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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2,217
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
22 de febrero de 2017
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"Los "zombies" violadores controlan la tierra del futuro. ¡Entra en acción la robo-guerrera ninfómana!", rezaba así en el DVD de la segunda entrega de "Rape Zombie", subtitulada como "El Éxtasis de los Muertos Vivientes", que mi amigo Fran alquiló para ver con un servidor y otros dos colegas más una noche fin de semana junto a unas cocas y unas hamburguesas...

...y vaya espectáculo presenciamos que casi se nos atraganta la cena. Yo, por mi parte, ya había visto la primera película (también con amigos, porque si no esto no se disfruta de ninguna de las maneras) de esta inclasificable, gamberrísima e infame saga que degenera como nunca el género de los muertos vivientes; una delicia de frikada "grindhouse" llena de "gore" de mal gusto, efectos CGI que hacían daño a la vista, maquillaje de barraca de feria, argumento que cabe en una servilleta de papel, diálogos ridículos a más no poder y peores actores...
¿Aunque todo eso importaba algo cuando teníamos a un montón de guapas japonesas medio desnudas o haciendo "cosplay" zurrando, disparando o cortando a unos "zombies" locos por violarlas? Aquello era puro cine "Z" de mazmorra, de cachondeo, para dejar la mente en "stand-by" poco más de una hora y diez minutos e intentar "disfrutar" de las chorradas que nos planteaba el mediocre Naoyuki Tomomatsu, quien, para no variar en su carrerón, siguió brindando a los amantes de lo bizarro otra producción de dos duros con todo lo que éstos deseaban ver: sangre y cuerpos femeninos.

Tanto es así que "Rape Zombie" tuvo su cierto éxito gozando de una buena distribución (lo puedo asegurar, que la he visto más de una vez en los estantes del Corte Inglés), y puesto que el abierto (e increíblemente patético) final ofrecido dejaba muchos interrogantes, el director decidió proseguir con las aventuras de aquella enfermera suicida y tortillera llamada Nozomi en una Tokyo (recreada en un espantoso croma) llena de "zombies" y devastada por aquel ataque nuclear de Corea (tranquilos, tendremos un buen puñado de "flashbacks" recordatorios antes de pasar a la acción)...o eso parece, ya que ahora la historia se desliga de ella presentándonos nuevos personajes y situaciones.
Por si fuera poco con los muertos-cachondos rondando por ahí, unos "otakus" chiflados (en posesión de un asqueroso super-monstruo con un miembro desproporcionadísimo) han tomado la ciudad con la idea de establecer un nuevo orden mundial, libre de mujeres; una pobre pareja, acorralada por éstos, será salvada por unas militares y llevada a un centro donde se han organizado un grupo de científicas y soldados mientras que una especie de cyborg (también mujer) ha llegado de EE.UU. para explorar el panorama y ayudar, supuestamente, a los heridos ("supuestamente" porque se dedica a matar más que otra cosa). Y ya está dicho todo.

Tomomatsu reduce el nivel de sexo y aumenta el "gore" y los efectos especiales cutres (no sé si eso es bueno o malo) y nos obsequia con algo que no le hacía falta a una película como ésta: más diálogos y más "trama", sobre todo en base a la organización tan imbécil que han creado los "otakus"; de hecho se nos explicará muy bien sobre los orígenes del anime y el manga y la peligrosidad de aquellos que lo siguen. De por medio sólo nos queda contemplar un montón de situaciones absurdas centradas en las relaciones amorosas entre las militares y en los experimentos realizados en el centro, donde veremos a un indescriptible ser hablando sobre la esencia de los muertos vivientes violadores (cosas que no nos interesan en absoluto).
En dicha onda sigue este sinsentido cuando, pasada casi una hora de metraje, hace su entrada Nozomi (en una escena "espectacular") recordando a Momoko, que se ha convertido en una especie de virgen salvadora de la Humanidad adorada por los "otakus". Vuelven las explosivas Alice Ozawa y Yui Aikawa, ésta última con peluca rubia y convertida en el cyborg asesino con supuestas buenas intenciones, además del bueno (el único actor del que merece hablarse) Yuya Takayama y la guapa Saya Kobayashi, quien, para su desgracia, tuvo que hacer de "idol" (algo que ella odiaba); pero lo más interesante de todo es que el propio Tomomatsu aparece dando vida al cabecilla de los "otakus" (quizás la gente del equipo técnico).

