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5
25 de enero de 2007
25 de enero de 2007
56 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oliver Stone juega a ser Tony Scott con guión del mismísimo Tarantino. ¿Resultado? Pilar Miró desertó de la sala de proyección a mitad de película.
Esta pequeña anécdota consituye un buen ejemplo de lo que se puede esperar de un film como éste: la disparidad, aplicable por extensión a casi todo el cine de Stone, de si lo amas o lo odias, se hace patente en sus erráticas imágenes. Un cúmulo de referencias culturales entre las que sobrasale, con indiscutible autoridad, la vena más grunge del cine americano. Grunge, grunge, grunge... todas los planos quedan impregnados de esta pegajosa esencia. El mundo se va al carajo, los padres son el ejemplo a evitar, el orden social coarta la libertad individual, y la televisión ha pasado a convertirse en la religión dominante. La juventud está perdida. Sólo hay una elección posible: matar... o morir de aburrimiento.
En esta ocasión, el característico estilo videoclipero de Stone, que tan buenos resultados le diera en su anterior "JFK" o, posteriormente, en "Un domingo cualquiera", no acaba de funcionar. Ya sea, bien por la superficialidad del argumento, bien porque los árboles (la secuoya "planificación"; el abeto "montaje") no le dejan ver el bosque. En consecuencia, las interpretaciones de Woody Harrelson, Juliette Lewis, Tom Sizemore (que también participara en otro de los guiones tarantinianos con director ajeno; "Amor a quemarropa") y Tommy Lee Jones, quedan sepultadas bajo un torrente de filtros y canciones de punk-rock. El único que sale algo airoso del embrollo, aunque más por méritos propios que por ayuda del director, es el siempre genial Robert Downey Jr.
Por lo demás, la duración excesiva de algunas escenas redondea el conjunto de hándicaps. Y no se me ocurre qué otra cosa añadir, salvo que la peli, pese a todo, entretiene. En cualquier caso, a Stone le he visto hilar más fino en otras ocasiones, como, por ejemplo, "Giro al infierno" (U-Turn) o la ya mencionada Un domingo cualquiera. Natural Born Killers, por contra, pretende impactar y acaba resultando reiterativa. Una lástima.
Esta pequeña anécdota consituye un buen ejemplo de lo que se puede esperar de un film como éste: la disparidad, aplicable por extensión a casi todo el cine de Stone, de si lo amas o lo odias, se hace patente en sus erráticas imágenes. Un cúmulo de referencias culturales entre las que sobrasale, con indiscutible autoridad, la vena más grunge del cine americano. Grunge, grunge, grunge... todas los planos quedan impregnados de esta pegajosa esencia. El mundo se va al carajo, los padres son el ejemplo a evitar, el orden social coarta la libertad individual, y la televisión ha pasado a convertirse en la religión dominante. La juventud está perdida. Sólo hay una elección posible: matar... o morir de aburrimiento.
En esta ocasión, el característico estilo videoclipero de Stone, que tan buenos resultados le diera en su anterior "JFK" o, posteriormente, en "Un domingo cualquiera", no acaba de funcionar. Ya sea, bien por la superficialidad del argumento, bien porque los árboles (la secuoya "planificación"; el abeto "montaje") no le dejan ver el bosque. En consecuencia, las interpretaciones de Woody Harrelson, Juliette Lewis, Tom Sizemore (que también participara en otro de los guiones tarantinianos con director ajeno; "Amor a quemarropa") y Tommy Lee Jones, quedan sepultadas bajo un torrente de filtros y canciones de punk-rock. El único que sale algo airoso del embrollo, aunque más por méritos propios que por ayuda del director, es el siempre genial Robert Downey Jr.
Por lo demás, la duración excesiva de algunas escenas redondea el conjunto de hándicaps. Y no se me ocurre qué otra cosa añadir, salvo que la peli, pese a todo, entretiene. En cualquier caso, a Stone le he visto hilar más fino en otras ocasiones, como, por ejemplo, "Giro al infierno" (U-Turn) o la ya mencionada Un domingo cualquiera. Natural Born Killers, por contra, pretende impactar y acaba resultando reiterativa. Una lástima.

