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10
7 de marzo de 2025
7 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En México, en los 2000, antes de que YouTube despegara y antes de la llegada de plataformas como Spotify, Apple Music o Amazon Music, acceder a la música popular no era tan sencillo. Para muchos, la única forma de descubrir nuevos artistas era a través de las recopilaciones en DVDs piratas vendidos en los tianguis. Fue precisamente en uno de esos discos donde conocí a Robbie Williams. Recuerdo que, al escuchar su nombre, pensé que se trataba de música del gran actor de El hombre bicentenario y Papá por siempre, me equivoque. El impacto llegó cuando vi uno de sus videos: un hombre que empieza a desnudarse hasta arrancarse la piel y quedar convertido en un esqueleto. Para un adolescente de aquella época, aquello fue una imagen impactante. ¡Ay, ya me dolió la rodilla!
Dicho esto, nunca fui un gran seguidor de su música, pero decidí aventurarme a ver Better Man: La historia de Robbie Williams, impulsado por las buenas críticas en varios grupos y por su nominación a Mejores efectos visuales en los pasados Óscar 2025. Aunque perdió la estatuilla contra Dune: Parte Dos pero eso es otra historia.
La película, dirigida por Michael Gracey (The Greatest Showman), nos sumerge en la vida de Robbie Williams: su ascenso a la fama, su tormentosa relación con su padre, sus excesos con las sustancias y el odio que sentía hacia sí mismo por haber elegido una carrera tan agotadora como la del espectáculo. Lo curioso es que, en lugar de representarlo con un actor de carne y hueso, se optó por retratarlo como un mono. Sí, un mono. Es una elección extraña, cuyo significado no queda del todo claro en la historia, pero que le da un toque exótico y lo aleja de los biopics convencionales.
A diferencia de películas como Bohemian Rhapsody (Queen), Back to Black (Amy Winehouse) o A Complete Unknown (Bob Dylan), que se enfocan más en el impacto musical de sus protagonistas, Better Man se acerca más a títulos como The Dirt (Mötley Crüe) o Lords of Chaos (black metal), donde el énfasis está en el exceso, la tragedia y las sombras que oculta la fama. Es, en pocas palabras, Trainspotting con música pop. Pero lo más interesante es que la película no solo habla de Robbie, sino que también nos da un mensaje potente sobre la fama, la salud mental, el svicidio y la manera en que proyectamos nuestras fantasías más oscuras en los artistas. Como decía el gran Héctor Lavoe en El Cantante:
"Oye Héctor, tú estás hecho
Siempre con hembras y en fiestas
Y nadie pregunta
Si sufro o si lloro
Si tengo una pena
Que hiere muy hondo
Yo soy el cantante
Porque lo mío es cantar
Y el público paga
Para poderme escuchar..."
Los artistas, vistos como ídolos inalcanzables, también sufren, y muchas veces sus vidas llenas de éxitos son solo una pantalla para esconder su dolor.
No siendo fanático de Robbie Williams y teniendo grandes expectativas, debo decir que fueron superadas con creces. Reí, sufrí, canté, me deprimí y al final disfruté el mensaje esperanzador que ofrece la película. Es una pena que la cinta esté sufriendo en taquilla y no esté recaudando lo que merece. Ojalá el boca a boca le ayude a ganar más audiencia porque verla en cine es otra cosa. El sonido es una monstruosidad que solo puede apreciarse en una sala de cine.
Dicho esto, nunca fui un gran seguidor de su música, pero decidí aventurarme a ver Better Man: La historia de Robbie Williams, impulsado por las buenas críticas en varios grupos y por su nominación a Mejores efectos visuales en los pasados Óscar 2025. Aunque perdió la estatuilla contra Dune: Parte Dos pero eso es otra historia.
La película, dirigida por Michael Gracey (The Greatest Showman), nos sumerge en la vida de Robbie Williams: su ascenso a la fama, su tormentosa relación con su padre, sus excesos con las sustancias y el odio que sentía hacia sí mismo por haber elegido una carrera tan agotadora como la del espectáculo. Lo curioso es que, en lugar de representarlo con un actor de carne y hueso, se optó por retratarlo como un mono. Sí, un mono. Es una elección extraña, cuyo significado no queda del todo claro en la historia, pero que le da un toque exótico y lo aleja de los biopics convencionales.