Para rematar la faena, el director nos regala algunas escenas en plan avance de la siguiente entrega (las dos se rodaron juntas). Es decir, que "Rape Zombie II" actúa sobre todo de puente entre la primera y la tercera, sin aprovechar tan bien sus cualidades (alguna tendrá...) como la original y metiendo de por medio a un montón de personajes inútiles que tendrán mejores funciones en el futuro.
Todo sigue por el mismo camino pero al querer darle un toque más "serio", en cierto modo, el resultado es muchísimo peor. A las risas de diversión las sustituyeron ceños fruncidos, medias sonrisas de incredulidad y manos delante de la cara para no presenciar tamaña sucesión de disparates...

pero tranquilos, que lo realmente malo está aún por llegar.
Chris Jiménez
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2
22 de febrero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el Mundo se halla devastado, si la raza humana está en peligro, si los pocos supervivientes se despedazan por el territorio...sólo hay algo capaz de lograr la paz.
Un arma. Pero no un arma cualquiera; se trata del Equalizer, la fuerza que disuade las injusticias a base de cañonazos y explosiones.

Se podría decir del sr. Cirio Santiago que era un tipo persistente; en 1.983, después de demostrar que nadie hacía películas como él en su Filipinas natal, se descolgó con una peripecia llamada "Stryker" directamente arrancada de la secuela de "Mad Max" y a partir de ahí se aficionaría al subgénero seguramente más que nadie en toda la década. Si lo de Leone eran los "westerns" y lo de Romero los "zombies", lo de Santiago eran las fábulas post-apocalípticas; huelga decir que hizo un buen esfuerzo con "Ruedas de Fuego", producida por Roger Corman, pero ahí debió detenerse.
Sólo un año después regresa con prácticamente el mismo equipo delante y detrás de la cámara a los páramos de su país y cambia al carismático Gary Watkins por un Richard Norton de rostro granítico y una incapacidad interpretativa que roza niveles estratosféricos; no debemos buscarle tres pies al gato, quienes le conocen ya saben a qué van a enfrentarse desde ese inicio donde vemos una estampa característica de su cine: varias facciones de combate, batallando, cual guerra de campo cualquiera, pero no sin antes advertirnos el propio film que nos hallamos en una época futura post-nuclear.

Yo, como otros muchos se han preguntado, dudo que tras una catástrofe atómica que ha hecho del Planeta un páramo, fuese tan fácil conseguir munición y gasolina para vehículos, pero esa es la base de este subgénero (y de hecho así lo muestra la obra de Miller). Quizás lo mejor de "Equalizer 2.000" es que no se nos presenta, por enésima vez, un escenario donde hay seres con poderes extraños o una guerra entre grupos armados por un bien preciado, ya sea agua o petróleo; de hecho los villanos, que se hacen llamar Los Gobernantes, cuando tienen preso al protagonista, Slade, uno de ellos coge una jarra de agua y la derrama...así que deben contar con ingentes cantidades...
Éste último huye de su propio grupo de conquistadores asesinos, y así se convierte en desertor; ese parece ser el argumento principal. A esta cacería se suma, cómo no, una mujer llamada Karen, con el físico voluptuoso e imponente de Corinne Wahl (portada del Penthouse en no pocas ocasiones), haciendo buenas migas con Slade; y así, después de media hora de personajes estereotipados y vacíos y escenas de acción tediosas y filmadas por Santiago sin ritmo alguno, sin poner una pizca de emoción frente a su cámara (que yo creo que eso debe de ser un don), aparece el objeto que da título al film.

