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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
22 de diciembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como espectadores estamos frente a un drama bélico convencional que quiere ser transgredido mediante una serie de efectos . A veces esto funciona. La idea de un personaje alemán infantil, fanático de los nazis, que tiene por amigo imaginario a una versión caricaturesca de Hitler es una forma llamativa; si bien sirve como anzuelo, hay que decirlo, tras la primera mitad, pasa a un segundo plano que lleva a sospechar de cierto desorden e improvisación estética oculta detrás de grandes ocurrencias. Tal vez la mente de Jojo se ocupó en cosas más serias, como su amistad con la niña judía que su madre esconde en alguna pared de la casa; lo cierto es que si bien dicen que en el cine todo está meticulosamente planeado, aquí se desperdicia el potencial de la figura divertida que encarna Taika Waititi (quien además, alegría aparte, es el director del film).

Con todo, la explosión imaginaria y visual de la película tiene a su favor un humor absurdo y elegante (los mejores diálogos, en mi opinión, se los lleva la "condenada a ser siempre atractiva" Scarlett Johanson, madre de Jojo (Roman Griffin Davis) el niño cuya cicatriz de guerra lo hace sentir idiota y feo. El tono atinado de lo imprevisto, la atmósfera llena de contrastes que establece la selección musical (a veces rayando en el por qué esacanción y qué tiene que ver), el atractivo cuidado del color y su metamorfosis según avanza el film, sumado a su capacidad de conmover con un final hermoso, hacen de Jojo Rabbit un largometraje memorable. Mención aparte merecen los gestos corporales y faciales de los personajes, en ese sentido la película se saca un 10, es muy divertida y elocuente.

Un relato de iniciación donde el primer amor, contra toda ideología política, se impone por la ternura, lo compartido en la soledad y la simpatía que provoca la belleza. Una historia donde la guerra es una serie de explosiones de diferencias dadas entre personajes que insisten en nombrarlas como un motivo de superioridad y de ruptura con el otro. La imagen de la ciudad alemana en ruinas tras el disparo de las bombas, reflexión dada por el film, ilustra cómo entre los escombros existe esa igualdad gris, de infinitos regresos al polvo, donde los hombres vueltos cadáveres son incapaces de explicar a nadie de qué sirve luchar por una causa que cambia de acuerdo a la mente en que se instala, de qué sirve hacer "cosas malas que parezcan buenas" en nombre de un líder y un país abstracto del que, si bien formamos parte, ignoramos del todo sus razones políticas y estratégicas para tomar decisiones.
21 de diciembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué ocurre cuando el cineasta mexicano hace de la atmósfera una poética? ¿Es esto un asomo de aprecio por el naturalismo o una nostalgia que se creyó humilde? Lo complicado es crear una complicidad entre los ruidos cuya razón de ser no dependen de la presencia o ausencia de una cámara y la trama que se desarrolla en ese lugar –sea realidad o ficción [esas dos caras de la moneda conocida como lenguaje y en el aire siempre]– sin caer en un ambiente deletreado por el descuido. A todo espectador, evocando uno de los primeros gritos del cine en forma de travelling mostrando a nuestras pupilas el río Nilo y sus rebaños de palmeras tocadas por un viento misterioso, alegra el visitar la playa y su horizonte nombrado mar; pero a estas alturas, crear un largometraje donde además de las horas están muertas las palabras, las canciones que no existieron por apostar a un realismo inconsistente, la sensualidad agonizando en un balbuceo de poesía, es mostrar un cadáver cuya levedad no consigue un peso propio aún si la paleta de colores es un intento tiránico de azular al o la que mira y, por lo tanto, melancolizar a un par de personas que probablemente sean de los que disfrutan sólo por rendir culto al domingo una mala película de vez en cuando. Esa armonía entre lo que uno ordena y dispone como creador y lo que la naturaleza [ese escenario escapando en su serenidad a convertirse en teatro o set cinematográfico] presta enriqueciendo a dicho intento de decir algo, es en Las horas muertas (2013, Aarón Fernández) un efecto que no alcanza cenit alguno en su entrega a un desenfoque apenas soportable por el hotel, dulce hotel, de paso y la juventud ávida de aventuras anónimas y por lo tanto insólitas como anzuelo que al no dar lo que promete se queda en el limbo de descubrirse una mera carnada y regodearse en quién morderá la trampa metálica y marítima de aquél director que del suspenso apenas mostró unas vacaciones en el territorio del engaño. Si usted lector, amante del cine o neófito en aras de redimirse visualmente, busca entre las producciones cinematográficas mexicanas una experiencia donde lo que vemos frente a la pantalla ahuyente a la muerte, no se detenga en este paradero o hallará muchas palmeras y pocas nueces.
11 de diciembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinema Decadente. Entre las sorpresas literarias y fílmicas que nos recuerdan las distintas artes están en constante diálogo, encontré en boca del deseo la recomendación de The Humbling, película que pasó desapercibida pese a guardar una similitud inquietante con la trama de Birdman.

