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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Drama Mientras que el sobrino del doctor John Pearly debe juntarse con su tío para navegar sobre el Mississipi en un viejo barco a vapor, es arrestado por el crimen de un hombre que le impedía marcharse con Fleety Belle, con la que tenía la intención de casarse. El joven hombre es condenado al ahorcamiento. El doctor intentará todo para salvar a su sobrino... (FILMAFFINITY)
25 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conclusión de la trilogía compuesta por Doctor Bull (1933), El juez Priest (1934) siendo la última colaboración de John Ford con el querido por todos Will Rogers, el cual falleció de forma trágica poco tiempo después de la realización de esta película por un accidente de avión. Barco a la deriva aborda la vida rural de pequeños pueblos americanos con un tono costumbrista, siguiendo los mismos esquemas que sus predecesoras, y guiadas por la encarnación de la amabilidad y sabiduría campechana hecha a la perfección por el humorista. La película sigue la trayectoria de un charlatán doctor que vende su 'Remedio de Pocahontas' con el objetivo de comprarse su propio barco a vapor. A raíz de la compra y de la llegada de su sobrino junto una misteriosa chica de los pantanos, se verá involucrado en una pena de muerte hacia su pariente por el asesinato de un hombre, y tendrá que buscar a un nuevo profeta, único testigo de la pelea, para conseguir el indulto.

Una obra menor del director de Maine en la que, por sus cualidades, es donde más se puede vislumbrar una personalidad racional y tolerante frente al trato cotidiano en las pequeñas localidades americanas, que no son otra cosa que el reflejo de una sociedad. A pesar de que es donde menos se emplea la crítica, Ford adapta la obra de Ben Lucien Burman usando uno de sus guionistas habituales, Dudley Nichols, que, ayudado por Lamar Trotti, imprime el sello fordiano, ese estilo invisible y tosco pero cargado de belleza rústica que impregna las obras del realizador.

El personaje de Will Rogers, el doctor John Pearly, es un equivalente al sueño americano de la época aspirando a comprar un barco para ganar una carrera fluvial, siendo esas sus escasas preocupaciones hasta la incursión de un atractivo John McGuire como su sobrino Duke, el cual lo inicia en una epopeya cargando contra la culpabilidad de haberle recomendado entregarse, pecando de soberbia, asegurando que no le pasaría nada.

La intensa rivalidad entre habitantes del bayou y gente del río aflora con la llegada a la vida del doctor de Anne Shirley (Fleetey Bell), pequeña línea narrativa que sirve para la presentación del personaje femenino y que se descarta erróneamente, pudiendo haber resultado una historieta divertida si se une a la nostalgia de glorias pasadas que salpica el filme y que se acentúa con la adquisición del museo de muñecos de cera, otra pequeña línea que casi sirve exclusivamente a la presentación de otro personaje, Jonás (Stepin Fetchit) y que queda suspendida en el guión para usarse como deus ex machina.

El romance que sustenta los intereses principales de la película resulta el motivo más interesante para escenificar el deseo de justicia al paso de mostrar la bondad cercana, gentileza despreocupada y simpatía de los personajes que asoman durante toda la aventura de John y Fleetey Bell, que se nos traduce a nosotros como una avenencia entrañable hacia todos ellos. Estas características son animadas principalmente por el sheriff Rufe Jeffers (con una maravillosa interpretación estelar de Eugene Pallette), el chistoso Jonás y el Nuevo Moisés, repitiendo por tercera vez el veterano Berton Churchill, cambiando su registro habitual por un bondadoso e implicado predicador que se come al resto del elenco en el último arco narrativo.

De la trilogía, es sin duda la que posee una estética más cuidada con una fotografía naturista de George Schneiderman perfecta para la historia que se quiere narrar, ayudando a crear auténticas delicias de escenas como la carrera entre John y el capitán Eli (interpretado por el íntimo amigo de Ford y creador de El juez Priest, Irvin S. Cobb), acompañada de una música muy sugerente para el contexto como son los himnos de la Confederación empleados por el presente en toda la saga Samuel Kaylin. En este último arco John Ford usa la religión que tan presente ha estado en su tríptico como recurso cómico pero también como expiación, quemando los ídolos americanos de su museo por un Nuevo Moisés eufórico, anteponiendo la humanidad a símbolos y supersticiones, de los que se deshace sin titubeo como de la necesidad de permanecer en un pasado enterrado. Probablemente, la mejor secuencia de la película.

Un gran cierre que narra una historia simpática como gran despedida del legendario Will Rogers ofreciendo una aventura a caballo entre lo cotidiano y lo épico, con una estética preciosa y una narración menos cargada de mensaje, más fácil de ver por un ritmo más ligero y unas interpretaciones geniales embarcadas en barcos de vapor llenos de vida bondadosa y rural que tiran por la proa convencionalismos idílicos y religiosos.
Tiggy
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