Aparece el futuro objeto de deseo y codicia, un arma "sofisticada" multiusos perfecta para acabar con lo que sea y quien sea. El director pone a su héroe impertérrito y silente (Norton dice quizás cinco o seis frases enteras) al frente de esta historia que es un ir y venir de tropas aquí y allá, con malos muy malos, buenos muy buenos, los pertinentes romances que llevan a secuestros (como en "Ruedas de Fuego"), venganzas y la participación de una tribu de las montañas, figurando indios, trayendo recuerdos de la italiana "2.020: Los Rangers de Texas"; pero tal vez de ser la película de factoria italiana se revelaría mucho más divertida y original.
Santiago apuesta por lo mismo: mucha testosterona y aspereza en un desierto con descampados, explotaciones mineras y sus carreteras solitarias, todo ello sin alma, sin colorido ni atractivo; hay una fortaleza, pero son mayormente ruinas y decorados ya usados...tan usados como algunas secuencias de persecuciones y batallas que ya aparecían en anteriores títulos del filipino, su seña de identidad, lo que mejor sirve para colocarle como uno de los directores más mediocres y cutres de la Historia del cine. Si hay dudas observen la facilidad con que los vehículos, en plena caza, cambian de carrocería como quien cambia de peinado.

O el instante en que Lawton prende fuego a uno de sus secuaces (una manía muy sádica e incómoda, pues de un tiro también se puede acabar con alguien), y cómo de repente deja de ser un tipo desprotegido con camiseta a ser un especialista preparado para la escena (de los fallos de "raccord" más escalofriantes que mis ojos han presenciado...). La obligatoria batalla final prueba lo mal que Santiago dirige la acción; hay tiros, hay saltos y piruetas, muchas explosiones, al estilo de las series de televisión americanas de la época, pero resulta todo tan falto de espíritu que sólo provoca aburrimiento y bostezos.
Y más aún si se añade una banda sonora 100% chapucera plagada de tecladitos como la que provee Ding Achacoso (achacoso me dejó a mí después de oírla). Pero como ya he dicho uno ya sabe a lo que se expone si va a ver algo del mago de la serie "Z" filipina, no se le puede pedir más; bueno, sí: haber desnudado a Wahl como hizo con Lynda Wiesmeier en "Ruedas de Fuego" (si bien sucede algo con ella que ni siquiera un servidor se esperaba...¡a veces te da sorpresas el nativo de Manila!); por otra parte podemos ver a un jovencísimo Robert Patrick en una de sus muchas colaboraciones con el anterior antes de ponerse a las órdenes de Cameron.

Pero esto no es lo peor; ese mismo año al director se le va la cabeza y prepara un proyecto realmente ambicioso donde se mezclarán sus cruzadas post-apocalípticas con historietas de aventuras, leyendas y objetos mágicos, también con Patrick al frente: "Cazadores del Futuro".
Una psicotrópica delicia ochentera donde la originalidad le cuesta al anterior otro monumental desastre fílmico que hay que ver para creer...
Chris Jiménez
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2
22 de febrero de 2017
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Los interesados en la cultura "pop/underground" de Japón pueden satisfacer su curiosidad sobre las miles de leyendas urbanas que pueblan la Historia del país.
Fantasmas, monstruos, espectros alimentan la imaginación de los morbosos, que los han trasladado al cine, a la literatura, a la televisión o a los videojuegos.

Una de las más famosas del folklore es la de la llamada Kuchisake-onna (o "mujer de la boca cortada"), la cual lleva siglos transmitiéndose en una amplia gama de variaciones narrativas. Históricamente la esposa de un samurái que por su infidelidad fue castigada con un severo corte de oreja a oreja; como siempre ha sucedido en estos casos, la mujer en el Japón feudal es ignorada y utilizada hasta que pasa a convertirse en un onryo, entonces es temida y su leyenda se extiende. No muy diferente de la protagonista de "Bancho Sarayashiki" o "Yotsuya Kaidan"; la venganza guía a este espíritu errante y aterrador.
Y a aprovecharse de la leyenda para transcribirla a nuestra época; eso debieron pensar los señores que contrataron a Koji Shiraishi y le pusieron de director. En ese momento es el año 2.007 y el horror de tierras niponas no deja de acumular títulos y más títulos; quedan muy lejos las genuinas "The Ring", "Ju-on" y "Kairo", que gozan ya de sus obligadas y vomitivas versiones "made in U.S.A.". Sion Sono se lía la manta a la cabeza y realiza "Exte", ingeniosa parodia del género de la que se sirve para disfrazar un duro drama familiar. Quizás ya no se puede rascar más...