Adaptación de una novela de Philip Roth, cuenta la historia de Simon Axler (Al Pacino) un actor de más de sesenta años que voló por los aires, hacia las butacas, con tal de huir su último fracaso en el escenario representando Macbeth. A partir de este punto habrá de vivir consciente de que la fama, consecuencia del resplandor del rostro del actor tras la máscara trágica y cómica, es ahora que la inspiración lo abandona tan sólo una nostalgia de aquella voluntad creadora pues no hay fuga posible, la obra continúa cuando los límites entre realidad y ficción recuerdan en su fusión cósmica que el retiro es para Axler apenas un espejismo porque el mundo es en sí mismo un gran teatro donde aplausos de siglos no bastan para dejar caer el telón.

Sin el tono grotesco y fantástico de la última cinta aclamada de Alejandro González Iñarritu el embrollo dramático propuesto por Barry Levinson goza del humor en la superficie que suma visitas al psiquíatra vía Skype, ofertas de trabajo que giran en torno a comerciales como estafas, representación fallida por tener los brazos cortos del suicidio de Hemingway y un amor de tan inesperado absurdo con Pegeen (Greta Gerwig), una joven que después de algunas aventuras lésbicas ha confesado estar enamorada del actor desde los once años y que en la evolución del personaje lo que dura la película se entrega con la gracia y agilidad de una ambiciosa y discreta Lady Macbeth o, ya que la diferencia de edad entre los amantes permite la analogía, con la inocencia de Lolita, ninfa entrañable invocada por la pluma de Vladimir Nabokov.

Dicho embrollo construye el retrato de un actor acabado, y sobre esto hay que decir que el buen Cara Cortada deslumbra con su interpretación decadente y gris. Deambula por su edad y época, perdido y enfermo, huella de su estrella. Es la conciencia de su destino en movimiento, del azar y el caos del arte cuyo móvil no es la pasión sino el desencanto, de las oscilas del deseo como un péndulo que anuncia en su desequilibrio las proezas de un corazón roto. Es el tras bambalinas de la preparación para subir por última vez al escenario.

Sin más pretensión que desnudar al actor en su desafío en contra de la representación, abre interrogantes, durante los últimos minutos, sobre la naturaleza e intención del arte: ¿está hecho para convencer? ¿es la ficción una forma de atar y desatar este nudo de realidades nombrado ser humano? Simon Axler, frente al espejo, antes de salir a dar función nos responde como un murmullo para sí mismo: “Sólo di tus palabras, Shakeaspeare se encargará del resto. Tú lo sabes” y el fenómeno teatral traspasa las fronteras convertido en experiencia dentro de la ficción del filme y en cine pues ha sido éste el medio elegido para montar la obra de teatro cuyo origen está entre los pasadizos secretos del libro cerrado de Philip Roth.

El estado actual del arte es una cruzada de fantasmagorías y cintas olvidadas como ésta muestran con sencillez un realismo que no desdeña el material del que están hechos los sueños. The Humbling, en su entrega discreta, esquiva en su lograda composición las historias, lugares y situaciones comúnmente visitados por las cámaras que dirige sin mucha maestría Mr. Entretenimiento.
A Band Called Death
Documental
Estados Unidos2012
6.7
413
Documental, Intervenciones de: Death, Dannis Hackney, Bobby Hackney ...
7
1 de noviembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La música es una de las formas que tiene la vida de tocar sin cesar la puerta de la muerte, y si hay un detrás de la cerradura sólo el misterio al cantar ‘keep on knockin, keep on knockin on the door’ lo conoce. El documental A band called Death (2012) retrata el enigma que gira alrededor de tres hermanos afroamericanos de Detroit que en la década de los 70’s que afectados por la muerte repentina y absurda de su padre, luego de probar el funk en el delirio de sus instrumentos, deciden formar la que descubierta treinta años después será considerada la banda antecesora del movimiento punk encabezado por Sex Pistols, Bad Brains o los Ramones: Death.

En un recorrido visual que va de la habitación donde tenían lugar los ensayos anónimos de la banda, el barrio de Detroit y Burlington en movimiento, la aparición de fotografías que ilustran el pasado y que son en la dimensión que el film les otorga al combinarlas con grabaciones y canciones de la época una odisea al detrás de líneas de la historia de la banda y de los caminos que el destino trazó para cada uno de los hermanos, el espectador asiste a la víspera de la revelación de una leyenda del rock an’ roll: David Hackney. Creador intelectual o espiritual de la banda, Dave parece mantener una relación de asombro con la muerte. El rechazo es el primer capricho al que los hermanos Hackney se enfrentan en una época donde acceder a los escenarios con una propuesta que desafiaba la lógica convencional en su apuesta a un ritmo estridente y fresco era un hueso duro de roer y casi imposible si la hazaña era pretendida por músicos “de color”, marginales por llevar los bolsillos vacíos. Rechazo al nombre de la banda. Rechazo al sueño de un hombre hecho realidad antes de su desaparición.

