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7.8
42,001
10
2 de diciembre de 2016
2 de diciembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Echar la vista atrás. Volver a encontrarse de frente con dos películas que lloran. Rememorar escenas, momentos, personajes, luces, actitudes, melodías, humo.
Hace algo más de diez años, Wong Kar-Wai decidió darle forma al amor y a la nostalgia. ‘In the mood for love’ junto a ‘2046’, para crear, en conjunto, las dos más grandes películas de nuestro siglo. Antes de hacerlo, ‘Days of being wild’ nos había puesto en aviso sobre la capacidad del asiático para traspasar emociones. Sería injusto tratarlas por separado.
El genio hongkonés nos mostró miradas perdidas, tímidas, apasionadas, delicadas, ralentizadas. Cuatro años después, la necesidad de volver, le hizo montarse en ese tren hacia ninguna parte con nombre de melancolía para hacernos partícipes del dolor de haber perdido esos ojos.
Con él, Tony Leung amó, se escondió, recordó, fumó, sufrió y escribió a través del tiempo. Su elegancia, en ambas obras, entre uno de los mejores papeles de la historia del cine contemporáneo. Maggie Cheung embelesó a cámara lenta dejando el relevo a Zhang Ziyi y Faye Wong que convirtieron al séptimo arte en sensualidad. Un adagio para la estantería del arte junto al deslumbrante visual de Christopher Doyle les acompañaron en busca de lo irrecuperable.
Es curioso como cuesta escribir sobre las películas que de verdad están dentro. Debe ser el miedo a mostrar un poco de nosotros mientras lo hacemos. Wong Kar-Wai se descubrió a través de aquello que se esfuma cuando uno sufre, el alma de los que han amado.
El cine como poesía imperecedera. Una obra maestra total.
Algunos siguen en ese tren hacia ninguna parte.
Hace algo más de diez años, Wong Kar-Wai decidió darle forma al amor y a la nostalgia. ‘In the mood for love’ junto a ‘2046’, para crear, en conjunto, las dos más grandes películas de nuestro siglo. Antes de hacerlo, ‘Days of being wild’ nos había puesto en aviso sobre la capacidad del asiático para traspasar emociones. Sería injusto tratarlas por separado.
El genio hongkonés nos mostró miradas perdidas, tímidas, apasionadas, delicadas, ralentizadas. Cuatro años después, la necesidad de volver, le hizo montarse en ese tren hacia ninguna parte con nombre de melancolía para hacernos partícipes del dolor de haber perdido esos ojos.
Con él, Tony Leung amó, se escondió, recordó, fumó, sufrió y escribió a través del tiempo. Su elegancia, en ambas obras, entre uno de los mejores papeles de la historia del cine contemporáneo. Maggie Cheung embelesó a cámara lenta dejando el relevo a Zhang Ziyi y Faye Wong que convirtieron al séptimo arte en sensualidad. Un adagio para la estantería del arte junto al deslumbrante visual de Christopher Doyle les acompañaron en busca de lo irrecuperable.
Es curioso como cuesta escribir sobre las películas que de verdad están dentro. Debe ser el miedo a mostrar un poco de nosotros mientras lo hacemos. Wong Kar-Wai se descubrió a través de aquello que se esfuma cuando uno sufre, el alma de los que han amado.
El cine como poesía imperecedera. Una obra maestra total.
Algunos siguen en ese tren hacia ninguna parte.

6.8
10,289
8
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A sus 80 años vuelve Roman Polanski sin haber dejado la forma ni sus temas en ningún momento.
Lo hace esta vez apoyando su guión en la pieza teatral de David Ives y en la obra de Leopold von Sacher-Masoch para darle a sus dos únicos protagonistas el regalo actoral. Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric maravillosos luciendo treinta años de cine.
No le hace falta nada más al director nacido en París y criado en Polonia. Sus obsesiones, miedos y juicios se pasean por la obra ajustándose a la perfección al tiempo. La lucha de sexos como juego y divertimento perverso de un director único controlando la escena desde el lugar de los elegidos mientras la magnífica música acompaña cada movimiento.
Traspasada la platea y el texto solo nos queda rendirnos ante el desenlace. Polanski se desnuda.
El genio de una persona que jamás se quitará la etiqueta de haber sido demonio.