Desde luego Shiraishi lo intentó...más bien, se empeñó. Si bien ahora su carrera se debate entre diversos géneros y estilos, ésta empezó y prosiguió durante un buen trecho en el terror hasta el punto de encasillarse en el mismo rozando una cada vez más acusada mediocridad; sólo el "mockumentary" "Noroi" está entre lo más potable de su filmografía temprana. Con guión de Naoyuki Yokota, quien también escribió ésta última, el director nos intenta vender el escalofriante mito de Kuchisake-onna adaptándolo al siglo XXI, y el resultado es cuando menos discutible.
La trama empieza con la acostumbrada leyenda urbana pasando de boca en boca entre los habitantes más jóvenes de un pueblo que tras un terremoto (que no viene a cuento de ABSOLUTAMENTE NADA) sufrirá la ira del conocido onryo. Aquí, como en "The Ring", se habla y se habla de lo que se supone que es este espíritu pero obviando sus aterradores (y, ¿por qué no?, fascinantes) orígenes. Entonces empiezan a desaparecer niños; lo peor de todo es que para construir el argumento y sus resortes han de introducir a personajes con sus propias subtramas dramáticas, y todas girando alrededor de un solo tema: la violencia familiar.

Un tema ya obligatorio del "j-horror". Más historias de familias disfuncionales y maltrato a los hijos; al menos Yokota se atreve a enfocarlo desde un punto de vista un tanto particular e interesante: la violencia únicamente por parte de la madre, algo tabú en nuestros días e imposible de tratar en el cine. Por eso nos cuelan dos protagonistas decididos a resolver el caso de los secuestros, ambos profesores de los niños que están desapareciendo, aquejados por experiencias traumáticas: por un lado Kyoko, cuya hija le odia y vive con su padre; por otro Noboru.
La presencia de la primera incomoda hasta límites inimaginables, no sólo porque Eriko Sato sea una pésima actriz, sino porque se nos obliga a simpatizar con su repulsivo personaje, el cual sí que se merece que le rajen la boca de oreja a oreja. El segundo irá revelando su estrecha relación con la mujer cortada, y de aquí nace algo que me crispa los nervios: solapar la leyenda del famoso onryo con el tema del maltrato infantil antes comentado (ésta pasa de ser una esposa infiel a una madre enferma y psicópata). En compensación por la estupidez y violencia de los adultos, son los hijos (los más pequeños) quienes ayudan a resolver el caso con su ingenio y lucidez.

Y si este discurso con el que quiere aleccionarnos Shiraishi no podía caer más bajo ahí están los personajes de Mayumi y Mika, madre e hija en las que se ve reflejada la protagonista y con quienes se pretende hacernos tragar lo intragable: que aún hay esperanza para una reconciliación maternofilial...imposible a todos los niveles cuando previamente hemos visto a esa madre golpeando e insultando a su hija; no es un personaje que en la muerte merezca alcanzar la redención, sino morir de la manera más horrible sin más. Desde luego las piruetas del guión son ininteligibles.
Y más aún cuando éste confiere al fantasma asesino unos poderes de posesión que permanecen inexplicables. Quizás se podría señalar como algo positivo la extrañeza siempre presente en ese clima viscoso, ahogado por los tonos terrosos de la fotografía de Shozo Morishita; en cuestiones artísticas, a mí me gustaría agarrar las tijeras de Kuchisake-onna y cortarles a todos la lengua, salvo a la pequeña Rie Kuwana, que hace un esfuerzo en su complicado papel. Para rendir tributo a Hideo Nakata y Takashi Shimizu, de cuyo estilo y herramientas para provocar terror se hereda bastante, aparece Yurei Yanagi brevemente.