El documental de Covino y Howlett consigue adentrarse en el túnel que en vida fuera el genio creativo de uno de los pioneros del punk cuyo nombre arrancó de la boca de la fama, a modo de pacto oscuro, la muerte. Los hermanos Hackney, luego de la desintegración de Death, cedieron al vaivén taciturno en su calidez del reggae. Dave nunca abandonaría el barco iluminado por las notas y letras que solía escribir, como revela su viuda en la cinta, mirando las nubes y su trayectoria insólita. Cruzaría el umbral de la muerte no sin antes advertir, a modo de presagio amoroso a sus hermanos, que guardaran los discos de Death pues el mundo vendría a buscarlos.

El film es una travesía por los pasadizos que atraviesan los hombres cuyo amuleto es la sangre, cuyo ritmo vital es la música. Una joya pura para los seguidores de la mítica banda y una dosis de enigmas para todo aquél que guste asomarse a los archivos confidenciales que el género documental muestra como una mano afortunada de póquer sobre la mesa del cinematógrafo. Los límites entre la vida y la muerte son inciertos porque el fenómeno de la desaparición, característica propia de la segunda, es una prueba confusa. Pero en la sala de espera que es el mundo Dave ahuyenta el rumor que versa en la muerte se abandonan los sueños al cantar ‘don´t you cry, we´re gonna make it’.
1 de noviembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maldición poética. El cine mexicano de Ignacio Ortiz nos acerca en esta ocasión a la contemplación de un árbol genealógico de duraznos, ese de las raíces profundas, cuyos nombres han sido escritos por el horror. Cuatro generaciones cuyo destino fue repetir la traición mítica del hombre asesinando a su propio hermano, el desterrado eligiendo hacer justicia por su propia mano. Una justicia absurda sólo comprendida en los marcos tramposos de las circunstancias históricas: la intervención francesa y la repartición de tierras en los años en que Benito Juárez estuvo en el poder, la revolución y sus saqueos, la aparición de sequías y vientos estériles en un campo antes conocido por su abundante cosecha, la migración hacia el norte. Los fraudes legales a la orden del día.

Así, el Caín (Arturo Ríos) que renunció al sueño por atreverse a mirar de frente los ojos profundos del coyote, dueño ya de un nombre falso comprado con el dinero que heredó su hermano además de una extensión de tierra en el paisaje árido de Oaxaca, funda el linaje de los Arcángeles con unas manos que aunque invisible habrán de llevar el crimen y sus malos presagios en la sangre, oculto como el latido de un revolver enterrado hace tiempo a los pies de la casa familiar.

Los tiempos cambian pero la sangre es parecida al agua, esa ‘joven memoria del olvido’, y el lenguaje cinematográfico de Cuentos de hadas para dormir cocodrilos (2002) rescata esa visión del mundo poética pues, apartando de la mira los merecidos premios, cediéndole la humildad y aprecio correspondiente al espectador, no podrá éste negar que el guión es maravilloso aun cuando se enfría por momentos. Puedo decir, sin ánimo de sonar hiperbólica, que la película de Ortiz comparte cierto aire enrarecido a cuyo encuentro acudimos en la narrativa de Juan Rulfo o los poemas coléricos de Rosario Castellanos o La feria de Juan José Arreola, restando el humor. Medio siglo después la adaptación de principios y mediados de siglo XX es una nostalgia bien cuidada, una imagen estrechando la mano del espíritu pictórico pues los colores del film, quizás por su cercanía al paisaje de la sierra como espacio donde reina la cámara, son otoño acariciado por el sol, una estación desteñida.

Después de una década su visión es cercana, por apostar más que al árbol a su sombra, el film es un recordatorio y una reflexión sobre los sueños y las pesadillas que engendra una realidad que acaso es dictada por la sangre, y los sacrificios acechando consciencias con su brillo de armas blancas, es también pese al asombro que lo acompaña una mirada fría de las pasiones que el mexicano atesora aún en medio de ese sentimiento de pérdida tan común a los hombres cuya tierra es suya porque alguien, acaso una sombra extranjera, se las ha dado. No será lo mismo verla a solas que acompañado de la respectiva familia y eso dice mucho de ella. Es la película ese cauce en el que vamos como niños radiantes siempre a punto de ahogarse, siempre a nada de cruzar a la otra orilla.
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