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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
6
Bélico. Drama Año 1916, en plena I Guerra Mundial. 48 horas antes de la batalla de Somme. Un grupo de jóvenes soldados, motivados por la propaganda antialemana de la época, tienen la necesidad de destruir a su enemigo, aunque no sepan concretamente por lo que están luchando. Muchos de ellos son aún adolescentes cuando están a punto de participar en una de las batallas más sangrientas de la historia. (FILMAFFINITY)
28 de abril de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ejemplo ilustrativo —otro más— del talento que adorna a los cineastas ingleses para las reconstrucciones históricas. Claro que, si el objetivo de los responsables de esta cinta era reproducir el tedio y la frustración de la vida en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, no cabe duda de que lo logran. Y de manera fehaciente, hasta un punto tal que su visionado, en ocasiones, roza el aburrimiento. No obstante, el escritor William Boyd, aquí director y guionista, consigue eludir dicho riesgo —también en ocasiones, por muy poco— gracias a la inquietud que, con notable sabiduría, induce en el espectador. Principalmente porque, a diferencia de los núbiles e ingenuos personajes, nosotros sí sabemos el horror que les espera una vez abandonen la zanja en la que vegetan y pongan un pie en la falsamente idílica pradera que se extiende frente a ellos: la guadaña de la parca en forma de las bien parapetadas ametralladoras alemanas. Pese a ser de sobra conocida, la incompetencia de los mandos militares de aquella contienda, con Haig a la cabeza, nunca dejará de asombrarme.
Ajena asimismo a efectismos fáciles, “La trinchera” apenas sí dedica un minuto a la tragedia —60.000 bajas británicas sólo durante el primer día de la batalla del Somme, de ellas 20.000 muertos—, que deja para el final y esbozada en tres o cuatro trazos, suficientes para atisbar —que no comprender, porque resulta imposible— la torpeza genocida de un asalto frontal y a plena luz del día, las filas prietas y al paso, casi como en un desfile. Se recrea, en cambio, en los quehaceres cotidianos de un ramillete de jóvenes soldados cuyas preocupaciones distan bastante del romántico anhelo de honor y gloria. Antes al contrario, su fijación con el desnudo femenino, los vaciles, las broncas y las travesuras revelan lo que la vieja Europa tuvo la indecencia de convertir en carne de cañón: una generación entera de adolescentes sin otra culpa que haber nacido en el umbral del siglo XX. Precisamente los encargados de darles vida se antojan el elemento más discutible de la película. Excepción hecha de Daniel Craig, a cuyas escarpadas facciones sienta de maravilla el papel de sargento duro como el pedernal, el reparto de tiernos efebos oscila entre lo intrascendente —véase la testimonial presencia de Cillian Murphy— y lo abracadabrante —Paul Nicholls confunde la “mirada de las mil yardas” con los ojos de cordero degollado.
Carorpar
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