica a la acción de Orfeo en su lucha por conseguir recuperar a Eurídice (Marie Déa), sustraída del otro lado del espejo por medio del engaño y el interés emocional de la princesa Muerte (Maria Casares), encierra el irrefrenable deseo del reencuentro con ella y su hipnótico poder respaldado irremediablemente por el servicio de Heurtebise (François Périer) y Jacques Cégeste (Edouard Dermithe) junto a la necesidad por encontrar respuesta al conflicto planteado por la princesa, Orfeo y Eurídice que, junto a otros
temas tratados complementan las acciones de nuestros protagonistas por medio de una mezcla de mitos órficos y modernos donde la iconografía del automóvil, las motos y los modernos comunicadores tecnológicos de la época, se convierten en el puente de transición, en transportador (cual barca de Caronte) de dos realidades necesarias y condenadas a entenderse.
Así pues, el mito de Orfeo, siguiendo la línea del simbolista poeta y crítico Stephane Mallarmé, y su concepto de transformación sobre la eternidad del poeta y su destino, es la consecuencia necesaria de ambos mundos condenados a coexistir en el espacio-tiempo donde se desarrollan los acontecimientos narrados dándonos la sensación deseada por Cocteau sobre la necesaria atemporalidad en su visión de la creación artística, del tiempo y del espacio donde se dilucidan finalmente el destino de nuestros protagonistas.
Cocteau adopta necesariamente su propia visión del mito griego desde el sufrimiento de los diferentes estadios por los que ha de pasar Orfeo (Jean Marais) para transformarse en el nuevo poeta (según el realizador) conseguido a través de alguna acción específica para revocar su destino según la mitología griega visto a través del único y tortuoso sendero a través del cual Orfeo ha de enfrentarse a las diferentes contrariedades que le llevarán a descender hasta el hades.
El singular giro que el realizador aplica a la acción de Orfeo en su lucha por conseguir recuperar a Eurídice (Marie Déa), sustraída del otro lado del espejo por medio del engaño y el interés emocional de la princesa Muerte (Maria Casares), encierra el irrefrenable deseo del reencuentro con ella y su hipnótico poder respaldado irremediablemente por el servicio de Heurtebise (François Périer) y Jacques Cégeste (Edouard Dermithe) junto a la necesidad por encontrar respuesta al conflicto planteado por la princesa, Orfeo y Eurídice que, junto a otros
temas tratados complementan las acciones de nuestros protagonistas por medio de una mezcla de mitos órficos y modernos donde la iconografía del automóvil, las motos y los modernos comunicadores tecnológicos de la época, se convierten en el puente de transición, en transportador (cual barca de Caronte) de dos realidades necesarias y condenadas a entenderse.
Así pues, el mito de Orfeo, siguiendo la línea del simbolista poeta y crítico Stephane Mallarmé, y su concepto de transformación sobre la eternidad del poeta y su destino, es la consecuencia necesaria de ambos mundos condenados a coexistir en el espacio-tiempo donde se desarrollan los acontecimientos narrados dándonos la sensación deseada por Cocteau sobre la necesaria atemporalidad en su visión de la creación artística, del tiempo y del espacio donde se dilucidan finalmente el destino de nuestros protagonistas.
Episodio

6.2
286
7
28 de marzo de 2018
28 de marzo de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
The conspirators (Los conspiradores) (1978), dirigido por Leo Penn, es el quinto y último telefilm de la séptima temporada y, cuarenta y cinco de la serie (anteriormente dirigió Cualquier viejo puerto para una tormenta (1973). En el telefilm que nos ocupa, Leo Penn nos acerca al peligroso mundo de la política ancestral de un grupo de idealistas irlandeses. El enfrentamiento, la torpeza, la economía y las peligrosas decisiones, aderezadas con música autóctona, convierte el guión en un peligroso juego entre policías, traficantes y soñadores idealistas.
Poeta, cantante, escritor, gran bebedor de whisky, amable, enamoradizo mujeriego y celoso de su intimidad, así es Joe Devlin (Clive Revill), un personaje inicialmente mostrado por el realizador en sus principales facetasen la sucesión enlazada de diferentes espacios y escenas para el que toda acción está dirigida hacia un solo deseo compartido con singulares y carismáticos personajes de origen irlandés mostrados entre planos americanos, medios y primeros planos, entre los cuales la apacible (en apariencia) Kate O’Connell (Jeanette Nolan), su hijo y empresario George O’Connell (Bernard Behrens), el joven Kerry Malone (Michael Horton) y el propio Devlin.