8.0
13,679
8
5 de diciembre de 2008
5 de diciembre de 2008
31 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconozco las verdaderas intenciones de Wyler a la hora de parir semejante peliculón, porque si realmente tenía en la cabeza el objetivo de desmitificar e, incluso, ridiculizar el western como género, me quito el sombrero. No obstante, lo más probable es que gran parte de los logros que contiene "Horizontes de grandeza" se deban a hallazgos fortuitos, sin que exista una auténtica vocación rupturista por parte del director. La película hace hincapié en las múltiples alternativas al uso de la violencia como medio exclusivo para dirimir disputas. Hasta ahí bien, pero aprehender sólo esta idea sería quedarse en la superficie.
Así, lo que en principio hubiera resultado una pedestre historia sobre el enfrentamiento entre los educados y elegantes Terrill, y los brutales y harapientos Hannassey, se convierte en algo completamente diferente con la inclusión de McKay (Gregory Peck), personaje que al sacar a relucir las vergüenzas de los vaqueros, de TODOS ellos, no deja títere con cabeza: en el gigantesco rancho Terrill faltan damiselas en apuros (Carroll Baker), caballeros de reluciente armadura (Charlton Heston) o patriarcas sabios y venerables (Charles Bickford). A cambio, abundan muy mucho los paletos. Peck, hombre razonable en una tierra salvaje, distorsiona a los héroes habituales de este tipo de espectáculos, los transmuta en grotescas caricaturas de sí mismos. Fijaos en la evolución ante nuestros ojos de Pat, la prometida de McKay, como pasa de jovencita casi idealizada a engreída, consentida e insoportable. Llega un punto en que hasta dan ganas de fregar el suelo con sus tripas. Aunque la mona se vista de seda… Lo mismo que Heston, aquí patán reprimido de cabeza cuadrada y menos miras que Rompetechos. Rol la verdad poco agradecido para su condición de astro de la pantalla. No en vano, uno de sus mejores trabajos.
Conclusión: el Oeste no fue levantado por Gables ni Stewarts, sino por burros montados a caballo, llámense Terrill, Hannassey, Bush o lo que se tercie. No le subo la nota porque el desenlace redunda en conflictos ya expuestos anteriormente, subrayándolos además de manera innecesaria. Si yo estuviera en el lugar de McKay, les mandaba a todos a la mierda y me volvía a Baltimore.
Así, lo que en principio hubiera resultado una pedestre historia sobre el enfrentamiento entre los educados y elegantes Terrill, y los brutales y harapientos Hannassey, se convierte en algo completamente diferente con la inclusión de McKay (Gregory Peck), personaje que al sacar a relucir las vergüenzas de los vaqueros, de TODOS ellos, no deja títere con cabeza: en el gigantesco rancho Terrill faltan damiselas en apuros (Carroll Baker), caballeros de reluciente armadura (Charlton Heston) o patriarcas sabios y venerables (Charles Bickford). A cambio, abundan muy mucho los paletos. Peck, hombre razonable en una tierra salvaje, distorsiona a los héroes habituales de este tipo de espectáculos, los transmuta en grotescas caricaturas de sí mismos. Fijaos en la evolución ante nuestros ojos de Pat, la prometida de McKay, como pasa de jovencita casi idealizada a engreída, consentida e insoportable. Llega un punto en que hasta dan ganas de fregar el suelo con sus tripas. Aunque la mona se vista de seda… Lo mismo que Heston, aquí patán reprimido de cabeza cuadrada y menos miras que Rompetechos. Rol la verdad poco agradecido para su condición de astro de la pantalla. No en vano, uno de sus mejores trabajos.
Conclusión: el Oeste no fue levantado por Gables ni Stewarts, sino por burros montados a caballo, llámense Terrill, Hannassey, Bush o lo que se tercie. No le subo la nota porque el desenlace redunda en conflictos ya expuestos anteriormente, subrayándolos además de manera innecesaria. Si yo estuviera en el lugar de McKay, les mandaba a todos a la mierda y me volvía a Baltimore.

5.7
55,479
2
22 de mayo de 2008
22 de mayo de 2008
31 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puntos fuertes:
- El pelucón de Michael Bay. Ya sé que no sale en la peli, pero si lo buscamos en google, no podemos más que admirar esta frondosa mata de pelo y su sorprendente capacidad para no caerse (nótese la ironía). Debajo no hay lo que se diga un cerebro “privilegiado”, pero bueno, cosas de Hollywood.
- Bay confirma, a través de sus héroes, algo que muchos imaginábamos: los yanquis en su totalidad, de la A a la Z, del presidente al último mono, son gilipollas del culo. Barack Obama, I want to believe!
