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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
10
Ciencia ficción. Fantástico Seis valientes astronautas viajan en una cápsula espacial de la Tierra a la Luna. La primera película de ciencia-ficción de la historia fue obra de la imaginación del director francés y mago Georges Méliès (1861-1938), que se inspiró en las obras "From the Earth to the Moon" (1865) de Julio Verne y "First Men in the Moon" (1901) de H. G. Wells. Se trata de un cortometraje de 14 minutos de duración realizado con el astronómico ... [+]
22 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué se puede decir de una película que prácticamente inaugura la Historia del Séptimo Arte, pues no otra cosa es el Viaje a la luna (1902), de Georges Méliès? Desde luego no se le pueden buscar referencias fílmicas, porque el cine como tal no existía, sino que era algo que se proyectaba en las barracas de feria. De hecho, pocos años después de esta producción de Méliès, dos poderosas filmográficas, Pathé y Gaumont conseguirían convertir el cine en algo urbano, burgués, con proyecciones estables en los teatros de las ciudades. Fantômas fue el gran protagonista de la mutación del cine de arte en industria.

Pero en 1902 lo que se veía en las pantallas era algo popular, una atracción más junto a los hombres forzudos, las damas barbudas, los carruseles, etcétera, etcétera, etcétera. Por eso, la gran labor de Méliès fue la conversión de algo aún por definir en un objeto estético, pues su Viaje a la luna, con sus 16 minutos de duración, marcaron un hito en la historia de cinematógrafo, precisamente por su voluntad de ser una pieza de arte. Sin duda el primer largometraje, pues hasta entonces, la duración normal de las proyecciones era de 3 minutos.

Mucho le costó al bueno de George convencer a los feriantes de que incluyeran su filme en el nomadeo habitual de los carromatos. La excesiva duración del mismo para los hábitos de la época no animaba la inversión de los profesionales de las ferias, pero cuando eso sucedió, cuando por fin decidieron apostar por ella la película se convirtió en producto de culto, uno de cuyos fotogramas, el de la luna tuerta por el impacto del cohete constituye todavía uno de las imágenes icónicas del cine.

Sin embargo, puesto que no es posible establecer referencias cinematográficas previas, hemos de buscar su relación con otras artes. La película narra las peripecias de seis aventureros en un viaje a nuestro satélite, donde se encontrarán con los selenitas, de aspecto entomológico bípedo, armados con lanzas y con una estructura social que ha de recordarnos necesariamente la de los pueblos de África de la época, desconcertados por la llegada del hombre blanco. A no mucho tardar, los habitantes nativos de este continente, más que desconcierto sentirían indignación, pero ésa es ya otra historia.

Pero ese aspecto de los selenitas nos sitúa ya ante una de las claves del filme de Méliès, que es su fuerte vinculación decimonónica, como no podía ser de otra manera para una producción concebida en mayo de 1902 y estrenada en septiembre de ese año, pues esos pueblos era lo que se encontraban los exploradores occidentales del XIX. La huella del ochocientos ha de llevarnos también a un oficial, armado con sable y ataviado con un uniforme como del Ejército Federal en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de Norteamérica, que es quien da la orden de disparo del cohete, como si estuviera dirigiendo un pelotón de fusilamiento en Virginia.

Del XIX han de ser también las referencias artísticas de este filme, entre las que la crítica no ha dudado en señalar Julio Verne y H. G. Wells, puesto que ambos eran, en efecto, las principales referencias de la literatura fantástica del momento. Pero tampoco podemos olvidar el fuerte contenido teatral de Viaje a la luna, en cuyos interiores, disposición de los actores, movimientos, etc, se respira el mundo escénico de las tablas.

Y hasta tal punto son las cosas así, que me permitiría afirmar que Viaje a la luna no es el eslabón perdido del teatro en su evolución al cine, si es que tal evolución existió alguna vez, sino el vértice en que confluyeron novela, dramaturgia y cine, de ahí el importante papel que este filme significa por sus propios valores estéticos y por su posición en la Historia del Arte, en general. A partir de ahí, cada medio evolucionó con su propia voz: todos sabemos cómo se ha desenvuelto el teatro durante el siglo XX y las cimas que ha coronado; a nadie se le escapan las innovaciones narrativas del esa centuria (impensable, por ejemplo, Cien años de soledad en 1900); y el cine ha conocido un desarrollo proverbial, hasta el punto de convertirse en una referencia esencial del siglo pasado; pero en el momento en que el largometraje de 16 minutos de Méliès fue rodado todavía posible encontrar una intersección que no consistiera en el conjunto vacío entre esas tres disciplinas artísticas.

Méliès investigó también en las posibilidades de los efectos especiales, puesto que no podría concebirse su película sin ellos; dotó a los decorados de unas enormes plasticidad y elocuencia; e incluso se permitió una versión en color pintando uno a uno cada uno de los fotogramas. Toda una osadía creativa.

¿Que qué fue de George Méliès? Bueno, ya hemos dejado entrever la competencia voraz de dos importantes productoras de cine, cuya competencia no pudo resistir, siendo él como era un artesano fílmico. Tampoco le resultó de gran ayuda todo el desastre de la Primera Guerra Mundial. Viudo, arruinado y decepcionado, en su peor momento vital, se reencontró con una anterior actriz, Jeanne D’Alcy, que regentaba un negocio de juguetes y golosinas en la estación parisina de Montparnasse, con quien se casó y mantuvo dicho negocio, donde fue reconocido por León Druhot, director de Ciné-Journal, que reivindicó la figura de Méliès hasta que en 1931, un año antes de su muerte, se le concedió la Orden de la Legión de Honor. En tal acto tomó la palabra uno de los hermanos Lumière para reconocer que: “Nosotros hemos inventado el cine, pero usted el espectáculo”.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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