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6.6
9,845
8
19 de noviembre de 2014
19 de noviembre de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al inicio de esta estimulante obra se nos presenta a varios personajes, con sus respectivos hogares y trabajos, y cuando éstas existen, las relaciones que mantienen los unos y los otros. Siendo las flores que dan nombre a la película el nexo común entre todos ellos, sirviendo éstas como reflejo del paso del tiempo, al ser protagonistas de diversos rituales periódicos de muy diferente índole: algunos son esperados con ansias, y recibidos como una promesa de escapatoria a una existencia vacía y gris; otras en cambio reflejarán la melancolía y el dolor causado por la ausencia.
Las flores son testigos mudos del trágico devenir de tres mujeres, de diferentes edades, y muy diferentes las unas de las otras. El espectador contemplará la evolución de cada una de ellas de primera mano, ya que la historia es narrada en todo momento desde los ojos de una de ellas. Se trata entonces de una obra, pese al estar dirigida y escrita por hombres, se nos cuenta desde una perspectiva femenina, donde los diversos personajes masculinos quedan relegados a un segundo plano, llegando a resultar demasiado planos, en contraposición de las tres protagonistas retratadas con esmero, haciendo que el público pueda empatizar con ellas, y comprenderlas pese a las evidentes diferencias entre unas y otras.
Los creadores de esta obra han optado por contárnosla desde una forma cercana, pudiendo sentir en todo momento la soledad y el sufrimiento de sus protagonistas, pero con la suficiente distancia para no caer en el melodrama. La economía narrativa también ha sido un acierto, en lugar de lanzar toneladas de datos e información al espectador durante la hora y media que dura el metraje, ésta se ofrece dosificada durante toda la trama, y en las cantidades justas y necesarias para adentrarnos en el mundo interior de sus protagonistas. En ningún momento la obra cae en excesos, ni narrativos ni formales, optando en este último aspecto por el realismo, al que las flores añaden una ligera pincelada mágica, en contraste de los momentos más fríos u oscuros, dando en algún momento la sensación de que nos encontramos ante un thriller, a lo que ayuda la forma en la que se nos ofrece la información, y donde en todo momento se remarca qué sabe y qué no cada una de sus protagonistas.
Uno de los puntos fuertes de la obra es la naturalidad de las interpretaciones, destacando por encima del resto las del triángulo protagonista: Nagore Aranburu, Itziar Aizpuru y Ane Gabarain. En cuanto a las interpretaciones masculinas destaca la de Josean Bengoetxea. Puede que a muchos les espante el hecho de que esté rodada íntegramente en Euskera, perdiéndose una de esas pequeñas joyas cinematográficas que de vez en cuanto nos ofrece la cartelera. Quién se atreva a adentrarse en el mundo en miniatura que nos refleja los efectos del paso del tiempo, del dolor, y de la soledad.
Las flores son testigos mudos del trágico devenir de tres mujeres, de diferentes edades, y muy diferentes las unas de las otras. El espectador contemplará la evolución de cada una de ellas de primera mano, ya que la historia es narrada en todo momento desde los ojos de una de ellas. Se trata entonces de una obra, pese al estar dirigida y escrita por hombres, se nos cuenta desde una perspectiva femenina, donde los diversos personajes masculinos quedan relegados a un segundo plano, llegando a resultar demasiado planos, en contraposición de las tres protagonistas retratadas con esmero, haciendo que el público pueda empatizar con ellas, y comprenderlas pese a las evidentes diferencias entre unas y otras.
Los creadores de esta obra han optado por contárnosla desde una forma cercana, pudiendo sentir en todo momento la soledad y el sufrimiento de sus protagonistas, pero con la suficiente distancia para no caer en el melodrama. La economía narrativa también ha sido un acierto, en lugar de lanzar toneladas de datos e información al espectador durante la hora y media que dura el metraje, ésta se ofrece dosificada durante toda la trama, y en las cantidades justas y necesarias para adentrarnos en el mundo interior de sus protagonistas. En ningún momento la obra cae en excesos, ni narrativos ni formales, optando en este último aspecto por el realismo, al que las flores añaden una ligera pincelada mágica, en contraste de los momentos más fríos u oscuros, dando en algún momento la sensación de que nos encontramos ante un thriller, a lo que ayuda la forma en la que se nos ofrece la información, y donde en todo momento se remarca qué sabe y qué no cada una de sus protagonistas.
