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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
5 de diciembre de 2021 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Del ansia por deconstruir no se libra ni el género cinematográfico por excelencia. Cierto es que el western se ha nutrido de propuestas singulares desde siempre. Pero en los años dos mil diez cayó a un soporífero abismo: Kelly Reichardt. 'Meek's Cutoff' y 'First Cow' son dos bromas pesadas.

Hacer dramas intimistas con colonos no es reinventar el western. Para eso es mejor alterar su espaciotiempo sin suprimir la épica. Ahí están 'Comanchería' (gran western sobre la crisis económica de 2008), 'Lejos de los hombres' (muy buen western en la Argelia colonial) o 'La patrulla de la montaña' (atractivo western tibetano).

En Australia han usado más de una vez el truco espaciotemporal. Con poco éxito: ahí está, por ejemplo, la grandilocuente 'The Proposition'.

'The Furnace', en cambio, acierta. Un recio y exotiquísimo western. Su desierto encierra aborígenes, anglosajones, musulmanes, sijs, hindúes, chinos, camellos, caballos, dingos, rifles, lanzas, opio, lingotes de oro y muchas moscas.

Hay multitud de escenas rodadas en badimaya, lengua nativa australiana. Asimismo se escucha pastún, panyabí, darí, cantonés e inglés.

Los conflictos y objetivos están claros. Los personajes tienen hondura y sus relaciones se trazan con sentido. La muerte no se banaliza. Hay suspense y acción.

Las poco denunciadas masacres del Imperio británico aquí se exponen de una manera que no resulta cargante.

La película peca de acaramelarse en algunos momentos. También de introducir un par de personajes de aparente peso para luego no hacer uso de ellos.

Roderick Mackay, guionista y director de este su primer largometraje, no se anda con autorías. Está al servicio de la narración.

Aprende, Reichardt.
15 de abril de 2022 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encantan las películas deportivas. Sobre todo las que colocan el deporte mismo a la vanguardia de la trama. Sin escatimar fisicidad y espectáculo. Con la actividad en cuestión funcionando como el duelo de un western.

'El buscavidas' (billar), 'The Cincinnati Kid' (póker), 'Junior Bonner' (rodeo), 'Hard times' (peleas callejeras), 'Rocky' (boxeo), 'Warrior' (MMA), 'Karate kid' (kárate), 'White men can't jump' (baloncesto), 'Evasión o victoria' (fútbol), 'Juego de honor' (golf), 'En busca de Bobby Fishcher' (ajedrez), 'Rush' (automovilismo), 'La fuerza del viento' (vela), 'Cockfighter' (gallos), 'El momento de la verdad' (toros), 'Dreamer' (bolos), 'Over the top' (pulsos), 'The Wizard' (videojuegos)... Dios, qué gran subgénero.

'Jockey' no entra en esa categoría. Es más como 'The Rider', 'The Wrestler' o 'Moneyball': se sumerge al espectador en las entrañas del mundillo, mostrando sólo retazos de competición pura. También aprecio este segundo escalón del cine deportivo.

En su debut como director, Clint Bentley aplica un pulso indie que da lugar a planos de gran belleza. Los llena un pletórico Clifton Collins Jr. que cabalga, fuma, bebe, baila, miente, se derrumba, le hace una peineta a la báscula y observa el cielo sentado en la puerta de su caravana.

Los jockeys sufren lesiones continuas. Destruyen su físico por pasión, para seguir a lomos del caballo, animal esclavizado y amado por el humano desde la noche de los tiempos. Sin embargo, llega un momento en el que la edad y la salud exigen dejar de ser un centauro.

La película tiene otro rasgo que armoniza con mi gusto personal: es minimalista y directa. No fuerza instantes lacrimógenos o subidos de tono. Yo la habría desnudado más incluso, limando una música a veces demasiado efusiva y algún diálogo un poco grandilocuente.

