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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
3 de enero de 2016 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carol es un melodrama femenino delicado y plástico. Esa artificialidad no merma en ningún momento su poder de seducción o la fuerza de un relato sutil basado en la novela "El precio de la sal", luego homónima, de Patricia Highsmith.

En todo momento vemos una película de personajes, que habla mediante los pensamientos y la acciones de dos mujeres atraídas por la fascinación irremediable que ejercen la una sobre la otra. A la vez, y sin darse cuenta contextualiza a una sociedad, la americana de los años cincuenta, y al mismo tiempo es una película moderna contemporánea aunque esté ambientada en el pasado. Es la película imposible que habría rodado Douglas Sirk o John M. Stahl con Bette Davis o Marlene Dietrich en el papel de Carol y Audrey Hepburn en el papel de Therese. También es una película fuertemente inspirada tal y como ocurría con su referencia más directa, el clásico Breve encuentro de David Lean, en los suspiros callados, en la fugacidad y el temperamento del enamoramiento, en la sensatez en contrapunto con la pasión.

Para ello Todd Haynes ha sacado el máximo partido a su esteta estilo, a su oficio de artesano genial que planifica y ofrece los puntos de vista más bellos y estilizados pero dando todo el sentido dramático a los nada casuales planos que hacen el visionado de Carol una auténtica delicia. El amaneramiento, en el mejor sentido de la palabra, demuestra su visión por una historia, por las miradas desde las posiciones de cada personaje y aunque presa de todo ese artificio, Carol se impone como un film clásico instantáneo de los que ya no se hacen. Al contrario de como ocurría con la también espléndida Lejos del cielo, donde el género era quien regía la narrativa y el uso del aspecto visual, con esos colores brillantes tan exagerados. En este caso, los reflejos en los cristales de los coches, los objetivos de las cámaras y sus fotogramas están llenos de clase pero también de lenguaje visualmente narrativo.

Cate Blanchet y Rooney Mara están perfectas en sus personajes, la primera desde la más sofisticada clase, al principio con maneras de elegante diva de los cincuenta hasta llegar a la psique de Carol, la segunda como la pequeña y tímida muchacha que va creciendo y observando como su affair se le va de las manos y aportando toda la angustia, el proceso de madurez y el refinamiento más natural en los ojos de la actriz. Las dos son un acierto total de casting y componen unos personajes antológicos. La música de Carter Burwell crea una atmósfera magnífica, en una partitura densa, casi tangible que a veces recuerda al Phillip Glass de Las horas de Stephen Daldry pero que va adecuándose a su propio estilo para encontrar su sitio de manera rotunda y sobresaliente. La fotografía de Edward Lachman en el mejor trabajo de su carrera, añadiendo textura a su habitual determinación por la belleza y la armonía, ya demostrada en anteriores trabajos con Haynes.

El recorrido de la mirada de una persona a otra, puede cambiar el rumbo de la vida, aunque para ello se trastoque todo lo que tenías asimilado anteriormente o tu existencia pueda romperse en pedazos.
21 de marzo de 2012
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su tercer largometraje, Manuel Martín Cuenca nos ofrece una película aparentemente pura y limpia, pero también más oscura en cuánto a fondo. Una historia truculenta sin contar, unos personajes que callan para no remover el pasado, incapaces de olvidar ni de perdonar. Un viaje hacia lo que hemos dejado atrás, cuidadosamente envuelto con un papel opaco, hacia lo que habíamos escondido en el fondo de un cajón porque no podíamos tirarlo pero no queríamos volver a verlo. Un futuro incierto y un presente violento.

Un excepcional trabajo de montaje y una realización naturalista para reflejar un guión silente y sin embargo absolutamente expresivo. Lo consigue gracias a un convincente Rodrigo Sáenz de Heredia que significa una revelación absoluta y a una magnífica Verónica Echegui, aquí alejada de sus personajes más viscerales para ofrecernos un excelente trabajo de contención. Atención a la presencia e interpretación de Antonio de la Torre, capaz de componer un personaje en solo cinco minutos y con el único recurso de un espejo retrovisor, impresionante.

Una gran película de un director que ya me atrapó con La flaqueza del bolchevique y me dejó exhausto con su Malas temporadas.
2 de diciembre de 2013 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los ilusos

Es una de esas películas que te van ganando a medida que avanza el metraje. En este caso son rollos de película caducados, algo que me parece toda una declaración de intenciones, y a pesar de sus imperfecciones, que no errores, te llena el espíritu y te hace sonreír por dentro. Me reconocía dentro, contigo, y reconocía las situaciones como nuestras y sobre todo me ha gustado la idea de la película.

