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España España · Zaragoza
Críticas de Juan Solo
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Críticas 267
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de enero de 2022
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es lícita y hasta cierto punto compresible la controversia generada en torno a la necesidad o no de presentar a estas alturas una nueva versión actualizada de “West Side Story”. Me pregunto si esa misma controversia surgiría en parecidos términos hace ahora sesenta años cuando la película original llegó a las pantallas. A fin de cuentas, el “West Side Story” de Wise y Robbins no dejaba de ser el remake de otro remake que a su vez había llevado a los escenarios de Broadway, y este sí de una forma totalmente vanguardista y transgresora, el clásico de William Shakespeare, “Romeo y Julieta”.

¿Se escandalizaría el público de la época viendo las andanzas de los Montescos y los Capuletos trasplantadas de las calles de Verona al Nueva York del siglo XX? ¿Lo consideraría necesario y pertinente? Cabe preguntarse también por qué en estas circunstancias el “West Side Story“ de Wise y Robbins ha llegado hasta nosotros como un musical canónico. Tal vez la respuesta está en que el texto original shakespereano lo aguanta todo. Y así lleva representándose en un sinfín de modos y maneras más de cuatro siglos. Y aún así, cada nueva revisión no está exenta como vemos de las dudas y la polémica. Así pues, por qué no ver el “West Side Story” de Spielberg como el último eslabón de la cadena.

Lo que percibo ante todo en este nuevo remake del clásico es respeto, respeto en la forma con la que Spielberg se acerca a la trágica historia de Tony y María, no desde la suficiencia de alguien que se cree el más listo de la clase porque él lo vale – realmente lo vale; todos en el fondo sabemos que si había alguien capaz de salir airoso en el cine actual de un envite así ése no era otro que Mr. Steven- sino desde la humildad de alguien que ama realmente su oficio, y de alguna manera, lo ha reinventado en las últimas décadas. Más que la reescritura de un texto mítico, West Side Story es en manos de Spielberg, todo un homenaje al cine que le formó como director. En realidad, la respuesta al porqué Spielberg necesitaba este remake está en ese emotivo “to dad” con el que se cierra la película antes de los créditos finales. Ojala todos pudiésemos en un momento dado ser capaces de hacer dedicatorias así a quienes más queremos. Es, además, de justicia poética que la pandemia haya retrasado una y otra vez el estreno de la película hasta hoy cuando la vigencia del cine en salas está más en el alero que nunca.

Yendo al fondo del asunto, las diferencias entre esta nueva versión y su inspiradora serían en este sentido un poco peccata minuta. Además de la lógica elección de un nuevo reparto – que en general cumple con creces- algunas decisiones en cuanto a la puesta en escena que, independientemente de que sean más o menos afortunadas, siempre resultan estimulantes. A estas alturas, veo innecesario reservar para el spoiler mis impresiones al respecto. Así que allá voy.

Estimulante me parece la alteración en el orden de algunos números musicales, para colocar por ejemplo el “I feel pretty” justo en el momento previo a que María descubra el asesinato de su hermano a manos de su enamorado. O el estallido de vigor y colorido en las calles por las que se canta el “America” en contraste con el intenso, estático y nocturno “cuerpo a cuerpo” del original en la azotea. Podría decir, sí, que me gusta más el “Officer Krupke” de 1961 que el actual, o que veo algo fuera de lugar a Rita Moreno cantando “Somewhere” que por intensidad romántica y dramática requiere la presencia obligatoria de los dos amantes. Eso sí, el momento resulta de lo más entrañable.