Uno de los puntos fuertes de la obra es la naturalidad de las interpretaciones, destacando por encima del resto las del triángulo protagonista: Nagore Aranburu, Itziar Aizpuru y Ane Gabarain. En cuanto a las interpretaciones masculinas destaca la de Josean Bengoetxea. Puede que a muchos les espante el hecho de que esté rodada íntegramente en Euskera, perdiéndose una de esas pequeñas joyas cinematográficas que de vez en cuanto nos ofrece la cartelera. Quién se atreva a adentrarse en el mundo en miniatura que nos refleja los efectos del paso del tiempo, del dolor, y de la soledad.
7
19 de mayo de 2014
19 de mayo de 2014
14 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres años después de Pájaros de Papel, uno de los mejores dramas que se han rodado sobre los primeros años que siguieron a la Guerra Civil, Emilio Aragón nos trae su segunda película. Se trata de un Road Movie con sabor a Western crepuscular, con varios puntos en conexión con su primera ópera prima: la nostalgia, la pérdida personal y material, el exilio… y algún que otro momento musical insertado en mitad de la trama. Si en el debut, dentro del reparto destacaban por encima del resto Imanol Arias y Lluís Homar, aquí es Robert Duvall quien se come con patatas al resto del reparto sin ningún problema; sin lugar a dudas, su participación es uno de los alicientes más fuertes para ver la película; es bastante significativo que fue precisamente el interés del oscarizado actor por participar en el proyecto lo que hizo que el hijo del legendario Miliki aceptara dirigir la película; sin Duvall esta obra jamás hubiera sido lo mismo.
La fotografía a cargo de David Omedes es uno de los puntos fuertes de la obra, reflejando en todo momento y con gran acierto el tono crepuscular y melancólico de la obra. En cambio, el guión firmado por William D. Wittliff de excesivamente convencional, en muchos momentos predecible y muy irregular a niveles generales. En diferentes partes de la obra se aprecian ciertos ecos de obras como “Sin Perdón” de Clint Eastwood, la primera parte de “Abierto hasta el Amanecer” de Robert Rodríguez o “No es país para viejos” de los Hermanos Coen, perdiendo en ambas comparaciones. Pero, afortunadamente, el buen hacer de Emilio Aragón, la cuidada fotografía, y especialmente, la actuación protagonista, hace que se perdonen la mayoría de las disfunciones del guión.
La obra gira en torno a la frontera que separa México y Estados Unidos; normalmente (al menos en las películas) los que la cruzan en dirección sur lo hacen para huir de la justicia; en cambio nuestro protagonista, un viejo cowboy, lo hace huyendo del deprimente destino que se niega a aceptar. Va a México, país de gran importancia en su juventud, junto al nieto que acaba de conocer. Por el camino se encontrarán a una joven cantante mexicana, frustrada porque a los turistas “gringos” les interesan más sus curvas que su voz. Todo se complicará cuando nuestros protagonistas se ven involucrados en una trama criminal, que es una de las partes más pobres del guión; si se hubiera pulido más, podría haber resultado algo interesante, pero sólo ha quedado en una versión simplista de, la antes citada, “No es país para viejos”. Dentro de los villanos, de las funciones destaca la presencia de Luis Tosar, que cumple con su labor pese a lo poco desarrollado que está su personaje; problema que comparte con el resto de maleantes de la función.
De dicha trama criminal, lo más destacable es la motivación del personaje de Robert Duvall (una vez más, los mejores aspectos de la obra gira a su alrededor) para quedarse con el dinero, y así conseguir huir de vivir sus últimos años en la miseria. Desde que comienza hasta que finaliza la película, cuesta mucho no sentir simpatía por el personaje principal, lo que ayuda a terminar su visionado con una mejor impresión de la misma. “Una noche en el viejo México” es una película con fallos (especialmente de guión) pero también cosecha una buena lista de aciertos, logrando que sea una película amena de seguir; y gracias al carisma de su protagonista, hace que nos olvidemos de su predecible guión y permanezcamos atentos a los sucesos que le rodean. Personalmente, espero con ganas la tercera incursión de Emilio Aragón en el mundo de la dirección cinematográfica, y a poder ser que vuelva a hacerlo con un guión propio, ya ha demostrado que se le dan mejor.
Lo mejor: Robert Duvall, y sus conversaciones con su nieto ficticio.
Lo peor: un guión irregular y predecible.