- El trailer. De lo bueno, lo mejor, y de lo mejor, lo superior. Cualquier parecido entre el mismo y la película estrenada en cines resulta mera coincidencia. Tengo ganas de ver más trabajos del tipo al que se lo encargaron; darle tiempo, que se convertirá en el próximo Kubrick.
- Los FX dan para algún fondo de pantalla chulo. La isla paradisíaca en el Pacífico ya está empezando a rayarme.
Puntos débiles:
- Paradójicamente, también los FX, auténtica arma de doble filo. Y es que aquí los efectos especiales parecen una simple excusa para lucimiento de sus artífices y/o para justificar el abultado presupuesto, en lugar de desempeñar una verdadera función narrativa. Por otra parte, en ningún momento hay sensación de realidad, de algo corpóreo que se pueda tocar. Los enormes robots siguen actuando y desplazándose, mal que les pese, como viejos dibujos animados.
- El pelucón de Michael Bay. Ya sé que no sale en la peli, pero si lo buscamos en google, no podemos más que admirar esta frondosa mata de pelo y su sorprendente capacidad para no caerse (nótese la ironía). Debajo no hay lo que se diga un cerebro “privilegiado”, pero bueno, cosas de Hollywood.
- Bay confirma, a través de sus héroes, algo que muchos imaginábamos: los yanquis en su totalidad, de la A a la Z, del presidente al último mono, son gilipollas del culo. Barack Obama, I want to believe!
- El trailer. De lo bueno, lo mejor, y de lo mejor, lo superior. Cualquier parecido entre el mismo y la película estrenada en cines resulta mera coincidencia. Tengo ganas de ver más trabajos del tipo al que se lo encargaron; darle tiempo, que se convertirá en el próximo Kubrick.
- Los FX dan para algún fondo de pantalla chulo. La isla paradisíaca en el Pacífico ya está empezando a rayarme.
Puntos débiles:
- Paradójicamente, también los FX, auténtica arma de doble filo. Y es que aquí los efectos especiales parecen una simple excusa para lucimiento de sus artífices y/o para justificar el abultado presupuesto, en lugar de desempeñar una verdadera función narrativa. Por otra parte, en ningún momento hay sensación de realidad, de algo corpóreo que se pueda tocar. Los enormes robots siguen actuando y desplazándose, mal que les pese, como viejos dibujos animados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
- Empezar la función con una de las escenas más espectaculares, siempre me ha parecido una estupidez como un piano. Lo llamo “Síndrome Rondador Nocturno en X-Men 2”: de nada sirve si no vas a ofrecer después algo que esté como mínimo a la altura. Transformers no es el caso, y la soporífera traca final constituye prueba irrefutable de lo que digo.
- Los 10.000 chistes horrendos que no hacen ni puta gracia. Especial vergüenza me produjo la madre que pregunta al hijo por sus actividades masturbatorias. Si el culmen de la comicidad se encuentra en el personaje de John Turturro, o en perlas del tipo “mi sentido arácnido detecta que el macho quiere aparearse con la hembra”, sólo queda echarse a llorar.
- Ay, Optimus, Optimus… ni aposta podrías tener menos carisma. Ni siquiera Megatrón, malo requetemalo, distrae nuestra atención sobre el tedio argumental y la monotonía pirotécnica. Únicamente el Camaro en los primeros minutos logra que simpaticemos con alguna de estas máquinas, gracias a su habilidad como Dj en el cortejo a Megan Fox. Tendría que haber sido él, en vez del capullo de Shia LeBufón, quien se la hubiera ligado.
- Pero lo que sin duda más me fastidia, el mayor punto débil que se le puede achacar a esta cinta, es la convicción planetaria de que con semejante material de partida “no se podía esperar otra cosa”, opinión compartida por muchos usuarios de filmaffinity y otras webs. Pues no, oigan, su naturaleza de blockbuster basado en una serie de dibujos no justifica el todo vale. No es una patente de corso para filmar un guión con más agujeros que el queso de gruyere. Tomemos como ejemplo "Soy leyenda"; sin apartarse del puro espectáculo, en ella encuentro contención en las formas y cuidado en el desarrollo de los personajes, aspectos ambos que Transformers rechaza sistemáticamente, incluso orgullosamente. Bay sigue el camino inverso al iniciado con "La isla", desevolucionando hacia territorios cada vez más pueriles. ¿O somos todos los demás los que nos retrotraemos al estado simio? Mientras que la isla se hundió en taquilla, los mecanos no dejaron títere con cabeza. Inquietante, muy inquietante…
- Los 10.000 chistes horrendos que no hacen ni puta gracia. Especial vergüenza me produjo la madre que pregunta al hijo por sus actividades masturbatorias. Si el culmen de la comicidad se encuentra en el personaje de John Turturro, o en perlas del tipo “mi sentido arácnido detecta que el macho quiere aparearse con la hembra”, sólo queda echarse a llorar.