Magnífica.
Lo hace esta vez apoyando su guión en la pieza teatral de David Ives y en la obra de Leopold von Sacher-Masoch para darle a sus dos únicos protagonistas el regalo actoral. Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric maravillosos luciendo treinta años de cine.
No le hace falta nada más al director nacido en París y criado en Polonia. Sus obsesiones, miedos y juicios se pasean por la obra ajustándose a la perfección al tiempo. La lucha de sexos como juego y divertimento perverso de un director único controlando la escena desde el lugar de los elegidos mientras la magnífica música acompaña cada movimiento.
Traspasada la platea y el texto solo nos queda rendirnos ante el desenlace. Polanski se desnuda.
El genio de una persona que jamás se quitará la etiqueta de haber sido demonio.
Magnífica.

5.8
8,082
8
13 de septiembre de 2016
13 de septiembre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como las buenas canciones, 'The guest' ha ido corriendo de boca en boca y de mano en mano como si de una cinta de cassette se tratara. Presentada en el festival de Sitges y otros especializados, su poder de atracción la han convertido en el gran pecado confesable de este año. Un combinado del cine y cultura de los 80 imposible de dejar a un lado. La antítesis impredecible a la formalidad de la genial 'Drive'.
Ya de culto, 'The guest', su creador y sus personajes hurgan dentro de nosotros. Cogen todo aquello que, algún día, nos emocionó: la melancolía de los videoclips grabados, 'Halloween', las tramas delirantes, las muertes sin dolor, Iñigo Montoya, el sonido de los videojuegos... y la coctelera se bate al ritmo de un director más que consciente del resultado deseado. Los ingredientes son tan impostados como únicos.
El arrebato de una pareja protagonista inmejorable (Dan Stevens está inmenso y encantador, Maika Monroe explota para enamorar en una segunda parte fantástica), junto a esa música tan presente como imprescindible hacen el resto. El objetivo consciente de no dejar al espectador tiempo para pensar llevándole al divertimento máximo.
El paradigma del cine creado por aquellos niños que se emocionaban con cintas de vídeo y ahora con el poder de la cámara en sus manos.
Al finalizar el metraje, volveremos para ponernos una y otra vez, alguna de sus escenas imborrables.
Adam Wingard ha encontrado el mapa del tesoro.
Ya de culto, 'The guest', su creador y sus personajes hurgan dentro de nosotros. Cogen todo aquello que, algún día, nos emocionó: la melancolía de los videoclips grabados, 'Halloween', las tramas delirantes, las muertes sin dolor, Iñigo Montoya, el sonido de los videojuegos... y la coctelera se bate al ritmo de un director más que consciente del resultado deseado. Los ingredientes son tan impostados como únicos.
El arrebato de una pareja protagonista inmejorable (Dan Stevens está inmenso y encantador, Maika Monroe explota para enamorar en una segunda parte fantástica), junto a esa música tan presente como imprescindible hacen el resto. El objetivo consciente de no dejar al espectador tiempo para pensar llevándole al divertimento máximo.
El paradigma del cine creado por aquellos niños que se emocionaban con cintas de vídeo y ahora con el poder de la cámara en sus manos.
Al finalizar el metraje, volveremos para ponernos una y otra vez, alguna de sus escenas imborrables.
Adam Wingard ha encontrado el mapa del tesoro.

5.6
10,903
9
7 de septiembre de 2016
7 de septiembre de 2016
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
NWR. Lo dicen los títulos de crédito, marca propia registrada de un director dispuesto a cambiar las normas establecidas y provocar reacciones cutáneas a los alérgicos a lo experimental y a aquellos que se han quedado en otras épocas como defensa de la excelencia.
Tras casi dos décadas, sus tres últimas películas solo han sido otro paso más para convertirse en diana. Las ruedas de prensa en las presentaciones son tan sugerentes como la planificación de sus planos. El bueno del director danés a un saltito de hacer olvidar a otros expertos en el canibalismo mediático e incluso al mismísimo diablo, Lars Von Trier. Lo tiene claro y lo está consiguiendo llenando la pantalla de imágenes tan poderosas como hipnóticas. A su lado un equipo que parece dará mucho que hablar. Bandas sonoras con nombre propio y actores entregados a la causa de lo desconocido.
