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Documental
Documental sobre el fraude y las falsificaciones que se centra en la figura del falsificador Elmyr de Hory y su biógrafo, Clifford Irving, autor también de la fraudulenta biografía de Howard Hughes. Asimismo relata la reclusión de Hughes y la carrera de Welles, que comenzó con la emisión radiofónica de una falsa invasión marciana: "The War of the Worlds". (FILMAFFINITY)
22 de abril de 2010
18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día es que empezaba mal. De esos que mejor quedarse en cama. Miraba la carta del menú, aunque me la sabía de memoria. Llevaba desayunando en el local cinco días. Lo que más me gustaba era que me llenaran sin parar la taza del café. <<Como en las pelis>> pensaba. Pedí un menú nº 3 (con un huevo).
- ¿Un huevecito no más? -me preguntó en español.
- Sí, sólo uno.
- ¿Dos huevecitos mejor? -el tipo me clavó la mirada mientras yo seguí ojeando el menú.
Tendrá narices ¿y por qué tengo que tomarme dos huevos si no me apetecen?... Yo lo notaba hasta respirar. Con la cabeza gacha notaba como la mesa estaba pendiente de mi rectificación.
- Sí -tuve que corregir– dos huevecitos mejor –dije imitando el acento mexicano para contrarrestar el ataque.
A escasas manzanas teníamos el museo (si ustedes se pensaban que no iba a hablar sobre la película se han equivocado). Una cola selvática (por la frondosidad que la constituía, pues más que una línea era una marabunta de gente rodeando el edificio) esperaba para entrar. Como buen español, buscamos el lugar ideal para colarse. Entramos por la puerta norte y al final, desquiciados entre el tumulto, nos resignamos a ocupar los últimos puestos en la calle. Empezaba a chispear muy débilmente. Tal como empezaba el día me daba a mí que me iba a mojar.
Una vez con las entradas en la mano y luchando con codos y patadas para hacerse hueco empezamos la visita. Elmyr de Hory falsificó a lo largo de su vida una incontable cantidad de obras de arte que según su biógrafo Clifford Irving, están repartidas entre todos los museos y galerías del mundo. No hacía ni una semana que había visto el documental de Welles, y en ese momento, lo tenía más que presente. <<¿Es este Modigliani que observaba auténtico?>> me preguntaba. <<¿Quién me puede asegurar ahora que “El estudio rojo de Matisse” es una obra auténtica>>. Miraba, quizá con mayor denuedo que nunca la firma del autor. Elmyr decía que la pincelada de Matisse era imprecisa. Observaba las líneas del cuadro para verificar esa imprecisión que recoge Welles de la boca de Elmyr. Ahora, ¿a ver quien tiene huevos a falsificar un Pollock? Aunque apostaría mis dos huevecitos del desayuno a que nadie notaría un pegote de pintura más o menos en ese insensato ataque de nervios con el que pintaba el artista. Por cierto, ¿Qué tipo de persona pondría sobre su cama un Pollock? Asusta imaginárselo, la verdad. Yo lo que tengo claro, es que muchas de las obras allí colgadas podría falsificarlas hasta un servidor. Lo mejor: las posturas intelectualoides de muchos gafapastillas de complementos un tanto arbitrarios contemplando un cuadro blanco o los ataques de furia de ciertos visitantes ante la explicación de un cuadro inane.
- ¿Un huevecito no más? -me preguntó en español.
- Sí, sólo uno.
- ¿Dos huevecitos mejor? -el tipo me clavó la mirada mientras yo seguí ojeando el menú.
Tendrá narices ¿y por qué tengo que tomarme dos huevos si no me apetecen?... Yo lo notaba hasta respirar. Con la cabeza gacha notaba como la mesa estaba pendiente de mi rectificación.
- Sí -tuve que corregir– dos huevecitos mejor –dije imitando el acento mexicano para contrarrestar el ataque.
A escasas manzanas teníamos el museo (si ustedes se pensaban que no iba a hablar sobre la película se han equivocado). Una cola selvática (por la frondosidad que la constituía, pues más que una línea era una marabunta de gente rodeando el edificio) esperaba para entrar. Como buen español, buscamos el lugar ideal para colarse. Entramos por la puerta norte y al final, desquiciados entre el tumulto, nos resignamos a ocupar los últimos puestos en la calle. Empezaba a chispear muy débilmente. Tal como empezaba el día me daba a mí que me iba a mojar.