- Ay, Optimus, Optimus… ni aposta podrías tener menos carisma. Ni siquiera Megatrón, malo requetemalo, distrae nuestra atención sobre el tedio argumental y la monotonía pirotécnica. Únicamente el Camaro en los primeros minutos logra que simpaticemos con alguna de estas máquinas, gracias a su habilidad como Dj en el cortejo a Megan Fox. Tendría que haber sido él, en vez del capullo de Shia LeBufón, quien se la hubiera ligado.
- Pero lo que sin duda más me fastidia, el mayor punto débil que se le puede achacar a esta cinta, es la convicción planetaria de que con semejante material de partida “no se podía esperar otra cosa”, opinión compartida por muchos usuarios de filmaffinity y otras webs. Pues no, oigan, su naturaleza de blockbuster basado en una serie de dibujos no justifica el todo vale. No es una patente de corso para filmar un guión con más agujeros que el queso de gruyere. Tomemos como ejemplo "Soy leyenda"; sin apartarse del puro espectáculo, en ella encuentro contención en las formas y cuidado en el desarrollo de los personajes, aspectos ambos que Transformers rechaza sistemáticamente, incluso orgullosamente. Bay sigue el camino inverso al iniciado con "La isla", desevolucionando hacia territorios cada vez más pueriles. ¿O somos todos los demás los que nos retrotraemos al estado simio? Mientras que la isla se hundió en taquilla, los mecanos no dejaron títere con cabeza. Inquietante, muy inquietante…

7.8
34,220
5
29 de septiembre de 2006
29 de septiembre de 2006
73 de 131 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mathieu Kassovitz, actor galo bastante competente, realizó hace ya década larga este popular exponente del cine quinqui, consolidado con el paso de los años como título de culto. Y, la verdad sea dicha, no sé que ve la gente en esta película que no hayamos visto ya tropecientas veces en el telediario, con el único (y dudoso) aliciente de estar rodada blanco y negro.
Como digo, el tono de documental, cámara en mano, y la puesta en escena, pretendidamente desprovista de artificios, no hacen más que acentuar el tufillo a rancio, a rollete 1.000 veces narrado, contado y visualizado. Las influencias del neorrealismo italiano, en general, y Rosselini, en particular, le vienen a Kassovitz demasiado grandes. Igualmente irritante resulta el montaje episódico, intercalando digitos horarios a modo de transición entre escenas (recurso más propio de un cortometrajista amateur que otra cosa). Se puede decir que la película mejora cuando deja a un lado su estética de todo a 100 y profundiza un poco en los personajes principales.
La historia, reducida por sus artífices a la mínima expresión, va sobre tres colegas del extrarradio parisino, un negro, un judío y un musulmán (sí, sí, parece un chiste) que se encuentran la pistola perdida de un policía y deciden que hacer con ella. El más tonto, interpretado por Vincent Cassell, quiere vengarse de los polis a toda costa, disparando al primero que se le ponga a tiro. Los otros, en vano, intentan quitarle esa idea de la cabeza. Una escapada al centro de la capital los pondrá a prueba.
Mucha barriada, muchos canutitos, enfrentamientos con la policía, atracos chapuceros, etc... constituyen la tónica general del metraje, adornado con alguna escena que otra bastante lograda. A su favor, decir que los protagonistas, más allá de su indefinición, acaban por hacerse simpáticos y entrañables. Sin embargo, sus desdichas están tan sacadas de quicio, tan mecánicamente exageradas, que acaban resultando totalmente inverosímiles, hasta el punto de que más que una ficción con apariencia de documental, pareciera que estemos viendo una sucesión de cortos transgresores alargada hasta la extenuación. El final, presuntamente impactante, no sorprende a nadie y está metido con calzador.
Como digo, el tono de documental, cámara en mano, y la puesta en escena, pretendidamente desprovista de artificios, no hacen más que acentuar el tufillo a rancio, a rollete 1.000 veces narrado, contado y visualizado. Las influencias del neorrealismo italiano, en general, y Rosselini, en particular, le vienen a Kassovitz demasiado grandes. Igualmente irritante resulta el montaje episódico, intercalando digitos horarios a modo de transición entre escenas (recurso más propio de un cortometrajista amateur que otra cosa). Se puede decir que la película mejora cuando deja a un lado su estética de todo a 100 y profundiza un poco en los personajes principales.