La fotografía a cargo de David Omedes es uno de los puntos fuertes de la obra, reflejando en todo momento y con gran acierto el tono crepuscular y melancólico de la obra. En cambio, el guión firmado por William D. Wittliff de excesivamente convencional, en muchos momentos predecible y muy irregular a niveles generales. En diferentes partes de la obra se aprecian ciertos ecos de obras como “Sin Perdón” de Clint Eastwood, la primera parte de “Abierto hasta el Amanecer” de Robert Rodríguez o “No es país para viejos” de los Hermanos Coen, perdiendo en ambas comparaciones. Pero, afortunadamente, el buen hacer de Emilio Aragón, la cuidada fotografía, y especialmente, la actuación protagonista, hace que se perdonen la mayoría de las disfunciones del guión.
La obra gira en torno a la frontera que separa México y Estados Unidos; normalmente (al menos en las películas) los que la cruzan en dirección sur lo hacen para huir de la justicia; en cambio nuestro protagonista, un viejo cowboy, lo hace huyendo del deprimente destino que se niega a aceptar. Va a México, país de gran importancia en su juventud, junto al nieto que acaba de conocer. Por el camino se encontrarán a una joven cantante mexicana, frustrada porque a los turistas “gringos” les interesan más sus curvas que su voz. Todo se complicará cuando nuestros protagonistas se ven involucrados en una trama criminal, que es una de las partes más pobres del guión; si se hubiera pulido más, podría haber resultado algo interesante, pero sólo ha quedado en una versión simplista de, la antes citada, “No es país para viejos”. Dentro de los villanos, de las funciones destaca la presencia de Luis Tosar, que cumple con su labor pese a lo poco desarrollado que está su personaje; problema que comparte con el resto de maleantes de la función.
De dicha trama criminal, lo más destacable es la motivación del personaje de Robert Duvall (una vez más, los mejores aspectos de la obra gira a su alrededor) para quedarse con el dinero, y así conseguir huir de vivir sus últimos años en la miseria. Desde que comienza hasta que finaliza la película, cuesta mucho no sentir simpatía por el personaje principal, lo que ayuda a terminar su visionado con una mejor impresión de la misma. “Una noche en el viejo México” es una película con fallos (especialmente de guión) pero también cosecha una buena lista de aciertos, logrando que sea una película amena de seguir; y gracias al carisma de su protagonista, hace que nos olvidemos de su predecible guión y permanezcamos atentos a los sucesos que le rodean. Personalmente, espero con ganas la tercera incursión de Emilio Aragón en el mundo de la dirección cinematográfica, y a poder ser que vuelva a hacerlo con un guión propio, ya ha demostrado que se le dan mejor.
Lo mejor: Robert Duvall, y sus conversaciones con su nieto ficticio.
Lo peor: un guión irregular y predecible.

6.0
9,186
7
11 de marzo de 2015
11 de marzo de 2015
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Cronenberg es sin duda alguna uno de los directores canadienses con más talento, más controvertidos y originales del panorama actual. Si hay algo sobre lo que su filmografía ha girado constantemente una y otra vez es sobre la figura del monstruo; durante sus primeras obras lo hacía de forma más evidente a través de malformaciones físicas (destacando de esta etapa “La mosca” de 1986), pero poco a poco se ha ido centrando más en las perturbaciones psicológicas de sus personajes. El director canadiense quiso dar un giro más a su filmografía al rodar “Un método peligroso” y “Cosmopolis”, dos obras que quisieron ser más pretenciosas que sus posibilidades, y por lo general, no satisficieron a sus espectadores. Cronenberg parece que ha aprendido la lección al rodar “Map to the stars”, la cual posee la limpieza visual de sus anteriores obras, lejos del buscado y retorcido feísmo de varios de sus clásicos, pero manteniendo toda la mala baba de estos.
Aquí se nos muestra un Hollywood de glamour, de lujos, de oportunidades, de contratos millonarios, de fiestas, de mansiones y coches caros; pero donde no hace falta escarbar demasiado para descubrir que toda esa ciudad está podrida por dentro. La obra es narrada de forma coral, a través de los ojos de varios personajes; que lejos de encontrarse aislados los unos de los otros, las relaciones entre ellos son tan estrechas como turbulentas. Ninguno, en menor o mayor medida, se libra; todos son retratados principalmente por sus vicios, sus defectos, o sus obsesiones: egos y ambiciones desmedidas frutos de la fama y cantidades abismales de dinero, deseos obsesivos de conseguir sus objetivos sea como sea, relaciones incestuosas, jugueteos con diversos drogas a todas las edades...
