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9

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6.8
5,084
Intriga. Drama
El día de San Valentín de 1900, las estudiantes de la Escuela Appleyard van de excursión a Hanging Rock, una región australiana montañosa. A lo largo del día se producen una serie de fenómenos sobrenaturales: el tiempo se detiene, estudiantes y maestras pierden el conocimiento y tres chicas y una profesora desaparecen. (FILMAFFINITY)
30 de julio de 2007
30 de julio de 2007
38 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película misteriosa y poética que escarba en viejos arquetipos que duermen en el inconsciente colectivo. Me refiero al rapto de Perséfone, doncella de la primavera, a manos de Plutón, el dios de los infiernos que habita en las profundidades tectónicas de la tierra. Parafraseando al mito, las bellas doncellas reminiscentes de Boticelli desaparecen sin dejar rastro, diríase que devoradas por la boca geológica que se manifiesta en ese furúnculo extraño sobre la corteza terrestre, esa inquietante formación rocosa llamada Hanging Rock.
Pero “Picnic en Hanging Rock” es también la historia de una búsqueda, así como el relato de las profundas secuelas que esa desaparición dejará en compañeros, testigos, y maestros.
A nivel formal, la realización es impecable (como siempre en Weir), y la calidad de la fotografía excepcional. También la música tiene un papel destacadísimo, con esa conmovedora melodía de flauta o el uso pionero de sintetizadores (más tarde empleados por Weir, con mucha fortuna, en películas como “Único testigo”).
Pero en nuestro recuerdo quedará, sobre todo, esa bellísima adolescente interpretada por Anne Lambert, de algún modo presintiendo ya la fugacidad de su belleza y de su vida, sacrificada -con su consentimiento, en cierto modo- en el oscuro altar de la naturaleza más terrible.
Pero “Picnic en Hanging Rock” es también la historia de una búsqueda, así como el relato de las profundas secuelas que esa desaparición dejará en compañeros, testigos, y maestros.
A nivel formal, la realización es impecable (como siempre en Weir), y la calidad de la fotografía excepcional. También la música tiene un papel destacadísimo, con esa conmovedora melodía de flauta o el uso pionero de sintetizadores (más tarde empleados por Weir, con mucha fortuna, en películas como “Único testigo”).
Pero en nuestro recuerdo quedará, sobre todo, esa bellísima adolescente interpretada por Anne Lambert, de algún modo presintiendo ya la fugacidad de su belleza y de su vida, sacrificada -con su consentimiento, en cierto modo- en el oscuro altar de la naturaleza más terrible.