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Voto de Revista Contraste:
9
Thriller. Drama Arthur Fleck (Phoenix) vive en Gotham con su madre, y su única motivación en la vida es hacer reír a la gente. Actúa haciendo de payaso en pequeños trabajos, pero tiene problemas mentales que hacen que la gente le vea como un bicho raro. Su gran sueño es actuar como cómico delante del público, pero una serie de trágicos acontecimientos le hará ir incrementando su ira contra una sociedad que le ignora. (FILMAFFINITY)
3 de octubre de 2019
25 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que nadie se llame a engaño: Joker no es una producción de superhéroes ni de villanos. Ni siquiera de acción. Es una exposición, desasosegante y brutal, a la par que brillante, de la maldad humana en algunas de sus formas más mezquinas y crueles.

Joker toma como protagonista a uno de los malvados preferidos de la saga de Batman, se ambienta en Gotham y la familia Wayne aparece de modo secundario. Sin embargo, como comentaba, este film no tiene nada que ver con los comics, ni con los largometrajes de Nolan, Schumacher o Burton. Por muy oscuros que estos resulten, sobre todo en contraposición a los héroes de Marvel, no alcanzan el nivel de iniquidad que refleja la propuesta de Todd Phillips.

Este director, que nos tenía acostumbrados a comedias gamberras de trazo grueso y escasa profundidad, da el salto al drama, ayudado en el guion por Scott Silver, algo más curtido en este género. Entre los dos trazan una hipnótica red viaria para que el espectador se desplace observando los mecanismos de envidias, abusos, mentiras y/o actos violentos de los que es capaz el ser humano. El trabajo de todo el equipo técnico y artístico es sobresaliente, de manera que durante las casi dos horas de metraje, y bastante tiempo después de salir de sala, el público queda totalmente atrapado en ese circuito de cotidiana atrocidad.

El panorama es subyugante y, a la vez, desolador. No se trata de justificar la furia del personaje de Joker, ni de contar el origen de su dedicación al delito, como se ha intentado últimamente con las malvadas de Disney (Maléfica o Blancanieves y la leyenda del cazador), ya que, según proponen Phillips y Silver, todo el mundo es malo: bien será por acción, omisión, vergüenza, cobardía, locura, riqueza o pobreza. Y toda la descripción de esta nefasta antropología se hace de un modo superficial, sin profundizar en ningún momento en las raíces del infierno que ha construido la humanidad y eludiendo la reflexión sobre él. Este planteamiento, legítimo pero desproporcionado, se desborda y hace que al terminar la película tropiece consigo misma. El discurso final del Joker, con un verbo ágil que no ha utilizado en las escenas anteriores y su desvinculación de los Wayne (no quiero desvelar nada del guion) parecen ser vías de escape para una historia que se ahoga en su propia oscuridad.

De todo este catálogo de infamias, sí que me parece muy interesante destacar las referencias a la costumbre extendida actualmente de que la risa y la diversión justifican cualquier crueldad. Acostumbrarnos a reírnos de las limitaciones de los demás, de sus humillaciones (aunque sean voluntarias) y debilidades, como pasa habitualmente, sobre todo en los platós de televisión, no dicen nada bueno de nosotros mismos, a pesar de que no lleven necesariamente a caer o provocar la violencia.

Sea como fuere, no hay suficientes palabras para elogiar la exhibición interpretativa de Joaquin Phoenix, sin la cual este título hubiera perdido casi toda su verosimilitud. Sin menospreciar, por supuesto, la actuación de un soberbio Robert De Niro bordando un papel que parece menor, pero al que él da una presencia llena de interesantes matices.

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Revista Contraste
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