Estamos ante una "rara avis" convertida automáticamente en película de culto que muchos estábamos esperando como agua de mayo. Reflejar el ambiente vivido en el Festival de Sitges durante su proyección, con aplausos y desvandadas, es tarea complicada. Sólo diré que en mi caso disfruté como un marranillo en un charco.

La historia de un actor porno retirado que cae en manos de Vukmir, un director chiflado de gran carisma, es la historia ideal para mezclar porno, gore y películas snuff en un cocktail bien cargadito, como cuando consigues que alguna camarera novata te llene el cubata hasta arriba de whisky.
Es a mitad del film cuando el personaje principal se da cuenta de que algo falla, y a partir de ese momento la cosa va "in crescendo" provocando una espiral de mutilaciones, humillaciones y vejaciones que hacen estremecer de placer a los paladares más exigentes. Otros muchos no podrán aguantarlo. Y el final, obviamente, es descaradamente cruel y explícito.

Y claro, la polémica está servida. Me alegro enormemente que no haya habido censura y que, pese a las voces de la caverna mediática tachando a la película de pederasta, abyecta o delictiva, se haya programado en el festival de Sitges y reciba elogios por parte de los que nos declaramos amantes de este tipo de cine.

Y es que esto es cine, señores. No hay atisbo de realidad. No se rasguen las vestiduras con A Serbian Film, háganlo mejor con cosas reales como la visita del Papa a Barcelona o la prensa rosa que son las que verdaderamente tocan los cojones.