Una vez con las entradas en la mano y luchando con codos y patadas para hacerse hueco empezamos la visita. Elmyr de Hory falsificó a lo largo de su vida una incontable cantidad de obras de arte que según su biógrafo Clifford Irving, están repartidas entre todos los museos y galerías del mundo. No hacía ni una semana que había visto el documental de Welles, y en ese momento, lo tenía más que presente. <<¿Es este Modigliani que observaba auténtico?>> me preguntaba. <<¿Quién me puede asegurar ahora que “El estudio rojo de Matisse” es una obra auténtica>>. Miraba, quizá con mayor denuedo que nunca la firma del autor. Elmyr decía que la pincelada de Matisse era imprecisa. Observaba las líneas del cuadro para verificar esa imprecisión que recoge Welles de la boca de Elmyr. Ahora, ¿a ver quien tiene huevos a falsificar un Pollock? Aunque apostaría mis dos huevecitos del desayuno a que nadie notaría un pegote de pintura más o menos en ese insensato ataque de nervios con el que pintaba el artista. Por cierto, ¿Qué tipo de persona pondría sobre su cama un Pollock? Asusta imaginárselo, la verdad. Yo lo que tengo claro, es que muchas de las obras allí colgadas podría falsificarlas hasta un servidor. Lo mejor: las posturas intelectualoides de muchos gafapastillas de complementos un tanto arbitrarios contemplando un cuadro blanco o los ataques de furia de ciertos visitantes ante la explicación de un cuadro inane.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Tanto Irving como Elmyr vivieron de la falsificación durante buena parte de su vida. A Elmyr le fue mejor, la mentira de Irving duró bien poco aunque se embolsó una buena cantidad de dinero por las ficticias memorias de Howard Hughes. Marina Abramovic es uno de los mayores fakes de la actualidad. Allí estaba, sentada con una gran túnica roja (creo que cada día escoge un color diferente). Sentada todo el día sin freír ni un huevo pero con un morro tremendo. Ella dice que de performance. ¡Mucho cuento es lo que tiene! En la serie “Sexo en Nueva York” la tía ya se dedicaba a zangolotear de un lado a otro de su casa construida para la ocasión de 15 metros cuadrados y dos alturas, casi como las del gobierno. La chica ya era alguien antes de la serie, no como los Blahnik (que por cierto están enfrente de la entrada norte del museo).
A cada planta le echaba un ojo por si se había ido a mear, tenía ganas de comer o simplemente se había caído dormida de aburrimiento. Pero no, la fake de Abramovic continuaba con su performance.
Luego tocaba salir del hotel, perderse por el metro, cabrearse con las líneas que no paran de cambiar los fines de semana por obras, preocuparse por las noticias que nos llegaban sobre nubes y cenizas,y llegar al infierno del aeropuerto.
Welles, queriendo emular a Elmyr de Hory, deja para el final su propia mentira. Su no documental. Su truco de magia. Sin mucha miga, la verdad. Mi final...
… puede que todo esto que acabo de narrar sea completamente mentira. Una falacia sin sentido, una manera sin control para hablar del arte y ya de paso del volcán Eyjafjoll que convirtió mi regreso en toda una hazaña.
Ahora toca eso de las dedicatorias ¿no?
A... la auxiliar de tierra de AirEuropa, que a pesar del colapso consiguió meternos en el avión aún no sé cómo. ¡Te debo una caja de bombones!
A cada planta le echaba un ojo por si se había ido a mear, tenía ganas de comer o simplemente se había caído dormida de aburrimiento. Pero no, la fake de Abramovic continuaba con su performance.
Luego tocaba salir del hotel, perderse por el metro, cabrearse con las líneas que no paran de cambiar los fines de semana por obras, preocuparse por las noticias que nos llegaban sobre nubes y cenizas,y llegar al infierno del aeropuerto.
Welles, queriendo emular a Elmyr de Hory, deja para el final su propia mentira. Su no documental. Su truco de magia. Sin mucha miga, la verdad. Mi final...
… puede que todo esto que acabo de narrar sea completamente mentira. Una falacia sin sentido, una manera sin control para hablar del arte y ya de paso del volcán Eyjafjoll que convirtió mi regreso en toda una hazaña.
Ahora toca eso de las dedicatorias ¿no?
A... la auxiliar de tierra de AirEuropa, que a pesar del colapso consiguió meternos en el avión aún no sé cómo. ¡Te debo una caja de bombones!