El film se planteó como una secuela de La selva blanca (1972). Las escenas de renos y de lobos que acompañan a los títulos de crédito iniciales en ambas películas lo indican claramente así como sus bandas sonoras, las dos de Carlo Rustichelli.

En la primera escena del título que nos ocupa, Buck (el perro lobo protagonista de La selva blanca) acude al lado de Charlie -personaje interpretado en la cinta anterior por Sancho Gracia- con la intención de morir y de dejarle a cargo a su hijo: Colmillo Blanco.

A partir de ahí la cinta nos ofrece una buena historia de aventuras basada muy libremente en la obra homónima de Jack London.

Aunque al director se le nota el buen oficio y la fotografía es bastante bella, estamos ante una versión muy mediocre de "El último mohicano" con alteraciones muy significativas respecto a la obra original:

1. Para empezar, los sucesos de la novela se trasladan por lo menos un siglo después, o sea que la lucha no es entre ingleses y franceses sino entre soldados de caballería yanqui por un lado y bandidos blancos aliados con indios por el otro.

2. El hecho de que esta versión esté enteramente filmada en España, principalmente en el desierto de Tabernas y algunas escenas en la ciudad encantada de Cuenca, obliga a alterar la geografía de la novela. En consecuencia, no hay persecución fluvial ni presencia de ríos y bosques en ningún momento.

3. El desenlace está suavizado.

Como curiosidad cabe destacar que el actor Daniel Martín interpreta a Uncas tanto en esta versión como en otra del mismo año titulada "Uncas, el fin de una raza", un film mucho más mediocre que este pero muy fiel a la novela.

Una película extraordinaria. Aunque desde el inicio sea previsible cual será el futuro de los dos protagonistas, su descenso a los infiernos (ese charco de agua negra a la entrada del circo) nos es mostrado de forma magistral.

La inocencia que muestra Barbú en su nueva situación en contraste con la crudeza con la que son tratadas todas las criaturas menores de edad que aparecen en el film, hacen de él un plato para estómagos fuertes.

Lo mejor: La originalidad del argumento. Quizas no se veía en pantalla tal sordidez en un circo desde "Garras humanas" (1927).

Lo peor: Ese final a lo "Taxi driver".

Si usted ve esta película siete años después de ver la primera parte (que es el tiempo que transcurrió entre la filmación de una y otra) probablemente tendrá una fuerte sensación de "dejà vu". Si en cambio, como yo, visiona las dos partes una detrás de la otra, obtendrá una experiencia o bien penosa, o bien divertida. Esta segunda opción la puede obtener si se entretiene en observar como el guion va contorsionándose para poder reaprovechar todas y cada una de las escenas más espectaculares de la primera parte.

A medida que avanza el film, los contrastes disonantes entre los planos insertados de la primera parte (ahora inflados de 4:3 a panorámico) y los nuevos son cada vez más lamentables. Este híbrido de remake y remontaje (el título español no engaña y por tanto es más acertado que el original) se salva sobre todo por el final dentro de la mina, con un grado de tensión bastante conseguido desde mi punto de vista.

He visionado los dos montajes simultáneamente y puedo concluir que el más breve, de 111 minutos, es de calidad inferior respecto el de 133 minutos.

La versión que no llega a las dos horas empieza con un ejemplar del libro de Anna Karenina y incluye una pequeña escena amorosa que no aparece en la versión larga. El segundo montaje se inicia con un texto sobreimpreso en la primera escena y añade secuencias que desarrollan mucho mejor el carácter de los personajes secundarios a la vez que amplía muchas escenas de la pareja protagonista.

Muy recomendable, pues, el montaje con veintidós minutos extra puesto que constituye una obra mucho más reflexiva y que profundiza mejor en el texto de Tolstoi.