Primerísimos planos y algún plano detalle proporcionan las primeras pistas que llevarán a Colombo hasta las ocultas interioridades del multidisciplinar Joe Devlin quien, perseguido por la insistente intromisión del detective en su vida personal, lo convierte en sospechoso principal de sus pesquisas, con diálogos instalados en el plano contraplano entre ambos dando la sensación de estar ante un largo monólogo a dos, ampliando pistas con la información de la librera Angela (Deborah White) proporcionándole a nuestro detective importantes datos sobre la victima Vincent Pauley (Albert Paulsen).
En discretos planos de exteriores, el realizador nos muestra la preocupación de nuestro protagonista principal por encontrar el material sensible que busca, topando con un personaje que sabe jugar al despiste, el vendedor de caravanas Gun Dealer (L.Q. Jones), con no demasiado éxito inicial, llevándonos a través de diferentes escenas hasta el inevitable reencuentro entre Colombo y Devlin que entre barras de bar, juegos de dardos y pintas de cerveza, intentan descifrar algunos desconocidos códigos que ayuden a conocer su contenido.
Una entrevista de Carole Hemmingway (Carole Hemingway) a Joe Devlin le da nuevas pistas al inspector de policía para aclarar el caso acompañado por la deducción y la casualidad entre grandes planos generales, dando así con el sensible y peligroso cargamento oculto, celebrado por el detective con el whisky de Joe Devlin quien, en ningún momento pudo espetarle al detective ‘Hasta aquí Colombo ¡y nada más!’.
La séptima temporada de Colombo concluye entre enardecedores canticos irlandeses con algunas aleluyas, precedido por una amable anciana algo macabra y vengativa, cocineros responsables de los más deliciosos manjares, intolerantes creativos en los medios, y psicólogos algo pasados de rosca.
Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en tres ocasiones, otro personaje lo hace en una ocasión. Además, Colombo cita a un sobrino suyo en dos ocasiones.
Poeta, cantante, escritor, gran bebedor de whisky, amable, enamoradizo mujeriego y celoso de su intimidad, así es Joe Devlin (Clive Revill), un personaje inicialmente mostrado por el realizador en sus principales facetasen la sucesión enlazada de diferentes espacios y escenas para el que toda acción está dirigida hacia un solo deseo compartido con singulares y carismáticos personajes de origen irlandés mostrados entre planos americanos, medios y primeros planos, entre los cuales la apacible (en apariencia) Kate O’Connell (Jeanette Nolan), su hijo y empresario George O’Connell (Bernard Behrens), el joven Kerry Malone (Michael Horton) y el propio Devlin.
Primerísimos planos y algún plano detalle proporcionan las primeras pistas que llevarán a Colombo hasta las ocultas interioridades del multidisciplinar Joe Devlin quien, perseguido por la insistente intromisión del detective en su vida personal, lo convierte en sospechoso principal de sus pesquisas, con diálogos instalados en el plano contraplano entre ambos dando la sensación de estar ante un largo monólogo a dos, ampliando pistas con la información de la librera Angela (Deborah White) proporcionándole a nuestro detective importantes datos sobre la victima Vincent Pauley (Albert Paulsen).
En discretos planos de exteriores, el realizador nos muestra la preocupación de nuestro protagonista principal por encontrar el material sensible que busca, topando con un personaje que sabe jugar al despiste, el vendedor de caravanas Gun Dealer (L.Q. Jones), con no demasiado éxito inicial, llevándonos a través de diferentes escenas hasta el inevitable reencuentro entre Colombo y Devlin que entre barras de bar, juegos de dardos y pintas de cerveza, intentan descifrar algunos desconocidos códigos que ayuden a conocer su contenido.
Una entrevista de Carole Hemmingway (Carole Hemingway) a Joe Devlin le da nuevas pistas al inspector de policía para aclarar el caso acompañado por la deducción y la casualidad entre grandes planos generales, dando así con el sensible y peligroso cargamento oculto, celebrado por el detective con el whisky de Joe Devlin quien, en ningún momento pudo espetarle al detective ‘Hasta aquí Colombo ¡y nada más!’.
