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España España · Barcelona
Críticas de Juan Poz
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Críticas 41
Críticas ordenadas por utilidad
8
22 de enero de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodada el mismo año que El último y dos años después que Nosferatu, Las finanzas del gran duque es una comedia en tono de opereta, al estilo de El prisionero de Zenda, que tiene un arranque curiosamente moderno: El gran ducado tiene una deuda impagable y está a punto de entrar en bancarrota para poder hacer frente a su principal acreedor, un financiero judío -y en ello la guionista debió de hacer valer su acreditado talante xenófobo- , que no acepta más largas del ministro de finanzas del duque. El ducado de Abacco, gobernado por Ramon XXII, no puede hacer frente a los pagarés presentados por el financiador de la deuda, pero la actitud de su soberano ante los asuntos del Ducado es de una irresponsabilidad absoluta, algo así como “Dios proveerá”. Cuando todo está ya a punto de la declaración final de bancarrota, se presenta en la corte un aventurero comercial usamericano que pretende explotar unas minas de azufre en la isla, concesión por la que estaría dispuesto a pagar el triple del valor de la deuda reconocida del Ducado. El soberano se imagina, entonces, lo que supondría, en términos de contaminación y enfermedades para sus súbditos dicha explotación y se niega. Desalentado por esa recepción, el usamericano alentará una revolución, ya en marcha, contra el gran duque. Las fuerzas opositoras, encabezadas por quien interpretó Nosferatu con Murnau, Max Schreck, son unos desharrapados pordioseros que vienen a representar algo así como los desgraciados que soportaban la monarquía francesa antes de la Revolución, la que dio nombre a todas las que la siguieron. Los opositores están vistos a medio camino entre el expresionismo y el tenebrismo de Freaks, aunque avanzándose notoriamente al director usamericano. La situación casi vodevilesca se complica con la intervención de una duquesa rusa que, huyendo de la protección rígida de su hermano, desea casarse con el atractivo gran duque de Abacco y aportar su dote para salvar el Ducado. Cuando el duque pasa al continente, la revolución estalla, los revolucionarios se hacen con el poder y la situación no se vuelve irremediable porque un especulador que había comprado deuda de Abacco y ve cómo el soberano ha sido destronado, se las ingeniará para que la fuerza naval rusa capitaneada por el hermano de la joven que quiere casarse con el apuesto duque de Abacco vaya a la isla para contribuir a liberar al duque, que ha sido capturado tras volver a su Ducado y está a punto de ser ejecutado en la horca. Antes de volver a su isla, el gran duque ha tenido la ocasión de presentarse de incógnito ante la duquesa rusa, quien lo ignora frente al bien mayor de su boda ducal. El reencuentro, así pues, teniendo el duque la soga en el cuello, tiene una emotividad añadida a la burla de la ridiculez de los métodos revolucionarios y de sus asustadizos representantes, presentados en la película como si de infrahumanos se tratara, auténticamente animalizados. Se trata, en resumidas cuentas, de la única comedia que dirigió Friedrich Wilhelm Murnau, producida por la UFA y que supuso un gran éxito de taquilla en su momento. El guion lo firma quien fuera mujer de Fritz Lang, Thea von Harbou, de quien se separó para permanecer en Alemania al servicio de la producción cinematográfica nazi, como disciplinada militante del partido que fue. La fotografía, espléndida en los interiores y discreta en los exteriores, pertenece a Karl Freund, que trabajó con Frit Lang en Metrópolis, y otros éxitos en Usamérica tras, él sí, exiliarse del terror nazi. La parodia política no excluye ciertas cargas de profundidad que, so capa del tono ligero de la película, permiten intuir severas descalificaciones de los recursos del autoritarismo antidemocrático que esconde la situación de inminente bancarrota del Ducado. La figura despreocupada, bon vivant, del atractivo y ocioso duque, ajeno por completo a la dura realidad de la deuda pública que financia su irresponsabilidad no excluye, así mismo, el rapto de generosidad para con su pueblo que supone el veto a la explotación de la mina de azufre, aunque ello suponga la bancarrota, su caída y el exilio. De hecho, la intentona revolucionaria le pilla en el exilio, donde se consuma su previsible final. Al perder todas las acciones del Ducado su valor, el acreedor lo pierde todo, así como el especulador, que ha comprado buena parte de la deuda del Ducado cuando este estaba prácticamente en