A diferencia de películas como Bohemian Rhapsody (Queen), Back to Black (Amy Winehouse) o A Complete Unknown (Bob Dylan), que se enfocan más en el impacto musical de sus protagonistas, Better Man se acerca más a títulos como The Dirt (Mötley Crüe) o Lords of Chaos (black metal), donde el énfasis está en el exceso, la tragedia y las sombras que oculta la fama. Es, en pocas palabras, Trainspotting con música pop. Pero lo más interesante es que la película no solo habla de Robbie, sino que también nos da un mensaje potente sobre la fama, la salud mental, el svicidio y la manera en que proyectamos nuestras fantasías más oscuras en los artistas. Como decía el gran Héctor Lavoe en El Cantante:
"Oye Héctor, tú estás hecho
Siempre con hembras y en fiestas
Y nadie pregunta
Si sufro o si lloro
Si tengo una pena
Que hiere muy hondo
Yo soy el cantante
Porque lo mío es cantar
Y el público paga
Para poderme escuchar..."
Los artistas, vistos como ídolos inalcanzables, también sufren, y muchas veces sus vidas llenas de éxitos son solo una pantalla para esconder su dolor.
No siendo fanático de Robbie Williams y teniendo grandes expectativas, debo decir que fueron superadas con creces. Reí, sufrí, canté, me deprimí y al final disfruté el mensaje esperanzador que ofrece la película. Es una pena que la cinta esté sufriendo en taquilla y no esté recaudando lo que merece. Ojalá el boca a boca le ayude a ganar más audiencia porque verla en cine es otra cosa. El sonido es una monstruosidad que solo puede apreciarse en una sala de cine.

6.8
17,751
7
13 de enero de 2025
13 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Eggers nos presenta una nueva interpretación del icónico Nosferatu, aunque, en esencia, parece más una reinterpretación de The Witch con vampiros. La película intenta fusionar elementos de Nosferatu y Drácula de Bram Stoker, pero esta mezcla plantea una pregunta inevitable: ¿por qué entonces titularla Nosferatu si no respeta del todo la esencia del clásico de Murnau?
El trabajo de Lily-Rose Depp se siente fuera de lugar; su actuación es sobreactuada hasta el punto de convertirse en un meme en redes sociales, lo que termina siendo una distracción en lugar de un aporte al film. Además, el ritmo de la película es problemático, con una primera hora excesivamente lenta que pone a prueba la paciencia del espectador.
Por otro lado, el estilo narrativo de los diálogos se siente más literario que cinematográfico. Eggers se escuda con la fidelidad histórica, pero esta intención no se traduce en una experiencia visual coherente: si realmente buscaba fidelidad, ¿por qué no rodar en Alemania o adoptar una estética expresionista como la del filme original? En lugar de eso, su mezcla estilística resulta fallida, lejos del éxito que otros directores, como Lars von Trier en Dogville, han logrado con propuestas igualmente híbridas.
Otro desacierto notable es el uso de jumpscares, un recurso que desentona completamente con la atmósfera que Eggers sabe construir y que no encaja con el tono sombrío y atmosférico que debería caracterizar a la película.
No todo es negativo en Nosferatu. La atmósfera, uno de los sellos de Eggers, es magistral y logra poner los pelos de punta en varios momentos. Además, el diseño sonoro y la mezcla de sonido son impecables, sumergiendo al espectador en un mundo inquietante. Por supuesto, la fotografía de Jarin Blaschke –colaborador habitual del director– destaca con creces, ofreciendo imágenes de una belleza gótica y perturbadora que se quedan grabadas en la mente.
Aunque Nosferatu tiene sus méritos técnicos y estéticos, su narrativa pesada, actuaciones desiguales y falta de cohesión estilística dificultan que alcance el nivel que había logrado en The Northman (4) su película mejor calificada por nosotros. Una oportunidad desaprovechada para revitalizar un clásico del cine de terror.