La séptima temporada de Colombo concluye entre enardecedores canticos irlandeses con algunas aleluyas, precedido por una amable anciana algo macabra y vengativa, cocineros responsables de los más deliciosos manjares, intolerantes creativos en los medios, y psicólogos algo pasados de rosca.
Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en tres ocasiones, otro personaje lo hace en una ocasión. Además, Colombo cita a un sobrino suyo en dos ocasiones.
17 de enero de 2018
17 de enero de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Any old port in a storm (Cualquier viejo puerto para una tormenta, dirigida por Leo Penn en 1973, es el segundo telefilm de la tercera temporada y diecinueve de la serie. El origen de los problemas se remonta a la herencia paterna dividida en dos mitades. Adrian Carsini (Donald Pleasence) regenta las bodegas que llevan su apellido así como la economía de la marca; su pasión por la vinicultura llega a cotas de maestro excéntrico y celoso de su trabajo defensor a ultranza de la cosecha limitada para goce y disfrute de unos pocos...incluido el espirituoso 'bouquet' en boca de Colombo.
Con lo que no cuenta Adrian es con la decisión de su hermano Enrico Guiseppe Carsini (Gary Conway) de emprender nueva vida junto a su prometida Joan Stacey (Joyce Jillson) y vender a la competencia las tierras heredadas de su difunto padre, tierras que contiene los viñedos de las Bodegas Carsini, gesto que enfurece a Adrian de tal manera que después de un tenso intercambio de palabras se produce lo inevitable, su asesinato, presenciado en tres escenas paralelas: la discusión entre hermanos, la inesperada presencia de Karen Fielding (Julie Harris), secretaria de Carsini su presencia podría hacer descubrir el parricidio que se acaba de cometer y, finalmente la presencia entre copas llenas de un rojo e intenso vino, ofrecidas por Adrian Carsini a los destacados catadores Falcon (Dana Elcar), Stein (Robert Ellenstein) y Andy Stevens (Reid Smith), que le anuncian su decisión de ser representados por la Bodega Carsini y su excelente cosecha reflejado con el premio a su exquisita labor como vinicultor.
Desde el inició de la serie es la primera ocasión que podemos ver a Colombo en su despacho del Departamento de la Policía de Los Angeles atendiendo a la preocupada Joan Stacey por la desaparición sin motivos aparentes de su pareja Enrico Guiseppe Carsini. La incorregible curiosidad natural de Colombo intuye que a pesar que se trata inicialmente de un caso de desaparición (ajeno a su departamento), asume el inicio de las pesquisas que a no mucho tardar derivan en el hallazgo del cadáver de Enrico, previamente cambiado del lugar de los hechos delictivos para despistar y confundir la posterior investigación que ahora sí, el departamento al que pertenece Colombo asumirá completamente.
Nuestro detective utiliza la argucia para descubrir con pruebas hábilmente conseguidas la autoconfesión (sin pretenderlo) de Adrian Carsini, por el asesinato de su propio hermano; nuevamente, además, con importantes y habituales secundarios entre los cuales el Metre (Vito Scotti) y el Sargento Billy Fine (Robert Walden).
Complemento genealógico: Colombo cita en una ocasión a su padre recordó además en una conversación, que su origen es italiano de padre y madre. Cita a su mujer en cinco ocasiones: tres directamente y dos indirectamente. También cita a sus hijos como `niños’ y ‘chicos’: dos veces a la pequeña, y una vez a los mayores.
Con lo que no cuenta Adrian es con la decisión de su hermano Enrico Guiseppe Carsini (Gary Conway) de emprender nueva vida junto a su prometida Joan Stacey (Joyce Jillson) y vender a la competencia las tierras heredadas de su difunto padre, tierras que contiene los viñedos de las Bodegas Carsini, gesto que enfurece a Adrian de tal manera que después de un tenso intercambio de palabras se produce lo inevitable, su asesinato, presenciado en tres escenas paralelas: la discusión entre hermanos, la inesperada presencia de Karen Fielding (Julie Harris), secretaria de Carsini su presencia podría hacer descubrir el parricidio que se acaba de cometer y, finalmente la presencia entre copas llenas de un rojo e intenso vino, ofrecidas por Adrian Carsini a los destacados catadores Falcon (Dana Elcar), Stein (Robert Ellenstein) y Andy Stevens (Reid Smith), que le anuncian su decisión de ser representados por la Bodega Carsini y su excelente cosecha reflejado con el premio a su exquisita labor como vinicultor.
