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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
7
Drama Matías (Sebastián Molinaro) y Laura, su madre (Julieta Dìaz), se ven obligados a abandonar precipitadamente su casa tras la enésima reacción violenta de su padre. Matías tiene 7 años y Laura está embarazada, pero no tienen más remedio que deambular en busca de un lugar donde puedan sentirse protegidos y amparados. (FILMAFFINITY)
29 de diciembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alguna vez tuve la oportunidad de visitar a un grupo de mujeres que habían sufrido maltrato a manos de sus parejas. El asunto se había convertido en casi una moda mediática en aquel momento y todos los días era bombardeado por historias de violencia de género. La curiosidad y la casualidad me llevaron a reunirme con esas mujeres. Lo que me encontré allí fue muy distinto a lo que los medios habían dibujado en mi cabeza. Estas mujeres no eran víctimas indefensas y sumisas; eran personas recias en una compleja lucha interior contra una patología que en muchos casos las impelía a correr de vuelta a los brutos brazos que tantas veces las habían apaleado. Como polillas enamoradas del fuego, estas mujeres habían desarrollado, a fuerza de años y años de maltrato físico y psicológico, una especie de enfermiza dependencia narcótica. Así pues, en el proceso de cambiar sus vidas, debían no solo huir física y emocionalmente de sus agresores, sino también de ese vínculo patológico. Allí vi vergüenza, miedo y cansancio, pero también una tenacidad rotunda.
Víctima mediatizada, la mujer maltratada se ha llegado a convertirse en muchos lugares en herramienta de propaganda y en un faro de identificación fácil que ha producido representaciones, reales y ficticias, reduccionistas y maniqueas. Según como yo lo veo, esto implica menosprecio, injusticia y falta de respeto hacia esa clase de mujeres que conocí en aquella visita.
Cuando me senté en el cine a ver Refugiado, la nueva película de Diego Lerman, estaba más que prevenido, puesto que temía ver ese tipo de representación de la mujer maltratada que me resulta pobre y molesta. A fin de cuentas lo único que sabía de esta película era que narra la historia de Matías (Sebastián Molinaro) y su madre Laura (Julieta Díaz), quienes tienen que escapar de su propia casa porque Fabián, el padre de Matías, ha cruzado la raya en sus maltratos hacia Laura quien ya no aguanta más y por fin ha reunido el coraje para dejarlo atrás.
Por fortuna, me llevé una muy grata sorpresa al ver la forma en que Lerman abordó el tema en cuestión y al gozarme su propuesta narrativa y audiovisual.
A través de una fotografía magníficamente expresiva a cargo de Wojtek Staron, en la que destacan el contraste y los agobiantes planos cerrados, se nos presentan los dos personajes protagónicos sumidos en una oscuridad opresiva cuyas fronteras hacia la luz están muy cerca, al alcance del tacto de los personajes que, a pesar de ello, no pueden cruzarlas. A esto se suma una constante tensión comunicada mediante los puntos de vista de esa madre y su hijo que escapan de un hombre despersonalizado que no es más que una presencia, una voz, una sombra que les pisa los talones (escapa así el director de ese discurso feminista deformado e innecesariamente incendiario en el que el género masculino se sataniza como enemigo).
Lerman se sirve de recursos del cine y la narrativa de terror, especialmente del de la figura del miedo, para materializar no solo la angustia del perseguido, sino también el conflicto interno de atracción, liberando así este asunto delicado y espinoso de toda sensiblería, condescendencia y lugares comunes. Le añade a esto una interesante propuesta narrativa, que bebe incluso del cine de aventura, llevándonos a recorrer con los personajes una sucesión de espacios que conducen a la meta del escape y liberación física y emocional. Logra entonces alcanzar un realismo profundo en unos personajes cuidadosamente dibujados y materializados mediante actuaciones innegablemente virtuosas (qué potente está Julieta Díaz, por ejemplo, en esa secuencia en que hace su denuncia por maltrato; confundida, titubeante, aterrada, desconfiada) que da cuenta de ese proceso serio de investigación y escritura que tanto se echa de menos en el cine de muchos realizadores actuales.
Lerman alcanza además momentos de sensibilidad estética francamente impresionantes especialmente al jugar con el punto de vista de Matías, ese niño de siete años quien comprende el peligro que corre su madre, lo que le genera terror, pero quien a la vez extraña a su padre. Ese niño que a pesar de su situación de desarraigo y tensión puede evadirse y ser feliz donde lo pongan porque aún interpreta la realidad con la inocencia encantada del juego.
Andrés Vélez Cuervo
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