El trabajo de Lily-Rose Depp se siente fuera de lugar; su actuación es sobreactuada hasta el punto de convertirse en un meme en redes sociales, lo que termina siendo una distracción en lugar de un aporte al film. Además, el ritmo de la película es problemático, con una primera hora excesivamente lenta que pone a prueba la paciencia del espectador.
Por otro lado, el estilo narrativo de los diálogos se siente más literario que cinematográfico. Eggers se escuda con la fidelidad histórica, pero esta intención no se traduce en una experiencia visual coherente: si realmente buscaba fidelidad, ¿por qué no rodar en Alemania o adoptar una estética expresionista como la del filme original? En lugar de eso, su mezcla estilística resulta fallida, lejos del éxito que otros directores, como Lars von Trier en Dogville, han logrado con propuestas igualmente híbridas.
Otro desacierto notable es el uso de jumpscares, un recurso que desentona completamente con la atmósfera que Eggers sabe construir y que no encaja con el tono sombrío y atmosférico que debería caracterizar a la película.
No todo es negativo en Nosferatu. La atmósfera, uno de los sellos de Eggers, es magistral y logra poner los pelos de punta en varios momentos. Además, el diseño sonoro y la mezcla de sonido son impecables, sumergiendo al espectador en un mundo inquietante. Por supuesto, la fotografía de Jarin Blaschke –colaborador habitual del director– destaca con creces, ofreciendo imágenes de una belleza gótica y perturbadora que se quedan grabadas en la mente.
Aunque Nosferatu tiene sus méritos técnicos y estéticos, su narrativa pesada, actuaciones desiguales y falta de cohesión estilística dificultan que alcance el nivel que había logrado en The Northman (4) su película mejor calificada por nosotros. Una oportunidad desaprovechada para revitalizar un clásico del cine de terror.

5.1
1,089
8
8 de noviembre de 2024
8 de noviembre de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
E.L. Katz, quien llamó la atención con su retorcida y brillante ópera prima Cheap Thrills, se lanza a un nuevo reto con Azrael, su más reciente película. Desde entonces, su carrera ha tenido altibajos: tras Cheap Thrills, su segunda película, Small Crimes, desaprovechó un elenco de talento y no alcanzó las expectativas que generó su debut. Desde entonces, Katz ha estado en la televisión, dirigiendo episodios de series como Swamp Thing, The Haunting of Bly Manor y Teacup. Sin embargo, Azrael marca un regreso a la pantalla grande, y trae consigo una propuesta experimental.
La película nos sitúa en un entorno misterioso y casi mudo, siguiendo a una joven llamada Azrael, quien escapa de su encierro sólo para ser recapturada y destinada como sacrificio para apaciguar una presencia antigua en las tierras salvajes. Este enfoque minimalista recuerda a películas como A Quiet Place, The Witch, The Village, Lamb, y The Blair Witch Project, donde la atmósfera es fundamental para mantener al espectador en tensión. En Azrael, el uso casi inexistente de diálogos (tan solo unos tres o cinco en toda la cinta) hace que la fotografía y las actuaciones tomen el rol protagónico.
Samara Weaving, en el papel de Azrael, se enfrenta a un desafío que resuelve con habilidad, aunque su actuación se ve algo limitada por decisiones de guion cuestionables que vuelven su personaje a ratos inconsistente. El guion de Azrael, aunque plantea un concepto intrigante, tiende a perderse en una narrativa que por momentos parece ir a la deriva, dejando al espectador en un silencio prolongado que puede resultar tanto absorbente como confuso. Sin embargo, en los últimos 20 minutos, la historia retoma fuerza, y la revelación final le da un toque de intensidad que redondea la experiencia.
A pesar de estos altibajos, Azrael resulta un experimento interesante que demuestra que Katz aún tiene la capacidad de crear una atmósfera oscura y sugestiva. Esta cinta se siente como un renacer de su carrera en el cine, y, aunque imperfecta, logra destacar y deja a su audiencia con la esperanza de que Katz vuelva a entregarnos una obra tan memorable como su debut.