La historia, reducida por sus artífices a la mínima expresión, va sobre tres colegas del extrarradio parisino, un negro, un judío y un musulmán (sí, sí, parece un chiste) que se encuentran la pistola perdida de un policía y deciden que hacer con ella. El más tonto, interpretado por Vincent Cassell, quiere vengarse de los polis a toda costa, disparando al primero que se le ponga a tiro. Los otros, en vano, intentan quitarle esa idea de la cabeza. Una escapada al centro de la capital los pondrá a prueba.
Mucha barriada, muchos canutitos, enfrentamientos con la policía, atracos chapuceros, etc... constituyen la tónica general del metraje, adornado con alguna escena que otra bastante lograda. A su favor, decir que los protagonistas, más allá de su indefinición, acaban por hacerse simpáticos y entrañables. Sin embargo, sus desdichas están tan sacadas de quicio, tan mecánicamente exageradas, que acaban resultando totalmente inverosímiles, hasta el punto de que más que una ficción con apariencia de documental, pareciera que estemos viendo una sucesión de cortos transgresores alargada hasta la extenuación. El final, presuntamente impactante, no sorprende a nadie y está metido con calzador.
8
15 de mayo de 2007
15 de mayo de 2007
26 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Referencia indiscutible del género “Slasher” (cintas sobre asesinos en serie), que sigue impactando como el primer día. Me encanta el estilo de Richard Fleischer, la forma que tiene de fragmentar la pantalla en la primera mitad del film, y el clasicismo formal que destila la segunda mitad, cuando las cosas adquieren rigor y seriedad absolutas. Pudiera parecer un recurso bastante efectista y hoy desfasado, pero Fleischer es demasiado inteligente, sirviéndose únicamente del truco de la imagen cuando resulta imprescindible. En este caso, al reflejar la investigación policial sobre las víctimas del famoso estrangulador. Una situación ciertamente repetida hasta la saciedad en innumerables películas, que aquí adopta un dinámico y novedoso punto de vista.
Así, tras haber captado nuestra atención (a lo que también contribuyen Henry Fonda y George Kennedy, dos actorazos como dos soles), Fleischer despliega todo su arrollador talento al centrarse en la figura del estrangulador, interpretado con indescriptible fuerza por el sensacional Tony Curtis, en una de las actuaciones más impresionantes que he visto en mi vida. Lejos, muy lejos, queda el John Doe de "Se7en" si lo comparamos con este hiperrealista, estremecedor y, finalmente, patético, en el buen sentido, personaje. Suya es una de las escenas cumbre de finales de los 60s: Curtis, mirando por televisión los funerales de John Fitzgerald Kennedy, con el rostro contraído por la rabia y la impotencia, manifestando total repugnancia hacia el autor del magnicidio. Porque hasta los criminales de la calaña de Robert De Salvo se sienten horrorizados de sus propios actos. Porque incluso los carniceros pueden ser personas normales, amantes padres, estupendos maridos y votantes del Partido Demócrata. Porque nos encontramos ante uno de los acercamientos más sinceros de la historia del cine a la figura del asesino múltiple.
Así, tras haber captado nuestra atención (a lo que también contribuyen Henry Fonda y George Kennedy, dos actorazos como dos soles), Fleischer despliega todo su arrollador talento al centrarse en la figura del estrangulador, interpretado con indescriptible fuerza por el sensacional Tony Curtis, en una de las actuaciones más impresionantes que he visto en mi vida. Lejos, muy lejos, queda el John Doe de "Se7en" si lo comparamos con este hiperrealista, estremecedor y, finalmente, patético, en el buen sentido, personaje. Suya es una de las escenas cumbre de finales de los 60s: Curtis, mirando por televisión los funerales de John Fitzgerald Kennedy, con el rostro contraído por la rabia y la impotencia, manifestando total repugnancia hacia el autor del magnicidio. Porque hasta los criminales de la calaña de Robert De Salvo se sienten horrorizados de sus propios actos. Porque incluso los carniceros pueden ser personas normales, amantes padres, estupendos maridos y votantes del Partido Demócrata. Porque nos encontramos ante uno de los acercamientos más sinceros de la historia del cine a la figura del asesino múltiple.
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