Llegué a ver el film solo recientemente, y luego de haber visto en su momento "Coco", la película de Pixar que muchos acusaban de ser un plagio de la presente. Lo primero que puedo decir, es que no es ningún plagio: sus parecidos empiezan y terminan en la temática del Día de los Muertos y que el protagonista toca una guitarra, eso es todo. "Coco" es una película sobre la familia y la memoria de nuestras raíces, mientras que "El Libro de la Vida" es una historia de amor y amistad. Y los resultados no podrían ser más dispares.

La película comienza con una excursión de niños estadounidenses, que van a parar a un museo, donde una guía los lleva a un salón secreto y les relata la historia principal del film. Desde ya un comienzo apresurado, innecesario, donde más efectivo y honesto hubiera sido zambullirse en la historia directamente en lugar de buscar esa excusa de introducción con personajes que absolutamente nada aportan a la trama.
Manolo, María y Joaquín componen un triángulo amoroso, en el cual La Muerte y Xibalba realizan una apuesta, poniendo de premio el dominio de sus respectivos reinos.

Repleta de convencionalismos, un tratamiento superficial de todos sus personajes (exceptuando Manolo, por ser el protagonista) y con un ritmo frenético e hiperquinético, en donde los creadores piensan que mantener el humor y la atención del espectador es mantener a sus personajes comportándose como payazos e introduciendo gags en cada segundo disponible, el film se vuelve cansador a los pocos minutos. Y el estilo de animación, aunque original y atractivo a primera vista, pronto termina de saturar por su ritmo atolondrado y su congestión visual de elementos, que no permiten dejar al ojo reposar y disfrutar ningún fotograma.

Para colmo de males, la selección de temas musicales poco favor le hacen a la cultura mexicana, acercándose más a un musical juvenil yanqui, que al legado del país que pretenden rendirle culto.

Muchas veces el cine de animación es relegado como un género (que no lo es, es realmente un medio) para niños, infantil, y descartado como tal. Lo cierto es que muchas películas animadas pueden entretener tanto a adultos como a niños, poseyendo un calado emocional profundo y un contenido capaz de ser disfrutado por los más pequeños y desglosado y analizado en profundidad por los mayores, contentando a ambos públicos. Eso es lo que sucede con la maravillosa "Coco". Sin embargo "El Libro de la Vida" es una película infantil, en el peor sentido de la palabra, tratando a sus espectadores como niños con déficit de atención y pasando a la cultura mexicana por un filtro extranjero dejando muy poco para saborear.

Paul Thomas Anderson se aleja del tono más perturbador, ácido u oscuro de filmes como “There Will Be Blood” o “The Phantom Thread”, para filmar probablemente su película más luminosa, vitalista y cálida de su filmografía, sin renunciar nunca a su impronta estética.

Una historia romántica ambientada en los años 70, entre un adolescente de 15 años y una joven de 25, que rehuye de las estructura clásica de las películas románticas y de regodearse en la melancolía. En lugar de eso funciona como una fotografía de época, de estructura fragmentada, casi episódica, que parece dotarla de un clima de ensoñación digna de los fragmentos de nuestra memoria en donde todo parece enfocado en lo importante, no tanto por la relevancia de los acontecimientos, sino por la relevancia del material sensible grabado en esos momentos.

El hecho de que sea el primer largometraje de Cooper Hoffman (hijo del gran Philip Seymour Hoffman, casting que se antoja tanto natural como tierno para una película de PTA) y Alana Haim, contribuye en parte a esa naturaleza fresca y espontánea del film, dos carismáticos actores alejados de los estándares anodinos y plásticos de belleza de hollywood, que desbordan química por los cuatro lados de la pantalla.
El maravilloso trabajo de cámara de PTA con sus habituales orgánicos planos secuencia, una banda sonora casi omnipresente pero nunca en primer plano, una fotografía preciosa y tangible que dota el 35 mm, y una narración ligera y amable que no teme desviarse casi arbitrariamente por tangentes narrativas y de género, siempre volviendo a cause por esa bella historia de amor, transforma a “Licorice Pizza” en un cine fluido, líquido, de cuerpos siempre en movimiento, en el cual es imposible no dejarse llevar y sumergirse en ella.

El Gabinete de Curiosidades de Guillermo del Toro ha resultado una antología oscura y colorida bienvenida por todos los fans del terror. Los relatos son bastante dignos aunque la mayoría poco sobresalientes. Hasta que llega Panos Cosmatos a demostrar que juega en otra liga.
El director de aquella obra maestra llamada "Mandy" se desmarca con una propuesta tan personal que le resulta imposible encajar dentro de la homogénea línea de producción que parecen tener todas las demás historias (con excepción de la última). Recurriendo a su extraordinaria estética, su hiperestlización y su narrativa a fuego lento, sin prisa pero sin tregua, Cosmatos parece conjurar un cine de otra era, en donde se pasean los espíritus de Cronenberg y Carpenter, y hasta nos regala una deliciosa presencia de Peter Weller. Un relato donde lo que importa no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, o que prima es la forma y la atmósfera. Y es que seduce de tal forma que el espectador parece entrar casi en un trance igual al de los protagonistas, donde llegado el momento estamos dispuestos a entregarnos a cualquier horror demencial que su creador quiera arrojar sobre nosotros. Y vaya si lo hace.
Junto con el maravilloso episodio final "The Murmuring" dirigido por la brillante Jennifer Kent, "The Viewing" deja sin lugar a dudas lo mejor para el final en esta interesante antología. Brutal.