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Críticas de Juan Marey
Críticas 637
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
22 de mayo de 2023
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Tras el enorme éxito de la maravillosa “Desayuno con diamantes”, Blake Edwards había conseguido una cómoda situación dentro de la industria de Hollywood lo que le permitió realizar consecutivamente a principio de los 60 dos películas alejadas de su universo temático y estilístico de comedias sofisticadas, dos intentos de experimentos sobre otros géneros que contienen algunos de los elementos menos usuales en la trayectoria del realizador. “Chantaje contra una mujer” y “Días de vino y rosas” parten de temas bien distintos –el asedio de un psicópata a una mujer, en el primer caso, la decadencia de un matrimonio de clase media víctima del alcohol, en el segundo- y fueron financiadas por estudios distintos, Columbia y Warner respectivamente, siendo el thriller claustrofóbico un proyecto personal de Edwards y el melodrama etílico un encargo que le llegó de manos de Jack Lemmon. Sin embargo, las dos películas tienen demasiados elementos coincidentes como para no considerarlas fruto de una situación y unos intereses comunes: Lee Remick es la protagonista femenina de los dos films, ambos se desarrollan en la peculiar geografía urbana de San Francisco, cuentan con una antológica fotografía de Philip Lathrop y son los dos únicos títulos en toda su filmografía rodados en blanco y negro, aspecto que resulta muy determinante, un blanco y negro contrastado con similar intensidad de brillos y dominado por los claroscuros que ilustran peripecias distantes, temáticamente hablando, pero coincidentes en su íntima desazón; el blanco y negro de Lathrop, en claustrofóbico formato casi cuadrado, profundiza aún más en la tensión interna que se respira, recrudece las formas ciudadanas de un San Francisco que en pocas ocasiones se ha contemplado mejor y otorga una especial fotogenia al rostro de los actores, concretamente a una bellísima Lee Remick, convertida en ambas ocasiones en una especie de icono inalcanzable que se altera o denigra por culpa de los demás, un asesino psicópata o un marido que la incita a la bebida.

“Chantaje contra una mujer” comienza de manera insuperable, una cámara aérea sigue el coche descapotable de una atractiva mujer con pañuelo para retener el cabello en el aire del viaje, una mujer, Lee Remick, que en la noche cruza el Golden Gate en San Francisco, brillan las luces en la noche californiana, retratadas en ese brillante blanco y negro del que antes hemos hablado, preciso, elegante, depurado, mientras, oímos, en tanto que desfilan los títulos de crédito, la subyugante banda sonora de Henry Mancini, un prodigio de vanguardia a la hora de provocar emociones fundidas con las imágenes, como ya hiciera para Hawks en “Hatari!” y “Su juego favorito”. La mujer llega a su domicilio en un barrio residencial, una calle sin salida, al otro lado del Golden Gate, se abre la puerta del garaje y, ya en el interior, la puerta se cierra, la oscuridad se cierne sobre ella, sorprendida, y de repente, surgiendo de esa opresiva oscuridad, unas manos le atenazan el cuello, le tapan la boca y susurran amenazas, Blake Edwards filma esa secuencia en primeros planos que agobian a Remick tanto como al desprevenido espectador, abriendo la puerta a un elegante, pausado y sofisticado “psycho thriller” en el que Lee Remick es la pieza a cobrar si no cumple lo exigido: robar cien mil dólares del banco en que trabaja como cajera, la amenaza se extiende a la suerte que correrá Toby, una juvenil Stephanie Powers, la adolescente hermana de Remick, con la que convive.

Un magnífico trabajo, una película que se disfruta plano a plano, con la credibilidad mágica de todo el reparto, la fisicidad de los escenarios de la brumosa San Francisco y la vida cotidiana atrapada en lo imprevisto, porque vivir siempre es una aventura peligrosa.
Juan Marey
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9
17 de mayo de 2023
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“Cazador de forajidos” fue el resultado de la apuesta decidida de la “Perlsea Company”, compañía creada en 1951 por el productor William Perlberg y el director George Seaton, a quienes llegó un extraordinario guion, nominado al Oscar, de Dudley Nichols, escritor habitual de John Ford en la década de los cuarenta. La historia tenía como protagonista a un cazador de recompensas, personaje, a diferencia de Europa, no excesivamente explotado en el wéstern americano que, además, presentaba importantes diferencias con la figura prototípica de los “eurowésterns”, ya que si en estos, siguiendo el arquetipo creado por Sergio Leone en “La muerte tenía un precio” (1965), se caracterizaba por su amoralidad y el deseo de obtener un rédito económico a cualquier precio, en el wéstern que nos ocupa se nos presenta como un hombre con principios morales muy sólidos, convertido en el brazo armado de la ley y necesario para pacificar el Oeste. Además fue el único wéstern producido por la Perlsea,
una película rodada en blanco y negro, por lo que llama la atención que encargarán su dirección a Anthony Mann cuyas películas del Oeste más famosas se habían caracterizado por el uso del color y de la naturaleza como elementos dramáticos de primer orden.

