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Voto de Elenitis:
6
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6
5.4
3,740
Drama
Ismael Tchou, un niño mulato de 8 años, se fuga en el AVE rumbo a Barcelona para conocer a su padre. Su única pista es la dirección de un apartamento, escrita en el remite de una carta dirigida a su madre. Cuando encuentra el edificio, en el apartamento sólo está Nora, una elegante mujer de unos 50 años. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2013
17 de diciembre de 2013
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años, no importa cuántos exactamente, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé en darme a la mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación”
Para quien no lo sepa, así comienza la novela Moby Dick de Herman Melville cuyo protagonista da nombre al personaje principal de la recién estrenada Ismael (2013). La historia de un pequeño madrileño que viaja a Barcelona al encuentro de su padre biológico y que, como en la novela, también siente predilección por surcar los mares.
Por suerte para Marcelo Piñeyro, este dramático barco consigue mantenerse sobre la superficie acuosa en gran medida gracias a su propio planteamiento del film. Un espectáculo coral que transcurre en un día, y cuyos personajes aportan a la trama el valor necesario para salir a flote. Con un inicio y un desenlace de lo más elegante, y un humor palpable, el director consigue huir de lo que, a priori, se plantea como un melodrama excesivamente arquetípico. Lo mejor de las pinceladas de humor es que no siempre son gratuitas, y en concreto, el corazón atormentado de todos los personajes del filme se manifiesta físicamente en una caldera -a la que le hacen falta más de un par de remiendos- que acompaña todos los momentos en los que un corazón se estremece por una u otra razón.
Sin embargo, es inevitable preguntarse por qué Piñeyro opta por reflotar el barco en lugar de lanzarse avanti a toda máquina, es decir, viendo la voluntad claramente diferenciadora del film, ¿por qué mantener esos giros de guión absolutamente predecibles, o esas situaciones forzadas que recorren el largometraje? Algunas de las propuestas formales –como la primera secuencia- son maravillosas, la fotografía emociona y los retazos de las diversas historias –que alude a la forma narrativa fragmentada del norteamericano Jim Jarmush- crean una puesta en escena muy diferente a lo que la mayoría puede esperar. Una lástima que el director no se haya tirado de lleno a la piscina, quizás por miedo a que (la sala) estuviera vacía.
Para quien no lo sepa, así comienza la novela Moby Dick de Herman Melville cuyo protagonista da nombre al personaje principal de la recién estrenada Ismael (2013). La historia de un pequeño madrileño que viaja a Barcelona al encuentro de su padre biológico y que, como en la novela, también siente predilección por surcar los mares.
Por suerte para Marcelo Piñeyro, este dramático barco consigue mantenerse sobre la superficie acuosa en gran medida gracias a su propio planteamiento del film. Un espectáculo coral que transcurre en un día, y cuyos personajes aportan a la trama el valor necesario para salir a flote. Con un inicio y un desenlace de lo más elegante, y un humor palpable, el director consigue huir de lo que, a priori, se plantea como un melodrama excesivamente arquetípico. Lo mejor de las pinceladas de humor es que no siempre son gratuitas, y en concreto, el corazón atormentado de todos los personajes del filme se manifiesta físicamente en una caldera -a la que le hacen falta más de un par de remiendos- que acompaña todos los momentos en los que un corazón se estremece por una u otra razón.
Sin embargo, es inevitable preguntarse por qué Piñeyro opta por reflotar el barco en lugar de lanzarse avanti a toda máquina, es decir, viendo la voluntad claramente diferenciadora del film, ¿por qué mantener esos giros de guión absolutamente predecibles, o esas situaciones forzadas que recorren el largometraje? Algunas de las propuestas formales –como la primera secuencia- son maravillosas, la fotografía emociona y los retazos de las diversas historias –que alude a la forma narrativa fragmentada del norteamericano Jim Jarmush- crean una puesta en escena muy diferente a lo que la mayoría puede esperar. Una lástima que el director no se haya tirado de lleno a la piscina, quizás por miedo a que (la sala) estuviera vacía.