números rojos, si bien el segundo, cuando logre derrotar a la revolución y entronizar de nuevo al gran duque, recobrará el valor de su inversión e incluso lo acrecentará. Hay un humor ingenuo en esta película de Murnau, pero las interpretaciones son tan magníficas que, al margen de los intertítulos que nos van dando los detalles de la obra, esta se entiende sin cartel alguno. Deja un regusto de cine mudo tópico, en algunas interpretaciones, por la exageración de las reacciones, pero, en términos generales, la obra se ve con verdadero placer, no necesariamente arqueológico, a pesar de ser una obra de 1924, porque el discurso de la política, desde Grecia, es siempre actual, moderno, contemporáneo. No olvidemos que, al modo de los musicales usamericanos, la película, con su carga positiva de cordialidad, despreocupación y fe en el porvenir, se rodó tras una época tan dramática en la historia de Alemania como la de la hiperinflación del 21 al 23, de la que ya en 1924 se comienza a salir con la invención del Rentenmark, pero eso ya es otra historia… En la película, así pues, entre las bromas y risas de la comedia vodevilesca no es difícil advertir una crítica profunda de la incapacidad gubernamental para organizar una sociedad sana y progesista, al margen de esos movimientos especuladores que minan la confianza en el sistema y dan pie a la irrupción de los populismos de corte autoritario.
Juan Poz
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7
13 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se me pidan explicaciones de por qué soy adicto a un actor como William Powell, cuya simpatía se trasluce en un repertorio de gesticulaciones, sobre todo miradas, capaces de conectar con el 80% de los espectadores de sus películas. Esta, con Jean Arthur parece, en realidad, una más, pero sin Asta, la perrita, de la encantadora serie que protagonizó con Myrna Loy basada en la serie de novelas de Dashiell Hammett, El hombre delgado, un elegante y popular detective cuyas aventuras acababan siendo de dominio público. En esta ocasión, y secundado por una Jean Arthur en estado de gracia, cómplice perfecta de la ironía matrimonial, ex-matrimonial y de nuevo matrimonial, todo en la misma película, con el Dr. Bradford, quien se ha divorciado no por desamor, sino por las complicaciones en que lo metía su mujer, escritora de novelas de crímenes. Contra su voluntad inicial, su ex se instala con él y juntos acabarán investigando el extraño caso de la muerte aparentemente por causa natural, fallo cardíaco, de un jockey que iba ganador en una carrera en el hipódromo antes de desmayarse, perderla y, con esa pérdida, facilitar la ganancia inmensa de quienes habían apostado por el colocado en dicha carrera. NI siquiera me tomaré la molestia de irme a la zona spoiler para comentar el final, solo diré que su originalidad merece seguir viendo la película hasta el final porque, en efecto, se trata de un tipo de muerte la mar de ingeniosa y novedosa, en el mundo de películas de este tipo, que es el mismo del de las basadas en las obras de Agatha Christie o Georges Simenon, salvando las enormes distancias entre la inglesa y el belga, claro está. La película tiene una puesta en escena calcada de la de los musicales glamurosos de aquella época, con personajes con mayordomo en casas de lujo y con un vestuario acorde con esa posición. Lo sorprendente es lo poco exigido que está por su trabajo el Dr., que tanto tiempo libre le queda para dedicarse a las investigaciones, pero ya se entiende que lo importante no es cómo se gana uno tan bien la vida, sino lo interesante que se vuelve cuando ha de convertirse en detective privado aficionado, siempre presto a ser golpeado por su propia mujer o disparado por cualquier hampón con mala puntería. Es decir, ninguna inverosimilitud puede afectar al placer con que se siguen las aventuras el doctor detective y su encantadora ex, dispuesta a recuperarlo con sus mejores armas: el uso de la inteligencia y la complicidad, amén del extraordinario sentido del humor que comparten. Que hay química entre ambos actores se advierte desde que entra Jean Arthur en escena, con su peculiar voz nasal, imposible de doblar sin hacerle perder buena parte de su encanto. En fin, se trata de una película de las calificadas "para pasar un buen rato", y a fe que, en ese género, puede considerarse que cumple con creces, y aun más allá de lo exigible, su papel. Los diálogos, llenos de pullas y de ironías sutiles, contribuyen lo suyo a seguir con una sonrisa permanente en los labios, una trama bien construida y con un final de mérito, para los aficionados al género de los detectives con crímenes insólitos.