Con un cierre inquietante y un último acto potente, Azrael se gana un 4 en el fractalómetro, lográndolo de panzazo. Es una obra peculiar y arriesgada que, aunque no perfecta, revitaliza la carrera de E.L. Katz y sugiere que lo mejor podría estar por venir.
La película nos sitúa en un entorno misterioso y casi mudo, siguiendo a una joven llamada Azrael, quien escapa de su encierro sólo para ser recapturada y destinada como sacrificio para apaciguar una presencia antigua en las tierras salvajes. Este enfoque minimalista recuerda a películas como A Quiet Place, The Witch, The Village, Lamb, y The Blair Witch Project, donde la atmósfera es fundamental para mantener al espectador en tensión. En Azrael, el uso casi inexistente de diálogos (tan solo unos tres o cinco en toda la cinta) hace que la fotografía y las actuaciones tomen el rol protagónico.
Samara Weaving, en el papel de Azrael, se enfrenta a un desafío que resuelve con habilidad, aunque su actuación se ve algo limitada por decisiones de guion cuestionables que vuelven su personaje a ratos inconsistente. El guion de Azrael, aunque plantea un concepto intrigante, tiende a perderse en una narrativa que por momentos parece ir a la deriva, dejando al espectador en un silencio prolongado que puede resultar tanto absorbente como confuso. Sin embargo, en los últimos 20 minutos, la historia retoma fuerza, y la revelación final le da un toque de intensidad que redondea la experiencia.
A pesar de estos altibajos, Azrael resulta un experimento interesante que demuestra que Katz aún tiene la capacidad de crear una atmósfera oscura y sugestiva. Esta cinta se siente como un renacer de su carrera en el cine, y, aunque imperfecta, logra destacar y deja a su audiencia con la esperanza de que Katz vuelva a entregarnos una obra tan memorable como su debut.
Con un cierre inquietante y un último acto potente, Azrael se gana un 4 en el fractalómetro, lográndolo de panzazo. Es una obra peculiar y arriesgada que, aunque no perfecta, revitaliza la carrera de E.L. Katz y sugiere que lo mejor podría estar por venir.
9
20 de diciembre de 2024
20 de diciembre de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
La histeria colectiva, o psicosis colectiva, es un fenómeno social donde un grupo de personas experimenta síntomas físicos o emocionales sin una causa médica aparente, generalmente en contextos de estrés o miedo. Se caracteriza por su rápida propagación, ausencia de causas orgánicas y tendencia a desaparecer abruptamente. Ejemplos históricos incluyen la Danza de San Vito (siglos XIV-XVII), la histeria en Salem (1692) y casos recientes como la risa incontrolable en Tanzania (1962) y episodios en escuelas asociados al estrés social.
La serie, como su nombre dice, explora la histeria colectiva y su impacto cultural en una trama que mezcla terror, música y conflictos sociales. Ambientada en los años 80, la serie sigue a una banda de rock adolescente que, tras la desaparición de un popular quarterback universitario, se ve envuelta en una caza de brujas al estilo heavy metal. Extraños asesinatos, actividades paranormales y un ambiente de paranoia alimentan una narrativa que recuerda a producciones como La maldición de Hill House, Silent Hill, Gen V, The Mist, Paranoia Agent, Fargo & Carrie, mientras aborda temas como la adolescencia, la religión, la demonización de la cultura pop y el pánico moral.
El trasfondo histórico-cultural es uno de los puntos fuertes de la serie, destacando cómo la fundación de la Iglesia de Satán, los crímenes de Charles Manson y el auge del heavy metal generaron un temor masivo hacia lo oculto. La narrativa refleja el impacto de eventos como el libro Michelle Remembers y el juicio McMartin, mostrando cómo la música, los videojuegos y el cine fueron satanizados durante esta época. La serie aprovecha esta atmósfera para tejer una historia tensa y emocionante.
El elenco está a la altura, pero es Anna Camp, como Tracy Whitehead, quien ofrece la interpretación de su vida. Su personaje es tan despreciable y complejo que logra compararse con figuras como Joffrey Baratheon (Game of Thrones) o Dolores Umbridge (Harry Potter). Además, es interesante ver a Milly Shapiro (Hereditary) en un papel modesto pero efectivo.