Este año, todas las películas españolas que he visto hablan de la crisis de alguna u otra forma. Los ilusos también es una película sobre la crisis, en este caso desde el punto de vista del cine. Es una película sobre el cine, sobre la gente que hace cine, sobre la gente que quiere hacer cine, sobre un cineasta, sobre la gente que vive mientras rueda, o mientras piensa que va a rodar, gente que ve películas o que habla de películas, que no puede ver películas, que piensa en futuras películas y en escribir películas. No habla sin embargo, por voluntad propia, de la imposibilidad de hacer películas porque tiene esa vocación quizás “ilusa” de que siempre se puede contar una historia mediante luz y elipsis, siempre que se quiere, se puede.

Me gusta que la película sea fetichista de rutinas cinematográficas, de lugares emblemáticos para el cine en Madrid, lugares que tienden a desaparecer. Todo esto tiñe de melancolía a la película. Tinta su color, o su ausencia de color, hacia una nostalgia de algo que todavía está, pero que se siente que no va a estar. Es como si describiera una ausencia de presencias finitas. Seguir viendo cine, escribiendo, leyendo libros, dar vueltas alrededor de ideas, siempre será una buena frase con la que sentirse identificado, o con la que resumir la experiencia vital de alguien que ama el cine. Los actores me han gustado, del protagonista, Francesco Carril, he leído por ahí que es como un Antoine Doinel creado por Truffaut para sobrevivir en un Madrid idílico, aunque pesimista, como si fuera una ciudad con los días contados. Aura Garrido está maravillosa, todo lo natural que intentaba resultar en Planes para mañana, y que en mi opinión, no terminaba de conseguir, aunque se notaba el talento y la fuerza dramática de la actriz. Aquí está deliciosa con su preciosa voz, su frescura, sus abrigos sin forma, que le quedan de puta madre, y sus ansias por salir a fumar mientras cena. Los demás también me han gustado, en especial el amigo actor que persigue a Javier Rebollo (Vito Sanz) y la amiga actriz que no quiere ser la nota de color realista sentada al fondo a la izquierda (Isabelle Stoffel).

Me he reído, me he emocionado y me han dado ganas de vivir con Los ilusos, es en cierta forma un paso enorme hacia delante en la filmografía de Jonás Trueba, después de la más convencional Todas las canciones hablan de mí. Me ha parecido que la fórmula funcionaba, al menos para mí. Supongo que será también por una cuestión de conexión temática y, aunque la película es presa de su estilo y de una postura visual rígida, me ha molestado menos de lo que puede hacerlo a cualquier "antigafapasta". Me parece que es una película viva, a pesar de estar tan condenada a salir y entrar por textos literarios, voces en off del propio director y claquetas que recuerdan que es una ilusión, un artilugio de luces y sombras que funciona como cuaderno de bitácora y como expresión libre de alguien con ganas de contar y de mostrar su visión de algo para lo que vive. La resistencia del cine, más allá de la muerte anunciada sin descanso de ese mismo cine. La prueba puede que sea ese final de niñas jugando con cintas vhs, amontonándolas en bloques y sin saber que eran, para qué servían y sin saber qué hacer con ellas.
1 de octubre de 2014 Sé el primero en valorar esta crítica
A mi manera.

Carmina afronta la vida y la muerte de una manera personal y sin medias tintas. A bocajarro, llena de vehemencia, visceral y con esa fuerza bruta de la naturaleza que es este personaje creado a imagen y semejanza de su madre, Paco León da un salto adelante con la secuela de su "Carmina o revienta" llenando de ficción el pseudo-documental que presentaba en su ópera prima. Aquí la depurada narración hace crecer todo lo que acontecía en la anterior propuesta del director, llenando de comedia negra (negrísima) la historia de Carmina, al descubrir a su marido muerto en el sillón del salón. Paco León crece como director y como guionista en un cocktail de géneros que va desde la comedia más pura, al drama más descarnado, pasando por el pseudo-western, el terror, el thriller psicológico y la picaresca propia y característica de este personaje ya icónico del cine español.

