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Voto de Capitan Ahab:
8
Drama Ester, su hermana Anna y su sobrino Johan atraviesan en tren un país extranjero y sombrío, probablemente en guerra. Los tres vuelven a casa, pero tienen que interrumpir el viaje y detenerse en una ciudad a descansar en un oscuro y destartalado hotel, ya que Ester, que sufre una crisis vital, se ha puesto enferma. Mientras Ester trata de reprimir la atracción sexual que le inspira Anna, ésta sale en busca de sensaciones que la liberen ... [+]
24 de octubre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gustaría ser un personaje de Bergman. No me gustaría ser uno de esos seres insensibles y descerebrados, como aquí Gunnel Lindblom, lanzados a una búsqueda del placer que nunca les reconforta, lanzados a una búsqueda del otro que solo les lleva a una soledad acompañada, tan inútiles en la labor de encarar el menor sufrimiento como incapaces de evitarlo, e incapaces también de cualquier empatía. Tampoco me gustaría ser de esos cultivados y atormentados, como aquí Ingrid Thulin, cuya capacidad de ver y sentir más allá de lo básico solo les comporta dolores, pesares y soledad, mucha soledad, y que obtienen como premio a la agudización de sus sentidos… una injusta pero implacable enfermedad grave. Y no me gustaría ser de esos desinformados e inexpertos, como el niño de Lindblom, condenados a verlo todo sin entender ni poder variar nada, igual que esos impotentes e irrelevantes, por muy buena voluntad que pongan, como el viejo ordenanza del hotel. Tampoco me gustaría vivir en esos hoteles, gélidos y rancios como la vida misma, ni en esas calles, irrespirables, o bien por el calor del día, o bien por los tanques y el toque de queda nocturno. Naturalmente, el conjunto es muy coherente. Bergman solo pinta lo que ve. Sus cuadros son impecables. En su composición, en su contraste, en su profundidad. Sí, Ingmar, sí. Ese chico tan calladito al que llaman Dios. Sí, Ingmar. Siempre ahí, silencioso: desentendido de todo, incapaz de hacerse querer salvo para quienes lo convierten en un mito absurdo al que rendir ciega fidelidad (o simularla, si es necesario). Ese muchachito eterno. Siempre quietecito y calladito. Exactamente, como si no existiera. Exactamente, como si no fuera más que una absurda invención para el alivio de algunos y el regodeo en la duda de otros.
Capitan Ahab
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