Aunque Shiraishi está más cerca de las aberrantes paranoias de Ataru Oikawa que de la sobria y cuidada tenebrosidad de Nakata. Mezcla de terror, "slasher" y mucho y muy amargo drama familiar (y escolar) tópico hasta la angustia que navega sin rumbo fijo desde su inicio.
Por lo menos acierta en algo con su inesperado (que no sorprendente) colofón en "cliffhanger": no hay reconciliación posible entre madres e hijos; pero si esto no es suficiente un año después Kotaro Terauchi se encargaría de una secuela, que deja ya sin palabras. Imaginen si es mediocre que ni los americanos hicieron un "remake"...
Chris Jiménez
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6
22 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"...La mujer adúltera se acoge al asilo de la iglesia, circundada de un áureo y religioso prestigio, que en aquel mundo milagrero, de almas rudas, intuye el latín ignoto de las divinas palabras".

Cual jarro de agua fría, Ramón M.ª del Valle-Inclán, en boca de su sacristán "fúnebre, amarillo de cara y manos, barbas mal rapadas, sotana y roquete", lanza sobre las gentes iracundas esas palabras que, gracias a su poder irracional, el poder religioso, les devuelven la cordura, la paz, y hacen de la furcia apedreada de nuevo una mujer de casa y decente. En esta ciénaga gallega se produce tal instante de catársis donde la piedad, que no el perdón ni la comprensión, salva a los míseros personajes de la miseria, todo ello recreado con bastante tino por José Luis García Sánchez.
Henchido de éxito gracias a "La Corte de Faraón", es llamado para trasladar a la gran pantalla uno de los títulos vitales del trabajo teatral del pontevedrés en esa importante transición, que fueron las "comedias bárbaras", de su modernismo al posterior esperpento; el júbilo inicial, ya que lo considera "el autor más importante de la literatura española", pasa al horror tras encarar un borrador que adapta "Divinas Palabras" de un modo disparatado y modernizado...pero intenta salir airoso reorganizando la historia y llevándola, algo muy difícil, al terreno del cine. Condensa los hechos, facilita los diálogos, se acoge a la estilizada expresión visual para evitar el teatro filmado.

Lo logra gracias a un presupuesto elevado, un sólido reparto y un equipo que tiene la dura tarea de plasmar el universo de Valle-Inclán, pero desde el primer momento se puede afirmar la gran habilidad de Gerardo Vera y Luis Vallés a la dirección artística y Fernando Arribas a la fotografía para llevarlo a cabo. En efecto el orden narrativo cambia ligeramente; sin el intenso encuentro entre Pedro, Lucero/Séptimo y la aquí ausente Pepa, "la Morena", García Sánchez no tarda en acercarnos al suceso trágico que hace estallar el vaivén de sucesos: la muerte de Juana, que enfrenta a sus hermanos Marica y Pedro y a la joven esposa de éste, Mari.
Sólo bastan los primeros minutos para arrastrarnos al peculiar imaginario que creó el autor gracias a un diseño de producción rico en detalles, emanando el olor de la tierra mojada de esa Galicia a principios de 1.920; reunidos de un extremo a otro de la pantalla el director compone un fascinante mosaico de desheredados de la tierra en su más decrépita y sucia expresión, y sin tardar revela la maldad interior de cada uno, arrimados por su condición asquerosa a la avaricia, el cinismo y la envidia, despojados de toda moralidad, que intentan disimular en la apariencia con el comportamiento piadoso y palabras humildes (como el cura invitado, que se regodea en los lujos eclesiásticos ante la desvalida mirada de Pedro...).

Mientras los tesoros nacionales del cine Aurora Bautista y Francisco Rabal encajan bien en sus complejos papeles, tal vez no suceda lo mismo con un extraño Imanol Arias que falla en transmitir la descarada crueldad de ese rufián que era Lucero/Séptimo; Ana Belén en su época de apogeo y hermosura vuelve a los brazos de García Sánchez insuflando su propia fuerza a la de la irresistible Mari, a quien sigue el anterior en su periplo lejos de las ataduras de un marido moribundo incapaz de medrar dentro de los límites de la Iglesia y debilitado por las calumnias del pueblo.
Periplo a través de caminos, tabernas y ferias colmadas de todos esos estrafalarios individuos que formaban en la cabeza de Valle-Inclán el conjunto perfecto para definir al esperpento; un rincón de la España de las revueltas sociales, la agitación liberal, la represión y el Gobierno Nacional, encerrado en su burbuja y que la desfigura hasta el exceso de lo grotesco. Mari, junto a una genial Tatula encarnada por Esperanza Roy, evolucionando, desde lo económico a lo emocional y desde la fiel esposa arropada en negros y tradicionales harapos a mujer independiente de provocativos vestidos que resaltan su poder sensual, aunque esa liberación la acabe llevando a ser víctima de sus propias ilusiones y pasiones bajas...

