Una serie maravillosa para su época -1978- que marcó un antes y un después en la aplicación de efectos especiales en series televisivas. Heredera del arrollador éxito de Star Wars, intentó ser su precursora en la pantalla chica. Lamentablemente no lo logró, pero la calidad general de la mayoría de sus episodios logró una corriente de fans y un tan buen recuerdo en la mayoría de quienes la vimos en su época, que no es raro que se haya realizado recientemente una nueva serie televisiva -bastante más oscura y profunda- inspirada en ella.

Una joya para su época que bien merece verse de nuevo siempre que se pueda.

Un jóven que lleva una vida bastante ociosa se encuentra con una especie de duende -o algo así- que le augura un futuro brillante si guarda su coleccion de objetos personales, ya que todo lo que posee tendrá un enorme valor algún día. Varios años después, el mismo joven ya en su vejez vive en la miseria preguntándose donde quedaron los buenos augurios de aquel duende. La respuesta a esa pregunta es la sorpresa final de la historia, que pretende dejar una moraleja sobre el valor que le damos a las cosas materiales a lo largo de nuestra vida, pero que resulta totalmente insatisfactoria como conclusión y no convence casi por ningún lado.

Una verdadera pena, por que su desarrollo de la historia no es demasiado malo y hasta tiene cierto gancho, pero el mismo se pierde totalmente cuando empieza a quedar clara la "moralizante" lección de la misma.

El empeño de los cuentos de Spielberg y su gente por querer mezclar lo delirantemente fantástico con la comedia tontorrona, vuelve a dar como resultado uno de los episodios mas aburridos de la serie.

No es culpa de Joe Dante, que poco podía hacer con la historia que le dieron a dirigir -y que sospecho debió tener participación el mismo Spielberg, aunque no lo reconozca- porque como director ya era un brillante artesano del género fantástico, aunque con los años su luz se apagaría.
Lamentablemente esta tendencia a los argumentos sosos y de fallido humor, no cambiaría hasta la defunción de la serie.

Se nota a la legua que ni Adam Marcus , ni Sean Cunningham, ni los guionistas de esta cosa tenían demasiado claro como seguir la saga luego de ocho películas, asi que decidieron que destrozar a Jason -literalmente y de la otra forma- y hacerlo volver como si de una especie de usurpador de cuerpos se tratase al mejor estilo "Invasion of the body snatcher" fue lo mejor que se les ocurrió. A su vez, meter de prepo la magia negra, el Necronomicón y una leyenda inventada al paso y sin demasiado sustento -"solo un Voorhees puede matar a otro Voorhees"- hacen que la cosa sea todavía menos creíble.

En fin... que lo mejor es la secuencia inicial que incluye la hermosa anatomía de la agente del FBI perseguida por Jason y su aparente destrucción final. Nada más.
El resto, aburre.

Floja, muy floja resultó esta tercera entrega de la saga Warlock, lejana de las dos primeras ya no solo desde lo argumental si no también desde casi cualquier evaluación cualitativa que se le haga. Efectos especiales casi inexistentes -tan solo la transformación de una víctima del hechicero en estatua y poco más- sumado a un argumento que parece la enésima versión de "La casa embrujada" y el cambio de Julian Sands por el del apático Bruce Payne interpretando al maléfico brujo, fueron solo una pequeña parte de una larga secuencia de errores que terminan hundiendo la película en el olvido.