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España España · Cáceres
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Voto de Tiggy:
8
Los caballeros
Voto de Tiggy:
8
Thriller. Acción. Comedia Un capo de la droga con un marcado estilo británico intenta vender su imperio a una dinastía de multimillonarios procedentes de Oklahoma. (FILMAFFINITY)
23 de mayo de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vuelta de Guy Ritchie al cine (obviamos los productos prefabricados por Hollywood) no puede ser más electrizante y divertida. Con The Gentlemen: Los señores de la mafia volvemos a adentrarnos en los bajos fondos de Reino Unido, país del que es oriundo su director, llenos de gánsteres, matones, pandilleros y mucha droga desde la caricaturización y excentricidad con la que Ritchie saltó a la fama internacional desde títulos como Snatch. Cerdos y diamantes (2000). Y nos adentramos a través de una visita guiada por los mejores cicerones de lo criminal. Un equipo de jugadores altivos impulsados por su ego y virilidad a un all-in constante a base de angle shootings, levellings y tights agresivos para brindarnos un C-Game de torneo en los suburbios anglosajones.

Entre los tahúres sentados alrededor de la mesa, Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es el más fuerte, y al que seguimos en cada una de sus apuestas en un intento por traspasar su imperio del kif a Matthew (Jeremy Strong), un judío multimillonario sediento de dinero y poder. La partida es narrada en un impecable ejercicio metaficcional por un sibilino dealer llamado Fletcher (Hugh Grant), cronista del juego omnisapiente que ejerce las labores del propio Guy Ritchie repartiendo las cartas como una especie de álter ego desmedido, elocuente e ingenioso encargado de poner guion, ritmo y tragicomedia a una historia de violencia visceral en la que la comedia negra y punzante no hace más que seguir sumando libras esterlinas al bote prometido para el mejor gánster de Inglaterra.

Todos y cada uno de sus personajes están perfectamente diseñados para que nos encanten. Desde los más protagónicos hasta los más anecdóticos, todos derrochan carisma a raudales por sus tan marcadas particularidades, exageradas en favor de la comedia según el género de gánsteres al que no le faltan referencias como ese asistente fiel y meticuloso llamado Raymund (Charlie Hunnam) guiñando al Tom Hagen de Robert Duvall en la saga El padrino (Francis Ford Coppola, 1972 - 1990). La influencia de Quentin Tarantino es fuerte en el realizador de Hatfield, e increíblemente acentuada en su más reciente obra. La estructura narrativa no es lineal, tratando diferentes historias cronológicamente desordenadas con amplios saltos en el tiempo, comenzando con un in media res desde el que da forma al argumento a partir de una narración en paralelo de historias cruzadas como en Kill Bill. Volumen 1 (2003) o, más significativamente, Pulp Fiction (1994), con la condicionalidad de que es un personaje presente en la ficción el comisionado para hacerlo. También se presenta en los diálogos que mantienen sus personajes, descontextualizados de la ambientación típica del género que los conducen irremediablemente a escenas más mundanas donde el humor yace en la desmitificación de la figura del mafioso, usados generalmente desde líneas más cómicas que los alejan de ese mundo de criminalidad para acercárnoslos y empatizar con ellos, tal y como la espléndida secuencia de arranque de Reservoir Dogs (1992). Por último, el incipiente uso de contrapicados (o planos 'maletero'), míticos en el cine del de Tennessee, así como la selecta elección musical de Christopher Benstead adivinada desde el arranque de la película con el tema Cumberland Gap de David Rawlings. Huelga decir las manifestaciones explícitas a la cultura popular cinematográfica en escenografía y diálogos como cierta puesta en escena que conmemora a la más recordada escena de El precio del poder (Brian De Palma, 1983), el cierre de la película con una puerta cerrándose, tomada de El padrino (1972), a su vez, tomada de Centauros del desierto (John Ford, 1956) o la directa mención de películas como La conversación (Francis Ford Coppola, 1974).

Pero todas estas influencias están recubiertas con un diseño de producción elegantísimo que precede el distinguido vestuario de todos los personajes que los hace, si cabe, más atractivos a nuestros ojos. La clase inglesa, supongo. Otro de los puntos más significativos es el montaje en paralelo de James Herbert, del que también es partícipe el personaje de Grant, con el que se añade más tensión a los hilarantes giros de guión con los que Ritchie no para de sorprendernos jugando con nuestras expectativas del cómo deberían desarrollarse los diferentes arcos de los personajes, convirtiendo la narración en un ejercicio verdaderamente estimulante y socarrón en la línea del tono con el que se nos narran sus andanzas por la bolsa de los bajos fondos británicos.

Adoro las interpretaciones, especialmente la de un Hugh Grant astuto, travieso, ocurrente pero, sobretodo, altivo e histriónico que recuerda al Al Pacino de Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997), y la de un Matthew McConaughey que parece una extensión más refinada de su Mark Hanna en El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013). Cabe decir la gran habilidad de Ritchie para convertir la inexpresivisad de Charlie Hunnam en su mejor virtud para la sobriedad desfasada de su personaje. Como mención honorífica, Colin Farrell acaba poniéndole la guinda a este gran pastel de marihuana con el que el director nos coloca durante 113 minutos que pasan en una calada.

The Gentlemen: Los señores de la mafia es Guy Ritchie volviendo con el revólver cargado a los estudios, con un cigarrillo en la boca y con la chulería macarra de los gánsteres y pandilleros con los que conformó su ace high para ganar el A-Game a Hollywood en un fastplay realmente fascinante. (7.5).
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