Juan Poz
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6
22 de mayo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me incita a escribir estas líneas la incomprensión con que la película ha sido recibida por quien se ha tomado la molestia de haber hecho la crítica que precede a la mía. Yo he visto la película descontándome 47 años, de los 62 que que asisten, y he disfrutado enormemente con esta "peli de miedo" que no había visto. Estoy de acuerdo con casi todo lo que mi predecesor ha dicho, pero eso mismo en vez de ir contra la película, la favorece. No solo se cumplen escrupulosamente las reglas del género y el dibujo de los personajes: el asilo para ciegos es una idea siniestra fantástica, del mismo modo que el desdoblamiento de Lugosi, remedando a Lon Chaney, pertenece al genero "por derecho propio". La profusión de interiores que abaratan la producción de la película, porque se repiten ad náuseam, nos ofrece una puesta en escena en la que se advierte un clásico "cartón piedra" que no engaña a nadie. Los resortes del terror de este thriller londinense cumplen escrupulosamente con lo que el espectador crédulo espera y un guionista genuino ha de ofrecer. El reparto, a pesar de que se pueda no ser partidario de Lugosi, siempre más propio en su papel clásico de vampiro, no solo se ajusta como un guante a la trama, sino que, desde la llegada del colega usamericano, se establece ese juego competitivo entre Scotland Yard y el FBI, o entre policías de diferentes países, que aquí permite algunos diálogos ingeniosos y ciertamente con espiritu crítico, como el alivio del usamericano cuando, acorralando a Orloff, el cerebro maléfico de la organización asesina, dispara su pistola y le resulta un placer volver a oír "respirar" a su pistola. La presencia de policía femenina en Inglaterra, cuando aún no habían sido admitidas en Usamérica, permite algún gag gracioso. En términos generales, la película es propia de las series B en las que han encajado siempre muchas de las protagonizadas por los genios del cine de terror, y no se le puede pedir aquello que canónicamente no tiene por qué dar. Roger Corman asentiría con entusiasmo ante una afirmación como la precedente, y de su dirección han salido no pocas joyas de la serie B, como la dedicada a las narraciones de Poe. Quien quiera pasar un buen rato, puede sentarse con total tranquilidad ante esta obra menor que nos ofrece una diversión mayor. Eso sí, que no se le pida lo que no puede dar. Antes bien, somos nosotros quienes hemos de poner todo el candor del espectador crédulo e ingenuo que es capaz de sufrir en el desenlace final (sigue spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Poz
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8
29 de noviembre de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que esta película más que un drama rural debe considerarse una tragedia, y de las buenas. Con un preámbulo en el que se cuenta la historia de dos amantes que han de verse a escondidas porque el hermano de ella impediría la relación, dada la diferencia social entre ambas familias, ocurre que durante uno de sus encuentros matan a un hombre. La policía detiene al amante, Vittorio Gasman, en un papel brevísimo, pero siempre tan convincente, y, como no tiene coartada y la munición es la misma que la de su escopeta, le acusan del homicidio. La madre va a casa de Rocco Barra, el hermano de la novia de su hijo y le pide que ella confiese que han estado juntos, pero Rocco la echa con cajas destempladas y reprochándole que quiera ensuciar el buen nombre de la familia, a pesar de que su hermana, Orsola, está dispuesta a hacerlo. Pietro se escapa y vuelve a su casa, adonde es seguido por la policía, con la que intercambia un tiroteo La madre dice que se entregará y el hijo sale, pero vuelve a disparar y es abatido por los carabinieri. La madre, ante la muerte de su hija cae fulminada