Desde el inició de la serie es la primera ocasión que podemos ver a Colombo en su despacho del Departamento de la Policía de Los Angeles atendiendo a la preocupada Joan Stacey por la desaparición sin motivos aparentes de su pareja Enrico Guiseppe Carsini. La incorregible curiosidad natural de Colombo intuye que a pesar que se trata inicialmente de un caso de desaparición (ajeno a su departamento), asume el inicio de las pesquisas que a no mucho tardar derivan en el hallazgo del cadáver de Enrico, previamente cambiado del lugar de los hechos delictivos para despistar y confundir la posterior investigación que ahora sí, el departamento al que pertenece Colombo asumirá completamente.
Nuestro detective utiliza la argucia para descubrir con pruebas hábilmente conseguidas la autoconfesión (sin pretenderlo) de Adrian Carsini, por el asesinato de su propio hermano; nuevamente, además, con importantes y habituales secundarios entre los cuales el Metre (Vito Scotti) y el Sargento Billy Fine (Robert Walden).
Complemento genealógico: Colombo cita en una ocasión a su padre recordó además en una conversación, que su origen es italiano de padre y madre. Cita a su mujer en cinco ocasiones: tres directamente y dos indirectamente. También cita a sus hijos como `niños’ y ‘chicos’: dos veces a la pequeña, y una vez a los mayores.
26 de septiembre de 2020
26 de septiembre de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Avanti! (¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?) es una película dirigida por Billy Wilder en 1972, guión de Billy Wilder y I.A.L. Diamond sobre la obra de teatro de Samuel Taylor, Música de Carlo Rustichelli y fotografía de Luigi Kuveiller. La comedia y Billy Wilder son sinónimos de buen cine donde el ritmo lo marcan los personajes y los resultados de sus acciones generando la rocambolesca trama de aciertos y desatinos pasto de controvertidos protagonistas al filo de la picaresca moral o de la evolución sentimental pasado por el filtro de la comedia sin fin.
Wendell Armbruster Jr. (Jack Lemmon) es un personaje vitalista que no está para aventuras ni chanzas, postura que se debilita al conocer a Pamela Piggott (Juliet Mills) que la casualidad la ha llevado hasta el mismo destino por motivos similares donde el director de hotel Carlo Carlucci (Clive Revill) deberá emplear toda su sabiduría para encontrar una salida noble a los acontecimientos que se avecinan en un metraje melodiosa y armónicamente dinámico se mire desde donde se mire acompañado por evocadoras melodías entre las cuales ‘Senza fine’ impregnando la narración de hermosas melancolías que desprende esta fluida y bella película de la que mana un rio de sentimientos incontrolados.
Estamos pues ante una excelente muestra de la mejor comedia donde la astucia como hábito se convierte en imprescindible en pro del mejor desarrollo del argumento. Wilder encuentra el equilibrio perfecto en destacados secundarios como Bruno (Gianfranco Barra) empleado en los servicios de mantenimiento y gran aficionado a la fotografía con mucho que decir y que mostrar sobre lo sucedido durante largos y veraniegos años italianos; la celosa Anna (Giselda Castrini) napolitana de pro y vigilante de sus intereses entre los cuales la tambaleante fidelidad de Bruno, tratándose de una mujer con marcado carácter expeditivo a la que debemos añadir al forense (Pippo Franco) un personaje que no pierde su cualidad poética con las viudas.
En todo este embrollo no podía faltar la familia Trotta agitadora de la situación que por una módica transacción comercial restituirá la normalidad en la actividad que les ocupa a nuestros protagonistas. Wilder aprovecha la situación para acercarnos al sigiloso mundo de la política y de cómo arreglar asuntos tan delicados como el que le ocupa a Armbruster y su difunto padre tirando de poderes diplomáticos en una muestra de interesada parcialidad aplicada según J.J. Blodgett (Edward Andrews) en beneficio del honorable fiambre.