Toda ella en todo su esplendor, rodeada de unas vecinas en este caso que son puro gracejo: Teresa Casanova, como esa madre de un chaval con discapacidad psíquica agobiada y llena de dificultades que no puede más, Mari Paz Sayago como esa presidenta de la comunidad rara, encerrada para adentro y más "lista" de lo que parece, Ana Maria García, la amiga de la reina Sofía y junto a ellas comiéndose sus escenas con esa descarada verdad plagada de gags Yolanda Ramos como la porrera terapeuta heterocuriosa. Está sembrada. Estefanía de los santos como Fanny, la nuera de Carmina, rota de dolor y enamorada hasta las trancas. María León, excelente en una evolución de su personaje, su <María> (ella misma) llena de aristas y plieges de carne y hueso. Y por último Carmina, irrepetible, única, grande y libre.

Una película llena de vida, de muerte, de saltos de fe, de carcajadas aseguradas, de risas nerviosas, de complicidad y también de dolor en un ejercicio catártico de exposición de situaciones no reales que podrían serlo, jugando menos con el docudrama, pero mucho más con el psicodrama. Carmina no miente, no interpreta, no finge, todo lo que dice se convierte en verdad. Y amén.
9 de octubre de 2021
10 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La discordia nunca se crea por la verdad, ésta no tiene remedio. La tierra germina y termina reverdeciendo sin pensar en su vientre, pero ésta nos devuelve a su cavidad. La esterilidad de una tierra seca y desarmada no tiene la capacidad de ayudar a olvidar, por eso es necesario conocer tu pasado para poder seguir adelante con el conocimiento necesario para equivocarte lo menos posible.

En esta película los personajes intentan soslayar a la verdad para huir hacia delante. Pero el mañana que no ha entendido el ayer, no puede ser hoy. El tiempo quiere olvidar, como se olvida de una flor fugaz o del ardor de una llama que se apaga con la lluvia. Pero sin la flor y sin el fuego, no hay aroma ni ceniza. No hay poso que nos amarre.

Almodóvar quiere sanar a una Matria que ha sufrido que su padre castigue a sus hijos a no entenderse y que además se sabe resiliente de batallas perdidas y de luchas sin voz. Para ello crea una metáfora inconsistente que se crece ante su dificultad y se pierde entre la intimidad y el dolor de un país. Un país que se sabe perdedor y habitantes oprimidos que pierden la esperanza, sometidos a la opresión que ha callado a su gente y que quiere mantener ese silencio para seguir siendo abusador. Una sociedad que cada día crece ante el miedo que se apodera del débil. Una vez más, por esa insistencia en olvidar y en crear a personas maleables. Personas que necesitan sentirse pertenecientes de algo sin conocer el origen de ese horror y seguir sintiendo un privilegio vacuo.

Así es Madres paralelas: Janis es una madre soltera que vive su sexualidad libremente y que de manera consciente, pero también casual, decide seguir la tradición familiar de traer hijas al mundo sin contar con el progenitor. Ella es la madre que celebra su germen. Ana es la juventud desubicada y asustada que se adapta a las formas de relacionarse de su generación sin saber siquiera cómo se hace, aguantando que su dolor no pueda ser denunciado porque su padre quiere evitar el escándalo. Aterrorizada, no sabe y no le corresponde saber si quiere o no ser madre. Teresa es la madre que nunca quiso serlo, que tuvo que someterse a un hombre para salir de su casa, tuvo a una hija por mera inercia y nunca sintió ese deseo maternal. Una mujer que no por ello está menos realizada, sobra decir. Una mujer que reivindica, como los demás, que su vocación profesional sea el motor de su vida. Porque las mujeres de Madres paralelas son distintas entre sí y tienen aristas. Mujeres feministas que no se juzgan entre sí y se equivocan sin miedo a ser sentenciadas.

Los dilemas empiezan a desbaratar el relato, las dudas y el desasosiego están presentes en una excelente Penélope Cruz que llena y vacía las cuencas de sus ojos de lágrimas, acongojada y desconsolada pero nunca perdiendo los estribos del melodrama. Una de las interpretaciones de su carrera. Copa Volpi a la mejor actriz en el último Festival de Venecia.

La ciudad encierra la narración. Ésta está incómoda encorsetada en una empresa compleja. Al fin llega el campo. Esa vereda que significa dolor y esa cuneta abandonada llena de muerte con miedo y anhelo de ser llorada, expropiando a sus ocupantes de un lugar de remanso. Y llega la hora del desapego de una trama que el director ha utilizado para hablarnos de otra cosa. Esas mujeres infatigables son el motor de la película, pero los testimonios de los perdedores son los que le van a dar hondura a Madres paralelas. Y el plano final demuestra que no es cosa del pasado, que esos huesos son tangibles y que somos nosotros los que aún no hemos desenterrado a los desaparecidos. Esa herida está abierta.
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