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Voto de Carorpar:
6
Pesadilla en la calle del infierno
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6
Terror Varios jóvenes de una pequeña localidad tienen habitualmente pesadillas en las que son perseguidos por un hombre deformado por el fuego y que usa un guante terminado en afiladas cuchillas. Algunos de ellos comienzan a ser asesinados mientras duermen por este ser que resulta ser Freddy Krueger, un hombre con un pasado abominable. (FILMAFFINITY)
1 de noviembre de 2018 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando era pequeño, un primo algo mayor que yo encontraba un inenarrable placer en acojonarme. Uno de los variopintos medios a su alcance era el relato minucioso de las atrocidades perpetradas por un tal Freddy Krueger, cuya aterradora efigie recuerdo presidiendo su dormitorio desde un enorme póster frente a la cama. Casi tres décadas después de aquellas torturas psicológicas, y con motivo de la noche de “Halloween”, he decidido al fin enfrentarme al monstruo que tantas horas de sueño me robara —me refiero a Krueger, no a mi primo— viendo por vez primera esta fundacional “A Nightmare on Elm Street”.
La impresión que me ha dejado es que, o bien los niños son (aún) más asustadizos de lo que aparentan —en mi caso reconozco que era un cagueta sin paliativos—, o bien que la ola de cinismo que todo lo arrasa ha acabado llevándose por delante hasta aquello que nos daba miedo, sustituidos los temblores de antaño por la sonrisa, entre abochornada y reminiscente, con que contemplo las pesadillas que atormentan a su núbil reparto —un Johnny Depp mofletudo y sin rímel hacía aquí su debut, coronado con un inolvidable mutis por el foro, pródigo en hemoglobina—. Claro que, conviene no perder de vista la feroz voluntad paródica de Wes Craven, a su (discutible) modo un renovador del subgénero y que posteriormente pondría en solfa el “slasher” con la saga “Scream”. Efectivamente, en “A Nightmare on Elm Street” late ya con fuerza un sentido del humor bastante negro, luego convertido en marca de la casa. Ello tiene el efecto, contraproducente a mi juicio, de diluir el potencial terrorífico de la historia. De hecho, ésta se inspiraba en un suceso real y verdaderamente inquietante: la muerte de un niño tras varios días en vela, horrorizado ante la imposibilidad de escapar de la criatura que le perseguía en sus sueños.
No obstante, el talento visual de Craven nos regala algunos planos ciertamente icónicos. Estoy pensando, por ejemplo, en la garra de Freddy emergiendo del agua de la bañera, entre los invitadores muslos de Heather Langenkamp, o en el auricular convertido de pronto en boca rijosa. Mención aparte merece Robert Englund. Por méritos propios y, sobre todo, de los maquilladores, pasa a formar parte del imaginario colectivo con un personaje inmortal —con perdón del chusco juego de palabras—. Igual que en la película y la carrera casi toda de su director, la caricatura se impone al horror; sin embargo, no puede negarse que Freddy Krueger exuda carisma por cada uno de sus poros achicharrados. No extraña, por tanto, que su figura resulte inconfundible incluso para el “millennial” más idiotizado.
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