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Voto de Carorpar:
6

Voto de Carorpar:
6
7.0
30,091
14 de marzo de 2016
14 de marzo de 2016
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A pesar del ruido mediático y la lluvia de premios, “Truman” no se cuenta, creo, entre las obras máximas de su director, el siempre sugestivo Cesc Gay. Puede que la culpa no sea sólo suya —o quizá sí, en tanto corresponsable del guion—, sino más bien de una historia que no da de sí todo lo que la película y su difícil temática hubieran requerido. Porque en su apuesta, habitualmente acertada, por la comedia dramática, o melodrama cómico —lo que sea con tal de ahorrarnos el término “dramedia”, espantoso neologismo— la cinta adolece de cierta indefinición, como si la mala conciencia censurase la carcajada franca aun a costa de la parca, al tiempo que el sentido común —y el del ridículo— vedaran la deriva hacia tremendismos lacrimógenos.
Gay abandona la coralidad de “En la ciudad” —a mi juicio, su obra maestra hasta la fecha— o “Una pistola en cada mano” en favor de un viaje de vuelta a los orígenes, al retrato intimista de la amistad masculina que realizara en la iniciática “Krámpack”, de la que “Truman” parece espejo postrero. El problema —bendito problema, por cierto—radica en que la personalidad de sus protagonistas es tan arrolladora que, al final, queda la sensación de que la película se ha conformado con ofrecerse como mero vehículo de lucimiento para sus innegables, enormes talentos. De hecho, Ricardo Darín está en su salsa y, sabiéndose absoluto centro de gravedad, actúa —valga el juego de palabras— en consecuencia. El resultado es un gozoso despliegue de su exuberante muestrario de habilidades interpretativas. A su lado, un contenido Javier Cámara mantiene el tipo con la misma dignidad impertérrita que su personaje, dejándose robar sólo aquellos planos en los que poco o nada puede contraponer al carisma de su compañero de función. El perro, por su parte, es un ejemplar magnífico. En cualquier caso, y tal vez pecando de exigente, de Cesc Gay cabe esperar algo más.
Gay abandona la coralidad de “En la ciudad” —a mi juicio, su obra maestra hasta la fecha— o “Una pistola en cada mano” en favor de un viaje de vuelta a los orígenes, al retrato intimista de la amistad masculina que realizara en la iniciática “Krámpack”, de la que “Truman” parece espejo postrero. El problema —bendito problema, por cierto—radica en que la personalidad de sus protagonistas es tan arrolladora que, al final, queda la sensación de que la película se ha conformado con ofrecerse como mero vehículo de lucimiento para sus innegables, enormes talentos. De hecho, Ricardo Darín está en su salsa y, sabiéndose absoluto centro de gravedad, actúa —valga el juego de palabras— en consecuencia. El resultado es un gozoso despliegue de su exuberante muestrario de habilidades interpretativas. A su lado, un contenido Javier Cámara mantiene el tipo con la misma dignidad impertérrita que su personaje, dejándose robar sólo aquellos planos en los que poco o nada puede contraponer al carisma de su compañero de función. El perro, por su parte, es un ejemplar magnífico. En cualquier caso, y tal vez pecando de exigente, de Cesc Gay cabe esperar algo más.