Henry Fonda, una de las más fieles encarnaciones de la dignidad sobre la pantalla de cine, se encuentra aquí en el papel de un frío caza recompensas enfrentado contra un Oeste que ha dejado de ser salvaje al menos en su apariencia externa, su Morgan Hickman de “Cazador de forajidos” se presenta con una impasible amoralidad, es un hombre que ha reducido la justicia y la muerte a un simple medio de vida, a negocio, mercancía, no obstante, se trata de una pose impostada, construida para defenderse contra los agrios y dolorosos embates de la hipocresía que domina la sociedad supuestamente civilizada, ávida de justicia limpia pero cobarde e insolidaria a la hora de hacerla valer, una conducta hermética, renegada y descreída aunque en perpetuo desacuerdo con su naturaleza sentimental y con los desafíos de su presente, a través de los cuales se descubrirá su condición de llaga ardiente, mal cicatrizada.

La dirección de Mann es simplemente perfecta, es tan brillante que parece sencilla, extremadamente sobria y planificada de forma magistral en planos y contraplanos, donde demuestra un magnífico dominio del lenguaje cinematográfico clásico. Además la película visualmente es una maravilla, Mann, con la ayuda inestimable del operador Loyal Griggs saca el máximo partido del formato VistaVision, un nuevo sistema creado por la Paramount para frenar la competencia de la televisión, volviendo a demostrar su pericia técnica y su maestría a la hora de componer las escenas en las que la ilimitada profundidad de campo juega un papel fundamental, al mismo tiempo que coloca la cámara en el lugar exacto en cada secuencia de la película. La excelente composición de planos brinda contrapicados, escorzos irrumpiendo en el plano, además los escasos primeros planos sirven para subrayar estados emocionales, como debe ser, de igual modo, como ya hemos señalado, hace un portentoso uso de la profundidad de campo y emplea fluidos y elegantes travellings laterales con asiduidad. Mann se sirve, además, de un excelente reparto, encabezado por el ya referido Henry Fonda y por Anthony Perkins (en un papel que casi abandona por enfermedad, y para el cual se pensó para reemplazarle en Jeffrey Hunter), pero conviene no olvidar a magníficos secundarios como Neville Brand, John McIntire, o el imprescindible Lee Van Cleef.

Un wéstern espléndido que, como la estrella de su título original, brilla con luz propia gracias a la extraordinaria dirección de Anthony Mann, un guion de Dudley Nichols soberbio, de gran profundidad y con diálogos sobresalientes, magníficas interpretaciones de todos los actores, y una adecuada partitura musical de Elmer Bernstein, prácticamente debutante en el género. Pienso que es de obligatoria visión para todo buen aficionado al cine.
Juan Marey
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9
16 de mayo de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director de cine, guionista y actor Luis Alcoriza nació en Badajoz el 5 de septiembre de 1918, es miembro de una familia de actores que se exilió en el norte de África (Magreb) y posteriormente en Sudamérica, a causa de la guerra civil española, en 1940 llegó a México, donde vivió hasta su muerte. Amalio Alcoriza, su padre, tenía una importante compañía teatral (en la que también participaba su madre), la cual permaneció unida hasta llegar a México, pero no pudo subsistir por falta de financiamiento, por este motivo, Alcoriza se unió a la compañía de las hermanas Blanch, a quienes después recompensó con varios papeles en sus películas, en 1946 debutó como escritor en la cinta “El ahijado de la muerte” y en 1961 como director en “Los jóvenes”, trabajó con Luis Buñuel en el guion de "Los Olvidados", "El Ángel Exterminador", "La Ilusión viaja en Tranvía" y "El Gran Calavera", aunque le molestaba que lo consideraran su “discípulo”, pues alegaba que Buñuel nunca le dio clases.

