Cuando recuerdas este primer, y acertado, largometraje del británico Jack Clayton (Suspense, A las nueve cada noche, El Gran Gatsby...) lo primero que invade tu memoria son los acuosos ojos marinos de Simone Signoret, que te dejan junto a la tranquila resaca de olas muertas, sensaciones extrañas: sabores dulces y amargos, nunca salados; éxitos pútridos, como enormes pescados incomibles; verdades despeñándose de forma inevitable; palabras que nunca debieron pronunciarse; besos de piraña y abrazos rotos.... En fin, restos de un naufragio, uno más, de amores que chocaron contra el acantilado de la vida o se hundieron en la escollera del miedo y la culpa.

Ser joven, guapo y ambicioso no es precisamente sinónimo de futuro feliz, aunque perfectamente pueda serlo de triunfador; tal y como entienden el triunfo quienes lo ven desde fuera, no quienes lo padecen.
Está claro que el porvenir si te lo propones, no eres demasiado escrupuloso y te dejas seducir por el poder, puede brindarte todo tipo de alhajas materiales. Ahora, el demonio no compra almas a cambio de nada; ¿estás dispuesto a despojarte de las cosas pequeñas y maravillosas, de las que realmente importan?.
Esta disyuntiva existencial se le plantea al joven Joe Lampton, elegir entre el estatus de los de arriba o el sincero e incómodo amor de Alice (nuestra Simone).