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Voto de Vitriolo:
2

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5.0
563
Drama. Intriga
Finn, un fotógrafo de fama internacional, lleva una vida trepidante que muchos envidian. Pero, de repente, sufre una crisis existencial y decide abandonarlo todo. Desde Düsseldorf llega a Palermo, donde se cruza en su camino un misterioso asesino. A partir de ese momento, empieza para él una nueva vida, también gracias a Flavia, una restauradora que encuentra en la ciudad portuaria. (FILMAFFINITY)
30 de mayo de 2009
30 de mayo de 2009
9 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pretenciosa, narcisista, pedante, esnobista y aburrida, tremendamente aburrida, son algunos de los adjetivos con los que uno quisiera hacer justicia frente a la pérdida de tiempo que el señor Don Wenders nos ha procuprado con esta última película.
Como buen artista estereotipado que se precie, es deseo de Don Wim comunicar al espectador una vez más cuán sensible es el alma del bohemio empedernido, y qué mejor manera que hacerlo a través de un alterego. El resultado, lejos de conmover o sugerir, brilla más por su superficie que por su trasfondo. Pero ya sabemos que del bote de lo sibilino lo único perceptible es la etiqueta.
Para la ocasión, Don Wim, al igual que hiciera Santiago Segura, se ha rodeado también de algunos amiguetes archiconocidos para darle más bombo a su producto, e incluso se ha permitido guiñarle un ojo a los desaparecidos Bergman y Antonioni, esperemos, desde la humildad.
La obra, en definitiva, confirma la sospecha de que Wenders es un excelente fotógrafo pero un pésimo guionista.
Como buen artista estereotipado que se precie, es deseo de Don Wim comunicar al espectador una vez más cuán sensible es el alma del bohemio empedernido, y qué mejor manera que hacerlo a través de un alterego. El resultado, lejos de conmover o sugerir, brilla más por su superficie que por su trasfondo. Pero ya sabemos que del bote de lo sibilino lo único perceptible es la etiqueta.
Para la ocasión, Don Wim, al igual que hiciera Santiago Segura, se ha rodeado también de algunos amiguetes archiconocidos para darle más bombo a su producto, e incluso se ha permitido guiñarle un ojo a los desaparecidos Bergman y Antonioni, esperemos, desde la humildad.
La obra, en definitiva, confirma la sospecha de que Wenders es un excelente fotógrafo pero un pésimo guionista.