Reconozco que me acerqué a esta película por el director, James Whale y porque no conocía muy bien esta historia clásica de Alexandre Dumas. A partir de ahí, toda la película es una sorpresa: la historia que funciona como un reloj, las interpretaciones de Joan Bennet y Louis Hayward (soberbio en la doble caracterización del rey y su hermano) y la atmósfera envolvente del maestro Whale.
En definitiva, esta película figura en mi lista clásica de películas de aventuras junto a "El halcón del mar", "El capitán Blood", "El cisne negro", "Las cuatro plumas", "Beau Geste", "Los vikingos" y "El hombre que pudo reinar".

Mizoguchi, Ozu y Kobayashi son tres grandes directores japoneses cuyas filmografías hacen del cine un arte sugerente y deleitan siempre al espectador. En mi universo cinéfilo siempre estarán relacionados ya que los conocí gracias al programa "Que grande es el cine" de José Luis Garci a través de tres obras tan capitales como "El intendente Sansho", "Cuentos de Tokyo" y "El más allá", respectivamente.
"La espada bijomaru" no es una de las películas más conocidas de Mizoguchi, pero sus poco más de 60 minutos enraizan con la mejor tradición del cine japonés: honor, amor, luchas imperiales, amos y señores... Y, por encima de todo, sobresale esa peculiar y tradicional forma de entender el honor en el país nipón. Viéndola no dejaba de pensar en la enorme película "Harakiri" de Kobayashi.
A partir de la forja de la espada Bijomaru, Mizoguchi construye una potente historia en la que un triángulo amoroso y el honor perdido de un guerrero dan forma a una historia tan intimista como lírica, rematada por un clímax final de 3 minutos que da sentido a toda la película.
Acercarse a esta película no está al alcance de cualquiera que no conciba el cine como un arte sosegado, en el que lo importante es la historia que se cuenta y el dibujo de los personajes y no un ritmo frenético y desbocado porque el cine japonés de Mizoguchi y Ozu tiene un ritmo casi de vida real, de esa vida en la que los sentimientos y las emociones se sobreponen a la acción frenética de una sociedad que vive en las prisas.
Obra menor de Mizoguchi, pero al mismo tiempo una gran película.

Mitchell Leisen es un director desconocido para el gran público, pero es considerado un enorme director para los que admiramos el cine clásico y, en particular, la screwball comedy.
Cierto es que esta peli es un Leisen menor, frente aa joyas como "Medianoche" (quizás una de sus obras cumbre), "La muerte en vacaciones" o "La vida íntima de Julie Norris" (que proporcionó un merecido Oscar a Olivia de Havilland.
Pero vayamos al meollo de la cuestión. Este peli aborda dos de los temas clásicos de la screwball comedy: ¿vida desahogada sin amor o amor sin dinero? y la mujer lleva los pantalones y trae de cabeza al hombre lo que genera situaciones divertidas y rocambolescas, pensando en la época en que fueron rodadas. La solución al conflicto no será muy original, pero si proporciona momentos de diversión, reflexión y, sobre todo, de crítica al sistema.
Los dos actores protagonistas ayudan a conseguir la credibilidad de los personajes y la acción. Carole Lombard es una estecien que busca el amor en una buena cartera; Fred McMurray (jovencísimo para aquellos que le descubrimos en la mítica Perdición), un playboy noble venido a menos y que no tiene un centavo. La vida hace que sus caminos se crucen, ¿hasta dónde? Aunque esta peli no tiene muchos momentos extravagantes en la mejor tradición de la screwball comedy, sí conviene destacar la presentación del personaje de Fred McMurray y la escasa atención que le presta en un primer momento a la guapa Lombard. ¿La causa? Estar jugando a un juego infantil bajo techado.

Esta película ha pasado a la historia por la belleza deslumbrante y la fuerza del personaje de Belle Shirley (o lo que es lo mismo la radiante Gene Tierney), una sureña que se resiste a dar su brazo a torcer ante los yankees, tras haber sido derrotado el ejército confederado en la Guerra de Secesión.
Aunque es una película entretenida que se deja ver, influye en ello también su corta duración, su historia va perdiendo fuelle según avanza. Todo el planteamiento inicial, la rebeldía de Belle, su desprecio ante el mayor yankee (un amor de la infancia) y su atracción por el renegado Sam Starr (el siempre eficaz aunque light Randolph Scott) atrapan al espectador amante de las buenas historias del Oeste. Sin embargo, el posterior desarrollo anodino de la relación entre Belle y Sam y el mediocre final,que no voy a desvelar,con algo de sentimentalismo barato, arruinan un a película que podría haber sido mucho más de lo que al final es.
Insisto, sin la radiante Belle Shirley (Gene Tierney), no dejaría de ser una peli del montón, pero como está ella, no deja de ser una entretenida sesión matinal de fin de semana.

Two-lane blacktop tenía todos los ingredientes para ser una gran película: unos personajes vacíos sin esperanza en busca de respuestas en la carretera, los grandes espacios abiertos rurales de EEUU, que siempre le dan un buen punto a las road movies y, sobre todo, un desafío muy particular entre coches y conductores variopintos.
Sin embargo, la película no acaba de funcionar e incluso da la impresión que tarda casi media hora en arrancar. Hasta la aparición del magnífico Warren Oates, el argumento deambula sin ningún interés, sin saber hacia donde se dirige la historia.
La pareja de amigos conductores que se enfrentan a Warren Oates no funciona debido a la inexpresividad de los dos actores que no dan casi vida a los personajes. Y, por tanto, resulta difícil empatizar con ellos.
Aún así, la considero como una película interesante que se deja ver con agrado aunque queda el regusto amargo de pensar que podía haber sido una gran película.