Desde el principio ya sabemos cómo termina esta película. Como era al principio y ha sido por los siglos de los siglos. El mal camina por el mundo, adquiere muchas caras, la misma cara. El tiempo parece que gira en espiral y se repite, si no igual, casi lo mismo. Los eventos poco importan. Son apenas leves variaciones de la misma historia de violencias históricas, la eterna historia del mal, el poder, el absolutismo, la traición. Cambian los métodos del crimen, de los cepos de tortura medievales a los bombazos, pasando por los venenos y el fusilamiento. Cambian los regímenes políticos. No cambia el escenario, un país, una ciudad. No cambian los actores, que mueren en una escena y resucitan en la siguiente para volver a morir cinco minutos después. Al final, el argumento poco importa (¿hay argumento?). Importa lo que no es narración, la repetición, el montaje, las ideas que sostienen la película. Una película de ideas, parca, distante, que no emocionará a nadie. Tampoco lo intenta. Más bien, es una película radicalmente conceptual, para hacerle el aguante y pensarla. Y sí, volverla a pensar.