y queda sola en el mundo la hija menor, Rosaria, Silvana Mangano. Pasan más de diez años y un día que Rocco pasea por el monte nevado con su perro Lupo este descubre el cuerpo de una joven tirado en la nieve. Rocco la lleva a su casa, la reanima y la instala en ella. Es espectacular el choque visual que supone el tiempo que ha pasado por la hermana, jovencísima cuando el incidente del encuentro amoroso, y ahora una mujer hecha a su infelicidad como un destino aciago que ha de soportar. La joven se instala en la casa, pues iba de camino a servir en otra, pero como están con la matanza, se ofrece para quedarse pues le da igual servir en una que en otra. Como son las fiestas del pueblo, vuelve a casa el hijo de Rocco, un joven que, desde el primer momento, siente un atracción inmediata por la joven criada, aunque el padre se le adelanta y durante la competición de tala de árboles, anuncia que se va a casar con ella. Debería haber empezado por ahí, pero me lié con la trama y dejé de lado indicar que toda la acción transcurre en la Sila, un espacio privilegiado de Calabria, hoy en día un parque natural. Aldo Tonti, que fue director de fotografía de directores como Rossellini, Europa ’51 o Visconti, Ossessione, realiza un trabajo extraordinario para sacarle a esos exteriores una presencia que parece fusionar la tragedia con la naturaleza, como si emergieran de esas montañas, de los lagos y de sus bosques las pasiones que se enfrentan descarnadamente en la película. La joven no tarda en ceder a los requerimientos del hijo de Rocco, lo que complica la situación de tal manera que se hace imposible seguir engañando al padre y ambos jóvenes deciden huir. La joven lleva a su joven enamorado a la cabaña, ahora en ruinas, cerca de lago, donde vivió con su madre y su hermano, y ante cuya entrada están las dos cruces que marcan donde están enterrados. El joven no entiende qué hacen allí, en vez de seguir hacia el tren, y menos aún que hayan encendido fuego, porque si el hermano sale en su búsqueda, como en efecto lo hace, a caballo y con el perro, sabrá enseguida dónde se hallan, que es, en efecto, lo que la joven, que, como se habrá adivinado desde el comienzo no es otra que Rosaria, desea, porque a través de la seducción de ambos, y de su ulterior enfrentamiento, Rosaria está cumpliendo la venganza para la que ha vivido toda su vida. Las secuencias finales en las orillas del lago con unos árboles secos ocupándolas, como si fueran esqueletos de ballena, son de un lirismo y un dramatismo muy conseguido. La persecución a través del terreno arenoso y los árboles se quedan en la memoria, del mismo modo que la aparición de la hermana Orsola, escopeta en mano, dispuesta a disparar a su hermano cuando este, habiéndose ya enterado de que la joven es Rosaria, está a su vez dispuesto a matarla, aunque su hijo se pone delante de ella para parar el disparo. Como se aprecia, hay un juego de rencores y rivalidades que tienen un último acto de contrición del hermano, quien muere con la convicción de que merece morir por el daño causado. Que sea a manos de su hermana forma parte de esa justicia poética propia de las tragedias bien resueltas. Igual que me pasó con El molino del Po, de Alberto Lattuada, aunque allí las cuestiones de lucha obrera tenían un peso que en esta no aparecen, la simbiosis de drama y espacio nos entrega una película que se ve con sumo placer. Estando Silvana Mangana por medio, es una garantía, pero Amedeo Nazzari encarna con total convicción un gran propietario cruel y déspota que solo entiende el mundo desde las órdenes que él da. Finalmente, como ya he comentado en alguna otra ocasión, como en El molino del Po o Los camaradas, no deja de sorprenderme la facilidad de los italianos pata trabajar los guiones en equipo y, a veces, en equipos numerosos. Entre los guionistas de la presente está Monicelli, por ejemplo, con obra propia tan sólida.