Tal vez, este “West Side Story” haya supuesto el mayor reto en la ya larga carrera de Spielberg. Estamos hablando de un director acostumbrado a meterse en charcos y a salir más o menos airoso de ellos. Que un director, acusado una y mil veces de sensiblero, manipulador y blandengue, haya llegado a buen puerto con un material emocionalmente tan sensible como éste no sólo es digno de agradecer sino también incluso de aplaudir.
Juan Solo
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6
9 de junio de 2014
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho se habla últimamente de la desafección ciudadana hacia la política y los políticos. Se trata desde luego de una desafección ganada a pulso hacia un juego, el de la política, que al final ha resultado ser demasiado perverso. Quienes desde hace algún tiempo vienen reclamando un cambio en las reglas de ese juego a través de una verdadera regeneración democrática (que exige desde la presencia de listas abiertas hasta la implicación directa del pueblo en los asuntos públicos) parecen moverse entre la utopía y el deseo de canalizar la mala leche reprimida de los ciudadanos hacia quienes les gobiernan.

En este sentido, el arranque y posterior planteamiento de una película como Viva la libertad resulta cuanto menos curioso. Hay un primer y prometedor guiño a la humanización del político en la figura de ese líder del partido de la oposición que, encerrado en su propio laberinto, hundido en las encuestas y cuestionado por los suyos, decide mandarlo todo a paseo y desaparecer por un tiempo de escena. Puede se runa declaración de intenciones que apunta hacia una izquierda desnortada que necesita urgentemente de nuevas ideas para encontrar definitivamente su lugar en el mundo. No obstante, parece que hay más y que Enrico Oliveri, el protagonista, necesita una renovación más personal, alejarse de los focos y volver al origen en un rapto de conciencia y honestidad, lo nunca visto en un político de estos tiempos.

En esa huida hacia adelante Enrico buscará refugio en el hogar de un antiguo amor de juventud (al que da vida la cuñada de Sarkozy lo que da pie a un pequeño y muy sutil gag verbal). Lo suyo parece un adiós definitivo pero pronto descubriremos que tal vez sólo se trate de un “hasta luego” y es que el poder es una droga de la que es difícil desengancharse. El recambio temporal de Enrico será Giovanni, su hermano gemelo, físicamente clavado a él, pero en sus antípodas en cuanto a carácter y formación. Giovanni es un filósofo que acaba de salir de un sanatorio mental donde se curaba de un trastorno bipolar, y que decide tomarse la suplantación de Enrico como un juego. Y entonces sucede lo que tiene que suceder.
Sucede que a través de su discurso directo – y populista dirían algunos- el hermano de Enrico se gana primero al partido y luego a la gente. En el fondo, Viva la libertad no deja de ser un film de inspiración capriana, y Giovanni propone volver a creer en la política con las mismas armas que funcionaron en otros tiempos: la filosofía y, por supuesto, el sentido común.

Está por ver si el mensaje que nos envía la película no llega demasiado tarde. A mí al final se me hace difícil de creer, incluso en un país como Italia acostumbrado a la alternancia política y a ver como sus gobiernos y sus mandatarios se suceden con la misma frecuencia con la que se cambian los entrenadores del Milan o de la Juve. Suerte que la gran baza del film es ese prodigio de actor que se llama Toni Servillo capaz de hacernos creer cualquier cosa por muy inverosímil que sea y que aquí vuelve a asombrar además por partida doble. Después de su antológico Jep Gambardella en La grande belleza, este hombre está ya por encima del bien y del mal interpretativamente hablando, compartiendo plaza en el Olimpo de los grandes junto a los Mastroianni, los Sordi o los Gassman.