Gran peso de la obra recae sobre los hombros de sus intérpretes, y éstos cumplen en mayor o menor medida; incluso Robert Pattinson y John Cusack (Lejanos han quedado sus buenos tiempos) cumplen con sus respectivos papeles, aunque la brevedad de los mismos seguramente hayan jugado a su favor. Pero si hay que destacar dos interpretaciones son, sin duda alguna, las de Mia Wasikowska, con un personaje cuya evolución marca los compases de la trama; y sobre todo, a una Julianne Moore, que tras su Óscar con “Siempre Alice” se encuentra en el mejor momento de su carrera, y que aquí da vida a una actriz que desea relanzar su carrera sea como sea, pero sin asumir que ya no es la misma chica joven que antes, y mientras trata de superar los fantasmas de su truculenta relación con su fallecida madre.
Se trata de una obra que supera a las dos realizaciones anteriores de Cronenberg, pero que sólo puede mirar a sus mejores obras desde abajo. Tanto la apuesta por los momentos de más grotesco humor negro, como el uso de situaciones oníricas que rompen con la realidad de los personajes a través de pesadillas y alucinaciones; acierta en ocasiones, mientras en otras no terminan de cuajar. Una obra con sus virtudes y sus defectos, que aunque este lejos de ser redonda merece ser vista aunque sea por su cierta originalidad, su mala baba, por ver otra grandiosa actuación de Julianne Moore... o por ver a Carrie Fisher haciendo un cameo interpretándose a sí misma.; dependiendo de las preferencias de cada uno.
Aquí se nos muestra un Hollywood de glamour, de lujos, de oportunidades, de contratos millonarios, de fiestas, de mansiones y coches caros; pero donde no hace falta escarbar demasiado para descubrir que toda esa ciudad está podrida por dentro. La obra es narrada de forma coral, a través de los ojos de varios personajes; que lejos de encontrarse aislados los unos de los otros, las relaciones entre ellos son tan estrechas como turbulentas. Ninguno, en menor o mayor medida, se libra; todos son retratados principalmente por sus vicios, sus defectos, o sus obsesiones: egos y ambiciones desmedidas frutos de la fama y cantidades abismales de dinero, deseos obsesivos de conseguir sus objetivos sea como sea, relaciones incestuosas, jugueteos con diversos drogas a todas las edades...
Gran peso de la obra recae sobre los hombros de sus intérpretes, y éstos cumplen en mayor o menor medida; incluso Robert Pattinson y John Cusack (Lejanos han quedado sus buenos tiempos) cumplen con sus respectivos papeles, aunque la brevedad de los mismos seguramente hayan jugado a su favor. Pero si hay que destacar dos interpretaciones son, sin duda alguna, las de Mia Wasikowska, con un personaje cuya evolución marca los compases de la trama; y sobre todo, a una Julianne Moore, que tras su Óscar con “Siempre Alice” se encuentra en el mejor momento de su carrera, y que aquí da vida a una actriz que desea relanzar su carrera sea como sea, pero sin asumir que ya no es la misma chica joven que antes, y mientras trata de superar los fantasmas de su truculenta relación con su fallecida madre.
Se trata de una obra que supera a las dos realizaciones anteriores de Cronenberg, pero que sólo puede mirar a sus mejores obras desde abajo. Tanto la apuesta por los momentos de más grotesco humor negro, como el uso de situaciones oníricas que rompen con la realidad de los personajes a través de pesadillas y alucinaciones; acierta en ocasiones, mientras en otras no terminan de cuajar. Una obra con sus virtudes y sus defectos, que aunque este lejos de ser redonda merece ser vista aunque sea por su cierta originalidad, su mala baba, por ver otra grandiosa actuación de Julianne Moore... o por ver a Carrie Fisher haciendo un cameo interpretándose a sí misma.; dependiendo de las preferencias de cada uno.

6.5
1,327
8
7 de mayo de 2014
7 de mayo de 2014
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos niños, dos hermanos, dos gemelos, al llegar la Segunda Guerra Mundial a su país son llevados a la casa de su abuela materna para refugiarse. A partir de ese momento conocerán la crueldad de la guerra y todas sus consecuencias. Ambos llegarán a la conclusión de que necesitan endurecerse física y mentalmente si quieren sobrevivir a ese infierno. Dejarán para siempre de ser niños. Ambos vivirán en primera persona todo tipo de sufrimientos, de los que poco a poco se harán inmunes. Como ellos mismos confesarán, podrán soportar el dolor, el hambre y el frío; pero jamás podrán soportar estar separados el uno del otro.