Tanto Wilder como Diamond bordaron un guión en el que naturalizan una situación donde sus protagonistas no podía tener mejor salida en esta deliciosa comedia: Bruno consiguió lo que perseguía, al parecer su novia napolitana también, Blodgett se llevó del entuerto unos baños que le arreglaron algunas indisposiciones mientras la orquesta del hotel ameniza la situación en momentos tan delicados como en la despedida del padre y la madre de nuestros protagonistas que también consiguieron lo suyo entre olorosos ramilletes junto al inestimable ofrecimiento y la complicidad de Carlo Carlucci dispuesto a mantener la tradición en los veranos venideros: “Senza fine trascini la nostra vita, senza un attimo di respiro per sognare per potere ricordare ciò che abbiamo già vissuto senza fine”…
Wendell Armbruster Jr. (Jack Lemmon) es un personaje vitalista que no está para aventuras ni chanzas, postura que se debilita al conocer a Pamela Piggott (Juliet Mills) que la casualidad la ha llevado hasta el mismo destino por motivos similares donde el director de hotel Carlo Carlucci (Clive Revill) deberá emplear toda su sabiduría para encontrar una salida noble a los acontecimientos que se avecinan en un metraje melodiosa y armónicamente dinámico se mire desde donde se mire acompañado por evocadoras melodías entre las cuales ‘Senza fine’ impregnando la narración de hermosas melancolías que desprende esta fluida y bella película de la que mana un rio de sentimientos incontrolados.
Estamos pues ante una excelente muestra de la mejor comedia donde la astucia como hábito se convierte en imprescindible en pro del mejor desarrollo del argumento. Wilder encuentra el equilibrio perfecto en destacados secundarios como Bruno (Gianfranco Barra) empleado en los servicios de mantenimiento y gran aficionado a la fotografía con mucho que decir y que mostrar sobre lo sucedido durante largos y veraniegos años italianos; la celosa Anna (Giselda Castrini) napolitana de pro y vigilante de sus intereses entre los cuales la tambaleante fidelidad de Bruno, tratándose de una mujer con marcado carácter expeditivo a la que debemos añadir al forense (Pippo Franco) un personaje que no pierde su cualidad poética con las viudas.
En todo este embrollo no podía faltar la familia Trotta agitadora de la situación que por una módica transacción comercial restituirá la normalidad en la actividad que les ocupa a nuestros protagonistas. Wilder aprovecha la situación para acercarnos al sigiloso mundo de la política y de cómo arreglar asuntos tan delicados como el que le ocupa a Armbruster y su difunto padre tirando de poderes diplomáticos en una muestra de interesada parcialidad aplicada según J.J. Blodgett (Edward Andrews) en beneficio del honorable fiambre.
Tanto Wilder como Diamond bordaron un guión en el que naturalizan una situación donde sus protagonistas no podía tener mejor salida en esta deliciosa comedia: Bruno consiguió lo que perseguía, al parecer su novia napolitana también, Blodgett se llevó del entuerto unos baños que le arreglaron algunas indisposiciones mientras la orquesta del hotel ameniza la situación en momentos tan delicados como en la despedida del padre y la madre de nuestros protagonistas que también consiguieron lo suyo entre olorosos ramilletes junto al inestimable ofrecimiento y la complicidad de Carlo Carlucci dispuesto a mantener la tradición en los veranos venideros: “Senza fine trascini la nostra vita, senza un attimo di respiro per sognare per potere ricordare ciò che abbiamo già vissuto senza fine”…
18 de julio de 2018
18 de julio de 2018
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi un caballero es una película de José María Forqué realizada en 1964, en la que se narran las vicisitudes de unos cuantos ladronzuelos y un elegante y sofisticado ladrón de guante blanco, de cómo llegan a confraternizar ambos especímenes apropiadores de lo ajeno y de cómo resuelven sus problemas antes de ser sorprendidos por un inspector dedicado a su trabajo: encontrar pistas.
En escena Agustín (Alfredo Landa), ladronzuelo melómano, todo un padrazo que en todo momento se acuerda de su querida família, incluso cuando trabaja. Entregado a su faena no percibe la presencia de los propietarios de la casa: Susana (Concha Velasco) y Gabriel Mostazo (José Luis López Vázquez), sorprendidos por descubrir al ladronzuelo no tardan mucho tiempo en dejarse convencer para llegar a un acuerdo mediante la ñoñería ramplona del ladronzuelo, hasta que aparece un nuevo personaje en escena.
Alberto (Alberto Closas), representa a la alta clase social entre ladrones de guante blanco, que utilizan la discreción y el sofisticado disimulo en sus fechorías, combinando las relaciones amorosas con la eficacia del robo sin violencia con mínimos desperfectos. Se presenta como el propietario de la casa. Utilizando el subterfugio, les convence hasta el punto en el que han de abandonarla, pero algo inesperado ocurrirá en sus vidas.
