En el arco argumental “El fin de los mundos” de The Sandman los personajes en una taberna cuentan historias donde a menudo aparecen otros personajes que a su vez cuentan historias. Una historia que encierra otra historia que encierra otra historia, capa sobre capa narrativa.

Me fascina ese recurso ensimismado —que en cine pudimos ver plasmado de forma maravillosa en “Big Fish”— y del que Rodrigo Cortés se vale aquí para contarnos una historia en la que los personajes nos cuentan otra historia que a en verdad nos está contando otra historia.

Capa sobre capa narrativa, es “El amor en su lugar” una película humana que esconde una alegoría sobre la capacidad de la música y la ficción para salvarnos del horror, lo que finalmente arroja una emocionante reflexión sobre el arte y la violencia

Rodada en tiempo real, resulta trepidante en su persecución a base de planos secuencia y genial en la atmósfera que propone con los distintos juegos de luz («una experiencia inmersiva», en palabras de su creador). Por medio, grandes actuaciones, números musicales que nunca se hacen cargantes y diálogos memorables.

«¿Qué es mejor, amar o ser amado?»

Argumento de telenovela, de folletín, con un actor que no puede sobreactuar más (la actriz, guapísima, en cambio lo hace muy bien) y una música tradicional china a medio camino entre el bertsolarismo y el flamenco (el horror, el horror...) interrumpiendo la trama a cada poco. Además, a su exiguo argumento se le añade una morosidad de la narración que nos hace recordar lo peor de algunos soporíferos films asiáticos.
La puede ver ayer en el Festival de Cine de San Sebastián y, en serio, es un truño.

Realista, sombría, penetrante y deprimente película. Un buen drama. Y también un buen retrato -he de suponer- de la sociedad China actual: individuos alienados, sepultados por la sociedad, con pocas esperanzas. Mención especial también para el duelo interpretativo entre las dos protagonistas femeninas, ambas inapelables en sus papeles. Por todo ello, bastante recomendable.

Vaya moraleja. Y eso que la premisa no podía ser más interesante, un cuadro donde conviven los pintados, los inacabados y los bocetos... con las inherentes diferencias de trato que se presuponen. Pero todo se desdibuja (nunca mejor dicho) a posteriori, la trama es lenta y la moraleja final... puf.
Eso sí, los dibus son bonitos.