Es una obra fría y dura, no apta para corazones sensibles; ya que nos trasmite los mayores horrores de la guerra de una forma realista y cruda, y para hacerla más desgarradora aún: narrando la historia, al igual que “El niño con el pijama de rayas”, desde el punto de vista de dos niños, aunque ahí terminen las similitudes entre ambas obras. La historia se nos cuenta desde la distancia, evitando así conducir el relato al melodrama; y esto, unido al apartado visual de corte realista de la película, hace que en ocasiones pareciera que estamos ante un documental.
El reparto es uno de los aspectos destacados de la obra, que añade más verosimilitud a la historia. A destacar queda la interpretación de los dos protagonistas, se trata de unos papeles complicados, pero los jóvenes actores lo han bordado. Sobre los secundarios destacaría el papel de la despiadada abuela, un personaje que se nos muestra como cruel y desalmado, pero que a menudo avanza la historia, gracias a la interpretación de la actriz (y quizás, al comprobar que el resto de personas que encuentran los niños son aún peores) se le termina cogiendo cariño. También es digno de mención ese oficial Nazi, con cierto parecido a Erich von Stroheim en “La Gran Ilusión” de Jean Renoir.
En resumen, no es una película fácil de ver, ni recomendada para todos los públicos. Sin duda alguna, su visionado es una experiencia desgarradora y única. Alguna parte podría parecer excesivamente “jodida”, o exagerada, pero lo cierto es que (desgraciadamente) todo eso podría haber sucedido realmente. Se nos habla del pasado, pero bien podría estar haciéndolo del presente, pues si estando ambientada en la II Guerra Mundial, podría estarlo en cualquier guerra que asola actualmente cualquier parte del planeta.
Es una obra fría y dura, no apta para corazones sensibles; ya que nos trasmite los mayores horrores de la guerra de una forma realista y cruda, y para hacerla más desgarradora aún: narrando la historia, al igual que “El niño con el pijama de rayas”, desde el punto de vista de dos niños, aunque ahí terminen las similitudes entre ambas obras. La historia se nos cuenta desde la distancia, evitando así conducir el relato al melodrama; y esto, unido al apartado visual de corte realista de la película, hace que en ocasiones pareciera que estamos ante un documental.
El reparto es uno de los aspectos destacados de la obra, que añade más verosimilitud a la historia. A destacar queda la interpretación de los dos protagonistas, se trata de unos papeles complicados, pero los jóvenes actores lo han bordado. Sobre los secundarios destacaría el papel de la despiadada abuela, un personaje que se nos muestra como cruel y desalmado, pero que a menudo avanza la historia, gracias a la interpretación de la actriz (y quizás, al comprobar que el resto de personas que encuentran los niños son aún peores) se le termina cogiendo cariño. También es digno de mención ese oficial Nazi, con cierto parecido a Erich von Stroheim en “La Gran Ilusión” de Jean Renoir.
En resumen, no es una película fácil de ver, ni recomendada para todos los públicos. Sin duda alguna, su visionado es una experiencia desgarradora y única. Alguna parte podría parecer excesivamente “jodida”, o exagerada, pero lo cierto es que (desgraciadamente) todo eso podría haber sucedido realmente. Se nos habla del pasado, pero bien podría estar haciéndolo del presente, pues si estando ambientada en la II Guerra Mundial, podría estarlo en cualquier guerra que asola actualmente cualquier parte del planeta.

6.5
698
8
26 de febrero de 2015
26 de febrero de 2015
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los tiempos cambian y en el mundo de los negocios turbios también. Los gángsters que atemorizaban a la ciudadanía metralleta en mano, van dejando paso a los ambiciosos empresarios que desde sus respectivos despachos, con métodos distintos, aspiran a los mismos objetivos de poder y grandeza. Mientras los primeros se libraban de los sujetos molestos a base de plomo; los segundos se escabullen de ellos firmando papeles, y dicho sujeto molesto será apartado a un oscuro rincón donde no podrá continuar husmeando. Mucho más limpio, evitando mala publicidad, y con resultados similares. La violencia está siendo sustituida por sobornos a políticos y jueces. Pero hay gente que no parece dispuesta a adaptarse a los nuevos tiempos, y continúa practicando los viejos métodos. Más toscos y sucios, pero bajo su punto de vista, más prácticos.