“Tiburoneros”, filmada en las costas de Tabasco y en la Ciudad de México, entre el 25 de abril y el 31 de mayo de 1962, es, sin duda alguna, su indiscutible obra maestra como realizador, una mezcla entre el documental y la narrativa de ficción y una suerte de fábula moral sobre la libertad individual, una visión emotiva y descarnada ajena a todo tipo de impurezas melodramáticas y de prejuicios moralistas. Julio Aldama da vida al protagonista solidario que consigue equilibrar una vida familiar con esposa e hijos en la capital y su pasión por el mar y la pesca, acompañado de una nativa ingenua y sensualmente salvaje, y a su vez, de un ayudante torpe pero bueno, Alfredo Varela "Varelita", y un niño parlanchín y sensible (David del Carpio), que rompe con los moldes de los típicos niños ñoños y santificados del cine de la época. Entre el documentalismo inicial y el drama que se impone, Luis Alcoriza detalla los hábitos, el trabajo, el primitivismo, las relaciones humanas, sus imágenes exponen la cotidianidad y la labor pesquera, la que permite, además de dinero, el respeto de una comunidad reducida, dentro de la que cada uno encuentra su posición según su valía y su trabajo, todos parecen más libres que en el mundo civilizado de donde procede Aurelio (Julio Aldama), en ese lugar, alejado de la capital y donde las disputas se arreglan sin otra intervención que la de los implicados, no hay más ley que la de los tiburoneros, el realizador se acerca a un universo de hombres duros y violentos sin sentimentalismos y complacencia, universo donde impera otra moral más libre y concreta.

Una de las mejores obras del cine mexicano, una película sensible, inteligente, una película trepidante con momentos de drama, humor y suspense que mantienen al espectador al borde de su asiento. Fue la ganadora del Mejor Cinedrama en el Festival de Mar del Plata, Argentina y el Premio de la Crítica Internacional por sus valores documentales y de convivencia humana en el Festival de Locarno, Suiza; ocupa el lugar 21 entre la lista de las 100 mejores películas mexicanas, realizada en 1994 por la revista Somos.
Juan Marey
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8
10 de mayo de 2023
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Una vez más vinculado a la Paramount, estudio en el que desarrolló la mayor parte de su carrera, Mitchell Leisen nos traslada a imágenes una pieza teatral titulada “Maggie”, además fue la quinta y última colaboración entre el guionista y productor Charles Brackett y Leisen, un excelente director, elegante y sutil en su puesta en escena y capaz de realizar comedias tan destacadas como “Una chica afortunada” o ”Medianoche”, dramas como “Si no amaneciera” o “La vida íntima de Julia Norris”, e incluso grandes películas de género negro como “Mentira Latente”. En “Casado y con dos suegras” podemos disfrutar de una como siempre inconmensurable Thelma Ritter, una secundaria de lujo en numerosas producciones hollywoodienses, a quien no resultaba extraño ver en pantalla eclipsando a las estrellas que encabezaban el reparto, uno de estos casos se observa en esta película, comedia en la que su nombre aparece después del título del film y de los nombres de Gene Tierney, John Lund y Miriam Hopkins, pero, desde el inicio, su personaje, Ellen McNutty, asume un rol vital en el desarrollo del film, su arrolladora presencia es de lo mejor de esta fantástica obra, es de esas actrices secundarias que valen por toda una película, y que además fue nominada al Oscar por este papel, en la parte final de la cinta tiene un memorable enfrentamiento con su consuegra, encarnada por Miriam Hopkins, una mujer insoportable que solo busca la disolución del recientemente instaurado matrimonio.

La película esta muy ligada con ese conjunto de comedias que por aquellos años firmaron realizadores como George Cukor para la Columbia –THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952), BORN YESTERDAY (Nacida ayer, 1950), IT SHOULD HAPPEN TO YOU (Una rubia fenómeno, 1954)- o incluso el primerizo Richard Quine de THE SOLID GOLD CADILLAC (Un cadillac de oro macizo, 1956). En aquellos casos los títulos se encontraban al servicio de la actriz cómica Judy Holliday, mientras que en el que nos ocupa el elemento más o menos cómico se ofrece a la veterana y estupenda Thelma Ritter de la que ya hemos hablado anteriormente. “Casada y con dos suegras” destaca por formular una crónica sobria y contenida, por momentos escorada hacia el melodrama, en la que sobresale una vez más la inteligente utilización del espacio escénico por parte de un Leisen, sobradamente curtido en la dirección artística, en la que el uso del detalle a la hora de cerrar o abrir algunas de sus secuencias denota el sentido visual de su puesta en escena, y en donde brilla el retrato de personajes que están a punto de bordear la caricatura, sin que por fortuna este rasgo anule su autenticidad. A destacar también el apoyo que supone la excelente iluminación y fotografía en blanco y negro ofrecida por el especialista en el género Charles Lang.

