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Voto de Tiggy:
7
Los hijos de Katie Elder
Voto de Tiggy:
7
Western Tras muchos años de ausencia, los tres hijos mayores de Katie Elder regresan a su pueblo natal para asistir al funeral de su madre. Pronto averiguarán que su padre murió asesinado después de perder su rancho en una partida de cartas. A partir de ese momento, no descansarán hasta encontrar al asesino y recuperar sus propiedades. (FILMAFFINITY)
27 de septiembre de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La figura materna es indispensable en la vida de toda persona, algo que Henry Hathaway utiliza para hacer un wéstern familiar de caciquismo, familia y, sobretodo, de cómo una madre es capaz de mover los cimientos de la tierra por el bienestar de sus hijos. Esta es la historia de John (John Wayne), Tom (Dean Martin), Matt (Earl Holliman) y Bud (Michael Anderson Jr.), Los cuatro hijos de Katie Elder que, tras su muerte, darán inicio a una investigación para saber qué pasó con los terrenos que por ley pertenecían a la difunta y, por herencia, a ellos. Con aspiraciones al wéstern crepuscular, Hathaway no se deja embaucar por la nueva ola cinematográfica en el género traída por Eastwood, Leone o Peckinpah, dándonos un wéstern básico, clásico y conciso donde la justicia y la maternidad son el plato que cocina un limitado director con miedo de ir a la aventura. El apego que me ha demostrado Hathaway en sus wésterns por desarrollar toda la acción en coloridos e idílicos pueblos como Alaska, tierra de oro (1960) es una limitación contraproducente ya que, cuando se atreve a salir de ellos, olvidándose del ritmo pausado de los clásicos, es capaz de brindar auténticas obras como Valor de ley (1969).

El director de Sacramento realizó gran número de películas, mostrando un espectro polivalente sin sellos de autoría y caracterizadas por argumentos y personajes simples de fácil asimilación entre el público general donde el género que más explotó fue el wéstern. Gracias a sus dotes de realizador incansable sumado a la cuidada y pulcra estética que adquieren sus filmes, Hathaway adquirió cierto renombre en Hollywood, aunque siempre a la sombra de grandes autores como Fritz Lang, Howard Hawks o John Ford. Pero no por ello se debe tener en menor estima al sacramentés, ya que en cuestiones narrativas es capaz de plantar cara a los tres citados, sabiendo en todo momento cuándo introducir la tensión, proporcionándonos imágenes de increíble belleza simultáneamente, como es el entierro de Katie. En él nos permite observar la figura del hijo mayor, John, desde la lejanía, situada en un risco, con un gran plano general donde la naturaleza empequeñece la gran silueta de Wayne (haciéndolo pequeño ante lo natural, la muerte, la pérdida de su madre), mostrándolo distante por la gran tirada (y liberándolo de la hipocresía de sus hermanos, ya que ninguno tenía relación con Katie), y permitiéndonos ver un dibujo psicológico del personaje de Wayne; precavido (ya que permanece alejado de la muchedumbre para evitar problemas) e imponente.

Hathaway sabe moldear con gracilidad sus guiones, y con este de Allan Weiss, Harry Essex y William H. Wright, basándose en la novela de Talbot Jennings, no tiene inconveniente en introducir una trama de crimen e investigación que usa elementos del cine negro, algo familiar para él, que envuelve a sus personajes, que permiten tensar el argumento con cada paso y, más importante, comienza y concluye las construcciones de sus personajes principales con precisión gracias al resquicio espiritual que deja su madre en forma de pilar central de la película: la justicia y la maternidad. A pesar de que no llegamos a ver a Katie en ningún momento, el director nos da todo lo que debemos saber para, a través de ella, sentir cierta empatía hacia sus personajes aunque de estos los únicos realmente importantes son los mayores: John y Tom. Con ellos y un nimio contexto del más pequeño, Bud, Hathaway da a su película un aire conmovedor por la influencia de Katie, de una madre que desea y quiere, aunque estos se hayan desapegado de ella, a sus hijos, cuidando de ellos incluso desde ultratumba, tejiendo los hilos para que tengan el camino más recto posible. Esto se resume en la escena donde, por designios de un deus ex machina instaurado por ella misma, un comerciante de caballos ofrece a los hijos de la fallecida un trabajo que inicialmente era para ella, y que los salva del cruel destino que le auguraba el cacique del pueblo, Morgan Hastings (James Gregory), y de la injusticia imperante en la América de finales del s. XIX. El contexto histórico se explicita constantemente y desde el comienzo; desde ese inicio, con los tres hermanos esperando el ferrocarril (medio aparecido en la segunda mitad del s. XIX) hasta el vestuario, más modernizado.

Cuando el de Sacramento rueda en espacios abiertos, con esa preciosa fotografía de Lucien Ballard de fondo, tiene una potencia natural arrolladora sabiendo transmitir el espíritu salvaje del Oeste Americano, con secuencias magistrales como la primera aparición de Wayne como héroe americano, esa caravana de caballos llevada por los cuatro hermanos o uno de los tiroteos que, aun fallando en la acción, no pierde el impacto. Cuando el argumento se desarrolla en el pueblo, en Clearwater, va a paso lento coqueteando con ese estilo lleno de baja iluminación, claroscuros y callejones, violentando el tono familiar para aproximarse a películas como El Dorado (Howard Hawks, 1966), donde se da pie a las ínfulas patrióticas y justicieras de las que John Ford se aprovechó tanto en películas como El hombre que mató a Liberty Balance (1968).

La única interpretación conseguida es la del Duque, lo que ya tiene mérito poco después de haber sobrevivido una lucha contra el cáncer. Los demás están por estar, especialmente Holliman y Anderson Jr., siendo Dean Martin el único que ofrece al personaje de Wayne un tono de camaradería simpática que ameniza esta aventura familiar. Como en todo wéstern, siempre hay un romance en segundo plano que no importa a nadie, esta vez desempeñado por Mary Gordon que, como los otros dos, sin más. Es una buena película, dirigida con mucha belleza, y un canto a conseguir algo en esta vida, en estas tierras que solo nosotros podemos recorrer por el camino recto o por el camino torcido, por el camino justo o por el camino injusto, por el camino que le gustaría a nuestra madre o por el que no le gustaría. (6.5).
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