El elegante ladrón les propone a los sorprendidos pillastres un plan meditado largo tiempo para hacerse con una obra de arte de incalculable valor. En la visita al edificio de estilo renacentista donde se custodia la pintura, Agustín, Gabriel, Susana y Alberto, se unen a un grupo de visitantes conducidos por la sin par Gracita Morales, Guia turística del museo, momento que aprovechan para conocer mejor el edificio. Con lo que no contaban los ladronzuelos es con el factor sorpresa.
Eduardo Montalbán (Alfredo Mayo), es un inspector de policía que sigue el caso de un robo, casualmente conoce a Alberto, amigo de infancia, entablándose una conversación que aclararán la situación de los pillastres Agustín y Gabriel, torpes hasta para huir; de la sensual Susana, aprendiza de ladrona que dudará hasta el último minuto sobre sus verdaderos sentimientos hacia Alberto quien, liberado de su peligrosa carga artística decide, junto a la bella ladronzuela enderezar sus destinos...
Interesante metraje de Forqué en el que el exhaustivo trabajo en la profundidad de campo aplicado a las múltiples escenas de Casi un caballero, convierte el metraje en objeto de estudio para conocer los espacios escénicos con distintos fondos de los personajes en plano fijo, a lo que colaboró la excelente fotografía del experimentado Juan Mariné que tanto hizo por su oficio junto a directores como (además de Forqué), Neville, Masó, Fernán Gómez o Sáenz de Heredia. Película de corte elegante y de notables contrastes entre sus personajes, donde lo que impera es el cerebro frío y calculador que poco puede hacer ante la bella Susana y su destacado mimetismo aplicado al personaje en el cuerpo de la genial actriz Concha Velasco.
En escena Agustín (Alfredo Landa), ladronzuelo melómano, todo un padrazo que en todo momento se acuerda de su querida família, incluso cuando trabaja. Entregado a su faena no percibe la presencia de los propietarios de la casa: Susana (Concha Velasco) y Gabriel Mostazo (José Luis López Vázquez), sorprendidos por descubrir al ladronzuelo no tardan mucho tiempo en dejarse convencer para llegar a un acuerdo mediante la ñoñería ramplona del ladronzuelo, hasta que aparece un nuevo personaje en escena.
Alberto (Alberto Closas), representa a la alta clase social entre ladrones de guante blanco, que utilizan la discreción y el sofisticado disimulo en sus fechorías, combinando las relaciones amorosas con la eficacia del robo sin violencia con mínimos desperfectos. Se presenta como el propietario de la casa. Utilizando el subterfugio, les convence hasta el punto en el que han de abandonarla, pero algo inesperado ocurrirá en sus vidas.
El elegante ladrón les propone a los sorprendidos pillastres un plan meditado largo tiempo para hacerse con una obra de arte de incalculable valor. En la visita al edificio de estilo renacentista donde se custodia la pintura, Agustín, Gabriel, Susana y Alberto, se unen a un grupo de visitantes conducidos por la sin par Gracita Morales, Guia turística del museo, momento que aprovechan para conocer mejor el edificio. Con lo que no contaban los ladronzuelos es con el factor sorpresa.
Eduardo Montalbán (Alfredo Mayo), es un inspector de policía que sigue el caso de un robo, casualmente conoce a Alberto, amigo de infancia, entablándose una conversación que aclararán la situación de los pillastres Agustín y Gabriel, torpes hasta para huir; de la sensual Susana, aprendiza de ladrona que dudará hasta el último minuto sobre sus verdaderos sentimientos hacia Alberto quien, liberado de su peligrosa carga artística decide, junto a la bella ladronzuela enderezar sus destinos...
Interesante metraje de Forqué en el que el exhaustivo trabajo en la profundidad de campo aplicado a las múltiples escenas de Casi un caballero, convierte el metraje en objeto de estudio para conocer los espacios escénicos con distintos fondos de los personajes en plano fijo, a lo que colaboró la excelente fotografía del experimentado Juan Mariné que tanto hizo por su oficio junto a directores como (además de Forqué), Neville, Masó, Fernán Gómez o Sáenz de Heredia. Película de corte elegante y de notables contrastes entre sus personajes, donde lo que impera es el cerebro frío y calculador que poco puede hacer ante la bella Susana y su destacado mimetismo aplicado al personaje en el cuerpo de la genial actriz Concha Velasco.
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