No es un plano subjetivo que advierta la presencia de un equipo de escuchas profesionales, pero la segunda –y mejor- secuencia de Las Brujas de Zurragamurdi evoca inevitablemente la escena inicial de La Conversación, de Francis Ford Coppola. No porque se utilicen los mismos tipos de plano, o los recursos de audio sean similares. Ni siquiera seguimos a un mimo que luego desaparecerá, sino que serán ellos los protagonistas de la acción. Pero en ambos casos el descontrol de la calle y las diferentes personas, y personalidades, son muy potentes a la hora de crear el caos en la mente del que mira. Aunque el caso de Álex de la Iglesia, el director de esta comedia negra española, el caos es inherente a su filmografía.

Vale la pena olvidar que las últimas mitades de sus películas son el cúmulo de las locuras que el director contuvo durante las primeras, e incluso pasar por alto algunas actuaciones. En la recién estrenada película del director vasco, Bob Esponja y un Cristo plateado roban, junto con e hijo de Cristo, una tienda de “Compro Oro” en la Puerta del Sol, y durante su fuga topan con un misterioso y carnívoro aquelarre. Aquí los superhéroes no tienen crisis, sino que son los superhéroes de la crisis. Es un espejo caricaturizador de la sociedad española, de los problemas actuales que afectan a un gran porcentaje de la población y, por qué no, una descripción detallada, ironizada y hiperbolizada de las relaciones entre hombres y mujeres, entre ladrones y brujas, en los tiempos que corren.

Es una obra fantasiosa y cómicamente real, como ya cabía de esperar, y su balance, resulta positivo en mayor medida gracias a los términos sociales en los que se mueve, a esa gran escena inicial y a ese caos que lo inunda todo.