Película sobre el papel del Vaticano y el nazismo que, como todas las de Gavras, lejos de "entretener" inquieta y perturba. Sus obras trascienden los propios hechos y la propia época que narran para explicitar una serie de posicionamientos morales de carácter general, fácilmente extrapolables. Sus películas suelen ser un canto al ser humano individual que, fiel a sus principios y armado de valor, consigue alterar en alguna medida la marcha inexorable de los injustos mecanismos sociales. Cada obra es casi un paradigma de tiranías de todo signo. Faltaba la presencia de la Iglesia Católica en el muestrario y éste es el momento de enmendarlo. Nazismo y clero con los judíos en medio haciendo de carne de la hamburguesa. Como siempore Gavras utiliza una estructura fílmica de cine de suspense para ("instruir deleintando") inocularnos el terrible mensaje. El espectador tiene siempre la última palabra. Es verdad que los personajes pecan de ser un tanto monolíticos, pero es el pago por hacer un cine donde lo que de verdad importa es el análisis de la sociedad y del hombre vistos desde la ética.

Siempre que veo esta película empezada me engancha hasta el final. Y mira que me lo tengo sabido... (no lo cuento, no). Desde luego la historia es tan misógina como el Génesis. LLega el guerrero y se deja seducir. ¿Por qué será que siempre hay que desconfiar de las cosas de masiado fáciles? Pero el Clint nada, tan feliz ejerciendo de gallo de ese corral con pollitas, gallinas ponedoras y una revieja para el caldo. Después de sus westerns italianos, con un Eastwood hierático y monolítico, empieza en esta cinta a mostrar su lado más humano, con el despunte de algunos registros de galán erótico. La historia es original y está bien contada. Es curiosa la mezcla de dos géneros tan distintos como el western y el gótico. A veces parece "Lo que el viento se llevó" y otras "Las diabólicas" (la buena). Incluso en ocasiones recuerda a "Enmanuelle" (y eso que estaba por venir). El ambiente tétrico, con sus picados en la escalera y su iluminación rica en contrastes, está conseguido y también se mantiene bien el suspense a pesar de un argumento tan sencillo.

Eso me pareció, en primera instancia, esta película respecto de "Possession", filmada cinco años después. Un ensayo mucho más contenido que el desbarre de la obra total. La primera escena nos recuerda ya lo que será moneda corriente en "Possessión": un hombre ensangrentando con una mujer tratando de copular con él. En las paredes, grandes brochazos de sangre. Los escenarios, esos pisos viejos parisinos, de papeles pintados con desgarrones y estancias burguesas sin muebles y ocupados por la desolación, son los mismos que aparecerán en la película citada. Los comportamientos extremos de unos personajes que viven en la cuerda floja entre el éxtasis y el abismo son también los mismos en ambas películas. La única diferencia es que en esta lo narrado ocurre en el mundo de lo tangible, sin alusiones a lo demoníaco o lo extraterreno. La sordidez impera por doquier. Los personajes se mueven en un universo trágico, prisioneros de sus propias necesidades: el fotógrafo con sentido artístico que se gana la vida fotografiando escenas porno, la actriz que participa en dichas escenas cuando su vocación es el teatro clásico. Y luego el inevitable triángulo con ese marido débil, extravagante y trágico también, que tanto bien le hace al desarrollo de la trama con sus cabriolas y boutades. Los sentimientos son de un romanticismo exacerbado: todo o nada, parecen decir constantemente los personajes. Y claro, eso les hace vivir a veces situaciones límite. Lo grotesco, el humor negro, y lo monstruoso dan a la película un toque surrealista. Por otro lado la época en que está rodada es muy dada a ese tipo de historias pobladas de personajes que viven más allá de la moral imperante. La película se ve con gusto y los actores cumplen de sobra, especialmente Romy Schneider, que da el salto desde la virginal Sissy a esta estrella amargada del porno duro.

Suele hablarse de "tomar el último tren" en el sentido de aprovechar la última oportunidad. En esta clave podríamos interpretar el título de esta película sin apartarnos mucho de su trama. Un viejo profesor -interpretado por un Jeremy Irons, parapetado tras unas gruesas antiparras- se encuentra a una mujer y sin más, dejando a sus alumnos compuestos y sin profe, se va a la estación y coge el primer tren para Lisboa. Esa primera parte de la película es la más sugerente y atractiva. El tema de un personaje con una vida monótona, en una etapa de la vida que ofrece ya pocas aventuras, decida romper de repente la rutina e ir en pos de una quimera, resulta interesante. El hecho de que el vehículo de toda la trama sea un libro, tiene también su gracia. A medida que la película avanza, con una estructura de investigación policíaca, por los derroteros de la historia reciente de Portugal, ese atractivo del comienzo va atenuándose. Hay como un mecanismo un poco forzado que va llevando al viajero a contactar con todos los protagonistas de la historia. Todo es demasiado casual y no se nos hace muy creíble ese interés desmedido que le ha entrado de pronto al profesor por conocer la vida y milagros del autor del libro y de todos sus familiares y amigos. En todo caso, la presencia de Irons tiene su peso, así como una Charlotte Rampling casi irreconocible por los años (Dios mío, el tiempo). Lo de Christopher Lee es casi un cameo (qué difícil es verle en un papel en que no tenga los colmillos puntiagudos). Con todo la película se deja ver. Me gustan esos viajes en transbordador de una orilla a otra del Tajo.

La película es una adaptación de Hrabal, un escritor checo que fue ferroviario durante la guerra, como le ocurre a su personaje. La película está contada con un sentido del humor muy centroeuropeo. Se trata de una historia que se mueve en el filo entre lo grotesco, lo picaresco y lo trágico. El ambiente histórico es el de la ocupación nazi; cabe pensar pues en una historia de tintes dramáticos. Sin embargo, los personajes viven situaciones risibles, ya sea a causa de sus escarceos eróticos, ya por la cría de palomas que les hacen aparecer (caso del jefe de estación) con el uniforme sucio de excrementos ante su superior. Visualmente, la película es bastante teatral, con el ámbito de una estación de tren por escenario. Se buscan imágenes chocantes, como la de ese automóvil en el que entra en escena siempre el jerarca nazi, que circula por la vía y vuelve dando marcha atrás en la dirección en que ha venido. Esta parte burlesca no impide que se produzcan también hechos dramáticos o heroicos. Este contraste está muy presente en la obra literaria de Bohumil Hrabal y se recoge con gran fidelidad en esta puesta en imágenes.