El soundtrack esta dominado por el heavy metal, el hard rock y el Glam Metal con canciones de leyendas como Halloween, Mötley Crüe, Cirith Ungol, Iron Maiden, Thin Lizzy, Black Sabbath, Talking Heads, Pixies, Mercyful Fate, Def Leppard, Alicce Cooper, Coven, Bon Jovi, Queen, Motorhead, Bathory y Judast Priest; como ven no es cualquier cosa, le invirtieron bien a las licencias y simplemente es un festin metalero con el que hasta el mas trve quedara satisfecho. Más allá de su calidad musical, la serie deslumbra con datos curiosos y referencias musicales que enamorarán a los fanáticos más dedicados. Es, sin duda, un deleite para los amantes del metal.
Visualmente, la serie está impecablemente producida, con una estética que evoca la época y potencia la sensación de terror. Sin embargo, su tono juvenil y cierto toque de humor pueden desorientar en los primeros episodios. Asimismo, con un par de capítulos menos, habría ganado en dinamismo.
Hysteria! es una serie imprescindible para los amantes del terror y el metal. Aunque su tono young adult podría alejar a algunos espectadores al principio, recompensa con una trama intensa, actuaciones memorables y una banda sonora espectacular.
La serie, como su nombre dice, explora la histeria colectiva y su impacto cultural en una trama que mezcla terror, música y conflictos sociales. Ambientada en los años 80, la serie sigue a una banda de rock adolescente que, tras la desaparición de un popular quarterback universitario, se ve envuelta en una caza de brujas al estilo heavy metal. Extraños asesinatos, actividades paranormales y un ambiente de paranoia alimentan una narrativa que recuerda a producciones como La maldición de Hill House, Silent Hill, Gen V, The Mist, Paranoia Agent, Fargo & Carrie, mientras aborda temas como la adolescencia, la religión, la demonización de la cultura pop y el pánico moral.
El trasfondo histórico-cultural es uno de los puntos fuertes de la serie, destacando cómo la fundación de la Iglesia de Satán, los crímenes de Charles Manson y el auge del heavy metal generaron un temor masivo hacia lo oculto. La narrativa refleja el impacto de eventos como el libro Michelle Remembers y el juicio McMartin, mostrando cómo la música, los videojuegos y el cine fueron satanizados durante esta época. La serie aprovecha esta atmósfera para tejer una historia tensa y emocionante.
El elenco está a la altura, pero es Anna Camp, como Tracy Whitehead, quien ofrece la interpretación de su vida. Su personaje es tan despreciable y complejo que logra compararse con figuras como Joffrey Baratheon (Game of Thrones) o Dolores Umbridge (Harry Potter). Además, es interesante ver a Milly Shapiro (Hereditary) en un papel modesto pero efectivo.
El soundtrack esta dominado por el heavy metal, el hard rock y el Glam Metal con canciones de leyendas como Halloween, Mötley Crüe, Cirith Ungol, Iron Maiden, Thin Lizzy, Black Sabbath, Talking Heads, Pixies, Mercyful Fate, Def Leppard, Alicce Cooper, Coven, Bon Jovi, Queen, Motorhead, Bathory y Judast Priest; como ven no es cualquier cosa, le invirtieron bien a las licencias y simplemente es un festin metalero con el que hasta el mas trve quedara satisfecho. Más allá de su calidad musical, la serie deslumbra con datos curiosos y referencias musicales que enamorarán a los fanáticos más dedicados. Es, sin duda, un deleite para los amantes del metal.
Visualmente, la serie está impecablemente producida, con una estética que evoca la época y potencia la sensación de terror. Sin embargo, su tono juvenil y cierto toque de humor pueden desorientar en los primeros episodios. Asimismo, con un par de capítulos menos, habría ganado en dinamismo.
Hysteria! es una serie imprescindible para los amantes del terror y el metal. Aunque su tono young adult podría alejar a algunos espectadores al principio, recompensa con una trama intensa, actuaciones memorables y una banda sonora espectacular.