Pero eso no quiere decir que deba apelar a nuestra compasión o simpatía; Mari no es diferente de la cuadrilla de pérfidos y sórdidos seres que la rodean, y Belén, si bien con un gracejo especial, así la representa, sacando provecho del pobre Laureano, enano hidrocéfalo, desgraciado hijo de la recién fallecida, expuesto como monstruo de circo sin descanso, alimentado de la bebida y maltratado por unos y por otros hasta desembocar en una de las humillaciones más terribles y patéticas que dio la Historia del cine español, capturando el director los pliegues más viscosos de la malsana atmósfera de la obra.
Todo entre unos diálogos unas veces premeditadamente teatrales y elevados, otras rebosantes de esa pegajosa naturalidad rural única, pero siempre un texto simplificado a la sombra de la riqueza del original; García Sánchez no tiene culpa y lo eleva a su modo con sus bellas imágenes del paisaje gallego y sus decorados de época, que dan la sensación de una tierra encerrada por una magia atemporal indescriptible, todo lo horrible, repulsiva y negra que se quiera, pero mágica (y a ello contribuye el trabajo musical de los Milladorio). La troupe de secundarios también gana su peso en comparación.

Desde los jóvenes Pedro Reyes y Rebeca Tebar a nada menos que Luis Ciges, Tito García, Antonio Gamero, Nicolás Dueñas, Francisco Merino, María Elena Flores o ese Juan Echanove que sería premiado con un Goya por su actuación de Miguelín. También, por supuesto, fue para la excelente labor de Arribas.
Y a sabiendas de que una película como esta, que pretende adaptar fielmente la obra de un autor de cultura, no iba a hacer furor entre el público de mitad de los '80, el cineasta se llevaría una grata sorpresa al ver una recaudación mejor de la esperada. Para acercarse a la obra de Valle-Inclán es inmejorable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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6
22 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi profesor de literatura admitió sin reparos que el libro más difícil que podía mandarnos a leer era el "Tiempo de Silencio" de Luis Martín Ribera, y que atrevernos a hacerlo supondría una prueba de fuego a nuestras capacidades.

"Es muy cansino, charlatán y pretencioso, pero es terrible, te come por dentro, lo pasas mal, y a veces hasta te diviertes...como meter en un pozo de agua sucia a Valle-Inclán, Pío Baroja y Marcel Proust, ahí es ná'", decía. La única novela firmada por el también científico y ensayista de origen marroquí significó toda una revolución en la España de los '60, más por su riqueza de recursos estilísticos que por su complejidad argumental; barroca y realista, picaresca y retórica y tan culta a niveles excesivos como irónica y burlesca. Nada fácil adaptar un texto de tal complejidad donde se presentaba un marco social tan espinoso como la España de la posguerra.
Vicente Aranda, que viene de hacer su aplaudido policíaco-"quinqui" "Fanny "Pelopaja" ", va por fin a hacer realidad un sueño que lleva madurando veinte años, desde que leyó el libro por primera vez, sin que ningún productor tuviera el valor de ayudarle en el proyecto; junto a Antonio Rabinad condensa y adapta el inabarcable universo de Martín, dejando una enorme cantidad de recursos y temas por el camino que, de otra forma, perderían encanto y credibilidad en pantalla. El protagonista no es un héroe y tiene el rostro de un joven Imanol Arias en su primera colaboración con el cineasta; él es Pedro, álter-ego del autor y científico que, si bien parece esmerarse en su descubrimiento de una cura contra el cáncer, ya hace tiempo que se rindió y resignó a su precaria situación...

