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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
7
Drama Thelma no es una chica normal. Desesperada, le pregunta insistentemente a Dios por qué la ha hecho así. Sus padres tampoco son de gran ayuda, sino dos personas misteriosas que se muestran tranquilas ante los poderes que muestra su hija, que, cada vez que siente algo, causa desastres. Cuando Thelma inicie una relación con una compañera, las emociones propias del amor harán estragos. (FILMAFFINITY)
1 de abril de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos atenemos a la ficha técnica oficial de Thelma (2017) de Joachim Trier, conceptos como lo sobrenatural, la adolescencia o la homosexualidad surgen por sí mismos, y no van desencaminados quienes observen esas posibilidades en la cinta que nos ocupa, pero ya también en dicha ficha técnica se alude implícitamente a lo que quiero destacar en este comentario. Cito literalmente, referido a Thelma, la joven protagonista: «cada vez que siente algo, causa desastres», lo que desde luego admite un análisis desde lo sobrenatural, la adolescencia o la homosexualidad, pero creo que hay ir más allá, puesto de lo que este filme de Trier nos habla es de la percepción distorsionada de la realidad de las personas que padecen (en realidad casi todas las que pertenecemos a la órbita judeocristaiana) el sentimiento de culpa.
En una obra mítica al respecto, pionera de los manuales de autoayuda que tanto han proliferado en nuestros días, como Tus zonas erróneas, de William Dyer, dedica a los sentimientos de culpa (el sufrimiento por el pasado) y preocupación (el sufrimiento por el futuro) el capítulo V, titulado precisamente así: «Las emociones inútiles: culpabilidad y preocupación».
Ahora bien, ¿qué es lo que causa el sentimiento de culpa en Thelma? Ya lo hemos adelantado, más o menos: cada vez que siente algo, causa desastres; puesto que la joven protagonista de este largometraje se ha criado en el seno de una familia extraordinariamente carente de sentimientos, extraordinariamente religiosa. De alguna manera, con el pan nuestro de cada día, los padres han inoculado a Thelma el virus de la vida entendida como pecado. Vivir mancha, eso ya lo sabemos. Es imposible llevar una vida aséptica, por la más elemental de las razones: una vida concebida en esos términos no es vida y a duras penas podemos considerarla una mera existencia. Incluso el agua, origen de toda vida, ha de contener impurezas para que cumpla su función: el agua destilada es insuficiente para mantener el aliento vital.
Por ello, Thelma, una vez que abandona el hogar familiar para iniciar los estudios universitarios, de manera totalmente contraria a su voluntad, y es muy triste decir esto, empieza a contagiarse de la vida, lo que le provoca un dolor insufrible. En su caso, además, la cuestión se agudiza cuando inicia una relación con otra joven, que además pertenece a una cultura diferente. A partir de ahí desciende a un mundo de pesadilla, que es lo que Trier retrata en su película, puesto que a lo que el espectador asiste es al desarrollo en imágenes de toda la tortura interna que padece la protagonista.
¿Hay elementos sobrenaturales? Afirmativo. ¿Se trata de las vivencias de una chica adolescente? Sin duda, pues Thelma acaba de iniciar los estudios universitarios, de donde cabe inferir que su edad no va más allá de los diecinueve años, con toda la fragilidad que eso implica en cualquier caso, pero sobre todo en el de alguien que, insisto, ha sido educada para no vivir, más bien para desarrollar una existencia insípida de pasiones extirpadas.
¿Aborda este largometraje el tema de la homosexualidad? Naturalmente que sí. ¿No acabamos de decir que Thelma inicia una relación con otra joven? Pero todo ello no son nada más que los pilares necesarios para sostener el tormento íntimo de quien se siente culpable por sentirse viva. De ahí que los elementos sobrenaturales a que aludía al principio de este párrafo no son naturales, valga la redundancia, no son reales, siga valiendo la redundancia, sino que se corresponden a la percepción deformada del mundo que Thelma padece en su interior. Imágenes de su alma torturada.
Hace más de veinte años, concretamente en 1995, Patricia Rozema dirigió la magnífica cinta Cuando cae la noche, que también aborda la cuestión de las relaciones lesbianas entre una joven, en este caso ya instalada en la veinteañería y con intenciones de casarse, con todo el peso que la rigidez católica ha impuesto en la zona francófona de Canadá, y una artista de circo, que también pertenece a otro origen étnico. Sin duda la principal diferencia entre uno y otro filme es que el de Trier es mucho más metafórico en el sentido de bucear, según hemos venido comentando en las líneas anteriores, en las plasmaciones propias de la tortura personal, mientras que el de Rozema indaga en las posibilidades (ilusión, duda, desconcierto, valentía) que un delicioso amor como el que retrata en su película permite.
También podríamos recordar otro largometraje con una enorme carga de religiosidad castrante como Fanny y Alexander (1982), nada menos que de Ingmar Bergman, como todos sabemos, pero no es que Trier quiera enmendar la plana al director sueco (vamos, no creo), pero la originalidad en el caso de Thelma consiste en que nada de lo que vemos en pantalla se corresponde a la realidad sensorial, siendo así que Bergman sitúa la cámara para que veamos los hechos tal cual en micromundo construido alrededor de rigideces irracionales, valga una vez más la redundancia. El tutor en Fanny y Alexander impone un modo de vida. Los padres en Thelma han renunciado al aliento vital.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Fco Javier Rodríguez Barranco
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