6.6
1,028
7
23 de noviembre de 2024
23 de noviembre de 2024
Sé el primero en valorar esta crítica
Alonso Ruizpalacios, quien sorprendió y renovó el panorama del cine nacional con Güeros y consolidó su prestigio internacional con Una película de policías, regresa con La cocina, una adaptación de la obra teatral de Arnold Wesker. Este nuevo film es una audaz exploración narrativa de una sola locación que, a pesar de sus limitaciones, demuestra la habilidad del director para sacar el máximo provecho de los diálogos y el espacio reducido, elementos cruciales en este tipo de producciones.
La elección de rodar en blanco y negro no solo otorga una estética clásica y atemporal, sino que cumple una función narrativa vital. En una película que aborda el tema de la inmigración, esta decisión visual diluye las diferencias de tono de piel, invitando al espectador a centrarse en las personas detrás de los roles y las etiquetas. Este microcosmos social –la cocina– se convierte en un reflejo de sistemas cerrados como escuelas, prisiones o fábricas, con sus propias reglas, jerarquías y tensiones donde un malestar individual puede arrastrar a todo el grupo.
Además, Ruizpalacios introduce con sutileza el síndrome de burnout, una condición caracterizada por agotamiento físico, emocional y mental debido al estrés laboral crónico. Esto amplía la conexión de la historia con realidades contemporáneas, dando una dimensión más profunda a los personajes y sus conflictos internos.
El humor, un rasgo característico del director, se manifiesta aquí a través del ingenio mexicano, cargado de albures y dobles sentidos que arrancan risas genuinas. Sin embargo, no se limita a este estilo, ya que la multiculturalidad del espacio permite que se derrumben barreras lingüísticas y culturales, logrando momentos entrañables y universales.
El toque surrealista que Ruizpalacios imprime en el acto final envuelve a La cocina en una atmósfera ambigua y nebulosa, invitando a la reflexión sobre los sacrificios, las aspiraciones y las limitaciones de quienes buscan un lugar en un mundo que a menudo los invisibiliza.
La cocina es un film que, aunque no alcanza la perfección de propuestas más ambiciosas, destaca por la maestría narrativa y estética de su director. Con una calificación de 3.9, es un recordatorio del potencial de Alonso Ruizpalacios para reinventarse y consolidarse como una de las grandes promesas del cine mexicano contemporáneo.
La elección de rodar en blanco y negro no solo otorga una estética clásica y atemporal, sino que cumple una función narrativa vital. En una película que aborda el tema de la inmigración, esta decisión visual diluye las diferencias de tono de piel, invitando al espectador a centrarse en las personas detrás de los roles y las etiquetas. Este microcosmos social –la cocina– se convierte en un reflejo de sistemas cerrados como escuelas, prisiones o fábricas, con sus propias reglas, jerarquías y tensiones donde un malestar individual puede arrastrar a todo el grupo.
Además, Ruizpalacios introduce con sutileza el síndrome de burnout, una condición caracterizada por agotamiento físico, emocional y mental debido al estrés laboral crónico. Esto amplía la conexión de la historia con realidades contemporáneas, dando una dimensión más profunda a los personajes y sus conflictos internos.
El humor, un rasgo característico del director, se manifiesta aquí a través del ingenio mexicano, cargado de albures y dobles sentidos que arrancan risas genuinas. Sin embargo, no se limita a este estilo, ya que la multiculturalidad del espacio permite que se derrumben barreras lingüísticas y culturales, logrando momentos entrañables y universales.
El toque surrealista que Ruizpalacios imprime en el acto final envuelve a La cocina en una atmósfera ambigua y nebulosa, invitando a la reflexión sobre los sacrificios, las aspiraciones y las limitaciones de quienes buscan un lugar en un mundo que a menudo los invisibiliza.
La cocina es un film que, aunque no alcanza la perfección de propuestas más ambiciosas, destaca por la maestría narrativa y estética de su director. Con una calificación de 3.9, es un recordatorio del potencial de Alonso Ruizpalacios para reinventarse y consolidarse como una de las grandes promesas del cine mexicano contemporáneo.
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