Ni guión, ni lógica. Tan sólo muchas ganas y un malo tan carismático que se come toda la película.
Coscarelli no era un fanático del cine de terror, tan sólo quería rodar, y esta historia se lo permitía a un precio irrisorio, amén de favores de amigos y familiares, que tuvieron la paciencia de quedarse sin fines de semana durante tres años para que esta joya pudiera ver la luz.
El guión se cambiaba casi en cada grabación, con lo que prácticamente nada termina teniendo sentido. Curiosamente, en lugar de entorpecer la historia, la hace más agobiante, al no saber a qué te vas a enfrentar en la siguiente escena.
Una de esas casualidades que salen de cada mil películas, y uno de esos films que, terminen gustándote o no, tienes que ver si te gusta el séptimo arte.