Haz click aquí para copiar la URL
Venezuela Venezuela · Nueva Esparta
Voto de Sebastian Arena:
10
Romance. Drama Nueva York, años 50. Therese Belivet (Rooney Mara), una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, conoce un día a Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una atracción inmediata, cada vez más intensa y profunda, que cambiará sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
24 de enero de 2016
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oscar Wilde, por las circunstancias en las que se vio inmerso ―al ser acusado de «sodomita» por el padre de su amante― o, quizá, simplemente por un arranque poético en el que seguiría persistiendo hasta el final de sus días ―por no cambiar la manera de describir lo mismo―, llegó a confesar que lo que sentía por su querido Bosie no era más que un «amor intelectual», o, más precisamente, como el propio Lord Alfred Douglas diría en uno de sus poemas inspirados en el escritor irlandés-británico, un «amor que no se atreve a decir su nombre». Una elegante y hermosa expresión que se concibió como una perífrasis de algo que se podía haber dicho de otra forma más directa y cruda: «amor homosexual».

«Carol» (2015), basada en una novela de Highsmith ―la propia Blanchett ha estado en la adaptación de otra novela suya: «El talentoso Sr. Ripley», 1999―, retrata justamente un amor homosexual entre dos mujeres. Quizá se podría haber llamado «Mujer contra mujer», pero eso sólo habría sido una referencia algo problemática ―la canción de Mecano del mismo nombre―. El nombre es lo de menos, sin embargo. Y si bien el argumento podría parecer lo suficientemente sencillo como para resumirse en «el amor homosexual entre dos mujeres», lo importante no es ―tal y como expresa una de esas frases que conoce cualquiera y son de autor anónimo― lo que se dice sino cómo se dice, al menos en casos como éste: donde lo que se busca es ahondar en la psicología de los personajes más que enfocarse en hacer una historia emocionante en términos de acción, suspenso, giros inesperados y demás ―de los cuales se ocupa cualquier «thriller» fílmico y literario, cabe decir―. Algo curioso si se tiene en cuenta que las novelas que hicieron famosa a Highsmith fueron precisamente «thrillers» y no dramas como «Carol».

Hay quien cree y promulga, por otro lado, que esta es una época donde se aboga por ser «políticamente correcto» ante todo, y por ello se explica y se justifica la mayor presencia de películas sobre minorías que, por largo tiempo, fueron discriminadas y/u oprimidas. En el caso del feminismo, por ejemplo, la propia «Maleficent» (2014) ―aunque en el contexto de la fantasía― o «Suffragette» (2015) ―basándose o inspirándose en personas que existieron en la realidad efectiva―. En el caso de la homosexualidad o la transexualidad (LGBT, para decirlo sin rodeos), ésta obra y otra como «The Danish Girl» (2015), y eso sin mencionar muchas otras... Esta mayor presencia de historias no contadas con anterioridad, para aquellos que piensan que este fenómeno dentro de la industria es sólo una astuta estrategia de marketing para atraer al público potencial que pertenece a las minorías antiguamente discriminadas, es, por ello mismo, un gesto hipócrita y/o manipulador. O, para decirlo de otra manera, simplemente una «moda». Con ello pretenden desestimar lo que de verdadero y de humano tienen algunas de esas historias ―porque no todas buscan expresar algo común a toda la condición humana―, que no sólo tratan sobre un amor homosexual o las inclinaciones de un transexual, sino que lidian a su vez con aquello de lo que todos hablan, sea para alabarle o despotricarle: el amor. Así: a secas, sin etiquetas. El amor, simple y llanamente.

Decía Heráclito que la armonía o paz verdadera era la lucha de los opuestos, o, también, la guerra misma ―tanto en un sentido literal como metafórico―. Que no podía haber equilibrio alguno si no hubiesen «fuerzas contrapuestas» que quisieran dominar las unas a las otras. Y decía también, en cierta forma, que el mundo se presentaba como una dualidad de opuestos correlativos ―pares en constante y compartida concreción― en continua pugna y relación con los demás. Así, por ejemplo, teniendo en cuenta ya lo que dijera Platón, lo bueno/malo, lo verdadero/falso y lo bello/feo estaban íntimamente relacionados entre sí ―y seguirían así hasta que Kant los separara y diferenciara unos de otros―. De modo, pues, que podría haberse dicho incluso desde la antigüedad, que el amor y el odio son las dos caras (los dos opuestos) de la misma moneda (la unidad subyacente que los engloba). Que, además, el amor se define y se afirma negando al odio y viceversa, pero que, justamente en este estar «juntos pero no revueltos» de su oposición mutua, estaba la clave de algo importante: ambos son necesarios el uno para el otro. Y este amor y comprensión o este odio y rechazo ante el otro conforma el espacio en el que se desenvuelven las relaciones humanas. «El otro es el garante de lo que soy», parafraseando a Sartre. O, dicho de otro manera, «me reconozco en el otro», que me objetiva y me cosifica. Todo esto se muestra en «Carol» (dirigida por Todd Haynes), aunque de manera ciertamente implícita, en las miradas compartidas, en los suspiros y gemidos susurrados, en las afrentas disimuladas o directas, y, en fin, hasta en algunos de los diálogos ―donde se puede obtener un retrato del amor homosexual en la época de los 50―. A ello me refería con que había, detrás de la «historia simple», un trasfondo verdadero y humano, que, además, es filosófico. Efectivamente, como ya se ha dicho, al afirmar algo se niega otra cosa, o, como decía Spinoza, «toda negación es una de-terminación». Y, también se sabe, una palabra sin significado es sólo un término vacío, una mera abstracción. El concepto de alguna palabra, su significado, viene dado por una serie de determinaciones que necesariamente deben corresponder con la realidad efectiva a la que dicha palabra alude, por otro lado... Por ello, en los 50, cuando se rechazaba abierta y consistentemente el «amor que no se atreve a decir su nombre», sólo se le daba de-terminaciones, identidad y, con ello, mayor realidad concreta. Es decir, que se pretendía eludir el problema justamente dándole mayor fuerza.

(Sigo en spoiler...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sebastian Arena
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow