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Críticas 314
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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11 de julio de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Días de radio (1987) es una película radiofónica en la que el adulto Joe (voz en off de Woody Allen, Miguel Ángel Valdivieso en la versión doblada), rememora su infancia. Joe y sus recuerdos nos adentra en los imaginarios mundos de sus radioyentes más cercanos, su familia. Si en Recuerdos (1980) Allen se ocupaba de los problemas existenciales de un famoso, En Días de radio los famosos campan por sus anchas, juegan con la fama que les da sus emisiones y gozan de la fama que les otorgan los radioescuchas desde sus casas, o como la radio puede crear fugaces ídolos de un concurso y poco más o lo que es lo mismo la efímera fama del anónimo al que se le ofrecen pinceladas de gloria por cantar, anunciar, concursar desde el estudio, desde casa, por seguir los consejos de expertos en alta sociedad, médicos especialistas, burguesía encorsetada entre zumos de naranjas y arias de ópera; un mundo de ilusión que en ocasiones se torna trágico y obliga a ponerse en modo realidad.

El poder de la radio en los cuarenta lo dominaba todo entre otros a Tess Julie (kavtner) la madre, y Martin (Michael Tucker), el padre del joven Joe (Seth Green) la preocupación del cual era conseguir el suficiente dinero para ser el dueño de famoso anillo del ¡Vengador enmascarado con compartimento secreto!.La evolución de los acontecimientos implican a los tíos de Joe, Abe y Cecil (Josh Mostel y Renee Lippin) el de los pescados y la eterna ilusionada por asistir a los grandes eventos que se anuncian; además tenemos a otros miembros de la familia que también tienen sus metas, la tía Bea (Dianne Wiest) es la solterona de la familia quien tras varios intentos solo ha encontrado indecisos pretendientes. No pueden faltar en la familia los gruñones aunque venerables abuelos y la prima Ruthie (Joy Newman) informadora oficial de los chismorreos en la vencidad y fiel colaboradora en las tareas de casa, a menudo al ritmo de la música carioca de Carmen Miranda.

El inagotable caudal de imágenes con temas musicales de la época inunda los hogares, concursos, ladronzuelos, vengadores de pacotilla, solteronas casamenteras, taxistas encubiertos, pescadores pescados, pretendientes y, a un grupo de chavales que solo buscan la aventura y descubrir el mundo desde la comodidad que les da la terraza, unos prismáticos y una sensual bailarina entre veladas cortinillas a ritmo del trepidante y sensual Babalú con supresa posterior para los curiosos chavales.

Entre campanadas y deseos de año nuevo termina la aventura de los personajes que durante unos días de radio nos ha alegrado la visión y la convivencia con todo tipo de sueños, unos realizados otros esperando: nacimientos, noviazgos, confesiones y fama, la que con tanto ahínco logró nuestra protagonista Sally White (Mia Farrow) atravesando situaciones conflictivas nada preocupantes y sí definitivas para su triunfo en la radio.

Brillantemente escenificada, la vida social de una época fue recordada por medio de la añoranza y de la sintonía radiofónica necesaria para no olvidar, similar a los días de radio de otros lugares, en otros países con otras familias con otros concursos y con algunas radionovelas abiertamente emotivas y lacrimógenas, que paraban sus radiodifusiones para oír consejos prácticos, para endulzar un buen vaso de leche o para oír como unas voces y una melodía pretendidamente china te vendía un rico flan. La radio siempre ofreció para la libre imaginación de los radioescuchas la creación de sus propios mundos desde las enfatizadas voces sin rostro invitando siempre a viajar por el insondable mundo de las ondas. Woody, en Días de radio, ha puesto imágenes a esas voces. Después del visionado de esta agradable película es poco menos que inevitable recordar alguna sintonía, de alguna radio novela, de algún concurso, de alguna actuación de algún consultorio, de…
3 de julio de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si van por los barrios de cualquier ciudad del mundo donde se concentren espectáculos, siempre encontrarán en la misma zona el punto de encuentro de nostálgicos artistas dispuestos a contarles su triunfal pasado junto a una tardía cena, un adecuado trago o un café caliente para noctámbulos. Es el caso del Carnegie, el restaurante donde los actores intercambian sus anécdotas. El gran acierto de Woody en Broadway Danny Rose (1984) fue conseguir la participación de verdaderas figuras del espectáculo de la época, lo cual le dio al metraje un toque de verismo cinematográfico único: Sandy Baron, Jackie Gayle o Will Jordan entre otros históricos de la escena, incluyendo en el grupo a uno de sus productores exclusivos: Jack Rollins, aportaron dosis de realismo verité impagable en torno al personaje Danny Rose donde la realidad y la ficción se funden con el cariño, la añoranza, las anécdotas y las desventuras del personaje de ficción con las propias realidades vividas.

Es una maravillosa película en la que se narra las evoluciones de Danny Rose (Woody Allen) representante de artistas con una carpeta de variados talentos dispuestos a sobrevivir del espectáculo a pesar del constante semi olvido en el que viven. Solo Danny sigue creyendo en ellos por pura empatía, también él, en sus tiempos de estrella, vivía de contratos, del día a día, de sus chistes, pero como todo, también en el show business, termina, Danny decidió representar a sus amigos, nadie como él para convertirse en el mecenas de un grupo de artistas venidos a menos. el bailarín de claqué con un solo pie, el xilofonista ciego, las poderosas gemelas, los pájaros melódicos, el incomparable ventrílocuo siempre optimista y siempre cargado de buena fe, y... como no, la estrella entre los olvidados y al que un oportuno revival le podrían hacer ir bien las cosas: Lou Canova (Nick Apollo Forte) de los años cincuenta venido a menos, alto, gordo, bebedor, casado, histérico, fácilmente depresivo y con amante rubia: Tina Vitale (Mia Farrow), a pesar de lo cual Danny Rose continua creyendo en sus posibilidades artísticas.

El constante empeño que Danny pone en dar salidas profesionales a sus representados se enturbia con historias ajenas al espectáculo, Tina Vitale enreda las cosas de tal modo que en un acto de surrealismo escénico vemos implicados en el mundo de Danny a la famiglia Rispoli que por una pocas rosas blancas se rebela contra el desafortunado representante en un equívoco entuerto. Los constantes flashback nos lleva entre las carcajadas de la distendida charla en el restaurante, a las imágenes de lo sucedido con el sufrido Danny y la impetuosa e insegura Tina teniendo que superar un tema de vergüenzas por ofensas de honor al poeta de la famiglia.

Todo parece que se resuelve. La fiesta preparada por el anfitrión con los mejores deseos para sus representados se manifiesta entre pavo asado, alguna bebida y postre. La inesperada visita de Tina pretende recuperar el cariño que en algún momento le mostró Danny, en la fiesta no hay lugar para tantos, pero sí para la duda... Una hermosa acera, a la manera de Manhattan (1979) sostiene la apasionada reacción con la que pretende recuperar a Tina, a las puertas del Carnegie, el restaurante donde empezó todo; el restaurante de las reuniones, contempla iluminado por el neón el resultado mientras suena la música apropiada, un grupo de nostálgicos actores del espectáculo en su interior, ponen el fin a sus charlas, deciden marchar a sus hogares. En la casa de Danny Rose la fiesta del día de acción de gracias continua con más invitados.

Woody Allen, completa el merecido homenaje a los anónimos artistas del espectáculo dispuestos a ofrecer sus habilidades siempre que en sus angostos caminos se les cruce algún quijotesco representante, ex artista venido a menos, para inyectarles esperanza de vida profesional recuperándolos del olvido y reflotándolos a la escena del espectáculo conocible, donde deben estar, mientras tanto: "El show debe continuar".
26 de junio de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdos (1980) es una película de Woody Allen. Como si del tren de los condenados se tratase al más puro estilo felliniano, observa a su alrededor los extraños pasajeros y sus rostros cargados de lamento, desidia, llanto, tristeza, apatía, incertidumbre, indiferencia...Al mirar por la ventanilla observa en otro tren gentes alegres, amables, simpáticas, sonrientes, incluso afectuosas como la joven debutante Sharon Stone lanzando un amoroso beso al sorprendido Sandy Bates (Woody Allen) que intenta cambiar de tren en un desesperado gesto por cambiar el destino de su billete.

La película se ocupa del cansancio del director por la comedia y de su trabajo, queriendo, deseando cambiar su producción a otros terrenos creativos, a otros géneros, sometiéndose a los caprichos de sus productores y a los deseos de sus fans; pretendiendo asumir el dominio de su propio destino creativo, queriendo evitar la invitación para la revisión de sus viejas películas. Al acceder, se sumerge en la insatisfecha multitud que solo quiere verle, felicitarle, agradecerle, proponerle, pedirle, desearle, tenerle, solicitarle todo tipo de favores en un mar de incondicionales fervorosos de sus películas, "sobre todo de las primeras, las cómicas".

La fama le enturbia, la inestabilidad le persigue, la falta de privacidad le agobia, el constante acoso de los fans le obliga a esconderse en sus propios recuerdos, incluso detrás de las ahumadas gafas que todo famoso usa como escape de las abrumadoras miradas, momento en el que debe tomar la decisión de interiorizarse y asistir a cumplimentar los deseos de sus fieles seguidores que abarcan verdaderas excentricidades enfatizando sin pudor alguno con los personajes y los temas que Sandy Bates presenta en sus películas, comentándolos entre rodajes, conferencias, coloquios, surrealistas marcianos y fervorosas fans dispuestas a dar placer a cambio de nada; el acoso es absoluto, su refugio el pasado: la familia, el psicólogo, los maestros, la magia, los superpoderes, el silencio del anónimo...La confusión entre realidad y fantasía se entremezclan.

Si en Interiores (1978) Allen Muestra su admiración por Bergman, en recuerdos lo hace por Fellini, sin ocultaciones, ni simulaciones en los personajes y encuadres fellinianos, dándose la feliz coincidencia que de forma activa participaron en el logro de los resultados el habitual director de fotografía Gordon Willis y la directora de casting Juliet Taylor poseedora de un gran fondo cinematográfico de peculiares rostros útiles para las tipologías en las que Woody se mueve con sus personajes: rostros absolutamente singulares, así, la referencia a Fellini no la hace simplemente desde el encuadre y la luz, sino desde los asimétricos rostros de lo que parce el tren de los penados, a los bellos rostros del tren de los bon vivant, pero todos con el mismo y surrealista destino común.

Las mujeres siempre tienen un papel importante en las películas de Allen, Así Dorrie (Charlotte Rampling), aporta al inestable Bates vida de pareja, Daisy (Jessica Harper) sensibilidad artística y despreocupada visión de las cosas, y Isobel (Marie-Christine Barrault), afectos prematrimoniales. Woody Allen recupera para Recuerdos las figuras de la madre, la hermana, incluida la de la secretaria representada por su ex Louise Lasser en un fulgurante cameo, tanto, que no aparece en los títulos de crédito.

Fin de la proyección, actores, figurantes y público en general marcha, la soledad del creador se manifiesta en la sala vacía y la progresiva oscuridad que cubre el patio de butacas. En nuestras retinas los personajes, todos los personajes, incluidos los de ficción.
18 de junio de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tapadera (1976) de Martin Ritt se abre con la preciosa melodía "Young at heart" en la voz del inigualable Frank Sinatra, nos habla de cuentos de hadas, de jóvenes de corazón, difícil en mentes estrechas. Nos habla de superación ante los problemas siempre que seas joven de corazón, ilustrado a modo de documental con personajes y hechos del momento narrado.

El guión nos plantea el drama social, profesional y humano que supuso el macartismo en una América exageradamente susceptible por la invasión del pensamiento de izquierdas en la televisión de la época y el trato de acoso con guionistas, directores y actores perseguidos por sus ideologías, incluido el mundo del cine y de la literatura.

La película trata de un aparente mundo feliz en el que solo debías de 'colaborar' (y no te faltaría trabajo) con información sobre implicados guionistas, directores o actores de sospechoso pensamiento izquierdista. Alfred Miller ( Michael Murphy) es uno de los escritores condenados al ostracismo, necesitando trabajar y superar los vetos que los fieles al macartismo le imponen, buscándose un testaferro para que firme sus trabajos, superar los vetos impuestos y poder seguir trabajando para poder seguir viviendo.

Howard Price (Woody Allen) cajero en un bar y peor enlace en las apuestas, se presta jurídicamente como titular a ayudar a su amigo de la infancia figurando como autor de los guiones televisivos, convirtiéndose así en la tapadera de, además, otros tantos guionistas. La película bien llevada, nos muestra un Allen comedido, creíble en su papel y combativo frente a los estirados y suspicaces cazadores del pensamiento libre.

Andrea Marcovicci (Florence), Danny Aiello (Danny Lagattuta), Charles Kimbrough (Comité), o Josef Sommer (Comité), entre otros, dieron con sus interpretaciones un marcado carácter verista de la situación que el propio director y algunos de los intérpretes vivieron en sus carreras profesionales. El contenido brutalmente dramático en la escena final de Hecky Brown (Zero Mostel) que tan acertadamente rodó Martin Ritt, resume el grado de presión y agobio a los que fueron sometidos guionistas, directores y actores.

La acertada fotografía de Michael Chapman, y el guión de Walter Berstein confirió, si cabe, mayor dramatismo al agobiante ambiente, homenajeando de alguna manera las múltiples personas que durante algún tiempo sufrieron la sinrazón del macartismo, entre las cuales Herschel Bernardi (Phil Sussman), Lloyd Gough (Herbert Delaney), o Joshua Shelley(Sam).

El guión, nominado al Oscar, coincidía en los famosos premios con Network (Un mundo implacable) y con Todos los hombres del presidente, entre otras películas. El nivel de crítica social en el mundo de los medios estuvo considerablemente representado ese año, en el que se pudo volver a escuchar "Young at heart" en la voz de Sinatra musitando con certera melodía a quien le quisiera escuchar, que los jóvenes de corazón puedan creer ante las adversidades.
14 de abril de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seis destinos (1942) es una excelente ocasión para disfrutar del realismo poético que Julien Duvivier (1896-1967) nos ofrece en su particular visión de las emociones humanas en seis pequeñas historias que tratan temas como el engaño, la poesía, la música, la esperanza, las asociaciones y las peticiones. El uso de las seis narraciones se nos presentan entrelazadas por fundidos en negro y un recurso del travelling en sus diferentes formas que representan una agradable visión desde diferentes ángulos por los temas tratados; además, de la ágil utilización de planos detalle como simbólico lenguaje gestual de las diferentes situaciones creadas por los personajes.

El engaño. Un travelling de seguimiento nos lleva hasta el domicilio del Sr. Orman (Charles Boyer) donde un frac cortado a medida será probado, con alguna advertencia premonitoria. Julien Duvivier nos situa en la acción para la cual fue diseñado: una representación teatral. Un encadenando traslada a la inoportuna aparición del protagonista en una fiesta a la que no fue invitado. La Sra. Ethel (Rita Hayworth) le recibe en el enrarecido clima de sospecha provocado por el Sr. Luther (Thomas Mitchell). La aceleración de los acontecimientos es proporcional a la utilización de planos medios y primeros planos de los tres personajes, coronado con soberbios planos detalle a modo de dialogo gestual y oculto intercambiado entre nuestros protagonistas en el tenebroso Pabellón de Caza donde las cosas se pondrán en sus sitio.

La poesía. Un fundido en negro nos lleva hasta la transacción del 'apolillado' frac entre los mayordomos Luther (Eugene Pallette) y Edgar (Roland Young) en el desordenado apartamento de Harry (Cesar Romero), el comprometido novio metido en problemas emocionales a los que buscará solución en su amigo George (Henry Fonda), donde la inoportuna sensiblería de Ellen (Gail Patrick) amiga de la confiada novia Diana (Ginger Rogers) y el enfrentamiento entre un 'león, una ardilla y un perfumado poema' solucionarán la situación creada de equívocos.

La música. Una nueva historia nos situa a la Sra. Smith (Elsa Lanchester) mirando ropa de segunda mano que comprar para su marido y compositor Charles Smith (Charles Laughton), fijándose en el frac que dos mayordomos acaban de vender . Un cambio de escena, nos lleva al solitario bar donde nuestro compositor parte hacia su destino. Diversos planos combinados nos introduce en el ajetreado ensayo de la orquesta dirigida por el maestro Arturo Bellini (Víctor France) con la que pretende estrenar su obra. Espectaculares y emotivas escenas nos transportará desde los desperfectos del frac a un estado anímico absoluto, convirtiendo la escena en uno de los momentos más bellos y emotivos vividos en Tales of Manhattan. Duvivier acertó de pleno en la escenificación de las actitudes humanas frente a los infortunios.

La esperanza. Con la llegada de una carta a la Doyers Street Mission dirigida a Avery L. Browne (Edward G. Robinson) invitándole a nuestro protagonista a la fiesta de reencuentro de antiguos alumnos vestidos de rigurosa etiqueta, se revivirán imágenes de un agridulce tiempo pasado. Con ayuda del Padre Joe (James Gleason), Avery se da una oportunidad para tratar de recuperar sus recuerdos, aunque solo sea por unas horas. El espectacular desarrollo de los acontecimientos en el reencuentro convertirá en ruin al afortunado y en héroe al desheredado por el destino, convirtiendo en un suspiro la división entre realidad y ficción, entre broma y rencor, entre venganza y perdón.

Las asociaciones. Con la más que dudosa manera de dirigir el negocio de ropa usada de los Hermanos Santelli (Phil Silver y Marcel Dalio) convencen al profesor Possflethistle (C.W.Field), borrachín empedernido, acompañado por su fiel secretario; en la compra de un frac que ponerse para su conferencia en la Asociación para la abolición del alcohol. Un inesperado hallazgo le hará decidirse por el frac algo deteriorado. Tras la desvelada sorpresa, Possflethistle se dispone a conferenciar en la asociación donde una sospechosa leche de coco regará los gaznates de los asistentes encabezados por la anfitriona Sra. Langahanky (Margaret Dumont).

Las peticiones. Tras la huida en avión de uno de los ladrones que acaban de robar en una sala de juegos, se produce un percance con el frac robado que le obliga a lanzarlo al vació cayendo sobre una comunidad negra pobre, creyente y temerosa de Dios que ve en ello la acción divina que solucionarán sus problemas materiales con la gran cantidad de dinero encontrado en él. Todas las peticiones y todos los deseo se cumplen, todos menos uno. El último deseo que queda por pedir, lo hace un anciano del poblado, dependiendo de ello que los demás puedan hacer realidad los suyos. Duvivier nos soluciona el problema con un aireado fin para el magullado frac a ritmo de un delicioso spiritual en la voz de Paul Robeson. Una delicia cinematográfica para disfrutar en cualquier tiempo y lugar.
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