Nos situamos en época mientras Aranda ya nos retuerce el estómago durante unos primeros minutos de explícita crueldad animal y crudo retrato social; época donde España sufre la pobreza y los estragos de una Guerra Civil lejana que ha dejado a la patria quebrada por la mitad: a un lado un microcosmos atestado de la pretenciosidad y la frivolidad que airean orgullosos los burgueses intelectualoides tan liberales y en contacto con la cultura extranjera; al otro un agujero lleno de los despojos sociales más marginales cuyas vidas se guían por la violencia, la traición y la depravación hasta límites insospechados...
Aranda y el genio Josep Rosell recrean esto con todo lujo de detalles, mientras Juan Amorós captura los colores y olores que emana este ambiente corrupto y sórdido de candilejas y chabolas, impregnando la pantalla y ahogándonos en mugre, humedad, moho, alcohol, sexo y calor sofocante. Pedro es un espectador que observa la vida con la misma indiferencia analítica con la que mira por su microscopio, y los seres humanos que circulan a su alrededor son el perfecto reflejo de esos ratones que contagian su cáncer a otros y entre ellos; lo mejor de "Tiempo de Silencio" es su absoluta objetividad para con los personajes y la perspectiva.

Como Martín, Aranda no hace distinciones ni concesiones: a los burgueses de clase alta los ridiculiza y les deja humillarse a sí mismos en su redundante palabrería y en los altaneros modales con los que interactúan; las fuerzas del orden y políticas evidencian una gran falta de comprensión y una total incompetencia; los del estrato social más bajo son bestias anormales que actúan desde la inconsciencia. Y es que aquí sobresale una enorme carencia de dignidad, ética y moral, pues no hay hombre ni mujer que la posea; todos se regocijan en su maldad, torpeza, odio, interés, hipocresía y egoísmo.
Pedro, en su viaje de descubrimiento vital (que no despegará narrativamente hasta esa memorable e indigesta secuencia del aborto practicado en casa de los parientes de su ayudante Amador, y para lo cual hay que esperar más de la cuenta...), es incapaz de enfrentar los males que desde otro plano de realidad amenazan con desbaratar la comodidad de su hermético mundo de probetas y batas blancas. Enfrenta de un modo pésimo (incluso más que en el libro) tanto la muerte como el amor, brindado con excesiva pasión por esa Dorita que, al estar encarnada por la sensual Victoria Abril, adquiere una dimensión mayor que su homólogo literario, llegando a ser el único personaje digno de merecer nuestra compasión.

Juan Echanove como Matías no, claro, porque aparece desdibujado desde la burla, para convertirse en un trasunto patético y charlatán de esos típicos intelectuales burgueses de la época, tan hinchados con su retórica y su léxico de universitarios privilegiados y disfrutando de contactos con las más altas esferas; le sirve a Aranda, además, para seguir jugando con las obsesiones y los complejos sexuales (así, Charo López aparecerá dando vida a su madre y, al mismo tiempo, bajo el estrambótico maquillaje de una prostituta de barrio).
Destacan más los actores cuyos personajes se mueven en el "otro lado": Joaquín Hinojosa dando una presencia imponente a ese "Cartucho" que amenaza a cada segundo la vida de Pedro (y de todo el que se le ponga por delante), o un Paco Rabal soberbio que se trae algo de su Azarías de "Los Santos Inocentes" para dar vida al indeseable "Muecas", sin despreciar a un sólido Juan José Otegui en su rol de inspector obstinado y persistente. Son personajes que acorralan a Pedro desde su aparición, y esa sensación trasciende la pantalla y se abalanza sobre el espectador, hasta verse encerrado junto a él en la celda; y no queda nada al final. Silencio y resignación...

Porque poco más puede hacer Pedro en una sociedad donde la voz de los de abajo no es escuchada por los de arriba, un lugar de perdedores y cobardes sin remedio, de seres humanos que han degenerado en animales cancerosos...
Al igual que la novela, el film aburre y abruma tanto como fascina, asfixia y provoca apatía y repudio...pero a veces una imagen no vale más que mil palabras, ya que no alcanza la riqueza que sí alcanzó Martín en el texto. Se hace eco de ello; será nominada en los Goya pero es una decepción en taquilla...
Chris Jiménez
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