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7.2
83,537
6
10 de abril de 2015
10 de abril de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un director viene de declarar sus intenciones con ese alarde de virtuosismo cinematográfico que es Seven, puñetazo en la mesa tras el primer paso en falso de Alien 3, estamos obligados casi a pensar que la siguiente propuesta deberá seguir explotando los recursos que funcionaron al autor, perfeccionándolos pero manteniendo la frescura y el respeto hacia el espectador. Sin embargo, en The Game, pese a que comprobamos felices cómo Fincher se reafirma como un cineasta con un talento sobrenatural para contar historias, esta vez la propuesta argumental se torna un vacía excusa para mantener nuestra atención durante dos horas.
Tan solo un año después de The Game, apareció aquella genialidad llamada El show de Truman. La película de Peter Weir, a nivel argumental, es un cine de pensamiento, de tesis, en el que de verdad poco importa la credibilidad de la trama. Weir nos daba codazos y nos susurraba “imagina ahora que…” con el foco que cae, la lluvia selectiva, el cielo de cartón piedra de ese mundo de mentira levantado en torno a Truman Burbank. La película de Weir, por inmediatez temporal y por su mayor riqueza de contenido, consiguió ser mucho más efectiva en sus aspiraciones de ofrecernos una perspectiva diferente desde la que observar el mundo haciéndonos partícipes de un engaño orquestado hasta el último detalle.
La similar ‘The Game’, por el contrario, tiene un gran hándicap: el mundo en el que se desarrolla la vida de Nicholas Van Orton es real o al menos aspira a serlo, y es en este mundo potencialmente real donde se traza la ironía sobre el feroz sistema capitalista que rige nuestras vidas (Van Orton como el empresario millonario que acaba siendo la víctima de un juego macabro, viviendo en sus carnes la incertidumbre de no saber dónde demonios acabará todo esto). Por ello, el intento de elevar el vuelo por encima de la trama y tomar distancia para encontrar la reflexión a través del juego metafórico, queda frustrado por un contexto que no aspira a ser consecuente o fiel a lo que cuenta, convirtiendo en increíble cualquier intento de verosimilitud.
Por eso me cuesta creer que Van Orton esté a punto de “morir de mentira” en un taxi que arrojan al mar y que en la escena siguiente todo siga como si nada, o que en la parte final los responsables del juego sepan al milímetro cómo y hacia dónde se va a mover el protagonista. Son demasiados disparates como para pensar que es imposible que todo vuelva a seguir siendo normal justo antes de los títulos de crédito, y es entonces cuando llega la decepción, la estafa. Todo es nada, nosotros hemos sido víctimas de un juego, nos dice Fincher. Un juego entretenido pero muy poco estimulante.
Tan solo un año después de The Game, apareció aquella genialidad llamada El show de Truman. La película de Peter Weir, a nivel argumental, es un cine de pensamiento, de tesis, en el que de verdad poco importa la credibilidad de la trama. Weir nos daba codazos y nos susurraba “imagina ahora que…” con el foco que cae, la lluvia selectiva, el cielo de cartón piedra de ese mundo de mentira levantado en torno a Truman Burbank. La película de Weir, por inmediatez temporal y por su mayor riqueza de contenido, consiguió ser mucho más efectiva en sus aspiraciones de ofrecernos una perspectiva diferente desde la que observar el mundo haciéndonos partícipes de un engaño orquestado hasta el último detalle.
La similar ‘The Game’, por el contrario, tiene un gran hándicap: el mundo en el que se desarrolla la vida de Nicholas Van Orton es real o al menos aspira a serlo, y es en este mundo potencialmente real donde se traza la ironía sobre el feroz sistema capitalista que rige nuestras vidas (Van Orton como el empresario millonario que acaba siendo la víctima de un juego macabro, viviendo en sus carnes la incertidumbre de no saber dónde demonios acabará todo esto). Por ello, el intento de elevar el vuelo por encima de la trama y tomar distancia para encontrar la reflexión a través del juego metafórico, queda frustrado por un contexto que no aspira a ser consecuente o fiel a lo que cuenta, convirtiendo en increíble cualquier intento de verosimilitud.
Por eso me cuesta creer que Van Orton esté a punto de “morir de mentira” en un taxi que arrojan al mar y que en la escena siguiente todo siga como si nada, o que en la parte final los responsables del juego sepan al milímetro cómo y hacia dónde se va a mover el protagonista. Son demasiados disparates como para pensar que es imposible que todo vuelva a seguir siendo normal justo antes de los títulos de crédito, y es entonces cuando llega la decepción, la estafa. Todo es nada, nosotros hemos sido víctimas de un juego, nos dice Fincher. Un juego entretenido pero muy poco estimulante.

7.2
7,054
8
17 de noviembre de 2024
17 de noviembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
François Ozon vivió un momento dulce en 2016 con esta Frantz, formidable drama que, sorprendentemente, pasó con más pena que gloria por festivales, pero que reivindicó al francés como uno de los cineastas más solventes de la actualidad. Su puesta en escena, combinando magistralmente el blanco y negro con el color, envuelve con lujo una historia sobre la mentira piadosa que sirve de anestesia tras un trauma lleno del luto y rencor que deja cualquier guerra. Cada sutil giro en su trama sorprende hasta casi su último fotograma, manteniendo vivo el interés pese a su ritmo pausado pero siempre con aplomo.

7.2
58,264
9
17 de noviembre de 2024
17 de noviembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando mezclas el talento explosivo del más posmoderno de los autores contemporáneos con un guión adaptado de una novela más convencional, obtenemos una obra que en su momento causó el descontento de los acérrimos fans de uno y otro bando, pero que el tiempo ha sabido tratar como se merecía. Jackie Brown es un derroche de estilo al más puro estilo Tarantino, esta vez con el reposo literario de su material de partida para construir una trama que atrapa de principio a fin. La película que consagró al cineasta americano como uno de los mejores y esenciales de la actualidad.

7.4
14,784
8
17 de noviembre de 2024
17 de noviembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo por ser testigos de los trepidantes minutos finales, con ese demoledor monólogo de Paul Newman, ya se justifica el visionado de esta película. Pero es aún más que eso. Sidney Lumet poseía esa afiladísima destreza narrativa tan de economía del lenguaje, tan de contención calculada y tan de pulso de hierro que muestra en esta y en todas las obras maestras que abundaban en su filmografía. Todo encaja en este ballet desplegado por unos actores en estado de gracia y por esa cámara que, en su silencio, oprime, hastía y libera sin explicitar en ningún momento. Una película imprescindible.

6.8
4,188
8
17 de noviembre de 2024
17 de noviembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me gustaría habitar el cine del Malick más lírico. El cineasta americano repite la fórmula que ya le funcionó en El árbol de la vida para, a diferencia de sus dos incursiones anteriores, esta vez sí caer de pie. Vida oculta funciona porque su tenue argumento es lo que menos importa. Es una experiencia que abraza los sentidos y agita el alma. La bellísima banda sonora, los paisajes de un bucolismo que creíamos extinto y la narrativa fragmentada que siempre parece venir de y acabar antes de algo muchísimo más grande, construyen una obra que más que contemplarse, se vive.
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