Después de darle a Ryan Gosling el timón y con ello cambiar toda la carrera del actor, el relevo lo toma una Elle Fanning tan magnífica como siempre. Su mirada capaz de pasar de la inocencia al control total. El resto de lo que vemos en el reflejo es una creación que sobrepasa lo grabado por el objetivo.
Con esto, parecen quedarnos dos opciones: el rechazo o la adoración. No debe haber otra forma de tratarlo. Obra maestra o estupidez absoluta. Los nuevos tiempos de amar o lastrar hacia el barro. Y a la pregunta de si es para tanto, el propio demonio de neón nos da la respuesta como desde hace años nos cantan sus majestades satánicas. Esto es solo cine y nos encanta.
Descarada, propia, absoluta, grandiosa. Dos horas para sentarse en la butaca y no pestañear.
Una gozada prohibida a los que tienen los ojos cerrados.
Déjense devorar.
Tras casi dos décadas, sus tres últimas películas solo han sido otro paso más para convertirse en diana. Las ruedas de prensa en las presentaciones son tan sugerentes como la planificación de sus planos. El bueno del director danés a un saltito de hacer olvidar a otros expertos en el canibalismo mediático e incluso al mismísimo diablo, Lars Von Trier. Lo tiene claro y lo está consiguiendo llenando la pantalla de imágenes tan poderosas como hipnóticas. A su lado un equipo que parece dará mucho que hablar. Bandas sonoras con nombre propio y actores entregados a la causa de lo desconocido.
Después de darle a Ryan Gosling el timón y con ello cambiar toda la carrera del actor, el relevo lo toma una Elle Fanning tan magnífica como siempre. Su mirada capaz de pasar de la inocencia al control total. El resto de lo que vemos en el reflejo es una creación que sobrepasa lo grabado por el objetivo.
Con esto, parecen quedarnos dos opciones: el rechazo o la adoración. No debe haber otra forma de tratarlo. Obra maestra o estupidez absoluta. Los nuevos tiempos de amar o lastrar hacia el barro. Y a la pregunta de si es para tanto, el propio demonio de neón nos da la respuesta como desde hace años nos cantan sus majestades satánicas. Esto es solo cine y nos encanta.
Descarada, propia, absoluta, grandiosa. Dos horas para sentarse en la butaca y no pestañear.
Una gozada prohibida a los que tienen los ojos cerrados.
Déjense devorar.

7.0
68,420
7
7 de septiembre de 2016
7 de septiembre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ridley Scott se reconstruye a sí mismo en su mejor película desde ‘American Gangster’. Sin ataduras, divertido, arriesgado y sin miedo a la perdida de seriedad le da la mano a un enorme Matt Damon y le regala uno de los papeles del año. Al americano, el traje le queda mejor que nunca y, como ya nos había demostrado en multitud de ocasiones, su capacidad de ponerse en la piel de otros dan como resultado una de las mejores actuaciones de su carrera y seguro, merecedora de alguno de los grandes premios.
El tercer gran culpable del acierto es Drew Goddard, encargado de adaptar la novela de Andy Weir. Su guión como base, tono y excusa para desafiar a las últimas expediciones que en esto del cine han salido de nuestro planeta.
Y por último, un plantel de secundarios con una apabullante naturalidad para ponernos los pies en la tierra. Todos maravillosos y con algo que decir.
El cine-espectáculo como nunca debería haber dejado de ser. Ágil, disfrutable, sólido. Todo un conjunto de piezas encajadas para hacernos partícipes de la gran aventura del año.
142 minutos por los que la gente paga y entra en los salas.
Bravo Ridley.
El tercer gran culpable del acierto es Drew Goddard, encargado de adaptar la novela de Andy Weir. Su guión como base, tono y excusa para desafiar a las últimas expediciones que en esto del cine han salido de nuestro planeta.
Y por último, un plantel de secundarios con una apabullante naturalidad para ponernos los pies en la tierra. Todos maravillosos y con algo que decir.
El cine-espectáculo como nunca debería haber dejado de ser. Ágil, disfrutable, sólido. Todo un conjunto de piezas encajadas para hacernos partícipes de la gran aventura del año.
142 minutos por los que la gente paga y entra en los salas.
Bravo Ridley.
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