Servillo es mucho Servillo pero como digo tal vez no sea suficiente para que el mensaje de la película nos cale definitivamente. Ya no es tiempo de los grandes discursos ni de las soflamas, relegadas a los dos minutos de conexión pactada con el telediario. La política parece estar ahora en otra, sometida a otro tipo de intereses, comenzando por la economía naturalmente, y siguiendo por la férrea disciplina de los aparatos de los partidos que aprisionan al individuo y al candidato. Ya lo dijo alguien por aquí hace algún tiempo: el que se mueve no sale en la foto. Y en esta película, Giovanni se mueve demasiado.
Juan Solo
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8
4 de junio de 2014
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si iniciar este comentario elogiando el trabajo perfecto del maestro Risi que se pone a los mandos de la película y la conduce de maravilla, con un sentido del ritmo y del cambio de marchas admirable. Por seguir con el símil automovilístico al que se presta el comentario, podría también empezar diciendo que esta máquina está perfectamente engrasada porque la puesta a punto ha corrido a cargo de Ettore Scola con un guión brillante y unos diálogos estupendos. Me costaría, eso sí, dejar para el final hablar de la labor de Vittorio Gassman que está fantástico en el film, aunque esto no es noticia, siempre lo está. Bien pensado, y qué más da por dónde empiece. Risi, Scola, Gassman, tanto monta… ¿Cómo puede ser mala una película que reúne en sus créditos los nombres de estos tres monstruos del cine italiano, europeo y mundial?

“La escapada” comparte con otros clásicos de la comedia italiana un tono aparentemente ligero que sin embargo permite leer entre líneas hasta llegar a reflexiones más profundas. La película tiene un arranque espectacular con ese descapotable irrumpiendo frenético en la escena y perturbando la paz de las calles romanas que Ferragosto ha dejado vacías. Gassman es un torbellino desde el principio y amenaza con llevarse por delante todo lo que le salga al paso; solo tiene que exhibir su abierta y característica sonrisa y su imparable verborrea para arrastrar al timorato Tringtinant que mansamente se deja hacer. Por cierto, que ya hemos hablado de que Vittorio está soberbio, pero Monsieur Jean Louis también raya a un gran nivel (muchos no lo han descubierto hasta la reciente “Amour” de Haneke, pero sin ser un actor que levante grandes pasiones, también tiene trabajos interesantes en su juventud).

Comienza en este punto un viaje imprevisible, iniciático en muchos aspectos, y algo loco. No sé si será también demasiado loco por mi parte hablar aquí de un reflejo, aunque sea pálido” de la “scrwenball comedy” norteamericana y de cosas como “La fiera de mi niña” con el lógico cambio de sexos. Por si acaso, los dos protagonistas se encargan de desmontar el tópico de una posible relación homosexual entre ambos. Gassman es un caradura incorregible y Tringtinant va a descubrir en dos días al crápula que lleva dentro y que ha estado reprimiendo toda su vida. Por eso, porque con su canto también al “carpe diem” nos encontramos ante uno de los retratos más lúcidos de la amistad masculina que se hayan rodado jamás. De fondo, Italia, pero no esa Italia sumida en la depresión neorrealista, sino esa Italia bucólica que duerme la siesta en la soleada tarde de agosto, o esa otra que baila despreocupada el twist a la orilla del mar. Es una comedia ligera en el sentido más elevado de la palabra… leches, pero si hasta se habla bien de Antonionni.
Juan Solo
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3
10 de noviembre de 2015
22 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo odio a esta familia. Tan rubitos, tan guapos, tan aseaditos, tan suecos ellos. No me importa nada lo que les pueda pasar en esas idílicas vacaciones que se montan a todo trapo en los Alpes suizos. Seguro que el viaje es además una tapadera para hacer una visita al banco. Seguro que el nombre del padre está en la lista Falcianni. Bah, se merecen todo lo que les pasa y más.

Que sí, que sí, que lo de la avalancha de nieve que desencadena una avalancha emocional está muy bien como metáfora y tal, pero no me digas a mí que da para una película de dos horas (¡¡ dos ¡¡). En todo caso da para un corto del Notodofilm, y ni siquiera de los más brillantes además.

Un mal día lo tiene cualquiera, pero lo de esta tipa tiene tela. Hay que ver cómo se pone cuando llega la avalancha de marras (lo mejor de la película sin duda). Hecha una fiera. Que serán muy europeos y todo que quieras, pero esas no son formas. Que el hombre se puso nervioso y en un momento de pánico le dio por meterse al bar, eso lo hubiésemos hecho cualquiera. Y luego nada, ella erre que erre, que sí que te escapaste y me dejaste allí sola con los dos críos, mal padre más que mal padre. Y runrún, y runrún, y vuelta la burra al trigal, hija, que pareces de Calatayud más que de Malmoe. Y encima te sales al pasillo a hablarlo para que se entere todo el hotel. Y, claro, al final, el otro se rinde y se derrumba, sí yo en el fondo te comprendo, chaval, si es que tienes para todo.