Ese hombre anclado en el pasado es Nick Scanlon (interpretado por Robert Ryan), un delincuente poderoso, astuto, violento y testarudo, siempre consigue salirse con la suya, y nunca acepta un no de nadie. Su único punto débil es su díscolo hermano pequeño, que pese a su prohibición, sigue obcecado con casarse con una cantante de poca monta (Lisbeth Scott). Por otra parte, está el nuevo y misterioso amo de la ciudad, al que todos conocen como “El Anciano”. Principal defensor de dejar las balas atrás y conseguir sus objetivos untando a quien sea necesario.
Dispuesto a enfrentarse a ellos se encuentra un hombre: McQuigg (al que da vida Robert Mitchum), cuya carrera policial ha sido frenada debido a su fama de hombre honrado e insobornable. Detrás de ello intuye que se encuentra la alargada sombra de Scanlon. McQuigg, junto a otros policías honrados, como el joven agente Johnson (William Talman) harán todo lo posible por acabar con la delincuencia en su distrito, aunque sea poniendo sus propias vidas (y las de sus familiares) en peligro.
La trama que une a McQuigg con Scanlon, es una de las mejores bazas de la obra, con la que han sabido jugar bien. Además, este punto está reforzado por las interpretaciones de ambos: los dos Roberts, Mitchum y Ryan. Ambos ya se vieron las caras en Encrucijada de odios, y como ahí demuestran tener una gran química cada vez que los dos cruzan en pantalla. En cuanto a secundarios destacaría a William Conrad como el silencioso detective corrupto Turk. También merece mención, aunque en sentido negativo, el personaje noño y simple del periodista.
Una buena muestra de Cine Negro de principio de la década de los 50, que sigue siendo de rabiosa actualidad. Ya que, a diferencia de gran parte de las películas del genero, no se centra en la violencia de las armas (que también), sino el peligro que conlleva una sociedad corrupta. La trama, pese a algún que otro bache, consigue mantener la emoción hasta el final. El carisma de los dos protagonistas, abrigados por el buen hacer de la mayoría de los secundarios, hace que prestemos atención en todo monto a lo que acontece en esta historia de corrupción y emboscadas.
http://nosoyuncritico.com/ciclos/2015/02/ciclo-robert-mitchum/
http://nosoyuncritico.com/criticas/ano/sunday-classics-2/2015/02/el-soborno/
Ese hombre anclado en el pasado es Nick Scanlon (interpretado por Robert Ryan), un delincuente poderoso, astuto, violento y testarudo, siempre consigue salirse con la suya, y nunca acepta un no de nadie. Su único punto débil es su díscolo hermano pequeño, que pese a su prohibición, sigue obcecado con casarse con una cantante de poca monta (Lisbeth Scott). Por otra parte, está el nuevo y misterioso amo de la ciudad, al que todos conocen como “El Anciano”. Principal defensor de dejar las balas atrás y conseguir sus objetivos untando a quien sea necesario.
Dispuesto a enfrentarse a ellos se encuentra un hombre: McQuigg (al que da vida Robert Mitchum), cuya carrera policial ha sido frenada debido a su fama de hombre honrado e insobornable. Detrás de ello intuye que se encuentra la alargada sombra de Scanlon. McQuigg, junto a otros policías honrados, como el joven agente Johnson (William Talman) harán todo lo posible por acabar con la delincuencia en su distrito, aunque sea poniendo sus propias vidas (y las de sus familiares) en peligro.
La trama que une a McQuigg con Scanlon, es una de las mejores bazas de la obra, con la que han sabido jugar bien. Además, este punto está reforzado por las interpretaciones de ambos: los dos Roberts, Mitchum y Ryan. Ambos ya se vieron las caras en Encrucijada de odios, y como ahí demuestran tener una gran química cada vez que los dos cruzan en pantalla. En cuanto a secundarios destacaría a William Conrad como el silencioso detective corrupto Turk. También merece mención, aunque en sentido negativo, el personaje noño y simple del periodista.
Una buena muestra de Cine Negro de principio de la década de los 50, que sigue siendo de rabiosa actualidad. Ya que, a diferencia de gran parte de las películas del genero, no se centra en la violencia de las armas (que también), sino el peligro que conlleva una sociedad corrupta. La trama, pese a algún que otro bache, consigue mantener la emoción hasta el final. El carisma de los dos protagonistas, abrigados por el buen hacer de la mayoría de los secundarios, hace que prestemos atención en todo monto a lo que acontece en esta historia de corrupción y emboscadas.
http://nosoyuncritico.com/ciclos/2015/02/ciclo-robert-mitchum/
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