Juan Poz
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Spain in a Day
Documental
España2016
6.0
625
Documental
9
22 de enero de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando publicitaron el proyecto me interesó mucho saber en qué pararía la cosa. Llegó a las pantallas, pero no se puede ver todo, por definición, y aguardé el segundo turno del pase televisivo. Ayer lo vi. Hoy vengo aquí, entusiasmado, feliz, a expresar las razones de esa felicidad, del bienestar que me deparó la contemplación de ese día en la vida de mis compatriotas que decidieron, contra el pudor de lo íntimo que les reprochaba Unamuno a sus compatriotas de entonces, y que la telerrealidad ha transformado de arriba abajo, abrirnos en canal sus vidas para mostrarnos retazos de su vida cotidiana sin exhibicionismo, sin “montaje” y sin otra guía, en términos generales, que la espontaneidad, entendida al modo extraño de cada cual, por supuesto. Y es ahí, en esa verdad íntima que se cuela en las imágenes, a veces con cierto consentimiento narcisista de los intérpretes, a veces revelando pulsiones escondidas que, por arte de birlibirloque filmador, ocupan la pantalla y desnudan a los actores, donde el espectador se instala a cuerpo de rey para disfrutar de una suerte de armonía cívica de la que, aunque sea como espectador, sabe que forma parte, y que bien pudiera haber estado entre los vídeos seleccionados, si hubiera decidido enviar el suyo, como hicieron más de 20.000 personas, grabaciones de las que apenas aparecen imágenes de 500, lo que constituye un tour de forcé de montaje realmente alucinante. Coixet, no podía ser de otra manera, ha trabajado en equipo, que es como se hace un proyecto coral que es, además, representativo de todo el país, pero se advierte en la selección final su sello bien particular, sobre todo cuando recoge esos personajes peculiares, singulares, conscientes de su individualidad insobornable, que los define y a la que no van a renunciar, sufran las presiones sociales que sufran, como el niño bailarín de las postrimerías del documental, que tanto tienen que ver con ella misma y con personajes de algunas de sus películas. Lo diré sin ambages: Spain in a day (a pesar del título a que obliga el copyright, me imagino) es una película patriótica, o españolísima, si se prefiere, y está muy bien que así sea. Y no es uno de sus menores valores, porque consigue recoger, en apenas 81 minutos, toda la diversidad que somos y en la que, al menos eso he experimentado yo, nos reconocemos de mil amores: la geografía, las costumbres, los sentimientos, la cocina, las celebraciones, las aventuras, las músicas, los amores y desamores, la salud y la ausencia de ella, la longevidad, ¡la criatura jugando con el rayo de sol en la palma de la mano!, el trabajo en el campo, el ocio, la familia… El montaje, salvo algunas historias que acaso se alargan demasiado, tiene un ritmo muy hermosamente subrayado por la música de Alberto Iglesias, cuya “marca de fábrica” se aprecia, sobre todo en los travelines frecuentes de las grabaciones. Está fuera de toda duda que no puede hablarse de un retrato completo de España, ni tampoco es lo que se pretendía, pero también es cierto que, guste más o guste menos, el resultado final es un retrato absolutamente fidedigno de los españoles en el primer tercio del siglo XXI. Que no esté toda la realidad no quita para que cuanto aparece sea auténtica realidad, sin ninguna afectación y con unas dosis de naturalidad que dicen cosas muy elogiosas de las muy variadas formas de ser españoles que se ven en el documental. Claro que hay una cámara de por medio, un punto de vista, y que eso puede haber condicionado de alguna manera el objetivo final de filmar la vida tal cual, pero quienes colaboraron en el proyecto entendieron perfectamente lo que se les pedía, y la prueba es esta maravilla que podemos contemplar con una pasión creciente, y aun hasta hay momentos en que se desea que vuelvan a aparecer algunas personas, como es el caso de los bomberos de aventura por Australia, un contrapunto cómico magnífico, por ejemplo. Es una lástima que en el reparto de la ficha no pueda poner todos los nombres de cuantos aparecen, que sería lo suyo, porque el país es la suma de todas y cada una de las individualidades que aparecen, y de cuantas no han acabado apareciendo y cuyos vídeos, seguramente, serán un precioso material con el que, acaso, montar una secuela tan interesante como este Spain in a day que constituye un regalo no solo para el aficionado al cine documental, sino, sobre todo, para quienes sienten pasión por sus conciudadanos, sus minúsculas historias, sus sentimientos, sus pequeñas vidas discretas tan parecidas a la propia e incluso para quienes pecan de sociólogos de baratillo o de psicólogos de masas. Desde Los españoles pintados por sí mismos a Spain in a day hay un trecho considerable, el mismo que hay desde el tópico, desde el tipo, a la asunción de la individualidad, por más que esta esté, tantas veces, contaminada por lo mediático, pero aun así, es un placer profundo entrar en las vidas singulares de nuestros conciudadanos y sentirnos partícipes de una suerte de armonía nacional de la que todos, sin distinciones, sin exclusiones, formamos parte, y que va más allá, mucho más allá, de la propia Historia, de la Política, de la Religión, etc., es decir, de lo que divide. Spain in a day debería haberse titulado, más propiamente, Spaniards in a day, y todos esos seres anónimos por cuya vida Isabel Coixet ha conseguido que nos interesemos en micronarraciones llenas de vida y pasión tienen un nombre propio, como nosotros, ¡y cuántos no coincidimos en los mismos! Spain in a day parece una ilustración de dos expresiones paradigmáticas de nuestro pensamiento común: Mucho va de Pedro a Pedro y Nadie es más que nadie. ¡Gracias, Isabel!
Juan Poz
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