Cuando la dialéctica entre realidad y ficción, entre la fantasía y lo cotidiano se dirime con maestría y el celuloide ejerce de jurado, la única objeción que puede oponerse es la rendición.
El ingenio desborda los lindes de lo común, la ironía se adueña de los diálogos, las situaciones cobran auténtico talento cinematográfico y en cada escena anida un brillo excepcional que se renueva constantemente para permitir que un esperpento elegante y paradójico se erija en protagonista.

El pensamiento divergente puede resultar cómico y respetuoso a un tiempo si la clave de humor ejerce su tutela con la mano suave de la imaginación y la creatividad.

Diez años de antigüedad permiten cierta perspectiva en el juicio.