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Voto de polvidal:
8

Voto de polvidal:
8
7.0
30,087
22 de septiembre de 2015
22 de septiembre de 2015
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las mujeres son las reinas del drama en el cine. Extrovertidas, emocionales e impulsivas, son mucho más agradecidas en pantalla que los hombres, siempre forzados por genética y convicción a ocultar más sus sentimientos. De ahí que orientar una carrera cinematográfica hacia las relaciones de afecto masculinas, siempre más cohibidas, más introvertidas, menos visuales, sea toda una hazaña, la que inició Cesc Gay con Una pistola en cada mano y se afianza ahora con Truman.
En esta ocasión, es la actitud frente a la enfermedad y la muerte la que sirve como punto de partida para adentrarnos en esa mentalidad del hombre tan poco explorada cinematográficamente, como si el hombre sólo existiera en pantalla para reforzar su rasgo más superficial, el de la impetuosidad. De ahí que la presencia de dos hombres tan poco susceptibles de desprender poca hombría como Ricardo Darín y Javier Cámara sea tan importante. Demuestra que ellos, nosotros, a nuestra manera, también somos capaces de querernos.
De nuevo, Gay cede todo el protagonismo a la palabra y el talento de unos actores que sabe escoger. El mejor camino para destapar los sentimientos que normalmente quedan ocultos, silenciosos, pero implícitos. Hay dos momentos, dos abrazos en el filme que ejemplifican perfectamente esa comunicación basada en la introversión, el que se dan dos amigos como última despedida y el de un padre a un hijo. Dos instantes contenidos pero mágicos, altamente emotivos.
El director catalán, además, aborda una enfermedad tan sobada en el cine como el cáncer de la manera más pragmática posible, sin recurrir a reacciones fantasiosas y tan efectivas para la ficción como las que tiene la protagonista de la maravillosa Mi vida sin mí o al melodrama lacrimógeno de la más reciente ma ma. Aquí el personaje de Darín se preocupa por cuestiones reales, por el tamaño de la urna de sus cenizas o por dejarle el mejor hogar posible a su mejor amigo Truman. Qué gusto comprobar que la sensatez también tiene cabida en el cine y, sobre todo, qué gustazo saber que ni una sola coma del guión estará fuera de lugar.
En esta ocasión, es la actitud frente a la enfermedad y la muerte la que sirve como punto de partida para adentrarnos en esa mentalidad del hombre tan poco explorada cinematográficamente, como si el hombre sólo existiera en pantalla para reforzar su rasgo más superficial, el de la impetuosidad. De ahí que la presencia de dos hombres tan poco susceptibles de desprender poca hombría como Ricardo Darín y Javier Cámara sea tan importante. Demuestra que ellos, nosotros, a nuestra manera, también somos capaces de querernos.
De nuevo, Gay cede todo el protagonismo a la palabra y el talento de unos actores que sabe escoger. El mejor camino para destapar los sentimientos que normalmente quedan ocultos, silenciosos, pero implícitos. Hay dos momentos, dos abrazos en el filme que ejemplifican perfectamente esa comunicación basada en la introversión, el que se dan dos amigos como última despedida y el de un padre a un hijo. Dos instantes contenidos pero mágicos, altamente emotivos.
El director catalán, además, aborda una enfermedad tan sobada en el cine como el cáncer de la manera más pragmática posible, sin recurrir a reacciones fantasiosas y tan efectivas para la ficción como las que tiene la protagonista de la maravillosa Mi vida sin mí o al melodrama lacrimógeno de la más reciente ma ma. Aquí el personaje de Darín se preocupa por cuestiones reales, por el tamaño de la urna de sus cenizas o por dejarle el mejor hogar posible a su mejor amigo Truman. Qué gusto comprobar que la sensatez también tiene cabida en el cine y, sobre todo, qué gustazo saber que ni una sola coma del guión estará fuera de lugar.