Película de Todd Haynes que incursiona en el tópico de la identidad y la pertenencia. Como su desarrollo descansa sobre una buena interpretación de los tres niños la película salva su escasa aportación a este tema fundamental, inagotable y, por tanto, recurrente, de la reflexión humana. Recientemente hemos visto La historia del amor y Canción de Nueva York que tratan estos asuntos de forma paralela mediante diferentes recursos narrativos. La identidad es una aspiración de estabilidad en la concepción de uno mismo. Como desde el propio sujeto esta es una labor frustrante al constatar su estructura volátil e imaginaria siempre dependiente de la intromisión del otro en el psiquismo personal, se tiende a la fuga buscando la respuesta en el entorno social. Contaré a los hombres mi historia y ellos me dirán quién soy, escribía León Felipe. La identidad siempre es una propuesta narrativa que andamos contando a los demás a ver si nos la confirman o rechazan. El yo, como el tiempo, tiene pues un carácter narrativo. La pertenencia es hermana de la identidad pues permite que el sujeto fragüe su modo de ser en un colectivo donde es aceptado y valorado. El grupo social al que pertenecemos se nos antoja una prolongación del mito de la identidad. En rigor huimos de nuestra realidad familiar y social continuamente transformándola mediante el relato que puebla nuestras conversaciones. Es la novela familiar del neurótico de la que Freud hablaba. A la pertenencia le gusta el mito puesto que suministra al yo una genética honorable como descendiente de los dioses, los sabios, los hermosos, los justos. Aborrece la ciencia porque le recuerda que viene del polvo de los elementos y de la jauría humana.