Estas cosas no pasan en una familia medio normal. Y si pasan, no pasan en un hotel de los Alpes sino en la casa de los abuelos en el pueblo. Como mucho en el apartamento de Salou.
Juan Solo
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10
11 de marzo de 2014
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos meses decidí por fin adentrarme en el denso universo cinematográfico del ruso Andrei Tarkovsky. Lo hice con “La infancia de Iván” a decir de muchos la más accesible de las películas de un autor con fama de duro de roer, amén de una de las más bellas de su filmografía. Debo confesar que la experiencia me resultó bastante frustrante por cuanto el film me pareció un tostón de cuidado, en parte porque el género bélico no se encuentra entre mis favoritos, en parte por su morosidad y su lenguaje algo críptico.

Normal que con todos estos antecedentes acudiera a mi segundo encuentro con Andrei con todas las reservas y cautelas del mundo. En esta ocasión elegí “Solaris”, considerada tradicionalmente como una de sus obras maestras, pieza magna y ambiciosa de casi tres horas de duración, y que más que ninguna otra divide a los detractores y admiradores del director. Me tomo su visionado casi como un ejercicio y una prueba, una asignatura pendiente que todo cinéfilo debe superar si quiere definirse como tal. Y supero la prueba con nota, y se enciende la chispa esta vez.

Empiezo a pensar que con Tarkovsky puede pasarme un poco lo que me pasó en su día con Bergman. Me lo pintan de autor hermético y cerrado, y a la hora de enfrentarme a él entro en su mundo sin apenas esfuerzo (luego vienen ya las valoraciones a posteriori por supuesto; nadie, ni siquiera Bergman, es perfecto).

Puedo entender que a mucha gente “Solaris” le parezca áspera, pero, sin dármelas en absoluto de listillo, me resulta algo difícil de creer. No hay nada que ningún amante del cine con cierta pericia pueda sortear sin problemas. En primer lugar, por lo que tiene de fascinante relato de ciencia-ficción; si sólo tuviera eso, la magnífica fotografía y ambientación del mundo futuro y del espacio exterior, ya sería algo muy grande, pero es que tiene mucho más. Fascinación es lo primero que me provoca esta película que me hace estar pegado a la pantalla a lo largo de dos horas y tres cuartos sin casi pestañear. Definitivamente, me dejo arrastrar y me siento hechizado por las aguas del mar de Solaris.

“Solaris” es una obra maestra en el sentido más estricto del término. Es única; no cabe buscar antecedentes ni referencias. No nos vale la referencia del “remake” de Soderbergh para quienes lo vimos antes que su original; es otra película y persigue otros intereses. Por supuesto, es totalmente arbitrario que el film de Tarkovsky sea la respuesta soviética al “2001” de Kubrick, por más que el contexto de la Guerra Fría, el contenido filosófico de ambas obras y su proximidad en el tiempo nos pongan en bandeja pensar que pueda ser así. Decididamente, no. La protagonista de “2001” es la Humanidad; el protagonista de “Solaris” es el ser humano; el film de Kubrick intenta responder preguntas, para el de Tarkovsky no cabe encontrar respuesta alguna.

Porque la respuesta definitiva es el amor, lo único que escapa al conocimiento humano. No cabe otra búsqueda que la de la felicidad a través del amor, no vale otro viaje que no sea el viaje interior. Todas las respuestas se pierden en la densa niebla que puebla el mar de Solaris; allí es donde van a parar nuestros recuerdos. Lo que un día fuimos, trozos de nada que quizá un día también se pierdan como lágrimas en la lluvia.
Juan Solo
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