Una muestra tardía pero valiosa de uno de los talentos más singulares -y todavía infravalorados- con que contó la comedia americana en sus años de esplendor, Mitchell Leisen. Ojalá este breve comentario suponga el empujón final que os decida a ver esta deliciosa película, seguro que al final disfrutaréis de un rato agradable y sobre todo, recordable, y además está Gene, Gene Tierney, una actriz de una belleza legendaria, pero también con un inmenso talento no lo suficientemente reconocido a mi juicio.
Juan Marey
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8
8 de mayo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Martin Scorsese, que solo había dirigido su primera película “¿Quién llama a mi puerta?” (1967), fue el primer director escogido para dirigir “Los asesinos de la luna de miel”, pero fue despedido al poco de comenzar el rodaje por su lentitud, incompatible con el ajustado plan de rodaje de un proyecto de bajo presupuesto como este, pero algunas de las escenas rodadas por Scorsese fueron incluidas en la película final. Fue sustituido por Donald Volkman, un director sin apenas experiencia previa que fue despedido dos semanas después, al final el guionista de la película, Leonard Kastle, un compositor, libretista y director de ópera neoyorkino, un completo neófito tras la cámara, fue el que recibió el encargo del productor televisivo Warren Steibel de dirigir la que sería su única película como director.

La cinta nos presenta a dos personajes: Martha, jefa de enfermeras del Hospital de Mobile en Alabama, con sobrepeso, fea, malcarada, intransigente y con una evidente falta de cariño; después tenemos a Ray, un inmigrante de origen hispano, el típico “gigoló” que utiliza agencias para citarse con mujeres, aprovechando la situación para robarlas. La pareja se conoce gracias a una broma de la mujer que cuida de su madre y claro, la chica se enamora de Ray, ambos se unirán para escoger a sus víctimas, mujeres solteras y viudas, a las que Ray seduce en primera instancia, haciéndoles creer que se va a casar con ellas, para matarlas posteriormente de forma macabra. La pareja de psicópatas siempre acaba mostrando el lado oscuro del ser humano en unos crímenes que van aumentando paulatinamente en crueldad y brutalidad, no obstante, lo más interesante de la historia se halla en el enamoramiento apasionado y obsesivo por parte de la chica hacia Ray, un crápula que a simple vista no parece merecer la más mínima atención, pero que a los ojos de ella es un autentico héroe por sacarla de esa vida vacía y hastiada que llevaba antes de conocerlo.

Filmada con un marcado estilo documental en blanco y negro, desprovisto de luces artificiales, su fotografía y sonido no pasarán a los anales de la historia del celuloide, pese a ello, el relato sale airoso gracias al hiperrealismo y la crueldad de lo que se nos muestra en pantalla, o lo que se intuye en unos acertados fuera de campo. La historia está contada de una manera fría, seca y directa, Kastle no se limita a la pura ilustración de la macabra carrera de la pareja, sino que intenta comprender el amoral comportamiento de sus personajes, así, mientras Raymond es un simple timador que actúa única y exclusivamente por dinero, la conducta de Martha está marcada por la necesidad de retener a toda costa a Ray a su lado, fruto de un amor obsesivo que nace de la completa ausencia de cualquier muestra de afecto hacia ella en su vida pasada (tanto en su ámbito laboral como social o familiar). En estas circunstancias, la sucesión de asesinatos se muestra siempre como un terrible e inevitable acontecimiento que sucede casi a pesar de sus ejecutores: Martha recurre al asesinato simplemente para eliminar a sus posibles contrincantes mientras que Ray, que no pretende a priori matar a ninguna de sus víctimas, utilizará la determinación de Martha para acabar con ellas cada vez que esté a punto de ser descubierto.

Otro de los grandes ejemplos del mejor cine independiente americano de los 60, una película que no ha perdido nada de su frescura y de esa sensación que transmite de “cinéma vérité”, como si el director hubiera acompañado a la pareja de asesinos en sus andanzas y las hubiera filmado “in situ”, a lo que contribuyen definitivamente las interpretaciones tanto de protagonistas como de secundarios, ajenas a cualquier artificio actoral. Este aspecto brilla especialmente en las escenas de los asesinatos, filmados de manera tan natural, tan real, y sin un atisbo de remordimiento por parte de sus autores, que resultan mucho más impresionantes que las que solemos ver en producciones con más medios. Aroma de serie B, cine de talento, magistral, espléndida.
Juan Marey
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