A mí no me interesan los guiones enrevesados ni las piruetas de centro comercial. Prefiero síntesis, franqueza y naturalidad. Prefiero 'Jockey'.
4 de diciembre de 2021 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A principios de los años treinta, un cine podía estar proyectando una película sobre gángsters de la Ley seca mientras auténticos gángsters de la Ley seca delinquían en la misma calle. Pero en esas películas no aparecían Capone o Luciano haciendo de sí mismos. En 'Krush Groove', estrenada en los ochenta, salen autointerpretándose: Run-D.M.C, Fat Boys, Kurtis Blow, Sheila E, Beastie Boys, LL Cool J, Dr. Jeckyll & Mr. Hyde, Rick Rubin y New Edition.

Los encargados de organizar esta lluvia de estrellas son Ralph Farquhar al guión y Michael Schultz a la dirección, ambos con enorme experiencia televisiva posterior: anduvieron hasta en 'Matrimono con hijos'. La fotografía es de Ernest R. Dickerson, el director de 'Juice'.

'Krush Groove' contiene infinitas actuaciones musicales. No pocos momentos de vergüenza ajena. Personajes más planos que un vinilo. Trama más previsible que un vídeo porno. Todos ellos defectos esperados e incapaces de derribar este monumento al Hip Hop.
1 de octubre de 2021 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la novela 'Fiesta', mi negro Ernesto Jemingüey expresa lo que significa ser un verdadero aficionado a los toros: sentir pasión. No gusto ni excitación: pasión. Y el aficionado, para comprobar si el prójimo de turno es también aficionado, realiza "una especie de examen oral espiritual, con preguntas que nunca parecen tales, y siempre un poco a la defensiva".

Con el rap pasa lo mismo. Y entre las preguntas que nunca parecen tales, se incluye una que compare dos parodias de N.W.A. estrenadas el mismo año: 'Fear of a Black Hat' y 'CB4'. Si el fulano prefiere la segunda, no es aficionado. Tendrá gusto o excitación, pero no pasión.

Las risotadas a mandíbula batiente del aficionado ante el aluvión de referencias sobre la palurda actitud gangsta que despliega Rusty Cundieff, son inalcanzables para las risitas robóticas del excitado ante el histrionismo de Chris Rock.
25 de septiembre de 2021 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando en la primera escena escuchaba a los sicarios pronunciar "god" repetidamente, pensaba que era argot five-percenter. Pero no. Se referían a "God", nombre propio. Un dios de músculo y hueso que gobierna Cincinnati desde los barrios en vez de desde los cielos.

God se encarna en un LL Cool J de treinta años, mole alejada del chavalín que una década antes cantaba que necesitaba amor. El encargado de derrocar a Dios es un topo policial que interpreta Omar Epps. Les acompañan caras conocidas como Pam Grier y dos clásicos de las hood movies como Nia Long ('Boyz n the hood', 'Friday') y Hassan Johnson (‘The Wire’, ‘Clockers’, ‘Belly’, ‘Paid in full’). Tienen pequeños papeles Nas, Jermaine Dupri y Sticky Fingaz.

En la banda sonora destacan el temarro de Mobb Deep con Lil Kim y un 50 Cent todavía sin herida de bala en la lengua.

Escriben y producen la película Michael Henry Brown (‘Dead Presidents’) y Paul Aaron. El guión es sólido en su pretensión de mostrar la brutalidad callejera. Una violencia sin escrúpulos se enseñorea de trama y personajes, dando lugar a situaciones que me han alcanzado la sensibilidad. Aunque el retorcido humor con el que se aliñan también me ha sacado varias carcajadas.

Nunca había comprendido tanto a un policía infiltrado: en su motivación se mezcla el ansia de justicia (se crio en un gueto sembrado de muerte) con la pasión (compara el gusto por su trabajo con el entusiasmo de una bailarina por el baile).

Es paradójico que el punto débil del filme se encuentre en su tema central, expuesto ya desde el título: la tensión por el posible paso del protagonista al bando enemigo resulta artificial, poco creíble, telefilmesca. Casi tan cutre como el poster.
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