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Voto de Sinhué:
8
Voto de Sinhué:
8
7.6
60,354
Comedia. Drama. Romance
Hollywood, 1927. George Valentin es una gran estrella del cine mudo a quien la vida le sonríe. Pero con la llegada del cine sonoro, su carrera corre peligro de quedar sepultada en el olvido. Por su parte, la joven actriz Peppy Miller, que empezó como extra al lado de Valentin, se convierte en una estrella del cine sonoro.
19 de marzo de 2012
19 de marzo de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como que da miedo ir a ver una película tan multipremiada, tan recomendada y que tanto ha aparecido en los telediarios. Bueno, más que miedo, precaución, porque estamos acostumbrados a que cuando existe tan inmenso interés por vender un producto suele haber gato encerrado. Así pues, medio camuflado, mirando por encima de las solapas de mi gabardina y sacudiéndome las moscas que me importunaban llegué cinco minutos tarde al recibidor y, como la historia es muda, pasé un papelito por el arco de la taquilla que decía: una para la siete. El hombre no reconoció tras el sombrero y las oscuras gafas al tío raro que solía acudir a las pelis que casi nadie ve. Al instante me sumergí en la negritud de la sala y .....
.....como si de una cascada refrescante se tratara comenzó a manar cine; porque eso era: litros y litros de celuloide en blanco y negro inundando nuestros recuerdos, nuestros grandes ojos de niños sorprendidos, nuestros primeros domingos de "a duro la entrada". La lluvia que, como decía Borges es algo que sucede en el pasado, envolvía también el haz de luz del proyector y nos arrastraba a las calles mojadas, bajo la balconada que protegía el armario acristalado de las carteleras y a los zagalillos de pantalón corto.
Había vuelto el cine, el clásico, el que huele a pipas, caramelos de nata y banquetas de madera. El que te permitía largos viajes, grandes amores y eternas amistades sin tener que mover más que los músculos orbicular y elevador del párpado. El que entretenía, transmitía emociones y te anunciaba el futuro (cada semana uno diferente). El que sabías que era bueno porque te gustaba, sin saber de directores y otras minucias como música, guiones, color o sonido.
Cuando acabó The Artist, esta evocadora fantasía de Hazanavicius, maravillosamente simple, esperé a que se encendieran las luces y salí destocado, con el abrigo en el brazo, mordisqueando la patilla de las "lunettes" y elevando la cabeza por ver si reconocía algún espectador para acercarme a decirle: ¡qué bonita!
.....como si de una cascada refrescante se tratara comenzó a manar cine; porque eso era: litros y litros de celuloide en blanco y negro inundando nuestros recuerdos, nuestros grandes ojos de niños sorprendidos, nuestros primeros domingos de "a duro la entrada". La lluvia que, como decía Borges es algo que sucede en el pasado, envolvía también el haz de luz del proyector y nos arrastraba a las calles mojadas, bajo la balconada que protegía el armario acristalado de las carteleras y a los zagalillos de pantalón corto.
Había vuelto el cine, el clásico, el que huele a pipas, caramelos de nata y banquetas de madera. El que te permitía largos viajes, grandes amores y eternas amistades sin tener que mover más que los músculos orbicular y elevador del párpado. El que entretenía, transmitía emociones y te anunciaba el futuro (cada semana uno diferente). El que sabías que era bueno porque te gustaba, sin saber de directores y otras minucias como música, guiones, color o sonido.
Cuando acabó The Artist, esta evocadora fantasía de Hazanavicius, maravillosamente simple, esperé a que se encendieran las luces y salí destocado, con el abrigo en el brazo, mordisqueando la patilla de las "lunettes" y elevando la cabeza por ver si reconocía algún espectador para acercarme a decirle: ¡qué bonita!